Alfa. Revista de la AAFi.
Abelardo de la Rosa Díaz*
En primer lugar quiero agradecer muy sinceramente a los organizadores de esta naciente Asociación Andaluza de Filosofía el invitarme a compartir con vosotros estos días de comunicaciones y de experiencias respecto a nuestra vocación por la Filosofía y nuestro oficio de enseñar a frecuentarla. Quiero, así mismo, expresar mi alegría por tener esta oportunidad de encontrarme de nuevo junto a compañeros y amigos, salvando las lejanías cotidianas, y volver a comunicar con ellos acerca de los temas que siempre nos ocupan y que hoy, además, nos preocupan.
Cuando se me hizo la propuesta de contribuir con algunas cuestiones para el debate sobre la Historia de la Filosofía a este encuentro nuestro, me planteé la cuestión habitual de qué era lo que se me pedía y qué era lo yo podía ofrecer. Se me pedía que, con toda libertad, realizara una exposición de aquellas aristas críticas que pudiese encontrar, tanto en el marco teórico como en las condiciones prácticas que configuran nuestra realidad como profesores y profesoras de Historia de la Filosofía en el Bachillerato. Para realizar esta tarea he querido partir no sólo de mi propio aprendizaje profesional -que no sería ciertamente suficiente-, sino de los apoyos teóricos y las experiencias conocidas en las fuentes de los Movimientos de Renovación Pedagógica y de aquellos compañeros que, insatisfechos con cierto estado de cosas respecto a nuestra asignatura, vienen haciendo intentos y consiguiendo logros en fundamentar, experimentar y consolidar modos alternativos de entender y practicar nuestro trabajo diario. Por eso he querido -no sé si habré sabido- recoger, en síntesis, cierto tipo de pensamiento y productos de la actividad que puedan ser una muestra de las firmezas, vacilaciones, consensos y desacuerdos que van apareciendo en esta etapa de la construcción efectiva del currículo de la Historia de la Filosofía como asignatura.
Con este equipaje crítico, y con la intención de ofrecer pistas para la reflexión, cuestiones para la sensibilización y oportunidades para la profundización, deseo cumplir esta tarea; completando, en el diálogo colectivo, un diagnóstico de la situación que exprese nuestras inquietudes y haga aflorar plataformas convincentes para seguir construyendo el sentido y el desarrollo de nuestro trabajo.
Pero, frente a tanta intención crítica, más vale una advertencia previa: no pretendo, en apenas unas páginas, agotar, ni aun a título de inventario, los temas que vienen discutiéndose desde hace al menos treinta años -en dos oleadas sucesivas- en nuestro país; (Bueno Martínez, G., 1970. Pérez Tapias, J.A. - Estrada Díaz, J.A., 1996). La fundamentación del currículo de Historia de la Filosofía y sus concreciones y ejemplificaciones diversas es una tarea social e histórica, por tanto inacabada, desde luego en evolución, y quizá inacabable mientras nos sigamos preocupando por aumentar la coherencia de nuestras concepciones didácticas y apoyar la justificación de nuestras labores.
I. CARACTERIZACIÓN Y FUNCIONES DE LA HISTORIA DE LA FILOSOFÍA EN EL DISEÑO DEL NUEVO BACHILLERATO
Cualquier novedad curricular provoca, entre otras cosas, incertidumbre; cualquier mudanza acarrea incomodidades, cuando menos, pasajeras. Las tradiciones e inercias del sistema educativo en general y del propio profesorado en particular resultan ser un serio obstáculo para la innovación. Sobre todo para aquel tipo de innovación que olvida que no toda inercia debe ser vencida ni toda tradición ignorada, y para aquella clase del profesorado que, incluso sin conocimiento directo de las nuevas propuestas, se encastilla en sus rutinas didácticas y eleva a la categoría de tradición lo que no son sino sus habituales usos y percepciones. Nos encontramos en proceso de tránsito entre dos maneras de comprender y, sobre todo, de enseñar la Historia de la Filosofía en el Bachillerato, y este proceso no está exento de dichos obstáculos.
Sin embargo, la exposición de temas que seguirá no pretende ser un ejercicio comparativo entre el currículo de la Historia de la Filosofía que abandonamos y el que próximamente va a pasar de ser una intención legislativa a una realidad docente sino, más bien, un análisis somero de la coherencia interna y de las relaciones externas que la Historia de la Filosofía pasa a tener en los nuevos diseños curriculares, así como una enumeración de las principales cuestiones que, a nuestro juicio, deberían ser tratadas a través de la reflexión colectiva y el intercambio de experiencias entre quienes, desde diversas situaciones, nos preocupamos por extender, a través de la enseñanza de la Historia de la Filosofía, el uso de la racionalidad crítica y, por lo mismo, de contribuir al mejoramiento de nuestros caminos éticos, científicos, sociales y políticos.
Pero el estar aquí y ahora tratando de presentar un elenco de dichas cuestiones, es una consecuencia de nuestra condición de seres culturalmente situados. Parece obvio, por tanto, que los temas específicos que hoy nos ocupan han de entenderse desde nuestro actual posicionamiento histórico, social y laboral, y que, por ello, tenemos la certeza de que al integrar unos, excluimos otros. Desde esta consideración es como creo que debemos explicar la manera que hoy y aquí tenemos de entender la Historia de la Filosofía, su configuración como elemento opcional de nuestro sistema educativo y la funcionalidad que la misma pudiera tener para la conformación de ciertas actitudes sociales.
Resulta inevitable, al hablar de la Filosofía y su enseñanza, citar la famosa afirmación kantiana acerca de que no se enseña Filosofía, sino que solamente se puede enseñar a filosofar. Esto sigue siendo afortunadamente cierto, pero también es cierto que a nosotros nos ha tocado enseñar a filosofar desde la concreción curricular de la Historia de la Filosofía como asignatura, es decir, a través de una presentación determinada -y por tanto desde una interpretación igualmente determinada- de la Filosofía ya desarrollada en la estructura de su historia. Se podría enseñar a filosofar desde la contemplación del mundo natural; o desde la reflexión de los fenómenos sociales o las construcciones científicas, por ejemplo. Pero nuestra concepción del hecho educativo ha venido siendo tan de segundo y tercer orden que el abordar la tarea de enseñar a filosofar desde el principio, es decir, reconstruyendo realmente en las aulas las condiciones de las génesis históricas y culturales de las interpretaciones del mundo, no ha pasado de ser, en la mayoría de los casos, una simple intención retórica para confeccionar las introducciones de las programaciones anuales de los Departamentos de Filosofía.
Desde este enfoque cultural, la permanencia de la Historia de la Filosofía como asignatura se suele presentar justificada en sí misma. Existe un consenso tan amplio sobre su necesidad que incluso se refleja en los preámbulos de los diversos diseños curriculares de nuestra materia. Argumentaciones clásicas como las que sostienen -y no sin razón- que incorporar tratamientos filosóficos del pasado a los problemas del presente enriquece y amplía la diversidad de perspectivas desde las que afrontar éstos; o aquellas que ven en la Historia de la Filosofía un punto de partida para prolongar la reflexión filosófica en nuestra cultura, desde un nivel más alto de conciencia y lucidez, son incorporadas, sin más explicitación, a las introducciones de los documentos oficiales sobre la materia. De esta manera, estamos convencidos de cumplir una misión también histórica mediante la enseñanza de la Historia de la Filosofía. Por otra parte, estamos acostumbrados a desprendernos pronto, desde la defensa de la identidad corporativa, de la recurrente acusación de insustancialidad, puesto que, según el mismo discurso incorporado a dichos documentos, la aceleración del desarrollo científico-técnico y las transformaciones sociales y políticas obligan a replantear las grandes cuestiones sobre las que siempre reflexionó la filosofía.
Respecto de esta argumentación, uno de los grandes aciertos que, a mi juicio, hemos de reconocerle los currículos oficiales sobre nuestra asignatura, -y en esto es posible percibir una de las más notables adaptaciones a los tiempos nuevos-, es el intento de dejar la puerta abierta para quien quiera y pueda emprender la tarea de hacer realmente filosofía en clase tomando como punto de partida la recreación activa de su historia. Por ello en estos documentos aparecen los avisos, quizá aparentemente innecesarios a estas alturas profesorales, para no caer en posiciones dogmáticas ni en posturas meramente doxográficas, como formas igualmente extremas e igualmente esclerotizantes de lo pedagógico en lo que se refiere a la filosofía y a la enseñanza de su historia. Que se ha evolucionado es, por tanto, alegremente claro.
Ahora bien, tal como nos recordaba Zubiri (1989), la evolución no es la simple mutación, sino la integración de la mutación. Es necesario encontrar, por tanto, la mutación pedagógica realmente útil; aquella que, por la adaptabilidad histórica que comporte, nos capacite para plantear nuestras fundamentaciones y nuestras acciones didácticas con la seguridad de estar en línea con las demandas teóricas y las funciones prácticas que nuestra época nos plantea.
Precisamente surge aquí como primera tarea la necesaria contrastación entre las expectativas sociales respecto a nosotros, los profesores de filosofía, y nuestra propia autopercepción de la función que desarrollamos. Me refiero a cierta interpretación que apoya la que podríamos llamar función trascendente de la filosofía en el Bachillerato. Es frecuente y explícita la idea de que la nuestra es algo más que una simple asignatura; o una asignatura especial, o diferente, ya que además de enseñar los contenidos que le son propios, educa. Es decir, se presupone que comunica actitudes frente al mundo, señala valores, modela funciones cognitivas, etc. Es la nuestra, en definitiva, una asignatura considerada apriorísticamente como de alta potencialidad formativa. Por otra parte este tipo de afirmaciones se realizan atendiendo únicamente al elenco de sus contenidos, sin reparar en posibles distanciamientos e incluso rupturas entre éstos y los métodos didácticos empleados para difundirlos.
En expresión de Matthew Lipman (1992), por ejemplo, la utilidad de la filosofía radica, a este respecto, en la educación de la juventud. Asertos así parecen sostenerse en las convicciones actuales de que *el sistema cognitivo no es sólo un dispositivo epistémico de interpretación de la realidad, sino también, un sistema eferente de planificación y control de la acción+, y de que la Filosofía -y su reconstrucción histórica- es un ejercicio privilegiado para tales funciones educativas.
Seguimos, por tanto, responsabilizando educativamente a la Filosofía de muchas tareas sociales (quizá demasiadas, teniendo en cuenta los numerosos vectores que hoy pueden entrar en esta composición de fuerzas): la regulación de la acción, la educación de las actitudes y la modelación de lo epistémico. Junto a esto, es frecuente encontrar la opinión, ya oficializada, de que la Historia de la Filosofía (o la labor de reinterpretación de las relaciones entre realidad y racionalidad) puede actuar, como diría Pascual-Leone (1978), como una teoría coordinadora, en el mapa del conocimiento, interpretado éste como una cuestión social.
Por apuntar algún rasgo más de la consideración que la filosofía merece a los redactores de los preámbulos de los diseños curriculares, podríamos señalar la transversalidad que implícitamente se le atribuye. En efecto, se escribe mucho hoy -aunque quizá se hace bastante menos- sobre los temas transversales; pero )y los procedimientos transversales? )y las actitudes transversales? )De quién o qué son responsabilidad? )Qué sector curricular tiene a su cargo su implementación? La filosofía -y su forma particular de tratamiento sistemático en el Bachillerato, la Historia de la Filosofía-, sería, según se infiere del espíritu de muchos documentos, la encargada de ir educando en ellos; cumpliendo así otra de las funcionalidades añadidas de la filosofía en un diseño que oscila legislativamente entre lo propedéutico y lo terminal, y que radicaría en poder establecer nexos cognitivos entre las demás materias del currículo, otorgando sentido a su totalidad.
En estas cuestiones parece que todos quienes miran el escenario educativo desde el pretil de la psicopedagogía están de acuerdo; incluso los legisladores. Entonces )porqué la eliminan de la mayoría de los itinerarios reales o reducen el tratamiento de sus contenidos en los restantes? Según la misma expresión de los diseños curriculares de la reforma, *la Filosofía (...) puede ofrecer un aporte indispensable dentro del ciclo terminal de las enseñanzas medias+. Este tipo de declaraciones puede ser observado desde los documentos del territorio MEC a los de las distintas comunidades autónomas. En todos ellos no cabe duda que *la Filosofía (...) es capaz de proporcionar al adolescente un fundamento y una orientación para desenvolverse en la vida+.
Enumerando algunas de las circunstancias recientes que han jalonado el proceso de caracterización de la Historia de la Filosofía en el Bachillerato y su función, podemos señalar una continuidad en el camino que va desde el Libro Blanco (1991) al Diseño Curricular definitivo. En este Libro Blanco del Bachillerato, se caracterizaba a la Filosofía como responsable directa e inmediata de la educación de las siguientes funciones cognitivas y las siguientes actitudes:
$ de introducir en el alumnado el discurso de totalidad curricular respecto a la realidad,
$ y de promocionar la actitud reflexiva y crítica al alumnado, como principal ocupación y responsabilidad.
II. EVOLUCIÓN DE LA MATERIA EN EL NUEVO MODELO DOCENTE
Con esta concepción general, que no difería sustancialmente de la que venía siendo adoptada en Andalucía, pudimos observar la evolución de la aplicación de los diseños curriculares experimentados desde el curso 86-87. Comienzan las primeras fases de experimentación en los cursos 87-88 y 88-89. Pero esta experimentación no estuvo, a mi juicio, suficientemente contrastada. Entre otras deficiencias, la elección de centros y profesores fue más política que pedagógica, no todo el profesorado fue preparado metodológicamente para la nueva tarea, existían problemas internos de coordinación y de circulación de la información, aparecía bastante inestabilidad real de las plantillas que experimentaban, lo que dificultaba la homogeneidad de los procesos, etc.
A pesar de todo ello, la ilusión del profesorado participante en esta introducción e innovación curricular era notable. Sin embargo, al final de los primeros años de experimentación, cierta sensación de desorientación cundió entre el profesorado, quizá por falta de tutela y apoyo efectivos y por falta de materiales curriculares realmente diversos y adecuados.
Una de las consecuencias del recorte progresivo de los alcances innovadores de la reforma fue el abandono del tratamiento curricular conjunto de la historia de la filosofía y de la historia de la ciencia. Quizá a partir de argumentos basados en la posible pérdida de identidad de la Historia de la Filosofía si se la mezclaba con la Historia de la Ciencia, se desaprovechó la oportunidad de facilitar curricularmente la superación de visiones fragmentarias de los alumnos del Bachillerato, aún en conflicto con el carácter de teoría coordinadora que se le venía reconociendo en todas las introducciones de los diseños curriculares a la Historia de la Filosofía. Quizá también, el abandono de la especificidad de la Historia de la Filosofía y de la Ciencia obedeció, finalmente, a que ello hubiese justificado con más firmeza el que esta asignatura tuviera presencia en las cuatro modalidades del Bachillerato. Basta pensar en las consecuencias laborales y económicas que la aplicación de tal diseño hubiese acarreado a las administraciones educativas.
Con la perspectiva actual, podríamos decir que realmente ha habido pocos cambios de orientación a partir del Libro Blanco, fundamento del diseño curricular del BOE y, en definitiva, del diseño curricular del BOJA. La reforma comprendió o participó de la idea de que la escuela debe ocuparse del desarrollo integral (valores, procedimientos, actitudes...) del alumnado, y no sólo de sus conocimientos. Sin embargo la asignatura de Historia de la Filosofía que parecía estar por ello en una buena posición en la línea de salida para dar cauce a esta nueva concepción, perdió efectivamente terreno.
Desde estas concepciones no se pretende en estos momentos apoyar la
vuelta a concepciones enciclopedistas del Bachillerato, sino solamente
señalar algunas incongruencias internas de la configuración
de los currículos en este nivel educativo. En este sentido llama
la atención el hecho de la reducción temática que
surge de considerar que, ya que la historia de la filosofía se configura
como asignatura que pertenece únicamente a una opción de
cierto itinerario de la modalidad de Humanidades y Ciencias Sociales, los
temas relevantes a tratar en ella son los propios del conocimiento, la
razón práctica y la historia, dejando otros tales como el
arte, la ciencia, etc., ante el riesgo del olvido sistemático. Y
ello a pesar de la citada funcionalidad integradora que los teóricos
de la educación defienden y que los textos introductorios de los
diseños curriculares explicitan.
III. ALGUNAS CUESTIONES SOBRE LA ESTRUCTURA CURRICULAR
III.1. OBJETIVOS
En cuanto a los objetivos de la asignatura, y en línea con la valoración que de ella se hace en los documentos oficiales, es preciso decir que dichos objetivos específicos vienen a representar intenciones educativas de carácter general. Estos objetivos no indicarían tanto metas a conseguir, sino más bien orientaciones sobre cuál es la línea de trabajo adecuada para seguir en la programación y en el desarrollo de las actividades. El planteamiento de estos objetivos es ambicioso: la asignatura debe contribuir a que el alumnado desarrolle un repertorio de habilidades, sensibilidades y capacidades que ya lo quisieran para sí muchas personas adultas y muchísimos filósofos profesionales. Sin embargo es bueno tener amplios horizontes. Sobre todo cuando éstos son susceptibles de convertirse en inspiradores de otros caminos a través de su propio proceso de consecución.
Concretamente, en el planteamiento común del Bachillerato, podemos referirnos a los siguientes objetivos generales, que pueden ser competencia, entre otras, de la asignatura de Historia de la Filosofía y adjudicados a ella, en sus distintos niveles de explicitación:
$*Comprender los elementos fundamentales de la investigación y del método científico, utilizándolos con cierto rigor, en el estudio de los objetos de conocimiento específicos de las diferentes disciplinas y en situaciones relacionadas con la experiencia cotidiana, personal o social+ (e).
$*Conocer las creencias, actitudes y valores básicos de nuestro patrimonio cultural para valorarlos críticamente y poder actuar de forma autónoma desarrollando actitudes solidarias, tolerantes y que promuevan la igualdad frente a todo tipo de discriminaciones+ (k).
$*Tomar conciencia de la necesidad de comprensión plena del otro (texto o interlocutor) como condición de posibilidad del desarrollo del propio punto de vista y de una confrontación teórica fructífera+ (6).
$*Valorar el esfuerzo por el rigor intelectual en el análisis de los problemas, la libre expresión de las ideas y el diálogo racional frente a toda forma de dogmatismo, apreciando, asimismo, la capacidad de la razón para regular la acción humana individual y colectiva+ (8).
Por otra parte, podemos observar cierta equivocidad sobre el significado de los objetivos de la Historia de la Filosofía, cuando leemos en los diseños curriculares que dos grandes objetivos prioritarios de la asignatura se cifran en conseguir:
$ la capacidad de expresión escrita de la temática en cuestión.
III.2. ORGANIZACIÓN DE LOS CONTENIDOS
Programar el desarrollo curricular de la Historia de la Filosofía como asignatura pasa por el cumplimiento, por parte del profesorado, de la labor de interpretar, en sí, la historia de la filosofía. Junto con esto, la interpretación debe ser tal que, de manera simultánea, permita el despliegue de ciertas planificaciones metodológicas y técnicas didácticas conducentes a la reproducción de los procesos clave del pensamiento filosófico en el aula.
En este momento del desarrollo curricular estaríamos en lo que Habermas (1983) llama acción dramatúrgica. En esta clase de acción, el concepto central de autoescenificación (basado a su vez en los conceptos de veracidad y autenticidad) *no significa comportamiento expresivo espontáneo, sino la estilización de la expresión de la propia experiencia para una audiencia+. Pero éste, como creo que veremos, es un estadio a superar en la función docente y en el camino hacia la comprensión de la misma en los parámetros de la acción comunicativa.
En cualquier caso, para evitar lo que Wertsch (1993) llama la voz descontextualizada de la racionalidad (aquella que representa objetos y sucesos en términos de categorías formales, lógicas y, si es posible, cuantificables), y para acceder, por tanto, a la necesaria reconstrucción contextualizada en el aula del objeto de conocimiento, habría que tener en cuenta lo siguiente:
$ Articular la programación histórica en torno a cuestiones de gran comprensividad que permitan articularla.
$ Hacer de la programación una propuesta de trabajo flexible, permitiendo su adaptación a las diversas y cambiantes situaciones de las aulas.
Otra cuestión programática a destacar resulta ser la necesidad planteada de que las tres dimensiones en que se articula la historia de la filosofía en los diseños curriculares (dimensión reconstructiva-racional, dimensión historiográfica, y dimensión articuladora de la historia intelectual), encuentren su inserción y correspondencia con los tres niveles determinantes de actuación en el aula:
$ Nivel de valoración: valoración epistemológica, social y ético-política.
$ Nivel organizativo de programación: conceptos como la racionalidad, el conocimiento, la organización social.
Una de las precauciones que sería necesario tomar a la hora de la programación efectiva de la historia de la filosofía como asignatura, porque no basta que quede dicho en los documentos oficiales, es la de la magnificación o supercategorización de los contenidos puramente conceptuales y su absolutización respecto a los demás componentes curriculares. A este respecto, el texto del documento sobre Aspectos Generales del Bachillerato en Andalucía se expresa recordando dos tradiciones a superar:
$*El término contenidos (...) ha tenido tradicionalmente un marcado sesgo academicista y se ha entendido de forma restrictiva, referido exclusivamente al ámbito de lo conceptual+.
Esta cierta indeterminación didáctica, intencionadamente propuesta, es observable, por ejemplo, en los criterios para la selección de los contenidos:
Desde estas orientaciones se debería ir configurando, nunca
cerrando, el currículo de la Historia de la Filosofía como
actividad didáctica colectiva. Podríamos decir, por tanto,
que el currículo de la materia podría considerarse como un
texto -en el sentido en que Ricoeur nos ha enseñado a utilizar
esta palabra- por reescribir continuamente. Incluso, un texto fructífero,
en las sucesivas opciones que muestra. La forma reduccionista de considerar
y desarrollar el currículo de la Historia de la Filosofía,
lo haría pasar de ser una construcción filosófica
a ser, simplemente, una teoría de legitimación y reproducción.
Este es el sentido que podría tener aquí la frecuente calificación de las dos formas generales de entender la educación. El paso de un modelo educativo por programa a un modelo por currículo, significaría algo parecido al paso histórico que se dio desde el concepto de súbdito al de ciudadano. Pero no todo modelo curricular acaba garantizando en la práctica la libertad de pensamiento y elección.
Una explicación de los contenidos sociales fundamentales desde la educación nos la ofrece Pierre Bordieu (1989), quien considera a la cultura como un conjunto de esquemas fundamentales que los hombres asimilan de su entorno y alrededor de los cuales se articulan otros esquemas particulares aplicados a situaciones también particulares. Desde este punto de vista, Bordieu dice que *los esquemas que organizan el pensamiento de una época sólo pueden ser comprendidos por referencia al sistema escolar, único capaz de consagrarlos y constituirlos, por el ejercicio como hábitos de pensamiento comunes a toda una generación+. Entonces, para que esto sea posible, la escuela debe someter los contenidos de la cultura que transmite, a los procesos organizativos de una programación. Surgen así las disciplinas escolares y la fundamentación de la secuenciación de dichos contenidos a transmitir. Desde esta manera de contemplar las relaciones, el currículo puede ser considerado como un constructo capaz de reescribir, de manera continua, la propia cultura a través su reinterpretación educativa. Aplicado esto a la actividad del conocimiento de la Historia de la Filosofía, nos podría llevar a reinterpretar creativamente las interacciones entre el conocimiento social y el conocimiento individual, continuamente reestructurado por su cristalización escolar y su organización en asignaturas.
Es con este apoyo interpretativo como puede tomar sentido la doble exigencia de comprensividad y diversidad. La parte comprensiva del currículo supone el acceso a un substrato cultural básico y común que van a compartir los alumnos como ciudadanos de una misma sociedad. La parte de diversidad curricular supone la posibilidad de ofrecer una respuesta educativa tanto a la variedad y riqueza de situaciones que se dan en el medio escolar, como a la diferenciación progresiva de intereses y necesidades que se producen en el alumnado a lo largo de la vida escolar.
Por otra parte, la tarea de reescribir con nuestra acción colectiva diariamente el texto de la Historia de la Filosofía, ha de hacerse teniendo en cuenta que la transformación de la práctica curricular sólo se puede conseguir mediante la creación de estructuras que se muestren posibles y eficaces en el trabajo cotidiano. Por ello entendemos el verdadero desarrollo curricular de esta asignatura con la incorporación de elementos facilitadores de los fines perseguidos y con la flexibilidad y capacidad de adecuación necesarias para su aplicación en las diversas concreciones posibles. Es necesario un elevado grado de autonomía en la actividad y en el entorno educativo para modular con éxito, desde la participación real y el consenso pedagógico, cada una de las adaptaciones necesarias, y para realizar la oportuna revisión y evaluación de las aplicaciones e intervenciones programadas. Sin este último prerrequisito, los planteamientos básicos estarían desconectados de los sujetos sobre los que pretenden desplegarse y quedarían convertidos en una pura construcción oportunista invalidada para la práctica.
III.3. ESTRUCTURA EPISTEMOLÓGICA Y MODELO DE DESARROLLO DIDÁCTICO
Por ello conviene a veces estar metodológicamente abierto a las formas no cartesianas de adquirir la comprensión del despliegue de la Historia de la Filosofía. Normalmente los profesores buscamos -y evaluamos- desde la explicación, la reproducción como causalidad material en la producción del conocimiento. Pero, frecuentamos poco, también a veces, el camino que puede llevarnos a la recreación que supone la comprensión de los contenidos, y no únicamente por vía de rígida secuenciación temporal.
Si estas nuevas vías propuestas se aplican igualmente, no sólo a las relaciones internas de la Historia de la Filosofía sino también a las relaciones que la asignatura tiene, por un lado con la asignatura de Filosofía del primer curso de Bachillerato y, por otro, a las relaciones con las demás asignaturas del currículo escolar, podría comenzar a superarse la problemática desconexión previsible de la Historia de la Filosofía con las demás materias, además de las previsibles fricciones profesionales que surgirán, a partir de la rígida separación que subyace en el Bachillerato entre las asignaturas de corte académico y las de orientación preprofesional y los itinerarios de formación que con esta base se propician. A este respecto sería deseable avanzar hacia la comprensión del currículo de este nivel como un tejido común de problemáticas y cuestiones que trascienden las estrictas fronteras de cada una de las materias para conectarlas entre sí y dar significado global a la tarea de la aprehensión cognoscitiva.
En el momento de concreción curricular de reconstrucción de la filosofía y su historia a través de los textos, conviene dar el paso de la acción dramatúrgica a la acción comunicativa. El concepto de acción comunicativa de Habermas, anteriormente mencionado, resulta aplicable a las situaciones pedagógicas, ya que interpreta, de una manera iluminadora y fructífera, las relaciones interpersonales de quienes participan de la acción de educar. La comprensión de las situaciones de actuación, junto a la coordinación de las acciones mediante el acuerdo puede ser un instrumento válido para comprender y modificar los propios roles docentes. Esta puesta en práctica de los modelos de la acción comunicativa, orientada hacia la totalidad del mundo interpersonal debe llevar a la consecución de mayores niveles de transformación docente positiva.
Sin embargo, este enfoque textual y comunicativo del desarrollo curricular de la Historia de la Filosofía, con dar cumplimiento a la expresión paradigmática de la filosofía occidental, y con ser el más conveniente, a nuestro juicio, para los objetivos didácticos pretendidos, necesita afrontar y resolver determinadas cuestiones nacidas de la práctica. Entre las que aquí podríamos plantear, destacarían las siguientes:
$ Cuestión relativa a la elección de textos suficientemente representativos: de sus autores, de los contextos histórico-culturales y de la propia tradición filosófica.
$ Cuestión de la continuidad argumental entre las asignaturas de primer y segundo curso de Bachillerato. Según el citado Libro Blanco, los textos habrían de corresponderse a los diferentes núcleos temáticos estudiados en la asignatura del año anterior. sin embargo hoy esto apenas se ha conservado en los desarrollos normativos generales o de cada comunidad autónoma.
$ La apertura y flexibilidad que mencionábamos antes respecto del despliegue del currículo pueden quedar comprometidas por el carácter prescriptivo de los documentos oficiales: son cuatro textos -ni más ni menos; ni tres ni cinco- (uno de filosofía antigua, dos de filosofía moderna y uno de filosofía contemporánea, de extensión media y de cierta densidad argumentativa y conceptual), el material con el que el alumno debe entrar en diálogo experto, que han de ser interpretados en su contexto y con los cuales dicho alumno ha de confrontar los problemas filosóficos del presente. )Sean cuales sean las variables de situaciones, intereses y necesidades antes aludidas? En el territorio directamente gestionado por el Ministerio de Educación y Ciencia se prescriben cinco textos. )Serán allí diferentes, a priori, dichas variables? No olvidemos, por otra parte, que en el Libro Blanco del Bachillerato el número de textos propuestos era de seis.
$ Según se expresa en el diseño curricular, *la actividad de comentario de textos (...) lleva al alumno a un grado de madurez intelectual, sin el que difícilmente podrá tener una orientación propia en el complejo mundo ideológico, científico y político contemporáneo+)Significa esto demasiado optimismo de los fines en el planteamiento de relación causa-efecto? )Y qué ocurrirá con el alumnado que no ejercite la opción curricular de enfrentarse con el comentario de textos filosóficos por no cursar esta asignatura? )Podrá acceder a esa orientación propia en el mundo?
$ Por citar otra expresión de los documentos oficiales, señalamos
la siguiente: *El desarrollo de la capacidad de lectura comprensiva
de textos de un alto nivel de organización lógica facilitará
a los alumnos el trabajo posterior con obras técnicas de cualquier
especialidad científica que elija en el futuro+)En qué
futuro elegirá este alumno, normalmente de la modalidad de Humanidades
y Ciencias Sociales, obras técnicas de especialidades científicas?
)Por otra parte, se pretende aquí caracterizar implícitamente
la utilidad de la Historia de la Filosofía en el Bachillerato como
complemento auxiliar de la ciencia? Puede que éstos sean algunos
indicadores de la posición que en sistema educativo general, mantiene
la filosofía y su historia en el actual escenario cultural y económico.
Si la fundamentación teórica del nuevo Bachillerato describe, como caracterización psicológica del alumnado de este nivel, la realidad del acceso a mayores niveles de formalización del lenguaje, la progresión del pensamiento en capacidad de abstracción y el pronunciamiento y valoración crítica respecto de las ideas dominantes y, por otra parte, su nuevo potencial cognitivo favorece una apertura al mundo de la cultura, entonces la adolescencia queda caracterizada como un momento adecuado para la apropiación crítica del saber que constituye el patrimonio cultural. Así la funcionalidad y pertinencia de la Historia de la Filosofía como asignatura estaría teóricamente garantizada en todos los itinerarios formativos.
Por otra parte, tanto la teoría clásica piagetiana del desarrollo, como las más recientes aportaciones de la psicología cognitiva, señalan que el alumnado de estas edades está preparado, por dicho nivel de formalización y por su capacidad para el manejo de constructos mentales y el desarrollo de una necesaria conciencia histórica, para la actividad propiamente filosófica. Desde estos argumentos, la reducción extensiva de la filosofía en los currículos actuales no tendría demasiado fundamento.
En cuanto a las cuestiones propiamente metodológicas que de aquí se derivan, el documento sobre Aspectos Generales del Bachillerato en Andalucía señala que *el diálogo, el debate y la confrontación de ideas e hipótesis deberían constituir, en cada caso, los ejes de cualquier planteamiento metodológico que se realice en cada una de las materias+. Creemos que la fundamentación de este enfoque dialógico se puede encontrar en la base misma del concepto de educación y de la interpretación de su contexto social. En efecto, tal y como señala Vygotsky (1991, p. 69), *la educación es el dominio artificial de los procesos naturales de desarrollo. La educación reestructura las funciones del comportamiento en toda su amplitud+. Y esta reestructuración se hace, como hemos dicho, en el escenario de lo social y teniendo en cuenta sus demandas. En este sentido sería conveniente recordar las palabras de Bruner (1987), cuando afirma que una cultura está constantemente en proceso de ser recreada cuando es interpretada y renegociada por sus miembros. La educación se convierte así en un foro desde el que reconstruir constantemente la cultura y en el que quienes participan desempeñan un activo papel; dicha reconstrucción, por otra parte, se produce mediante una renegociación de significados sociales acerca de lo que es curricularmente relevante.
La Historia de la Filosofía se muestra didácticamente en la palabra. Así, para la construcción de una fundamentación metodológica de esta asignatura convendría tener en cuenta, por ejemplo, lo que, según palabras de J. Wertsch, el semiólogo soviético Mijail M. Batjín mostró en sus análisis, a saber, que el diálogo o la multiplicidad de voces es un estado de cosas natural, verdaderamente necesario en el discurso y el pensamiento humanos. Digamos lo que digamos, la mitad -al menos- de lo que decimos es siempre de alguien más, tanto si lo reconocemos como si no y, naturalmente, siempre nos estamos dirigiendo a alguna otra persona. El acento puesto por este semiólogo en la dialogicidad presupone la comunidad de hablantes y la horizontalidad comunicativa. Por tanto cuando el discurso académico se compone de la integración, adecuada, de esta multiplicidad de voces, se trata de algo que apreciar y no de algo que temer y contra lo que debamos defendernos desde posiciones de ejecutores de la voz única y privilegiada.
En esta misma dirección y para una afortunada consolidación de la forma de diálogo filosófico en el aula, sería conveniente revisar ciertas posiciones teóricas. Así, frente a la fórmula de Piaget de la construcción individual del conocimiento, frente a la soledad epistemológica en la que el individuo construye su conocimiento, en interacción únicamente con los objetos, podemos situar -en una línea que iría desde Durkheim a Smillie, 1982-, las propuestas que abogan por la idea de que el individuo construye sus teorías en interacción con el mundo social. La teoría piagetiana sitúa como una de las metas de la ontogenia la maduración temporal y seriada, en el universo mental del adolescente, de un conjunto de procedimientos científicos para construir la realidad. Con esta base epistemológica se ha venido construyendo y aplicando toda una metodología de la enseñanza y toda una jerarquización de criterios para la organización y secuenciación de los contenidos conceptuales. Sin embargo, las interpretaciones psicológicas actuales plantean la cuestión en términos algo diferentes, poniendo el acento principal en el carácter interpersonal y en la condición social de adquisición de las estructuras cognitivas. De esta manera, la clave de los procesos educativos de construcción del conocimiento estaría en la comunicación; en la verdadera comunicación creadora.
Por indicar solamente algunas de las principales cuestiones metodológicas que habría que tratar más profundamente y desde la interpretación de la experiencia docente de este nuevo modelo didáctico, podríamos señalar cierto reduccionismo pedagógico, quizá derivado de un indebido descenso a la regulación del detalle, observado en los documentos oficiales, consistente en afirmar que la información -para comprender los textos que integran los contenidos conceptuales- la obtendrá el alumnado acudiendo a diversas obras de consulta, según el currículo oficial. )Dónde queda entonces el lugar para el desarrollo de la tesis pedagógica de la construcción del conocimiento en el entorno didáctico colectivo? Las condiciones para la reconstrucción de la historia del pensamiento filosófico en el aula y la articulación de la programación de la asignatura necesitan, creemos, un enfoque pedagógico en el que la organización y secuenciación de contenidos no venga predefinida en la práctica y donde los núcleos de interés se encuentren realmente inscritos en el contexto cultural del alumnado.
Realmente existen problemas metodológicos a resolver mediante una adecuada planificación y la correspondiente experimentación docente. Pero realmente también existen pseudoproblemas metodológicos que convendría disolver mediante el adecuado referente a dónde estamos y qué pretendemos de la Historia de la Filosofía como asignatura en el Bachillerato. Uno de estos falsos dilemas podría ser el que busca el enfrentamiento entre metodología y contenido haciéndose preguntas tales como esta: )hasta qué punto el uso de una metodología activa, participativa e investigadora, merma el tratamiento de todos los problemas históricamente importantes y dificulta una secuenciación basada en la estricta cronología de las épocas a estudiar? Evidentemente, no es conveniente preseleccionar para el trabajo docente todo aquello que al profesor o profesora le parezca importante desde alguna posición historiográfica o ideológica, sino sólo los núcleos temáticos que sean verdaderamente importantes, tomando como uno de los criterios de evaluación de dicha importancia, el de la adecuación contextual antes aludida. Por otra parte, la estructura de la disciplina no tiene porqué atenerse estrictamente a una rígida secuencia cronológica en la que, en aras del rigor temporal, se sacrifiquen objetivos de eficacia didáctica.
Finalmente, como pautas para la elaboración de algunos criterios metodológicos para el planteamiento de nuestra asignatura, nos atrevemos a sugerir los siguientes:
$ Propiciar la génesis de interconexiones y constructos globales en la percepción de la Historia de la Filosofía, a fin de que el alumno vea el currículo como una totalidad significante y no como una mera suma inarticulada de partes o unida únicamente mediante el nexo temporal, reducción extrema de la historia.
$ Utilizar frecuentemente actividades de aproximación tangencial a los contenidos curriculares; actividades que deberían ser pensadas y desarrolladas bajo los principios generales de contextualización y motivación.
$ Asegurar la significatividad lógica y psicológica de los núcleos temáticos de la Historia de la Filosofía. Si por una parte, el profesor de esta asignatura debería atender la demanda de intereses de su alumnado mediante el planteamiento de cuestiones, textos y autores cercanos a sus necesidades -en el tiempo y en el espacio sociocultural-, y por lo mismo significativos, por otro lado deberían proponerse acciones didácticas destinadas a generar demandas de conocimiento entre dicho alumnado a través de la presentación significativa de los temas históricos a estudiar.
- La investigación como necesidad para la reflexión sobre la propia labor docente del profesorado: es decir, la necesidad de investigar como planteamiento para conocer adecuadamente los mecanismos de interacción en el aula y producir una continua adaptación de los objetivos y los medios a la realidad cotidiana. Junto a ello aparece la necesidad de investigar para obtener un contraste de validez en el desarrollo práctico del currículo de la Historia de la Filosofía y para incorporar, eventualmente, aspectos que lleven a su revisión crítica.
$ La comunicación: entendida igualmente como principio didáctico, significa instalar progresivamente en el aula las condiciones para la construcción didáctica común, superadora de la mera y pasiva transmisión de información. Un modelo básico de acción docente en este sentido tendría en cuenta el caminar hacia el objetivo de que cada alumno y alumna ha de poseer las condiciones y ha de desarrollar las capacidades y las habilidades para comunicarse en el aula y fuera de ella. Para ello sería necesario intervenir sobre aspectos tales como el control de los medios, tiempos y espacios, la diversidad de canales, la dirección y los contenidos de la comunicación docente.
$ La autonomía: Si queremos, a través de nuestra acción docente y del desarrollo curricular de la Historia de la Filosofía, favorecer el crecimiento de sujetos libres y educar individuos críticos, hemos de atender a este principio general con especial cuidado. Es necesario orientar la autonomía personal como el progreso, adquirido a través de los procesos educativos, mediante el cual el sujeto alcanza su máximo nivel de autorregulación en las esferas ética y cognitiva. En otras palabras, la autonomía es un elemento imprescindible en el crecimiento y maduración personal que debemos favorecer en nuestra práctica cotidiana y que debe orientar nuestro talante educativo.
Haciendo más concreta nuestra crítica, tenemos que señalar que encontramos cierta distancia entre los objetivos propuestos en el Diseño Curricular andaluz y el planteamiento de los criterios de evaluación que se prescriben. A nuestro parecer, dichos criterios de evaluación son reduccionistas respecto de los propios objetivos y respecto del concepto global de evaluación que los mismos documentos oficiales indican. Concretamente, encontramos un excesivo celo tradicional y apego a evaluar fundamentalmente contenidos conceptuales y aspectos de destrezas técnicas de análisis de textos en menoscabo, quizá, de la evaluación comprensiva del grado de consecución de los objetivos inicialmente propuestos y de la evaluación de actitudes, por ejemplo.
Aparte de alguna generalidad detectada en la redacción de dichos criterios de evaluación (véase criterio número 4), y de alguna que otra redundancia o condicionalidad mutua (criterios 2 y 5), lo verdaderamente llamativo es la ausencia casi absoluta de criterios que pretendan avanzar más allá de las meras destrezas y habilidades anteriormente mencionadas. De esta manera y si tenemos en cuenta que el modo de plantear la evaluación de una asignatura condiciona y determina gravemente su desarrollo metodológico y el carácter de las actividades a desplegar, creemos que el profesorado de Historia de la Filosofía debería poner los medios necesarios para interpretar y complementar los criterios expresados, de tal forma que no se dejen en el campo de la pura retórica programática algunos de los objetivos más hermosos y educativos que a esta asignatura le corresponden.
Quiero terminar de abusar de vuestra paciencia con una cita, cargada para mí de sugerentes imágenes, tomada de Otto Neurath (1944) y subrayada por mí. Aunque pueda parecer algo forzada, quizá refleje en parte nuestra situación actual como profesores y profesoras de Historia de la Filosofía:
* Coordinador del Centro de Profesores
de Jaén. (Texto de la comunicación presentada con ocasión
del Congreso Constituyente de la Asociación Andaluza de Filosofía,
celebrado en Córdoba del 12 al 14 de septiembre de 1996).
BIBLIOGRAFÍA:
BORDIEU, P. (1989). Sistemas de enseñanza y sistemas de pensamiento. In: GIMENO SACRISTÁN, J. - PÉREZ GÓMEZ, A. La enseñanza: su teoría y su práctica. Madrid: Akal.
BRUNER, J. S. (1987). La importancia de la educación. Barcelona: Paidós.
BUENO MARTÍNEZ, G. (1970). El papel de la filosofía en el conjunto del saber. Madrid: Ciencia Nueva.
HABERMAS, J. (1983). Conciencia moral y acción comunicativa. Barcelona: Ed. Península.
LIPMAN, M. - SHARP. A. M. - OSCANNYAN, F. (1992). La filosofía en el aula. Madrid: E. de la Torre.
NEURATH, O. (1973). Fundamentos de las Ciencias Sociales. Madrid: Taller de Ediciones J.B.
PASCUAL-LEONE, J. (1978). La teoría de los operadores constructivos. In: DELVAL, J. (Edit.) Lecturas de psicología del niño. Madrid: Alianza.
PÉREZ TAPIAS, J. A. - ESTRADA, J. A. (Edit.) (1996). )Para qué filosofía?. Granada: Universidad de Granada.
VYGOTSKY, L. S. (1991). Obras escogidas. I. Problemas teóricos y metodológicos de la psicología. Madrid: M.E.C.-Visor.
WERTSCH, J. (1993). Voces de la mente. Un enfoque sociocultural para el estudio de la Acción Mediada. Madrid: Visor.
ZUBIRI, X. (1989). Estructura dinámica de la realidad. Madrid: Alianza.
Las notas procedentes de los documentos oficiales, Diseños Curriculares y textos legales están tomadas de las siguientes referencias:
BACHILLERATO. ESTRUCTURA Y CONTENIDOS. (1991). Madrid: Ministerio de Educación y Ciencia.
DECRETO 106/1992, de 9 de junio, por el que se establecen las enseñanzas correspondientes a la Educación Secundaria Obligatoria en Andalucía.
ORDEN de 30 de junio de 1994 por la que se establecen orientaciones y criterios para la elaboración de Proyectos Curriculares de Centro, así como los horarios lectivos, los itinerarios educativos y las materias optativas del Bachillerato.
DECRETO 126/1994, de 7 de junio, por el que se establecen las Enseñanzas
correspondientes al Bachillerato en Andalucía.