Bill Gates: Un semidiós en apuros

EL ENEMIGO PUBLICO NUMERO UNO

 

(Por Walter Goobar) Un fanático de Internet entra en un ascensor con un revólver en la mano. Dentro están Saddam Hussein, Adolfo Hitler y Bill Gates. Pero sólo tiene 2 balas. ¿A quién dispara? A Bill Gates, dos veces por si acaso. A sus 40 años, el presidente de Microsoft no despierta precisamente oleadas de simpatía entre sus conciudadanos. Declarado el hombre más rico de Estados Unidos por la revista Forbes, William H. (Bill) Gates III también es uno de los personajes más odiados. Sin duda, entre las causas de este odio se encuentran su inmensa fortuna y las supuestas prácticas monopólícas por las que está siendo investigado por el Departamento de Justicia norteamericano. Entre la maraña de páginas de Internet, una multitud lo adora y otra igualmente numerosa lo maldice frente a los teclados: brillante, voluntarioso, visionario, ladrón de ideas, padre de la nueva era, Gran Hermano con anteojos, redentor de la comunicación. Ni Jesucristo ni Mahoma aparecen nombrados en la biblia cibernética tantas veces como él, y con calificativos tan dispare: desde Mesías del nuevo milenio hasta Anticristo. Si Internet es el becerro de oro del 2000, William H. Gates III es su único profeta. Gates calla y otorga. Quizás él es eso y más. "No quería cambiar el mundo, sino simplemente dominarlo", se afirma en una de sus biografías más vendidas. Lo cierto es Gates es uno de los poderosos que se han transformado en los dioses omnipotentes de la nueva economía global.

Entre sus muchos enemigos, los usuarios de Internet constituyen una verdadera pesadilla. En la Red se pueden encontrar al menos 46.412 documentos en los que se hace referencia al fundador de Microsoft. Gran parte lo califica de «explotador», «jefe del Imperio del Mal», «enemigo de la Humanidad» e incluso de «Anticristo», ya que la suma de las cifras de su nombre en código ASCII (un lenguaje de programación) suman 666, el número de la Bestia. Se bromea con su corte de pelo, con su forma de vestir y con su vida privada. Se critica su egocentrismo, su avaricia y sus prácticas comerciales sin demasiados escrúpulos.

Los caricaturistas de los diarios norteamericanos satirizan al presidente de Microsoft como una araña, en alusión a los planes expansivos en Internet. El fervor de Gates por controlar la autopista informática ha desatado una batalla con Oracle y Sun Microsystems, los otros peces gordos de la informática. La llamada guerra de los navegadores lo ha lanzado a una feroz lucha con Netscape, una compañía propietaria del principal instrumento para explorar el ciberespacio.

En la primera semana de marzo, horas antes de que Gates se presentara a declarar ante una comisión del Senado que investiga sus prácticas comerciales, centenares de computadoras gubernamentales que trabajan con Windows 95 sufrieron un ataque masivo de piratas informáticos. Los hackers hicieron que las computadoras dedicaran toda su memoria a resolver un problema insoluble. El asalto informático produjo lo que se conoce como pantalla azul de muerte, en alusión al mensaje de error fatal en los sistemas de Microsoft.

El imperio de Bill Gates trabaja en decenas de proyectos para convertir la red en un gran supermercado -"es el paraíso del comprador", según su definición-, pero también en un instrumento que consumará su idea de la democracia cibernética: el hombre liberado por la tecnología. Toda una amalgama de nuevos productos van unidos a esta revolución. Y Gates aspira a que sus programas sean como el código genético de ellos.

"Microsoft está imponiendo una nueva verticalidad. Los políticos no comprenden el carácter real de Microsoft: su ansia de poder", comenta Mitchell Kapor, antiguo presidente de Lotus, una de las empresas de software barridas por Gates.

En Washington sí han comprendido las posibles amenazas de la voracidad comercial de Microsoft, que está siendo investigada por el Tribunal de Competencia Desleal. Durante la primera semana de marzo Bill Gates tuvo que declarar ante una comisión del Senado:

Los senadores tomaron declaración -bajo juramento- al presidente de Microsoft y a los responsable de las dos empresas rivales: Jim Barksdale, de Netscape Communications (fabricante del navegador de Internet), y Scott McNealy, de Sun Microsystems (creador del lenguaje Java en el que se basa buena parte de Internet). Gates no quiso estar en inferioridad de condiciones y pidió y logró- que estuvieran también los presidentes de dos empresas amigas : Michel Dell (Dell Computer Corp.) y Doug Burgum (Great Plains Software Inc.).

Gates abrió la sesión tratando de convencer a los senadores de que su compañía no ejerce ningún monopolio: «Innovar o morir.

Nosotros vendemos productos innovadores», afirmó, «y la cuestión es saber si otras compañías serán capaces de reemplazar esos productos». Jim Barksdale, presidente de Netscape y gran enemigo de Gates, se dio vuelta hacia el público y pidió que levantaran la mano todos aquellos que usan computadoras para su trabajo. Cuando casi todos los asistentes tenían su brazo levantado, Barksdale pidió que lo bajaran todos los que usan Windows. Todos bajaron la mano. «Eso es monopolio», constató el presidente de Netscape

A Gates le irrita la palabra dominio y prefiere hablar de liderazgo. Las preguntas sobre las ambiciones monopolísticas son las únicas que consiguen alterar el timbre de su voz nasal. "Alguien tiene que desempeñar el papel que nosotros realizamos: tiene que haber un software estándar... nadie se queja del poder de la Coca-Cola", esgrime en su defensa.

La defensa de Microsoft no niega las prácticas comerciales dudosas sino que busca interpretarlas de otra manera. Gates afirma que su navegador es parte integrante del Windows'95. Pero: ¿qué teme en realidad Bill Gates? ¿Qué le puede pasar a Microsoft si el Departamento de Justicia demuestra que actuó con alevosía?

El caso Gates-Microsoft puede convertirse en el proceso judicial antimonopólico más importante de los EE.UU, equivalente aol juicio contra la telefónica AT&T hace 16 años. El abanico de posibles sanciones es enorme. Pero la peor pesadilla sería que el Departamento de Justicia de los Estados Unidos ordenase a Microsoft romper la compañía en dos trozos. Microsoft debería optar entre fabricar sistemas operativos (Windows'95 o NT) o fabricar programas, teniendo que vender una parte de la empresa. Eso sería un golpe duro, muy duro, para la estrategia de Microsoft y podría llegar a tener consecuencias para toda la economía norteamericana. Tanto que Gates amenazó al vicepresidente Al Gore con abandonar los Estados Unidos y instalarse en Canadá si esto llegara a suceder. Microsoft podría reducirse de golpe, a la mitad. Y, lo que es peor, perdería la

magia que le permite ser a la vez una parte y el todo. Puede que ello nunca llegue a pasar. Microsoft tiene muchos recursos y muchas armas en la manga. Pero de una cosa no hay duda: Bill Gates no está durmiendo tranquilo estos días. Ni dormirá bien hasta que el caso se resuelva.

 

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LA CASA DEL GRAN HERMANO

Los que siguen la trayectoria de Gates desde hace años han comenzado a atisban una megalomanía imparable. Algunos le críticos de la cibergeneración lo comparan con el personaje de la novela Microsiervos de Douglas Coupland, donde el autor de La Generación X narra como el presidente de la empresa de software más grande y rentable del Planeta asciende a la categoría de semidiós.

Tras su boda en 1994, con Melinda French, una ejecutiva de Microsoft, la prensa comenzó a escudriñar la vida privada de Gates. Lo cierto es que al casarse con esta joven de 28 años el empresario se liberó de la imagen de tímido grave escondido detrás de sus anteojos de carey. Entonces comenzó a disfrutar en sus apariciones en público. La presentación del Windows 95 lo convirtió en un showman de gira por medio mundo. Melisa, en cambio, guarda celosamente su intimidad y de Jennifer, la hija de ambos.

La enorme mansión junto al lago Washington, recientemente estrenada, parece fruto de un delirio de grandeza comparable a la mansión de William Randolph Hearst que inspiró la película "El Ciudadano" de Orson Welles.

Quienes han tenido el privilegio de ver la casa admiten que el resultado es deslumbrante... «Desde fuera no tiene el aspecto imponente del "palacio" de Donald Trump», sostiene el arquitecto y crítico Mark Alan Hewitt. «Pero una vez dentro el efecto es cegador. Hay un algo intangible en la alta tecnología que infunde a la vez respeto y veneración». La obra ha tardado más de seis años y es el modelo que Gates vaticina para el futuro: una vivienda inteligente, comandada por cien micro-computadoras que manejan hasta el más mínimo detalle. Sin embargo, de tanto en tanto se lo puede ver al "Gran Hermano" armado con una manguera o con una escoba, dando instrucciones a diestra y siniestra.

Aunque a su esposa Melinda no le gusta mucho la idea, Gates se ha emperrado en implantar el uso del «pin» electrónico hasta en el último rincón. Prendido en la solapa, el «pin» sirve tanto para abrir la puerta sin necesidad de llave, o encender la luz sin pulsar el interruptor, o calefaccionar la habitación a la temperatura ideal. «He querido incorporar las últimas innovaciones, pero de un modo suave, poco intimidatorio», se defiende Gates. «La tecnología tiene que estar a nuestro servicio; no podemos hacernos esclavos de ella, de eso estoy convencido».

«Dentro de unos años, la mayoría de las casas americanas funcionará más o menos como la mía», vaticina el «Gran Hermano». «Y al cabo de un tiempo, nos resultará extraño pensar cómo podíamos vivir sin estos inventos, como hoy ocurre con el lavaplatos o con la televisión».

La casa está cubierta de monitores de TV: treinta y dos monitores formando una deslumbrante pared electrónica. El salón comedor es casi tan grande como el de la Casa Blanca: hay lugar para cien comensales. En el garage con 30 plazas caben el Porsche Turbo, el Jaguar XJ6, el Carrera Convertible, el Mercedes y una Ferrari 348.

La pileta de natación tiene forma de "L", esta hecha de mármol de Carrara y cuenta con música subacuática.

La «cibermansión» figura ya en las guías turísticas de Seattle. Es posible que dentro de un siglo los turistas visiten la «cibermansión» de William Gates III con la misma curiosidad con la que hoy desfilan por San Simeón, el palacete creado William Randolph Hearst. Mientras Hearst albergó bajo el mismo techo cuatro estatuas de la diosa Sekhmet (Egipto, 1.200 antes de Cristo), un frontispicio romano (año 270) y un techo «robado» a una iglesia de Teruel (siglo XIV), en las paredes de la cibermansión de Gates cuelgan reproducciones electrónicas de los cuadros más valiosos del mundo. En la biblioteca reposa uno de los códices con 1.500 dibujos y bocetos de Leonardo Da Vinci, adquirido por una cifra millonaria en una subasta de Christies. "Lo admiro desde que soy joven, porque era un genio en muchos terrenos y se adelantó a su tiempo", explica en su libro.

Como la memoria de una de sus computadoras, Gates está sediento de datos que acumular y procesar. El coleccionismo de fotografías, enciclopedias y cualquier objeto de conocimiento explica también las amplias dimensiones de su mansión

¿Qué planea ahora el procesador mental de este irremisible adicto al trabajo? ¿Qué conocimientos secretos alberga la memoria enciclopédica de Gates? Además de construir uno de los negocios más prósperos de la historia, el presidente de Microsoft pasa horas meditando sobre este tema desde 1987 cuando se lanzó de golpe un libro sobre Biología Molecular del Gen.

Ungido en una suerte de semidiós, Gates pretende calcar la configuración del cerebro humano: "no creo que la inteligencia humana tenga nada de especial. Todas las neuronas del cerebro que controlan las percepciones y las emociones operan como un sistema binario".

Gates no quiere pasar a la historia simplemente como un gran hombre de negocios, sino como un creador. Dar el soplo de vida a las piezas de silicio del ordenador es su gran sueño: "Quizás seamos capaces de hacer lo mismo que hizo la naturaleza", afirma.

Ésta es la dicotomía de Gates, el mercader y el filósofo que excita la imaginación vendiendo algunas promesas y millones de programas.

 

 

 

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EL FILANTROPO GLOBAL

Con 41 años, cara de niño inocente y despistado Bill Gates preside un imperio de programas, medios de comunicación interactivos y servidores de Internet que alcanza a más de 50 países. Su poder se asienta sobre una fortuna de más de 18.500 millones de dólares, adquirida en tan sólo 21 años, que en 1997 la revista Forbes lo confirmó por tercer año consecutivo como el hombre más rico sobre la Tierra, seguido por el financista Warren Buffett con 15.000 millones.

El filántropo multimillonario es ya una figura familiar en la historia americana: John D. Rockefeller o Andrew Carnegie fueron mecenas de causas sociales y culturales encomiables muy alejadas del modo en que lograron sus fortunas. Bill Gates también cultiva esa esquizofrenia: por una parte, ha demostrado una ambición sin límites y una fe en el capitalismo hiperliberal aplaudido por la derecha americana pero paralelamente aporta fondos millonarios a causas progresistas que ni el propio Partido Demócrata se atreve a defender abiertamente.

Curiosamente, el mecenazgo de Bill Gates enfurece a la derecha norteamericana: ¿Adónde van las inmensas donaciones de la mayor fortuna-en competencia con el sultán de Brunei-del planeta? A causas progresistas como el control de armas en las calles de Estados Unidos; la planificación familiar en el Tercer Mundo; la masificación de la biotecnología en la lucha contra el cáncer; el cableado de librerías en los barrios pobres y campañas a favor de la subida de impuestos para los más ricos.

Gates recoge una tradición filantrópica arraigada en EE UU y que en la actualidad ha sido recuperada por multimillonarios como el financiero George Soros o el inventor de CNN, Ted Turner. La filantropía no significa un compromiso social, sino que es una exaltación del individualismo.

Con estas donaciones millonarias, Turner, Soros y Gates transforman la piedad, en poder puro. Según el Informe mundial sobre el desarrollo humano 1997, la fortuna de los diez más acaudalados del mundo es una vez y media mayor que la renta nacional de los 48 países más pobres. Para combatir la miseria extrema del mundo se necesitarían unos 80.000 millones de dólares anuales de aquí al 2000.