ARAFAT BAJO FUEGO CRUZADO

Por Walter Goobar

Yasser Arafat estaba en el primer piso de su cuartel general en la Franja de Gaza cuando sonó su celular. "Este es un consejo amistoso: salgan inmediatamente de allí", le dijo una voz con inconfundible acento israelí. El líder palestino se tomó unos instantes para contemplar desde su ventana las azules aguas del Mediterráneo y la Costanera. El cielo estaba despejado, pero Arafat sabía lo que se venía: el linchamiento de dos reservistas israelíes producido un par de horas antes en Ramala había colocado a palestinos e israelíes al borde de una guerra total. Recordó aquel fatídico día de 1982 en que los israelíes bombardearon el edificio de Beirut instantes después de que él se había retirado. Giró sobre sus talones y se dirigió a Nabil Shaat, uno de sus principales negociadores y a sus guardaespaldas: "Quieren morir junto conmigo?", preguntó. "Tienen derecho a irse", agregó. Todos se quedaron.

El jefe de la seguridad de Arafat, un hombre lacónico de mirada vidriosa y manos de karateca, apodado "El Degollador" condujo a su jefe a un bunker ubicado en el subsuelo del palacio de gobierno. Diez minutos después, una formación de helicópteros israelíes apareció desde el mar. El ataque duró media hora, destruyó las cinco modestas lanchas patrulleras de la flota palestina e hizo saltar por los aires el cuartel general de la Marina, ubicado frente a las oficinas de Arafat. Cuando el líder palestino salió de su refugio, comprobó que su cuartel general no había sido dañado. El bombardeo no había sido un intento de asesinato, sino una operación de castigo, un acto simbólico de venganza, según los sutiles códigos que se manejan en el Medio Oriente.

Una innegable cualidad de Arafat es su capacidad de convertir las derrotas en victorias: En 1982, rodeado por el Ejército israelí en Beirut, no le quedaba más posibilidad que rendirse, pero decidió seguir luchando contra un enemigo mucho más poderoso. La invasión israelí se cobró las vidas de17.000 civiles libaneses y de dos mil palestinos que fueron masacrados en los campos de Sabra y Shatila. Aunque los palestinos perdieron, Arafat ganó: al final, buques de guerra norteamericanos escoltaron a sus guerreros fuera de Beirut inaugurando su prolongado exilio en Tunez. La sonrisa y los dedos regordetes de Arafat haciendo la V de la victoria tras cada una de sus derrotas políticas, diplomáticas o militares, han sido durante más de tres décadas los únicos símbolos que aseguraban a los palestinos que la historia terminaría haciéndoles justicia.

Estuve en la Franja de Gaza en dos oportunidades: en mayo de 1994, un mes antes del retorno de Arafat a Palestina, cuando todo era euforia, y en 1997 cuando la región más densamente poblada del planeta, comenzaba a dejarse ganar por la frustración y el escepticismo. Las palabras "colonización, explotación, expulsión. masacre, miseria, ocupación, frustración, rebelión, miedo, terror, odio", aparecían en los testimonios de todos los palestinos que en 1994 esperaban el retorno de Arafat la Autonomía de Gaza. Para ellos, el hombre y la causa eran y son la misma cosa: Arafat es el señor Palestina. Durante mi segunda visita, presencié la llegada del presidente palestino al despacho que fue bombardeado la semana pasada: fue una pequeña operación militar, precedida por un tumulto de sirenas, de chirridos de neumáticos y de órdenes. El primero en bajar del Mercedes 600 fue el insobornable Degollador que siempre aparece en las fotos protegiendo al líder con su propio cuerpo. Recién después de que el insobornable Degollador revisó el lugar, Arafat se acomodó la kefia (pañuelo palestino) y bajó del auto blindado. "Al Viejo hay que cuidarlo más que a una joya. Le debemos todo. Es el padre de la Patria", murmuraba el Degollador, como si recitase un versículo del Corán, durante la entrevista que Arafat concedió a un grupo de periodistas argentinos.

Es dificil encontrar algún palestino a quien Arafat le resulte indiferente: o lo aman o lo odian. Sus críticos lo acusan de vanidoso, nepotista, dictatorial y despiadado, los mismos defectos que se le achacaban a David Ben Gurion, el padre del Estado hebreo. Al igual que el idealista Ben Gurion, Yasser Arafat es -ante todo-, un líder pragmático que conoce la brutalidad de la política: sabe que si los israelíes atacan y matan a los palestinos, el mundo comprenderá. Es un juego peligroso que ni los mismos israelíes terminan de entender. Por eso a Arafat no le preocupa demasiado que lo culpen de alentar la violencia, cuando sirve para demostrar la crueldad de EEUU y de Israel. Todo eso lo aprendió en Beirut. Y ahora lo está empleando en Palestina.

Escribir el epitáfio político de Arafat ha sido durante décadas una suerte de cábala para todos los periodistas que cubrimos el conflicto del Medio Oriente: Al final de la Guerra del Golfo, Arafat parecía haber muerto políticamente por enésima vez. Al apoyar a Saddam Hussein frente a una enorme coalición que incluía a Estados Unidos, y a los países árabes que habían financiado a la OLP hasta ese momento -como Arabia Saudita, Kuwait y Egipto-, nadie dudaba que había vuelto a equivocarse y que sus días estaban contados. Sin embargo, el veterano guerrillero consiguió sobrevivir a la mayoría de los líderes políticos norteamericanos, israelíes y árabes de su generación.

Como la vida de este personaje carismático está llena de paradojas, no es una sorpresa que su resurrección política haya venido de la mano de Israel. En octubre de 1991 cuando se iniciaba en Madrid la Conferencia de Paz sobre Medio Oriente de donde la OLP y él mismo habían sido excluidos por la intransigente tozudez del premier israelí, Yitzhak Shamir a Arafat no se le fruncía un músculo de su inmutable sonrisa: sabía que a la hora de la verdad israelíes y norteamericanos no tendrían más remedio que invitarlo a su mesa. El crecimiento incontrolable de las organizaciones fundamentalistas como Hamas y la Jihad Islámica, que los mismos gobiernos israelíes habían fomentado para neutralizar y debilitar a la OLP, convirtió a Arafat en un mal menor para los israelíes con dos dedos de frente.

Para Arafat la cualidad más importante en un dirigente guerrillero es la capacidad de cambiar de opinión cuando todos los demás creen que pueden anticipar lo que va a hacer. En las recientes conversaciones de paz mantenidas en julio en Camp David, se suponía que Arafat debía hacer una concesión definitiva, dejar Jerusalén bajo la soberanía de Israel, pero prefirió rechazar el acuerdo. Clinton lo acusó de sabotear la paz y los israelíes lo responsabilizaron de la ola de violencia que siguió a la aparición de Ariel Sharon en la Explanada de las Mezquitas, pero este hombre que negocia los acuerdos de paz vestido con uniforme militar, no se dejó conmover. Quiere un Estado palestino, pero sabe que el tiempo juega a su favor para arrancar más concesiones. Por otra parte, nadie puede conceder más que Arafat, que viene siendo criticado por un significativo sector de la intelectualidad y la población palestinas.

La estudiada dualidad de Arafat se proyecta en toda su actividad política; como interlocutor del proceso de paz o como presidente de la Autoridad Nacional Palestina, se balancea permanentemente entre el discurso pacifista y la amenaza de confrontación. Ha empleado también esta fórmula llena de ambigüedades en la política interna para permanecer como líder indiscutido de la OLP y para gobernar con mano firme los territorios autónomos. Sus fórmulas son imprecisas, pero tiene, eso sí, la precaución de colocar siempre a su lado el antídoto eficaz. Esta estrategia se hace más evidente en el entramado de las fuerzas de seguridad, constituido al menos por ocho organizaciones diferentes, que suelen competir y hasta enfrentarse de acuerdo con un guión redactado por el propio Arafat.

Aunque sufre del mal de Parkinson y se dice que a sus espaldas se ha desatado la guerra por la sucesión, nada se le escapa de las manos. Ni siquiera los Tanzim, una milicia popular, constituida -según los israelíes-, por 15.000 hombres. Tanzim -que en árabe quiere decir "la organización"-, es el nuevo factor de poder que impuso el estilo de insurrección armada a lo que algunos llaman la Intifada de las Mezquitas. Los jefes operacionales de este brazo armado de Al Fatah son en su mayoría veteranos de la Intifada de 1987, varones de entre 20 y 35 años, fogueados en los enfrentamientos y curtidos por el régimen de las cárceles israelíes. Aunque el jefe supremo de Tanzim, Marwan Barguti, es amigo personal de Arafat, miembro destacado del partido gubernamental Al Fatah y diputado en el Parlamento palestino, Arafat maneja con habilidad y discreción los enfrentamientos y rivalidades entre sus ocho diferentes cuerpos de seguridad, incluidos los Tanzim, asegurándose así el papel de fiel de la balanza.

No caben dudas que si Arafat hubiera ordenado a su policía sofocar las manifestaciones espontáneas, es probable que hubiera conseguido detener la escalada de violencia, pero habría perdido toda autoridad y probablemente tendría que afrontar una rebelión policial.

El halo de misterio que rodea la via privada del líder, pone en duda hasta su verdadero nombre: para unos es Mohamed Abed Arouf Arafat, para otros Rahman Rauf al-Kudwa Arafat mientras que sus correligionarios lo siguen llamando por su nombre de guerra, "Abu Amar" que significa "el Viejo".. No se sabe muy bien cuando y dónde nació. Debió ser hacia 1929, en Gaza o Jerusalén. Muchos dicen que en El Cairo, pero él lo niega tajantemente. Lo único cierto es que se graduó como ingeniero civil y fue allí donde organizó la Federación de Estudiantes palestinos, que se convertiría en la semilla de los rebeldes de Al Fatah que se fundó formalmente en 1959. La política ya formaba parte de él cuando viajó como ingeniero a Kuwait e hizo una pequeña fortuna diseñando caminos y puentes. Su primer sueldo, anotan algunos biógrafos, se lo gastó en un Chevrolet descapotable. Desde entonces Arafat emprendió una vida itinerante para evadir la sombra de muerte que lo persiguió durante décadas, y que no le permitía siquiera pasar dos noches en un mismo lugar: en un atentado contra su vida perpetrado en Túnez, Arafat salió ileso pero murieron 74 personas y 122 resultaron heridas.

Cada vez que se le preguntaba sobre su vida privada, Arafat respondía que estaba casado con la causa Palestina. Sin embargo, cuando la perspectiva de un Estado palestino se convirtió en una realidad, Arafat se caso con su secretaria, Suha Tawil, una licenciada en Literatura e idiomas de la universidad de la Sorbona, que despierta odios y afectos equiparables a Eva Perón. Suha ha denunciado a los "yes man", que rodean a Arafat y a declarado que los acuerdos de paz son "un puño de hierro recubiertos por un guante de terciopelo. Ella nunca escondió que resulta dificil ser la esposa de un mito: "Sí, pero estoy casada con un hombre de carne y hueso. Me enamoré de Arafat (así lo llama ella) tal y como es. Por él me convertí al Islam."

Según su esposa, el líder palestino baila el tango "maravillosamente" y disfruta de los dibujos animados de Tom y Jerry, porque siendo Jerry el más pequeño, es siempre el que gana. Sawa, (que significa "orgullo") y tiene cinco años, es la única hija biológica de Arafat. Su nacimiento, en una clínica de París, sepultó los rumores sobre su vida privada. "Bendita Suha, no se imagina la dicha que me ha brindado. Que Dios las proteja. ¿No es singular... a mi edad... una hija?, tartamudeaba Arafat como cualquier padre novato durante una entrevista que coincidió con el nacimiento de su hija. Sawa tiene otros 38 hermanos, sobrevivientes de las masacres de Sabra y Shatila que en 1982 fueron adoptados por Arafat. Doce de los hijos adoptivos siguen bajo la tutela del célebre padrastro. Los demás se han dispersado por todo el mundo.

"Una de las pesadillas de Arafat es que el chófer que lleva a su esposa y a su hija se desvíe de la ruta, y se meta en los barrios controlados por el grupo (integrista) Hamas. Cuando a Arafat se le ensombrece el rostro no es que esté pensando en el proceso de paz. Es que está preocupándose por Suha y la niña", cuenta el periodista palestino Jibril Seniora. A la menor señal de alarma, Arafat levanta el teléfono y la maquinaria de coches blindados, antenas parabólicas, agentes con licencia para matar se pone en pie de guerra.

Después de haber sido considerado el demonio en persona, el terrorismo en carne y hueso. Arafat pasó a ser elogiado por paciente y generoso por muchos israelíes. Ahora, ha vuelo ha ser el malo de la película: el escritor Amos Oz, un pacifista ecuánime escribió hace poco en el Corriere della Sera que Arafat "no es confiable", criticando que se dedique a viajar, en lugar de "empeñarse en construir la sociedad palestina, combatir la droga, enfrentarse a la corrupción, ocuparse de la economía y de la pobreza". Oz coincide con Uri Dromi, ubicado en el otro extremo del arco político israelí quien escribe que "Arafat, que está probablemente enamorado de su papel de revolucionario luchador por la libertad (Oz dice que actúa como Che Guevara en lugar de ser un Fidel Castro), parece ser reacio a investirse del status menos atractivo de jefe de un pequeño Estado que dé la batalla no al enemigo sionista, sino a problemas más mundanos como el desempleo".

"Israel nos ha declarado la guerra con sus decisiones y nosotros nos estamos preparando. Esto puede provocar una explosión gigantesca e imparable", vaticinó con tono profético en el curso de una entrevista con varios medios argentinos en 1997. En aquella oportunidad se lo veía tembloroso y él mismo no se daba más de dos años de vida: "Todo está escrito, y los hombres somos los instrumentos de la voluntad de Alá", dijo con tono fatalista.