Alfa. Revista de la AAFI.
EN EL TREN DEL PENSAMIENTO
(VIAJE LITERARIO E INTEMPORAL A ANDALUCÍA)
José L. Rozalén Medina*
l. HACIA EL EMBRUJO DE GRANADA
En las aspas de los molinos manchegos, a lo lejos, el sol brujulea. El Talgo de la tarde otoñal va abriendo surcos en el aire pardo y aún caliente del final del verano. El azul limpio del cielo aparece y desaparece cruzado y oscurecido por imponentes monstruos de algodón y gris.
Granada, Almuñécar, Jaén, Baeza... Andalucía me espera. En la incipiente tarde de un domingo madrileño, un poco nostálgico, un poco escéptico, me subo al tren, que, silenciosamente, me lleva, dejando atrás con celeridad el sur calcinado de Madrid. Me aguardan unas jornadas de conferencias, debates y reflexiones sobre la situación de la filosofía en nuestro país, sobre la filosofía española, sobre el "ser" y el "estar" de los españoles partiendo de la profunda visión que presentaron los noventayochistas.
Incluso, desde una una perspectiva mucho más ambiciosa y universal, me espera la gran pregunta: "¿Para qué filosofía?". Cuál es el papel primordial, irremplazable que la filosofía debe ejercer en una sociedad como la nuestra, que, anclada aún en el postmoderno desencanto, busca vías ultramodernas para encontrar el sentido, para otear el mundo de los valores? ¿Por qué filosofía si ya no hay "nostalgia de verdad"? ¿O si la hay?
Filosofía para pensar el Universo entero, filosofía para criticar el atontamiento y la superficialidad envolventes, filosofía para ser más auténticos, más racionales y, por qué no, más felices en tiempos de tanta miseria espiritual, de tanta indigencia existencial, filosofía académica o filosofía popular, filosofía como aproximación amorosa a la sabiduría, filosofía como interpretación de los mitos y los ritos..., sigo pensando, mientras el tren, caballo desbocado y piafante de metal y sombra, rompe en dos la tarde olorosa y decadente.
Horizontes sin fin de vides retorcidas y de barbechos polvorientos nos dicen adiós. Pequeñas ondulaciones, violáceas, apenas si se abocetan en lontananza. Siluetas blancas de pueblos encalados se recuestan perezosas en colinas y vallejos; sus torres, renacentistas y achapiteladas, destacan sobre el caserío.
Hileras de esbeltos cipreses, hitos de espiritualidad del camino, van a morir irremisiblemente en las tapias blancas de los camposantos. Una venta abandonada, el espíritu del Quijote en su portón desvencijado, una enorme tinaja en su corralón... (Cuanta falta nos hace falta hoy tu heroico empeño y tu locura en los páramos de España, amigo Quijano, para construir entre todos los que aquí vivimos un ideal generoso, impregnado de respeto y de solidaridad con todos los pueblos de nuestra singular nación, con todas las gentes del mundo entero!
Me vienen a las mientes aquellas palabras orteguianas, cuajadas como siempre de hondura y sentido, cuando se dolía: "Mi raza", decía el pensador castellano, "ha sido siempre una raza muy extraña, muy extraña. Las ideas que sobre ella corren son completamente falsas y mis compatriotas son los primeros en no tener la menor sospecha de quiénes son, de cómo son".
Los hombres del 98 (Unamuno, Valle Inclán, Azorín, Machado, Ganivet, Pi y Margall...) sí pensaron y soñaron España, una "España crítica", no la de Frascuelo o la pandereta, sino "la de la rabia y la idea", y la pensaron y soñaron con el corazón y con la cabeza, porque la sentían dentro, porque querían armonizar lo peculiar de todos los españoles con lo europeo y universal, lo característico de cada tierra, de cada región, de cada cultura con lo que es patrimonio común de este magnífico y abigarrado pueblo cuajado de historia y de creaciones, de aciertos y de errores.
Y hoy ¿qué estamos haciendo?, ¿quién plantea un debate serio sobre lo que somos y queremos ser?, ¿quien para los pies a tantas insensateces, políticamente interesadas y egoístas?, ¿es que sólo tienen historia algunas nacionalidades?, ¿por qué la noble y esforzada Castilla aguanta tanto olvido?, ¿y la gentil y cultísima Andalucía... es que no van a comprender nunca algunos líderes políticos, prepotentes, iluminados y arriscados que, mientras algunos pueblos de España andaban casi en la prehistoria, Andalucía era ya la joya del mundo civilizado?
A mí, desde el amor a mi tierra castellana, me gustaría una España abierta a todos los aires, a todos los mares, a todas las lenguas, a todos los pueblos que aquí vivimos, respetuosa y acogedora..., sin ayatolas fanáticos de cualquier bando, que arrasan derechos inalienables e imponen como única su particular política, para mantener, cueste lo que cueste, sus egocéntricos privilegios y prebendas. El proyecto, (sería tan bello, tan justo, tan prometedor, tan deseado por los millones de españoles de a pie que sueñan con la paz y el desarrollo! Y, en definitiva, (tan fácil de realizar, con un poco de generosidad y de sentido común!
Avanza el tren de la tarde y sigo contemplando y pensando. Un castillo, con sus almenas derruidas, se asoma a la barbacana inmensa y desolada. Olivos alineados al tresbolillo, almendros ya oscurecidos, un riachuelo seco y olvidado. Irrumpe de pronto Despeñaperros, rompiendo la horizontalidad, que se había convertido en compañera de la llanura. Aparecen ahora carreteras serpenteantes, breñas duras, peñascos negruzcos e inhóspitos. Cambia la cadencia del paisaje, que se convierte en más arisco y montaraz.
El Talgo atraviesa el ocaso por entre profundas hoyas y despeñaderos. Se va atenuando el calor que el sol proyecta sobre nuestra ventanilla, a pesar de que ya casi se han desvanecido las nubes del atardecer. Se adivinan por la derecha montes de hirsutos carrascales y de nobles encinas que desafían el tiempo y el espacio.
Las tierras abundantes de olivos, tirados a cuadrícula sobre las lomas encadenadas hasta las cimas de la montaña, las tierras rojizas, el olor a aceite de las cercanas almazaras, las cercas de toros bravos que pastan las inminentes tinieblas, las estaciones de ferrocarril que pasan fugaces ante nuestros ojos semicerrados..., nos entregan definitivamente a la noche granadina, en la que, bajando por los Cármenes, escuchamos los rumores del Generalife arrullando en silencio la magía nazarí de la Alhambra dormida.
Mañana empezará el Congreso, pero mañana... será otro día. Permitidme esta noche gozar del perfume deleitoso del paraíso: Sueña Granada en el Albaicín gitano y en sus portadas renacentistas... (Bella España árabe y cristiana, armónica y tolerante, recoleta y sensual, susurradora y excitante, melodía de pueblos y de culturas...!
II. VISITA A ALMUÑÉCAR
Desde Granada, a través de un campo escarpado y rutilante, entre risqueras cortadas a arista y barrancos rojizos cubiertos de chumberas, nos acercamos unos días a Almuñécar. Allí, el Centro Mediterráneo de la Universidad de Granada esta celebrando el Curso en torno a "Ganivet y la Generación del 98". Profesores y estudiantes de todos los puntos de España, especialmente andaluces, participaron en este sugeridor encuentro.
Almuñécar, la antigua sexi fenicia, es en otoño un caserío blanco encaramándose hacia lo alto de la colina a través de sus calles blancas y perfumadas, en donde nos podemos encontrar la plaza de Damasco con todo el sabor árabe en sus encalados y pasadizos, o el Pilar de la calle Real con un frontal marmóreo del siglo XVI dedicada a una diosa de la fertilidad...
Almuñécar es su inmensa bahía como un abrazo de olas, piélago semioscuro de misterio y reflejos, dormida al atardecer tropical, contemplada desde el cerro del Santo con los ojos semicerrados por la emoción y el silencio. Es su acueducto romano que discurre por un paisaje de belleza inaudita entre bosques de aguacates, chirimoyas y palmeras, y que en otros tiempos acarreaba agua para el consumo ciudadano y para la factoría de salazón de pescado y "garum" romanos.
Almuñécar, cuando el otoño ya ha llamado a las puertas del mar, es su luz aterciopelada y cálida, sus tiendecitas y zocos, su vegetación variada y sensual con plantas de todos los continentes creciendo desbordante en un parque abigarrado y bien cuidado bajo su desdentada y gigantesca muralla. -3-
Almuñécar, cuando el verano, por fin, ha sido vencido por los primeros vaivenes caprichosos del otoño, es la necrópolis fenicio-púnica de Puente de Noy, exponente riquísimo de toda aquella antigua población de origen semita que habitó estos lares: Hipogeos, tumbas, ajuares funerarios, adornos, ánforas... suponen un extraordinaria expresión de cómo vivían y morían aquellas gentes.
Para gozar de Almuñécar hay que perderse sin rumbo por sus callejas y rincones repletos de tiendas y tenderetes, visitar las Cuevas de Siete Palacios, sus dos columbarios romanos, el palacete de la Najarra de clara tradición árabe y dotado de unos jardines monumentales con una sinfonía de cipreses embriagadora...
Al subir por la mañana a las sesiones del Curso, que se celebraban en las modernas instalaciones de la Casa Cultural Municipal, indefectiblemente llegábamos, ascendiendo a través del temblor del día apenas estrenado en las macetas de los geranios recién regados, a la iglesia parroquial de la Encarnación, que se levanta con su planta de cruz latina junto a la citada Casa Cultural.
Obra representativa del arte granadino, tanto por la cronología de su construcción, como por su decoración exterior, representa la primera iglesia de Granada que se edifica en estilo protobarroco, con un cierto sabor herreriano, sobre todo en su torre, elegante y robusta que presenta una mezcla interesante de diversos elementos, con dos cuerpos macizos rectangulares, rematados por otro cuerpo cilíndrico sobre el que se apoya la cúpula apuntada, decorada con azulejos vidriados, y rematada por una airosa cruz de hierro.
La fábrica del templo es soberbia y se levanta solemne sobre el albo caserío, serpenteante y bellísimo. En su espléndida y amplísima fachada, dividida en tres cuerpos por finísimas molduras, aparece, arriba, una inscripción con el año l6OO, y a la derecha, un gran reloj de sol que nos anuncia, precisamente, que nos debemos apresurar porque ya es la hora justa en que comienzan las ponencias y el trabajo...Y allí vamos.
(Generación del 98! Hombres que soñaron una España distinta, una España ideal, una España desarrollada y armónica entre sus valores espirituales y su desarrollo material, entre su bagaje cultural y su progreso técnico. Lo había dicho Nietzsche: "Los españoles son un pueblo que ha soñado demasiado", y eso está bien. Pero esa España no supo entonces lograr un modo de convivencia pacífico que aglutinase los distintos registros que presentaba el mundo moderno, y hoy, a las puertas de un nuevo milenio, aunque hemos avanzado mucho, con una democracia conquistada y un nivel de vida muy superior, aún tenemos que vertebrar y consolidar nuestra convivencia, para encontrar entre todos los que componemos esta hermosa tierra nuestro verdadero camino.
Nuestra historia ha sido muchas veces traumática y hay que buscar, como hicieron los hombres del 98, un ideal sinfónico, de integración, de mano tendida, de historia común que sepa respetar el bello sonido de la melodía general elaborada a través de muchos siglos de convivencia y creación, pero que también está dispuesta a escuchar con amor los diversos instrumentos, ritmos, lenguas y canciones que, en el concierto de los pueblos, llegan de todas las latitudes de esta magnífica "nación de naciones" que es España, sin la cual, Europa (otra empresa por construir, por encima de Maastrich y de sus mercaderes y banqueros) no tiene futuro.
III. JAÉN Y GINER
Y Jaén..., allá abajo, con las soberbias torres de su catedral levantándose erguidas, parece, desde las almenas del castillo de santa Catalina, enclavado sobre monte abrupto y rocoso con la Torre del Homenaje a nuestras espaldas, una silenciosa maqueta blanca, con sus callejas estrechas y tortuosas, enmarcada en el campo casi infinito de olivares de plata y sueño que se acuestan en la vega de Guadabullón. Al otro lado, la cadena ingente de montañas que va a desembocar en los picos de Sierra Nevada alza sus crestas ceñudas y desafiantes.
Jaén, la Antigua Aurgi de los romanos con sus minas de plata, Kiurin de Al-Andalus, ciudad cristiana con Fernando el Santo en el siglo XIII es una ciudad sencilla, acogedora y amable, con obras de arte de no poco valor. Ahí está su magnífica catedral, gala del renacimiento andaluz, diseñada por Vandelvira, de esbeltas proporciones y de una gran armonía en su conjunto. Empezada a construir en el siglo XVI, se acaba en el XVIII y presenta una gran riqueza decorativa en piedra, con esculturas de Pedro Roldán, Julián Roldán y Lucas González de una gran categoría estética.
Ventura Rodríguez realizó la traza de la iglesia del Sagrario, de bellas proporciones; en el convento de Carmelitas Descalzos podemos contemplar el manuscrito del "Cántico Espiritual" de San Juan de la Cruz; en la iglesia gótica de San Ildefonso resalta extraordinario un grandioso retablo de La Roldana; los Baños Árabes, seguramente los más grandes de España, construidos en el siglo XI, que han tenido una larga historia de olvidos y restauraciones, se presentan hoy, por fin, al visitante como un magnífico monumento nacional.
La Universidad de Jaén ha organizado un merecido homenaje a Giner de los Ríos y me invita amablemente a participar. "Las huellas necesarias de Giner y Cossío en la educación del siglo XXI" es el título de mi conferencia, y así lo expongo con total convencimiento. Todo se produce en un cálido clima de atención y de posterior participación en el vivo coloquio que se plantea. Y pienso que deben ser huellas indelebles las de Giner y Cossío, porque tuvieron una alta concepción filosófica del mundo y del hombre, porque defendieron una antropología esperanzada que se apoyaba en la razón y la conciencia; porque defendían el desarrollo armónico del ser humano; porque supieron sintetizar el pensar, el ser y el actuar; porque no podía haber para ellos ética sin estética, ni arte sin vida honesta; porque fueron tolerantes y exigentes a la vez; porque renovaron la pedagogía y la didáctica; porque viajaron al mundo entero y trajeron aquí lo mejor de allí; porque fortalecieron el alma y el cuerpo; porque descubrieron la montaña y los deportes, la ducha y la higiene, los pueblos y los bordados, el Greco y la vieja cerámica popular; porque eran elegantes (en tiempos de zafiedad), aunque sólo tuviesen una camisa, muy blanca, eso sí...
Giner y Cossío, huellas ineludibles en la educación de nuestro tiempo, porque vislumbraron una nueva patria (sin ser casticistas, decían "patria", sin rubor, ellos que eran liberales, progresistas y republicanos) integrada por todas las tierras de esta nación de naciones, sin exclusiones; porque renovaron los métodos y los estilos; porque, en definitiva, fueron españoles de una pieza, y hoy, como ayer, nos hacen mucha falta, en tiempos de tanto pigmeo intelectual suelto, de tanto "cantamañanas" salpimentonado de progresismo, de tanto "escribidor" autosuficiente que "desprecia cuanto ignora" que, si te descuidas, te endiña frases como ésta que leí hace unos días: "Giner de los Ríos, con los miembros de la Institución Libre de Enseñanza, influyó en la consolidación de un nacionalismo centralista". (Ahí queda eso! Y eso que fueron luz, apoyo, ejemplo, trabajo, palabra incansable para TODOS LOS ESPAÑOLES SIN EXCEPCIÓN y sus puertas estuvieron siempre abiertas a los cuatro puntos cardinales de nuestro país.
Aunque mucho se ha escrito sobre la vida y obra de estos dos grandes pedagogos, creadores e impulsadores de la Institución Libre de Enseñanza, que fue gabinete de estudios, reducto espiritual de la España decadente de la época, laboratorio de pedagogía y didáctica, aunque mucho se ha escrito (más de Giner que de Cossío), aún nos queda mucho por conocer y admirar de su riqueza intelectual, que aún conserva todo su vigor.
Es tal la fuerza de sus personalidades, que, sería imposible intentar aquí, en este viaje literario e intemporal, ni siquiera una apretada síntesis de su pensamiento y de su acción, de aquello que supuso su entrega vocacional y absoluta a la redención espiritual de los hombres y mujeres de su tiempo, de la siembra permanente en el alma de los niños y los jóvenes como gran esperanza del mañana, de su cosmopolitismo sin fronteras y de su amor dolorido, y esperanzado a la vez, a todos los paisajes y paisanajes de su tierra.
Giner y Cossío brillan cada uno con luz propia, pero se complementan y perfeccionan. Si Giner es la fogosidad que arrebata, Cossío es la belleza que subyuga; si el maestro andaluz es la inmersión gozosa en la Naturaleza, el pedagogo castellano, inspirador y alma del Museo Pedagógico, de las Misiones Pedagógicas, y de tantas y tantas obras educativas, es la contemplación estética y estática del paisaje, "sabiendo ver" lo que hay en él de armonía y perfección. Cossío ahondó, amplió, serenó los cauces de Giner, pero el espíritu es el mismo: "Forjar hombres y mujeres de una sola pieza, en unidad consigo mismo, con la naturaleza, con Dios". Es decir, la Escuela ("desde la cuna a la sepultura") formará personas bien pertrechadas mental y éticamente, para que, con su razón y con su libertad, se acerquen cada vez más a Dios, Sabiduría suprema, Bien absoluto, Belleza inconmensurable. Resuenan aquí, evidentemente, ecos socráticos y platónicos de helénica luminosidad.
Puesto que se trata hoy de homenajear a Giner, daremos unas breves pinceladas más en honor del maestro rondeño. De Cossío, tal vez, hablaremos en otra ocasión. Francisco Giner de los Ríos quiso hacer de España una inmensa aula, en donde los hombres y mujeres consiguieran "dirigir su vida con sustantividad", en donde se defendiera el desarrollo de la ciencia y del pensamiento, la libertad tuviese su sede, la enseñanza activa y personalizada triunfara sobre la simple instrucción, la neutralidad religiosa, el respeto a las conciencias, la tolerancia y el diálogo fuesen la norma habitual de actuación frente al ataque visceral y estéril contra los adversarios: "Porta patet omnibus..."
Giner, siempre fiel al krausismo de su maestro Julián Sanz del Río, supo imprimir al idealismo del pensador de Illescas su impronta peculiar, llevando a cabo una serie de síntesis armónicas que van a unir creadoramente los valores universales del Ideal krausista de la Humanidad con la acción inteligente y práctica al servicio de la sociedad. El ideal se convierte en vida, y la utopía racional se adapta a las circunstancias.
En Giner, Antropología y Pedagogía se coimplican y se exigen, ya que sobre los problemas de educación gravitan siempre los problemas del hombre. La reforma social exige la reforma personal, y esta supone la acción educativa. Al Hombre se le proyectan tres objetivos esenciales: l.Conseguir el predominio absoluto de la razón. 2.Lograr que el conocimiento científico, libre y crítico se acepte como el único saber de salvación. 3.Mantener a la conciencia moral personal como paradigma definitivo de nuestra conducta.
La educación no puede ser únicamente transmisora de saberes, sino que debe aspirar a ser "formación integral de la Persona", individual y social, realidad personal que se presenta siempre con las notas definitorias de dignidad, responsabilidad y original vocación, y que debe conseguir, a lo largo de la vida, un carácter equilibrado, unos sentimientos sanos, un cuerpo fuerte, una mente bien estructurada y clara, unos modales nobles y dignos, una sensibilidad desarrollada y cultivada...
Frente a una concepción antropológica pesimista, frente a una trayectoria de dolor, de mal, de pecado, con unas claras repercusiones metodológicas de represión, amenazas, castigos, tristeza en la Escuela, Giner va a proponer el libre, tolerante y gozoso ejercicio de la razón, del deber aceptado libremente, que produce el más profundo placer.
Y hablando de placeres... Profundo y grato es el placer, finalizadas las Jornadas, que disfrutamos en la noche de Jaén, con una cerrada niebla londinense invadiéndolo todo, niebla nada frecuente por estos lares (según nos dicen "jaeneros" de pro), mientras disfrutamos de la conversación y la amistad de los organizadores del "Homenaje a Giner", mientras deambulamos por las callejas más típicas, por los rincones más recoletos y agradables, y unos buenos vinillos echados al coleto, acompañados de sus correspondientes aceitunas bien aliñadas, nos hacen entrar en calor. Al día siguiente, decimos adiós a Jaén, olivarera y entrañable ciudad.
lll. LA BAEZA DE MACHADO
Antes de emprender el regreso definitivo a Madrid, tras la inmersión gozosa en el mundo del 98, hago parada y fonda en Baeza. En Almuñécar, un amigo me invita gentilmente a visitar, al menos durante unas horas, la bellísima ciudad, en la que Machado vivió y enseñó, pensó y soñó España. Acepto gustoso la invitación.
Llegamos al atardecer de "una tarde húmeda y fría", con una niebla espesa y pegajosa que envuelve en misterio las sombras desfallecidas que huyen asustadas y evanescentes por las callejas casi desiertas del espléndido caserío. Todo se nos ofrece mágico, sagrado, como perdido en el tiempo, como rastros fantasmales de otro mundo, de otro lugar, de otra época. Intento escribir, pero la prosa me parece dura, con aristas, incapaz de expresar la honda emoción que me produce aquella vivencia de la piedra, la fuente y la historia.
El espíritu poético de Antonio Machado nos acompaña durante todo el paseo interior. Ante los balcones cerrados a cal y canto y la callada puerta de la humilde casa donde moró el poeta (una pequeña placa lo recuerda), bosquejo estos sencillos versos como un mínimo homenaje de gratitud a la ciudad y a su cantor:
Bajo el farol neblinoso
Baeza se adormece, fría,
verdín en los secos troncos,
silencio en las celosías.
En la noche jaenera
del otoño, como espías,
hilera de negros chopos,
cipreses como vigías.
La lechuza de Machado
revolotea arquerías,
pináculos y ventanales,
relieves renacentistas.
Sobre la antigua mezquita,
plaza de Santa María,
soberbia, la catedral
eleva su crestería.
La Fuente de los Leones,
mármol en sus blancas pilas,
canta goterones tristes,
sus albos chorros tiritan.
Antigua Universidad,
calles viejas, retorcidas,
Palacio de Jabalquinto,
Audiencias y Escribanías.
Arco de Villalar,
Comuneros de Castilla,
triunfo de los imperiales,
recuerdo de vieja herida.
Los fantasmas de las sombras
vagan por las galerías
de los palacios dormidos,
de las estancias perdidas.
En la misteriosa bruma
de tus soportales vibra,
Baeza de los olivares,
mi alma, que está cautiva.
IV. VUELTA A MADRID
En el mismo tren de la tarde y del otoño que me trajo, vuelvo definitivamente a Madrid. Contemplo de nuevo el paisaje de la ida, pero ahora sugiere en mí nuevas ideas, más
dinámicas y esperanzadoras, gestadas al calor de lo que he pensado, vivido y sentido durante estos días en tierras andaluza.
Mientras el tren rompe en dos el horizonte, recuerdo las palabras de Ortega en sus Meditaciones del Quijote: "Dios mío, ¿qué es España? En la andadura del orbe, en medio de las razas innumerables...,bajo la frialdad inmensa y cósmica del parpadeo astral, ¿qué es esta España, este promontorio espiritual de Europa, esta como proa del alma continental?"
Ante la efemérides del 98, que ya comenzamos a evocar y a la que dedicaremos nuestra atención directa en otro momento, conviene que pensemos (para no perdernos en celebraciones vanas) quiénes y cómo somos los españoles. Yo creo que el tuétano de España está sano, el meollo de esta nación de naciones, que algunos políticos vergonzosamente llaman "Estado español" (no se atreven, los pobres, a hablar de España) presenta su musculatura interior en forma, a pesar de las deficiencias y vicios ancestrales que habría que ir eliminando entre todos.
A pesar de que en esta tierra encontramos en muchas ocasiones una moral relativista y egoísta del "sálvese quien pueda"; a pesar de que, muchas veces, los valores éticos y aun estéticos se desprecian porque se ignoran; a pesar de que las actitudes xenófobas son aún demasiado frecuentes; a pesar de que confundimos lo racional y lo visceral y ensalzamos sin mesura, o condenamos sin objetividad a los contrincantes; a pesar de que seamos, en muchos ámbitos de la vida profesional, el país de la chapuza y del "tente mientras cobro"..., a pesar de todo eso, creo que hay motivos suficientes para esperar que vaya germinando entre nosotros la semilla de un nuevo talante moral, profesional e intelectual.
Están apareciendo nuevas generaciones jóvenes que, luchando contra el paro y el desánimo, se preparan por abrirse camino en la vida y luchan por conseguir las metas de instrucción y educación que se han propuesto; observo que aumentan los voluntarios para multitud de causas nobles, los gestos solidarios contra el terror y la muerte injusta, la actitud valiente y serena de una España pacífica y tolerante que no quiere más sangre asesina.
En el asiento de enfrente de mi tren de la tarde un chico y una chica charlan animadamente y comentan con buen sentido la crítica de una película que van leyendo en una revista especializada. De vez en cuando, se hacen un cariñito, se ríen y siguen con su inteligente diálogo.
Creo que se van forjando día a día buenos profesionales en todos los campos del saber, de la técnica de los oficios; me doy cuenta de que este viejo pueblo "sabe estar", va adquiriendo más altos niveles de respeto y de entendimiento, como lo ha demostrado durante su modélica transición, y más recientemente en momentos muy delicados y peligrosos. Es preciso que todos, gobernante y gobernados, estemos a la altura de los tiempos.
Ya conocemos la picaresca existente en nuestro país, la fama y el enriquecimiento de los sinvergüenzas, el protagonismo masificado de personajillos que nada tienen, nada hacen, nada aportan al desarrollo de esta nación, pero también conocemos que por todos las sendas de la vieja Iberia se encuentran rastros intactos de hidalguía y sabiduría popular, de saber compartir el pan y la sal, de la conversación esponjosa y acogedora, del trabajo diario, callado y exigente.
En la última estación ha subido al tren una señora algo mayor que apenas puede con su enorme maleta. En cuanto ha aparecido en el vagón, casi simultáneamente, dos viajeros de mediana edad se han levantado raudos para ayudarle a instalarse convenientemente, con normalidad, sin aspavientos, como si la tónica general del comportamiento público fuese la educación y las buenas maneras.
Vuelvo a pensar en España. No hay más que recorrer sus anchas espaldas de mesetas y cordilleras, de ríos y llanuras, de mares y costas, ir con los ojos del alma bien abiertos y comprobar que todo esto es verdad. Lo mismo da que nos dirijamos hacia la mágica y eterna Galicia, con el corazón de Europa orvallado en Santiago, que tomemos las rutas de la sensorial Andalucía, embriagada de azahar, romero y marisma.
Lo mismo da que nos perdamos por la "tierra de Salamanca, tierra/ donde en la roca, corazón/ resuena el eco de la sierra"... con sed de luz unamuniana, que nos quedemos anonadados ante el románico catalán de Tahull, espíritu tallado en piedra, que nos zambullamos en el verdor y hechizo totémico de las montañas cántabras. Lo mismo da que nos zarandee el flujo y reflujo vital y mediterráneo del Levante, que, cielo y tierra unidos en el horizonte evanescente, nos perdamos, Quijotes y Sanchos hermanados, por los extensos e inabarcables campos castellanos entre espigas dobladas y breves alamedas cenicientas ("Tú me levantas, tierra de Castilla/ en la rugosa palma de tu mano/ al cielo que te enciende y te refresca/ al cielo, tu amo".)
Me vienen a la memoria unas palabras que le escuche a Julián Marías no hace mucho: "La estructura personal del español se parece a la de los melocotones; es ésta una fruta delicada, que se corrompe fácilmente, pero tiene un grueso y duro hueso central, a prueba de todo, inquebrantable e incorruptible. El español puede corromperse, desmoralizarse, pero sabe que tiene siempre como un hueso, un núcleo sano e intacto".
Sin duda alguna, la fuerza mayor y más auténtica del español es que "no pone condiciones a la vida...Está pronto a aceptarla cualquiera que sea el rostro con el que se presente". Por las venas de la "piel de toro" corre la savia que va de Ramón LLull a Cervantes, de Luis Vives a Fray Luis de León, de Garcilaso a Teresa de Jesús, de Rosalía a Maragall, de Baroja a Unamuno, de Machado a María Zambrano... El espíritu de los hombres del 98 debe impulsarnos a la reflexión y a la concordia, a la búsqueda de lo que nos define y nos potencia..."Hay en lo hispánico, en sus hombres, en sus costumbres, una especie de poderío afirmativo".
Estoy muy lejos de defender un dudoso y peligroso sentido mítico y casi místico de "lo español". No es eso. España la debemos hacer libre y respetuosamente entre todos los españoles, aportando cada uno su especial identidad, su "hecho diferencial", partiendo de lo que hemos sido, pero pergeñando en libertad el futuro en común que queremos conseguir.
No me gustan del todo las cosas como están, pero tenemos en nuestras manos la posibilidad de enderezarlas y hacer que funcionen bien. España tiene grandes problemas, pero es un país formidable, coherente e inteligentemente divertido (que no es poco, en los tiempos que corren), lleno de vitalidad y fuerza creadora, con una gran experiencia histórica, con un patrimonio artístico que hay que conocer, amar y cuidar.
Suena en el tren del otoño una música ambiental suave, agradable y envolvente. Algunos viajeros se han colocado los auriculares y están siguiendo la película de la televisión en completo silencio. Mi vecino lee un libro. Una pareja, a mi izquierda charla, ríe, calla y seguro que, también, sueña. Nos vamos acercando a Madrid.
Pienso que si superamos la tendencia al achabacanamiento, al "cutrerío estéril", si vamos eliminando la superficialidad de muchos medios de comunicación, si hombres y mujeres conseguimos trabajar más y mejor eliminando esa lacra tremenda del paro, si, definitivamente, los asesinos dejan de matar y la sangre estéril de los españoles deja de correr, si entre todos logramos elevar el tono vital de esta gran nación de naciones que es España, hay motivos de esperanza.
Podremos así celebrar convenientemente el aniversario de aquella generación de españoles que, hace ahora un siglo, sí pensaron y lucharon intelectualmente para elevar el alma abigarrada de nuestra tierra: "España, España, dos mil años de historia no acabaron de hacerte".
Mi tren del pensamiento hace tiempo que se ha adentrado en las tierras ásperas de Castilla, en las que ya se van arrebujando en las primeras sombras del ocaso las barbecheras, cobrizos lienzos de tierra reseca, y los campos de vides como manos sarmentosas cuajados ya de verdes y jugosos racimos. Avanzamos decididamente hacia Madrid. El final del viaje se acerca. El tren va perdiendo velocidad y puedo contemplar perfectamente las tierras cenicientas de los alrededores, las destartaladas afueras de la estación de ferrocarril oxidadas de chatarra y de viejo material de desecho, la arquitectura irregular, desconchada y frágil, de los barrios suburbiales...
Y de pronto, se abre ante mí, restallante de luz, de tráfico, de pasiones, de vida, Madrid, la capital. A pesar de lo impersonal y caótica que ahora me parece, y de lo difícil que es rastrear a primera vista en ese ajetreo frenético lo que podíamos llamar la "síntesis de lo español", el "espíritu de lo hispánico", sin embargo, me produce una verdadera emoción el pensar que aquí, en Madrid, "rompeolas de las Hispanias", nadie es extranjero, y en él están simbolizadas y respetadas todas las culturas de este gran país, de esta gran nación plural, compleja y sugestiva.
Antes de que el tren se detenga definitivamente, aún me da tiempo a vislumbrar por el oeste, como en una ráfaga, la "gloria luminosa del cielo de Madrid... Es este cielo", manifiesta Laín Entralgo, "el protagonista del paisaje, y la tierra se limita a la servidumbre de darle la silueta y el marco..."
Lleva razón el ilustre humanista. A través del crepúsculo barroco y fastuoso, a través de los abigarrados cielos cerúleos y añiles de un Madrid velazqueño, siento que me invade una melancólica serenidad, una calma esperanzada, un equilibrio inefable, y vuelvo a rastrear el latir vivo del corazón de mi pueblo entre el gentío de la estación que se agita, se saluda y se va perdiendo en las fauces de neón y ruido de la inmensa ciudad.
Catedrático y Doctor en Filosofía. Profesor de Antropología en la Universidad de Alcalá.