Alfa. Revista de la AAFI.


REFLEXION A LA LUZ DE UN CENTENARIO: 1898-1998

Pedro Correa Rodríguez *

Cuando M. G. de Jovellanos en la Epístola a Poncio se acerca a la intrahistoria española de su tiempo, sorprendida en los pueblos castellanos, naturaleza y hombre, dice con plástica y meditativa contundencia:

Campos sin árbol, seto ni edificio,
plagados de amapola y jaramago,
yeguas, bueyes y brazos sin oficio.
Aun vi las huellas del horrendo estrago
que desoló a Castilla cuando andaba
matando moros el señor Santiago.
Y al estar unido a esa inclemente y mísera naturaleza, el campesino establece con ella una comunidad estrecha de limitadas y desesperanzadas vivencias: Hombres tristes, de oscuro y sucio porte,
casas de barro, calles de inmundicia,
pueblos en fin, sin dicha ni deporte.
La raíz del pesimismo de Jovellanos está en la contemplación de la vida en los pueblos castellanos, en la meditación ante el paisaje, en el alejamiento de los ideales de la Ilustración, "sin dicha ni deporte", y en el contraste entre el verdor de su terruño asturiano y la sequedad de almas y tierras constitutiva del ser de Castilla.

Los hombres del 98 son también periféricos y en un momento determinado de sus vidas confluyen en la Meseta produciéndose un choque violento entre la realidad, su realidad y la historia pasada y presente. El sentido trágico de la vida que se proyecta desde la percepción de paisaje termina por establecer una identificación casi absoluta con el yo que contempla y el resultado es un pesimismo inicial latente que entre 1895 y 1910 se afianza y transforma en leit motiv como tendencia y definición. No es por lo tanto el desastre del 98 la raíz de los males sino el estadio final y el resultado concreto de una situación vital mucho más honda y lejana.

)Cuál es el motor próximo? La formación cultural recibida y las secuelas de una tendencia viva en el tejido socio-cultural de Occidente. La inmensa mayoría de la crítica niega la posible vinculación de los hombres del 98 con el positivismo de mediados de siglo y el naturalismo como su ejecución literaria práctica. Sin embargo creemos que hay un hilo naturalista sutil en la relación que establecen entre el hombre y la tierra y en un sentido más amplio entre el hombre y su circunstancia. Cualquier análisis que se haga de Camino de perfección, de La lucha por la vida, de La voluntad, de Campos de Castilla, nos lleva a dicho convencimiento. Quizá la diferencia más evidente entre naturalismo y noventaiochismo radique en que aquél piensa colectivamente la relación mientras que los hombres del 98 insisten en el individuo. Los naturalistas crean familias generacionales sobre las que pesa el instinto de supervivencia de antemano vencido. Los escritores del 98 ponen una etiqueta a sus personajes y los distinguen con rasgos nítidos aunque las circunstancias los unifican. Donde mejor se percibe esta condición es en la obra de Azorín por razón de estilo, es decir, por la depurada técnica del detalle.

Otra razón que los separa de los naturalistas es la circunstancia creada. El naturalismo es urbano. Se centra en la gran ciudad por la multiplicidad de tipos y contrastes, de diversos ámbitos sociales conviventes. El 98, más monocorde, busca sus motivos en el mundo rural, en la relación tierra-hombre, que es vista con identidad de intereses si la circunstancia es Castilla, con diversidad si se acercan en determinados momentos a su paisaje natal. La diferencia que observamos de unos a otros se debe a diversos estilos y a personalidades en algunos casos contrapuestas (Unamuno y Azorín). Si tomamos en consideración los citados en último lugar, vemos que ante las mismas circunstancias reaccionan de idéntica manera pero la hacen realidad de modo distinto. Así Unamuno pretende distanciarse de lo observado para transformarlo en observable buscando una corroboración sustentadora de su propio yo mientras que Azorín adopta el minucioso procedimiento del escapelo que modela según una sensibilidad muy acusada.

Ahora bien, todos seleccionan y transmutan. Su técnica no es la fotográfica a la manera galdosiana; recuerdan más al Clarín que puso en manos de uno de sus personajes un catalejo para seleccionar aquellos lugares que iban a desempeñar un papel primordial en su novela mientras que apenas se detenía en lo que era previsto como intrascendente. Se me antoja que los hombres del 98 hacen igual que Garcilaso, al proyectarse sobre la naturaleza la transforman en paisaje del alma, y lo superan porque extraen unas consecuencias imprevisibles sobre el ser y existir de los españoles.

Tampoco podemos olvidar las corrientes espiritualistas fin de siglo. Ya se había operado un cambio en Pérez Galdós, a partir de Angel Guerra y Nazarín, que algunos quieren conectar con el intimismo espiritual, casi místico, de L. Tolstoi; pero es necesario tener en cuenta otras posibilidades como las simbolistas e idealistas configuradoras de una "belle époque" que saltaría hecha trizas a partir de 1914. Los escritores del 98 espiritualizan el paisaje, no los hombres, al identificarse con él en la misma línea que tantos novelistas franceses fin de siglo, simbolistas alemanes, posprerrafealistas ingleses, y proyectan sus propias intuiciones emocionales y estéticas llevándonos de la mano desde el presente a un pasado corroborador de sus intereses. Nos transportan a la edad de oro, con preferencia al siglo XVI, y todos ellos encuentran un ideal de vida en la creación cervantina por excelencia. Cosa bien distinta son los resultados concretos.

Cuando Azorín nos proyecta desde el presente al pasado para regresar de nuevo al presente lo hace en aras de su vinculación con el tiempo, al modo de un eterno retorno, el hombre permanece inmutable en cuanto que es y está, y las cosas sólo evolucionan superficialmente, cambian de piel, pero mantienen la misma funcionalidad que antaño. El viejo don Juan ve reverdecer en la figura escurridiza de Jeannete la pasión acallada en aras de una supuesta "conversión" y el mundo recreado en la obra del mismo título es señal de permanencia; el lector de España reconoce en los nombres clásicos de sus personajes estampas arrancadas por el lector que asimila el espíritu de La Celestina, La lozana andaluza o Lazarillo de Tormes y que no necesitaba de mucho esfuerzo para sorprender las mismas escenas en la cotidianeidad de la vida pueblerina de su tiempo. Sólo la proyección estética es capaz de conseguir la uniformidad de los dos instantes, el del presente y el del pasado. El pesimismo azoriniano queda recogido en el verso garcilasiano "nadie podrá quitarme el dolorido sentir" con el cual remata, mediante adaptación, Una ciudad y un balcón de su libro Castilla. Por eso sigue teniendo vigencia, hoy más que nunca, esta reflexión: "Vivir es ver volver. Es ver volver todo en un retorno perdurable, eterno". La consecuencia es percibida a través de una sensación espacio-temporal donde la acción leve es absorbida por el ambiente y la situación.

M. de Unamuno se acerca al alma castellana con una prevención, la de encontrar tanto en el paisaje como en el paisanaje elementos susceptibles de proyectar sobre ellos sus propias convicciones. La dureza y desolación inmisericordes, no carentes de profundo afecto, guardan una estrecha relación con la severidad y sequedad con la cual analiza su propia persona. El Cristo sorprendido en un convento palentino es transmutación de sus propias indecisiones e incertidumbres. La visión analítica del paisaje entrevisto en sus viajes se carga de una religiosidad conceptual que es muy posible que la tenga, pero no nos cabe la menor duda representa para el hombre Unamuno lo mismo que el gusto concialidor de Azorín entre presente y pasado. El resultado es la aparición de una conciencia trágica mucho más violenta que el pesimismo, resuelta en paradojas sutiles y convincentes. Por eso va mucho más allá. La religación que le ata a la contemplación y al análisis deviene en una conciencia de raíz religiosa muy superior a la filosófica. El pesimismo se traduce en una honda ligazón que tiene mucho que ver con la tragedia clásica, más de cuanto podemos sospechar, especialmente en personajes tan representativos como Joaquín Monegro, Gertrudis (tía Tula)..., los cuales cierran toda conciliación con la vida como antaño lo hicieron a través de la palabra y la representación Antígona, Electra, Orestes, Fedra o Medea. El destino como fuerza cósmica poco tiene que ver con el determinismo naturalista. Está alejado de toda connotación biológica. Y los personajes unamunianos, en la sequedad impuesta a la carne, revelan ciertas ideas arquetípicas trasunto del propio creador.

En P. Baroja todo es fruto de su capacidad de análisis y síntesis. Mantiene más estrechas vinculaciones con el naturalismo por su condición de novelista, por su formación médica y su acercamiento al mundo concreto del trabajo manufacturado. Su pesimismo es vitalista, nace del cerco al que somete una realidad vulgar y chata con la cual intima para extraer de ella motivos inherentes a su condición de creador. También el pesimismo es congénito en la obra inicial de Baroja; nace de una insatisfacción cultural y de una formación vinculada a una ciudad de limitados horizontes espirituales como lo era la Pamplona de finales de siglo. Sin embargo, normalmente, P. Baroja no proyecta sobre el paisaje la visión pesimista que proyecta sobre las almas; todo lo contrario; la contemplación de la naturaleza está a punto de salvar de la abulia a muchos de sus personajes pero la carencia de la voluntad es tan fuerte que terminan postrados en el vencimiento. Esta constante aparecía en una obra crepuscular, los relatos de Vidas sombrías, y en la actuación de personajes como Andrés Hurtado, Larrañaga, Fernando Ossorio, quienes comparten muchas ideas y actitudes vinculadas al propio creador.

Lo que es primitivismo en Valle-Inclán se retuerce en A. Machado donde la naturaleza castellana está pensada como un destierro al que es condenado por circunstancias que no le son imputables. El deseo de escapar a lo cotidiano le empuja a trascendentalizar la naturaleza y elevarla en sus elementos básicos a símbolos pero eso no puede hacerlo con los hombres y cae en idéntico maniqueismo galdosiano fruto de su formación intelectual. Muchas obras del primero se explican por su consustancialidad con el alma galaica. El primitivismo apuntado es en gran parte estético y se incardina a una tendencia viva tanto en la pintura como en poesía y prosa poética, también en el teatro, aunque no podemos olvidar cuanto corresponde a una actitud vital que en algún momento quiso hacer realidad. Otros personajes valleinclanescos, como el Marqués de Bradomín, quedan en puro nihilismo contemplativo por haber agotado sus energías en la inacción o en el enervamiento amoroso. Bastantes de sus obras son la transposición de las meditaciones estéticas de La lámpara maravillosa. Forma parte de un mundo artístico revelado en los prerrafaelistas ingleses, en los modernistas hispanos, preciosistas franceses, y alguna que otra figura aislada como F. Jammes, G. D'Annunzio, R. Pérez de Ayala el poeta. Creo que los hombres del 98 son pesimistas o trágicos porque hay en ellos unas hondas raíces mediatas e inmediatas que paso a sintetizar.

Tiende a minimizarse el papel de los regeneracionistas y el clima de pesimismo con el que analizan la España del presente. Creemos que con el laudable empeño de conseguir una mejora. Pero conviene no olvidar que entre las diversas tendencias, que las hubo, unos proponen una ruptura con el pasado considerado como un lastre, cuando la experiencia demuestra que su olvido acarrea males presentes; otros, más ecuánimes, se inclinan por el progreso natural mediante una racionalización de las fuerzas. Todos coinciden en la situación espiritual, cultural, moral y material de indigencia en la que se vivía. Instalan un pesimismo más o menos radicalizado en las mentes dispuestas a la alerta. Podemos ver el programa de los regeneradores tanto en Idearium español como en la correspondencia epistolar Ganivet-Unamuno.

También hay que sopesar el papel cabido a la Institución Libre de Enseñanza en el mantenimiento del pesimismo, basado en parte en la realidad de verdad y en su condición inicial de transterrados de la enseñanza pública. Las ideas neoilustradas de la Institución condicionan a A. Machado, en proporción menor a los otros miembros de la Generación. Hay un ambiente propicio muy anterior a la difusión de corrientes filosóficas en cuya raíz o bien se encuentra un evidente pesimismo o resuelven en trágica visión el papel reservado al hombre en el último cuarto de siglo. Normalmente estas ideas se propagan desde Centroeuropa y tienen como lengua difusora el alemán, desconocido por los hombres del 98, los cuales o acuden a traducciones francesas o buscan un intermediario como pudo ser el tertuliano alemán Pablo Schmitz (Dominik Müller), difusor de las ideas de los pensadores alemanes entre determinados círculos culturales madrileños. Debemos buscar la raíz en otras muchas causas que habiendo sido apuntadas por los estudiosos han quedado marginadas en observaciones posteriores.

Nos referimos en primer lugar a la conciencia de una formación escolar deficitaria. La confrontación entre lo recibido y la circunstancia, la apertura en algún caso al mundo exterior que se traduce en revulsivo y reniego. Azorín arremete contra la educación recibida en los escolapios de Yecla y vertebra con ella sus novelas iniciales. Baroja nos ha dejado tanto en obras a caballo entre la realidad y la ficción como Juventud. Egolatría, o bien en Desde la última vuelta del camino, retazos de una malformación en sus colegios pamplonicas. Una desazón intelectual se constituye en temprana edad en la obra de Unamuno, fruto de su formación jesuítica. No olvidemos cuanto debe el pesimismo machadiano a su vinculación con la Institución Libre de Enseñanza. Hay una deformación, en la conciencia personal de cada uno de ellos, traducida en una insatisfacción que termina por proyectarse al ambiente y acaba recogida en novelas, artículos, cartas, poemas, reflexiones al hilo de la observación.

Otra raíz, que les hizo persistir en la denuncia de los males y agudiza su crítica, se adensa en el fracaso personal de sus vidas públicas. A Unamuno le cuesta Dios y ayuda conseguir una plaza en la Universidad pública, para ejercir definitivamente un saber que no estaba en su intención inicial. Baroja fracasa como médico, una carrera hecha el hilo de una vocación familiar, no personal, hasta el punto de abandonar su ejercicio por trabajos muy alejados de su condición universitaria. Azorín jamás ejerce la abogacía y sus veleidades políticas quedan truncadas muy pronto debiendo dedicarse al periodismo como signo de independencia paterna. Machado es hombre de vida gris, sin rumbo fijo, zarandeado por el destino hasta sus últimos días. Todos tienen vinculaciones con la política y hasta el insolidario Baroja tienta su fortuna al tratar de conseguir un acta de diputado. Como hombres públicos son la historia de un fracaso aunque esto no afecta a la proyección personal en sus ámbitos respectivos. Todos encuentran en la creación literaria una salida vocacional y es lo mejor que les pudo pasar.

Ante un reto tan complejo, casi todos proponen la creación de una filosofía hispana de raíz ética y estética. En la práctica sin la adscripción a un sistema que ni siquiera se esfuerzan en conseguir. Su pensamiento está desperdigado en múltiples caminos: la novela, el ensayo, el artículo, el libro de viaje, la memoria, el teatro, la epístola, la poesía; aunque esto no es obstáculo para que estuvieran alertas ante los soplos nórdicos. )Por qué sintieron los hombres del 98 la necesidad de la lectura, entre otros, de Schopenhauer, Nietzsche, Kierkegaard, Bergson, los teóricos del anarquismo?

En el caso de Baroja quizá haya que relacionarlo con la sensibilidad nacida en la falta de correspondencia entre el deseo y la realidad, engendradora de amargura, recelo y sobre todo insatisfacción. Llega un momento en que necesita un soporte filosófico sobre el que asentar su visión del mundo y se lo proporciona Schopenhauer, quien le hace evolucionar desde el agnosticismo al criticismo extremado. Por eso en una primera etapa Baroja trata de vencer el dolor por el conocimiento y en una segunda mediante la acción (F. Nietzsche). Sin olvidar estas palabras que nos conducen al origen:

Respecto a mí, yo he notado que mi fondo sentimental se formó en un periodo relativamente corto de la infancia y de la primera juventud, un tiempo que abarca un par de lustros... En ese tiempo, todo fue para mí trascendental: las personas, las ideas, las cosas, el aburrimiento, todo se quedó grabado de una manera fuerte, áspera e indeleble. Avanzando luego en la vida, la sensibilidad se me calmó y se me embotó de pronto, y mis emociones tomaron el aire de sensaciones pasajeras y más amables, de turista. Esa es la razón por la cual en una primera etapa los personajes barojianos son meros observadores de la realidad, como les ocurre a Andrés Hurtado y a Luis Murguía, o bien, vencidos de antemano, la abulia preside su existencia como le acontece a Fernando Ossorio: La vida es una cosa oscura y ciega, potente y vigorosa, sin justicia, sin fin; una fuerza movida por una corriente X -la voluntad-. En vano se buscará un sentido de la vida: ciega, insensata, cruel es la vida, como la voluntad que ella representa. En una segunda etapa dominan los personajes nietzscheanos o los hombres de acción en la tradición aventurera del siglo XIX, como César Moncada, Martín Zalacain o Shanti Andía. Es muy posible que hubieran llegado a Baroja ecos del "Wille zu macht", la voluntad de poder, pues encuentran en este último el placer dionisiaco del mal en su activa realización.

La situación de Unamuno es mucho más compleja. Estamos ante el eterno opositor a una cátedra de filosofía. Hay por una parte relaciones con la profesionalización del escritor y pensador; por otra, cierta proclividad hacia el pensamiento religioso racionalista centroeuropeo en el que anhela encontrar una apoyatura sistematizada capaz de vertebrar sus problemas en un todo coherente. El análisis del sentimiento trágico, más conato que certeza, lo relaciona con el pensamiento disperso del danés S. Kierkegaard y la afinidad que mantiene con él es superior a la establecida con los pensadores alemanes. Incluso los teóricos del racionalismo religioso luterano aportan mayor sustancia que los filosófos. Si el anticlericalismo bonachón asoma por doquier en los textos barojianos, una religiosidad esencial recorre el espinazo del pensamiento unamuniano. La imposibilidad sentida al no haber encontrado una solución personal le nace en la época cuando aparecen las primeras incertidumbres. Es el adolescente quien entra por propio pie en el terreno de una duda más sentimental que razonable. El ahondanmiento y la continuidad son otra historia.

A. Machado, formado en otros presupuestos más ideológicos que profundos, es conducido a un franciscanismo republicano que deviene en un liberalismo bondadoso perceptible en numerosos poemas, no sólo cuando se define sino cuando enhebra en la etapa de sequía lírico-narrativa las prosas de Los complementarios y Juan de Mairena. El pensamiento filosófico no es en Machado de primera mano sino en su cordial afiliación al de Unamuno. El saludable oreo bergsoniano pone un contrapunto salvable al decadentismo heredado del siglo XIX y a las contradicciones de su propia vida.

El más conciliador y variado es Azorín; desde un anarquismo de salón, fruto de sus lecturas y de la juventud, hasta la serenidad nacida del fracaso en la vida pública. Lector infatigable sin selección, puede esto en parte explicar su dispersión. Adquiere muy pronto conciencia de estilo y está atento a cualquier innovación que traiga un soplo de aire nuevo aunque la asimila con prontitud y la hace pasar por el cedazo de una sensibilidad hiperestésica. Es perceptible en el Azorín narrador inicial cierta proclividad al pesimismo radical en la línea de Schopenhauer; la imaginación de Antonio Azorín al contemplarlo todo a su alrededor como un caos incomprensible, trata de poner orden en sus ideas mediante la ficción descriptiva. Las cosas y la relación establecida entre ellas a través de la mirada frenan el caos con el que la voluntad vencida se identifica, haciendo nacer en el personaje y en el lector una simpatía indeleble fijada a través de la dimensión temporal de su palabra.

Las corrientes filosóficas alemanas y escandinavas permiten mayor hondura pero no aportan la sustancia que estaba en ciernes en todos ellos. Los reafirman en su concepto ético de la existencia personal, secundariamente colectiva, los dotan de una perspectiva psicológica nacida en fuentes muy diversas; en algún caso como el de Unamuno de una ontología, en otros como Azorín o Valle Inclán de una estética finisecular o conscientemente deformadora. Es posible espigar en todos ellos ecos del mundo concebido como un conjunto de impresiones caóticas imposibles de ordenar (El árbol de la ciencia), incluso que haya que buscar en una lejanía imposible ese Absoluto trascendente al mundo (Camino de perfección, las Sonatas), resuelto en un principio irracional, la abulia (La lucha por la vida, La voluntad), y en consecuencia, muchos de los personajes estén vencidos de antemano y no haya salvación posible porque han renunciado a la vida (recordemos al M. Machado de "Los adelfos", "Mi voluntad se ha muerto una noche de luna"), a la no conciencia de perpetuación, a la cara amable del mundo. La negación de vivir en la creación literaria es una constante inicial en todos ellos.

Los hombres del 98 son sin lugar a dudas el grupo más profundamente español de todos los tiempos. El ahondamiento en la yoidad definidora de lo hispano los incardina de tal modo que en la práctica no sienten la necesidad de satisfacer su curiosidad fuera de España. No supone su actitud un desprecio de la cultura occidental externa sino que miran a sí mismos como esencia constitutiva del ser español y de sus realizaciones. Las lecturas sustituyen el viaje y no es precisa la estancia confrontadora de lo extranjero con lo nacional. Para el análisis de nuestra condición, el profundo conocimiento del alma española sobra y basta. Sus viajes fueron esporádicos o forzados. Por razón de su trabajo sorprendemos a Azorín en París, también a los hermanos Machado. Es en este sentido como debemos valorarlos y comprenderlos. Partiendo de tendencias vivas en su niñez y coetáneos del modernismo, encuentran su centro en el diario vivir al igual que el resto de los españoles. Y hemos de admirarlos porque no hablan de España de memoria, desde un gabinete de trabajo, aislados en su propio ensimismamiento. Todos conocen la realidad geográfica y el afán cotidiano de nuestros pueblos. Casi toda España pasa por los ojos y oídos alertas de Unamuno, Azorín, Menéndez Pidal, en menor medida Baroja y Machado. Y lo más importante es que todo cuanto contemplan se traduce en palabra profunda e hiriente, llena de amor en medio de su adustez.

Su esencial españolidad les hace vivir como auténticos ascetas. Sobrios en el gozo de la vida, sentida por dentro. Unamuno se vincula a Salamanca y proyecta su inquietud personal en el ámbito intelectual universitario, en el género epistolar y en el periodismo. Baroja, fuertemente unido a su madre, pasea por el Madrid castizo su humanidad solitaria. También tiende un puente con su casa de Itzea. Machado vive en profundidad sus tres exilios de Soria, Baeza y Segovia. Se incardina a sus gentes y paisajes hasta recalar definitivamente en Madrid. Algo similar podemos afirmar de Azorín y Menéndez Pidal. Todos dedicados a una tarea titánica. Entregados a una labor intelectual y creativa muy alejada del aplauso oficial. Y siempre atentos.

Una viva reacción de inconformismo frente a la desidia general preside sus vidas y en ese volver hacia su propia circunstancia actúan de la misma manera que los españoles de la segunda mitad del siglo XVI, época de la ascético-mística y de la conciencia de una nacionalidad, definición del ser español frente a la secularización paneuropea de los erasmistas.

* Catedrático de Lengua y Literatura del I.E.S. Ángel Ganivet de Granada. Doctor en Filología.


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