Alfa. Revista de la AAFI.
José María Muñoz Terrón *
Las breves reflexiones que se presentan a continuación tienen su origen en el título con el que fue anunciada una conferencia del Profesor Juan A. Estrada, que tuvo lugar el 24 de enero de 1997 en la Universidad de Almería. Reconozco que parecerá lo más lógico pensar que el lugar más apropiado para darlas a conocer hubiese sido el coloquio posterior a la conferencia. No fue, sin embargo, así, porque, en rigor, no se trataba propiamente de una pregunta o un comentario que se refiriesen a la, por cierto, brillante disertación del conferenciante. Hubiesen sido, sin duda, unas consideraciones literalmente intempestivas. Al fin y al cabo, se trataba tan sólo de algunas reflexiones que me había estado haciendo, precisamente, con anterioridad al evento mismo y exclusivamente a propósito del título con el que había sido anunciado. Ahora, no obstante, considerando que, si hay algo que merezca la pena ser discutido en los pensamientos que ese título me provocó, debería sobrepasar el particularísimo contexto de la ocasión en la que surgieron, me atrevo a exponerlos aquí (aun a riesgo de ser realmente intempestivo) al contraste con la diversidad de pareceres, que la cuestión sobre la que me interrogo pueda suscitar.
Ya se sabe que los títulos de las conferencias (y de otras muchas actividades y "productos" intelectuales, como ponencias, artículos, libros, etc.) muestran cierta tendencia a ser lo bastante atractivos como para llamar la atención de un público numeroso. Así que, en muchos casos, cuanto más amplia, y, por tanto, inevitablemente ambigua, sea la formulación del asunto, a más gente convocará. El título completo de la conferencia a la que me vengo refiriendo era "¿Puede un científico creer en Dios? Pensamiento científico y creencia religiosa." Fue sobre todo la pregunta inicial, más que el subtítulo, la que me lanzó a estas reflexiones. Me parece que, por una parte, cada palabra empleada en la pregunta suscita sus propios interrogantes y problemas, y, por otra, la articulación de los términos que se nos propone con la pregunta permite varias lecturas diferentes que también sería interesante comentar.
Me propongo, por tanto, únicamente pensar sobre el propio preguntar de esta pregunta, que diría Heidegger. ¿Es una pregunta retórica?, ¿teórica?, ¿existencial?, ¿vital?,... Sea cual sea la razón del "preguntarse esta pregunta", podríamos comenzar planteándole: ¿A quién interesa responder a la pregunta del título? Dos respuestas serían posibles: la primera, que fuese el científico quien estuviese interesado en tomar en consideración la hipótesis "Dios". Aparecería aquí ya además una primera cuestión colateral suscitada por los términos empleados en la pregunta, a saber: ¿de qué científico se habla? ¿del físico, del historiador, del biólogo, del antropólogo, del psicólogo? Pero, en todo caso, ¿por qué le había de interesar precisamente a un científico hacerse tal pregunta? ¿Para su trabajo teórico o para su vida personal? No está claro. Una segunda respuesta posible es que, sea más bien al creyente religioso en Dios al que le interese que el científico se haga la pregunta del título. Sería imprescindible aquí alguna aclaración sobre lo que se entiende por "creer", y más concretamente por "creer en Dios". ¿Es creer una actitud fundamentalmente teórica, o más bien vivencial? De ser esto segundo, quizá el motivo de la pregunta esté en que, lo que en la práctica es perfectamente posible, es decir, que un científico sea de hecho también creyente en Dios, pues lo demuestran los más o menos numerosos casos que se podrían señalar, necesite también una corroboración en la teoría. Parece que la pregunta supone que ha de haber algún problema implícito en esa doble condición de científico y creyente, que podría ser vista quizá como si se tratara de una cierta incoherencia.
En todo caso, esta segunda posibilidad nos llevaría a su vez a preguntar: Y, ¿por qué interesa al creyente saber si el científico "puede" creer en Dios? Nos tropezamos entonces con que la pregunta interroga sobre una posibilidad; y nos preguntamos también en cuál de los sentidos de "posibilidad" se habla. Si suponemos que simplemente se indaga sobre la mera posibilidad de que coincidan en una persona las condiciones de científico y de creyente, y si nos encontramos con que efectivamente se dan tales "casos", que, en mayor o menor número, pueden señalarse a nuestro alrededor en cada época, (hasta cierto punto, pues la creencia no siempre es una actitud pública y manifiesta¿, entonces la pregunta se tornaría ociosa. A no ser que se la entienda, como seguramente es el caso, de este otro modo: ¿Cómo puede un científico creer en Dios? Es decir, transformándola al modo kantiano en una quaestio iuris, o sea, ¿con qué derecho, con qué "legitimidad", racional se entiende, es decir, basandose en qué, o, en definitiva, con qué razón puede un científico creer en Dios? Esta manera de plantear la cuestión estaría dando a entender quizá que suponemos ya una posible incompatibilidad, incoherencia, o al menos una cierta tensión entre ambas condiciones, la de creyente en Dios y la de científico, tal que ambas identidades no pueden convivir armónicamente sin más en un mismo sujeto. Y que, por tanto, sería dentro, por así decirlo, de ciertos individuos donde surgiría la necesidad de plantear este diálogo o discusión entre ambas actitudes: la de científico y la de creyente.
Por eso, volviendo a una de las posibles interpretaciones de la intención o interés de la pregunta planteada más arriba, a saber, si es al creyente al que le "interesa" saber si "puede" el científico ("legítimamente"¿ creer en Dios, resulta necesario seguir preguntándose: Si la pregunta es si el científico puede "legítimamente", "racionalmente", "objetivamente", creer en Dios, entonces, ¿por qué preguntar al científico? Si se trata de una nueva versión de la ya vieja cuestión de la apologética y de la "fides quarens intellectum"; si lo que se quiere saber, en definitiva, es si se puede creer racionalmente en Dios, es decir, si hay una justificación racional (¿"científica"?¿ para ello, entonces, una formulación de la pregunta como la que venimos discutiendo, ¿no parece dar por supuesto que "el científico" (prescindimos ahora de saber cuál, si el físico, el biólogo, el historiador, el psicólogo, el antropólogo,...¿ es la instancia privilegiada ante la cual tendría que legitimarse (racionalmente) la creencia en Dios? Pues bien, lo que nos preguntamos es: ¿en virtud de qué sería el científico un juez más competente, para dirimir cuestiones de legitimidad racional de las creencias teístas o religiosas, que otros individuos que ejercitan su razón? En otras palabras, ¿no se esconde detrás del enunciado de esta pregunta (al menos si es entendida del modo que se ha dicho) una reducción o identificación de la razón (racionalidad) con lo que representa la labor del "científico"?
Verdad es que, en ese caso, todo ello quizá encajaría sin problemas en una concepción cientificista de la razón que, por mor de su neutralidad valorativa, no se pronuncia sobre cuestiones últimas y deja que cada cual elija en la práctica sus "dioses" o "demonios" al margen de la razón, como una cuestión meramente existencial, emotiva, de decisión personal. Recuérdense la exigencia de neutralidad de la ciencia frente a los "valores" y la inevitabilidad de que en la práctica cada cual siga sus propios "dioses" o "demonios", de las que hablara Max Weber. Entonces sí encajaría todo, pues hay una clave para esa "división existencialista del trabajo", a la que se refiere críticamente Habermas, según la cual, para la ciencia son la objetividad y la razón, y para la literatura, el arte, la filosofía, la religión, etc., todo lo demás. Entonces la pregunta sobre la que venimos aquí tratando sería fácilmente soslayada por una perfecta "complementariedad" entre objetivismo y existencialismo, de la que ha escrito K.-O. Apel.
¿Qué tipo de argumentos (sobre la cuestión de la legitimidad racional de la creencia en Dios) hay que esperar que ofrezca "un científico" (sea físico, biólogo, psicólogo, historiador o antropólogo,...), que no se puede esperar que ofrezca cualquiera que ejercite su razón? En su "Respuesta a la pregunta ¿Qué es Ilustración?", ya decía Kant que ser ilustrado requería tener el valor de servirse del propio entendimiento, de dar ese paso hacia la emancipación, la mayoría de edad del pensamiento y "atreverse a saber". No faltarán a quienes esto sólo les parezca una invitación un tanto ingenua para que cada ser humano se convierta en aprendiz de filósofo. A mí, desde luego, me parece que la filosofía, antes que nada, es la búsqueda incesante de un saber que aspira, como ningún otro, a democratizar la tarea excelente del atreverse a pensar. Así que yo, como aprendiz de ilustrado y de filósofo no puedo evitar plantearme: ¿por qué limitar la pregunta al si puede un científico creer en Dios? Si el sentido más coherente de la pregunta es el que le venimos dando hasta aquí, es decir, si se la entiende como "¿puede legítimamente, racionalmente, justificadamente, un científico creer en Dios?", o ...¿cómo puede un científico creer en Dios?; entonces la pregunta propuesta en el título de la conferencia podría ser tan "pertinente" como la de si puede creer legítimamente en Dios un charcutero, una conductora de autobús, un habitante del Amazonas, un filósofo, un vendedor de seguros o una periodista. Ya el mismo Kant mostró que cuando la razón se empeña en plantearse estas cuestiones queda irremisiblemente atrapada en antinomias insolubles. Y el científico, por científico que sea, si se le pregunta por la cuestión de la legitimidad racional de la creencia en Dios, hará este uso "dialéctico" de la razón, del que ni él ni nadie es, en sentido estricto, "especialista", y afrontará, como cualquiera que se atreva a pensar, la perplejidad de tales antinomias.
* Profesor de Filosofía de la
Universidad de Almería.