IDENTIKIT DE LOS TERRORISTAS

Por Walter Goobar - Diciembre 3, 1997
BUENOS AIRES - A modo de un rompecabezas, comienza a armarse el retrato robot de los terroristas que el 18 de julio de 1994 volaron el edificio de la AMIA. Aunque no es sencillo trazar el perfil psicológico de una persona que un día cualquiera se sube a bordo de un vehículo cargado de explosivos para perpetrar una masacre que costó la vida a 85 personas, el identikit de los autores contiene rasgos de personas distintas: el retrato robot que comienza a dibujarse tiene la mirada funebre, la nariz aguileña y la barba del fundamentalismo islámico pero en lugar de un turbante viste una gorra de la policía bonaerense, la sonrisa ladeada del ex comisario Juan José Ribelli y el rostro recubierto con betún a la usanza de los carapintadas. La planificación y ejecución de un atentado requiere de un complocado engranaje que permite rastrear seguir la conexión policial, la pista iraní, la vinculación de los carapintadas, la participación de musulmanes locales y el encubrimiento en el que participaron efectivos de prácticamente todas las fuerzas de seguridad.
LOS SUPERVISORES: Desde los primeros meses de 1993, agentes de los servicios de inteligencia iraníes o integrantes de las Brigadas Quds realizaron unas 70 misiones de reconocimiento en la Argentina. Según informes de inteligencia de varios países occidentales, el jefe de la base logística de las Brigadas Quds, Kamal Zare, estuvo dos veces en Buenos Aires y prácticamente no visitó la embajada de Irán. Zare ingresó con un pasaporte común -no diplomático-, y permaneció tres días en la primera oportunidad y 45 la segunda.
Ziaeddin Ziali, uno de los personajes más influyentes de los servicios secretos iraníes, integró una de las comitivas. Orientado por sus agentes locales, Ziali eligió el blanco y formuló una lista de encargos para la célula local: explosivos, detonadores y un automóvil para construir un coche-bomba. Los sucesivos "supervisores" que llegaron al país, no autorizaron que la célula proiraní consumara el atentado utilizando exclusivamenente su propia infraestructura y aconsejaron que el trabajo sucio fuera alquilado. Es allí donde entra en escena la banda de policías dedicada al doblaje de automotores.
EL AGENTE RESIDENTE: Coincidiendo con el último de esos tres viajes, el clérigo Moshen Rabbani que en ese momento dirigía la mezquita al-Tawhid de Floresta comenzó a mostrar un marcado interés por los automotores. Según consta en la causa judicial, el juez Juan José Galeano comprobó que entre diciembre de 1993 y febrero de 1994, Rabbani recorrió diversas concesionarias en la avenida Juan B. Justo -la misma zona donde fue comprada la F-100 utilizada en el atentado contra la embajada de Israel- buscando un rodado muy específico: empleados y propietarios de tres agencias de automotores recuerdan que el clérigo iraní quería comprar una camioneta Trafic usada con ventanillas en la caja. No era un vehículo tan difícil de conseguir, pero en febrero Rabbani interrumpió la búsqueda de la Trafic de manera tan intempestiva como la había comenzado. Tenía motivos más que suficientes: le avisaron -o se dió cuenta- que agentes de la Secretaría de Inteligencia de Estado (SIDE) lo seguían y lo habían fotografiado durante su peregrinación por las concesionarias. Al comprobar que había dado un paso en falso, Rabbani -que vive en la Argentina desde 1983-, buscó una tabla de salvación: según consta en la causa judicial, el 30 de marzo de 1994, fue expeditivamente acreditado como Consejero Cultural de la Embajada iraní, con lo que quedó amparado por la inmunidad diplomática. Lo más extraño del caso es que después de ese incidente renunció definitivamente al sueño del auto propio.
LOS INTERMEDIARIOS: En esa etapa de los preparativos los iraníes trabaron contacto una organización del bajo mundo integrada por policías, agencieros y funcionarios de companías de seguros que se dedicaba a "duplicar" automotores y entró en escena Carlos Alberto Telleldín. No está claro si el reducidor Telleldín trabajaba por su cuenta o si en realidad era un simple empleado que manejaba una boca de expendio de Alejando Monjo, el dueño de la concesionaria "Alejandro" quien, además, tenía tratos comerciales con allegados a la embajada de Irán.
En los últimos cuatro años, los negocios con miembros de la Policía bonaerense y las aseguradoras habían permitido a Monjo amasar una multimillonaria fortuna que, por cierto, jamás declaró al fisco. Ganaba mucho dinero negro, compró varias propiedades y en los días en que la Trafic -que sería convertida en coche-bomba-, fue retirada de su concesionaria, pasaba unas vacaciones en el Caribe: primero en Saint Marteen y luego en Aruba. El domingo 10 de julio -ocho días antes del atentado--, el comisario Juan José Ribelli envió a un grupo de policías a quitarle la Trafic a Telleldín. Ese día, Ribelli estaba en Iguazú, a unos pocos kilómetros de la frontera paraguaya y en la zona donde se sospecha están radicados los fundamentalistas que pagaron el atentado. El 10 a la noche o el 11 a la mañana, Ribelli llega a Buenos Aires. Los investigadores dicen que posiblemente trajo el adelanto del dinero de la operación. Al día siguiente, el lunes 11, Ribelli blanqueó por medio de una escritura dos millones y medio de dólares que podrían ser un pago por su papel en la operación terrorista y su posterior encubrimiento. El 14 de julio, cuatro días después de la entrega de la Trafic y cuatro antes del atentado, Ribelli vuelve a irse a Brasil. Esta vez viaja a Buzios, pero las pruebas de que estuvo en ese lugar no son sólidas. Ese mismo día, el subcomisario Leal y otros policías de la Brigada de Vicente López tirotearon a Telleldín mientras conducía un Renault 19 Chamade. Los balazos pegaron en el parabrisas del vehículo. Su destreza como piloto lo salvó de morir: Ribelli quería borrar todo rastro de la camioneta.
LOS EJECUTORES: A partir de ese momento, la Trafic sólo pudo tener tres destinos: o los policías consumaron el atentado, o traspasaron la camioneta a un intermediario, o bien se la entregaron directamente a los ejecutores. Los policías que proveyeron el vehículo no estaban organizado celularmente, sino que actuaron en banda y no reunen el perfil del comando ejecutor:
Según los manuales de la División de Operaciones Especiales del Aparato Especial de Seguridad de Hezbollah, el "comando ejecutor" esta integrado por un especialista en demolición, un mecánico que arma el coche, un experto en electrónica y comunicación- y un jefe, cuya misión es resolver todos los detalles prácticos de la operación. Aunque los terroristas no tuvieron mayores dificultades para conseguir el explosivo, ya que el Nitrato de Amonio (NH4NO) es un producto que cuesta un peso el kilo y se puede comprar en fábricas de fertilizantes, plantas químicas, droguerías, fábricas de plásticos, de insecticidas y de explosivos, quienes armaron la carga de amonal no eran aficionados, sino expertos de primer nivel que necesariamente obtuvieron insumos en el mercado negro proveniente de los arsenales militares. Allí aparece otra banda compuesta mayoritariamente por suboficiales del Ejército, que actuaba en Campo de Mayo y proveía de armas y explosivos robados de los arsenales de la fuerza a bandas dedicadas al asalto de camiones blindados a la que está vinculada el sargento Jorge Orlando Pacífico, un buzo táctico especializado en explosivos que había sido dado de baja por el Ejército por participar de la sublevación carapintada de 1987. El viernes 15 de julio a las seis de la tarde la camioneta ingresó al estacionamiento Jet Parking, ubicado en Azcuenaga y Marcelo T. de Alvear, cerca de las facultades de Medicina y Ciencias Económicas, El conductor pidió una estadía de cinco días pero accedió a pagar por quince, que era el tiempo mínimo, sin poner demasiadas objeciones. Otro dato sugestivo: en el momento que la Trafic ingresaba a Jet Parking, Moshen Rabbani parece haber estado en las inmediaciones. Al menos lo estaba su teléfono celular. Faltaban sólo tres días para el atentado y el coche-bomba ya estaba emplazado a nueve cuadras del blanco. Allí se pierde el rastro de la Tráfic y aún se ha podido establecer exactitud ni cuando ni quien la retiró ni tampoco si en ese momento ya había sido convertida en coche-bomba o nó. El lunes 18 de julio de 1994, a las 9.10 de la mañana, el chofer Juan Alberto López, de la empresa de cascotería "Santa Rita" de Nassib Haddad, descargó un volquete frente a la AMIA. A los policías les llamó la atención la maniobra que durante unos minutos bloqueó la entrada y colocó el volquete unos metros por delante de la puerta de la AMIA. De hecho, el volquete "reservó el espacio" para el ingreso del coche-bomba. Faltaban 15 minutos para las diez de la mañana y a esa hora mucha gente iba a su trabajo. Los últimos momentos de vida se escurrían inexorablemente para muchos de ellos. Ninguno estaba preparado para morir, pero el coche-bomba ya avanzaba hacia su blanco. Luego de hacer firmar el remito, el camión se retiró dejando un espacio entre el volquete y el patrullero, pero sólo alcanzó a recorrer 200 metros antes que el coche-bomba llegara a su objetivo. A la altura de la entrada de la AMIA, el coche-bomba hizo un giro cerrado hacia la derecha y subió a la vereda entre el volquete y el patrullero, colocándose en un ángulo aproximado de 45 grados. La maniobra sólo fue visible para los que murieron. La bomba detonó a las 9.53.
EL PILOTO: Desde el punto de vista de la seguridad, la AMIA era "un blanco blando. Entre los uniformados que operan en el bajo mundo está permitido todo menos la muerte de un colega. Por eso los autores del atentado se cuidaron de que no hubiera víctimas policiales. Es probable que unos minutos antes del atentado, los ejecutores hayan advertido de manera anónima al jefe de la seccional que retirara la custodia policial. Esto explicaría porqué no hubo uniformados muertos en la masacre. De esta manera, se garantizaban el encubrimiento de forma casi automática, por reflejo.
En la planificación de un atentado, el piloto -suicida o no-, es el último eslabón de la cadena. Sin embargo, en la causa judicial no hay evidencias forenses sobre la presencia de un piloto suicida y -por el contrario- existen testimonios indicando que transcurrieron entre 8 y 10 segundos desde que la camioneta chocó contra el frente de la AMIA hasta que explotó. Esto habría permitido activar el explosivo por control remoto cuando el piloto se hubiera puesto resguardo: un teléfono celular o un beeper de radiomensajes funcionan como temporizador a distancia, sin mayores riesgos de interferencias. Con sólo hacer una llamada, desde un teléfono común o desde otro celular a un número predeterminado, el beeper detona la bomba. Nada había quedado librado al azar. Tampoco el encubrimiento posterior.
Rastreando el comportamiento de cada uno de los implicados aparecen con claridad las claves de sus acciones: el clérigo Moshen Rabbani y sus escasos fieles son devotos, que esperan ganarse un lugar en el Paraíso, mientras que en los policías bonaerenses y los carapintadas, se conjugaron dos obsesiones presentes en muchos miembros de las fuerzas armadas y de seguridad: el dinero fácil y el antisemitismo visceral.
Cuando los terroristas actúan bajo la dirección o la cobertura de un gobierno extranjero, sus actos son muy difíciles de investigar, pero cuando un atentado es perpetrado con la colaboración de individuos que integran fuerzas policiales, militares o servicios de inteligencia, se pone al descubierto uno de los aspectos más siniestros de la naturaleza humana. Hasta ahora, sólo los muertos han conocido el final de esta historia.