Aunque este tipo de teatro cantado, marcadamente cómico, de corta duración, ya contaba con antecedentes en el siglo XVII (las tonadillas formaban parte de las grandes piezas teatrales, comedias, óperas, tragedias o zarzuelas), no es hasta la segunda mitad del siglo XVIII cuando la tonadilla escénica, como género independiente, alcanzó su mayor popularidad.

    El auge de la tonadilla escénica, y el apogeo de la ópera italiana, está íntimamente relacionado con  el reinado de Carlos III (1759-1789). Este monarca, después de haber reinado en Nápoles durante 25 años, se instaló en España e impuso como moda el cantar tonadillas en las comedias.

    La tonadilla se diferencia del sainete en que el segundo es una pieza hablada y la tonadilla es cantada, literariamente ambos son similares. Su argumento es simple, predomina el personaje y apenas hay acción, esta es expuesta por el personaje. La finalidad del texto es divertir al público, provocar su risa, y al mismo tiempo, exponer una crítica social y transmitir alguna moraleja de lo representado. La estructura músical está fuertemente relaccionada con el texto, así consta de tres partes: Introducción, en la que se expone el asunto, dirigiéndose directamente al público habitualmente. Sección central, en la que se centra la acción del argumento. Sección final, que a menudo no guarda relacción con el argumento, soliendo ser unas seguidillas y un número de despedida. Este esquema no fue rígido y a medida que la tonadilla evolucionó fué cambiando.

   Cuatro ejemplos de tonadilla escénica son los que actualmente se representan en el Teatro de la Zarzuela: El majo y la italiana fingida (1778), Garrido enfermo y su testamento (1785), Lección de música y bolero (1803) y La cantada vida y muerte del general Mambrú (1785).