Yo me he definido un poco en broma como una mezcla de vasco y de lombardo: siete octavos de vasco, por una de lombardo. No sé si este elemento lombardo ( el lombardo es de origen sajón, al decir de los historiadores) habrá influido en mí; pero, indudablemente, la base vasca ha influido, dándome un fondo espiritual, inquieto y turbulento. [...] Este fondo dionisíaco me impulsa al amor por la acción, al dinamismo, al drama. [...] Al mismo tiempo que esta tendencia por la turbulencia y por la acción [...] siento, creo que espontáneamente, una fuerte aspiración ética. Quizá aquí aparece el lombardo. Esta aspiración, unida a la turbulencia, me ha hecho ser más enemigo que amigo del pasado; por tanto, un tipo antihistórico, antirretórico y poco tradicionalista.

Pío Baroja. Prólogo a La dama errante. (1906)

 

Pío Baroja

   [ El Baroja de Vidas sombrías (1900)] tiene una barbita color leonado, se corta poco el pelo, lleva chalina, se carga de hombros porque en su desdén un poco anárquico por la vida ese aire cabizbajo y descuidado va bien al trotacalles.

Ramón Gómez de la Serna. Retratos contemporáneos. (1941)

 

Ramón Gómez de la Serna

   Este Enrique Olaiz [contrafigura de Baroja en la novela] ;está ahora paseando por su despacho, en cortos paseos, porque el despacho es corto. Olaiz es calvo - siendo joven - ; su barba es rubia y puntiaguda. Y como su mirada es inteligente, escrutadora, y su fisonomía toda tiene cierto vislumbre de misteriosa, de hermética, esta calva y esta barba le dan cierto aspecto inquietante de hombre cauteloso y profundo, algo así como uno de esos mercaderes que se ven en los cuadros de Marinus, o como un orfebre de la Edad Media, o como un judío que practica el cerrado arte de la crisopeya, metido allá en el fondo de una casucha toledana. 

José Martínez Ruiz (Azorín). La voluntad. (1902)

 

Azorín

En Londres o Madrid, Ginebra o Roma,

                               ha sorprendido ingenuo paseante,

el mismo taedium vitae en vario idioma,

                               en múltiple careta igual semblante.

 

                                  Atrás las manos enlazadas lleva,

                               y hacia la tierra, al pasear, se inclina;

  todo el mundo a su paso es senda nueva,

                              camino por desmonte o por ruina.

 

Dio, aunque tardío, el siglo diecinueve

                              un ascua de su fuego al gran Baroja,

                              y otro siglo, al nacer, guerra le mueve,

 

                                que enceniza su cara pelirroja.

                              De la rosa romántica, en la nieve,

                              él ha visto caer la última hoja.

 

Antonio Machado

Antonio Machado

   [ Recuerdos de inicios de siglo] [...] A ratos también miraba a Baroja, sentado frente a mí. No sabía que fuera escritor, pero su figura me divertía. Pensé que tal vez habría sido más alto de pesarle menos la cabeza, demasiado grande para él. Así mismo me fijaba en la amarillez de su rostro, alargado por una pelambrera rala y rucia, y la notoria desproporción que había entre la anchura de la frente y la estrechez de la mandíbula. Era un tipo extraño, misterioso, de joven envejecido, que me recordaba a los que pululan en las novelas rusas [...] En el vestir, Pío Baroja fue el hombre más desaliñado de su generación; y lo era por desidia, no por carecer de recursos. Madrid no pudo quitarle el empaque aldeano que le infundieron los montes de Vasconia. Usaba corbata, pero debía anudársela mientras pensaba en otra cosa y la llevaba de cualquier modo, lo mismo que el sombrero o la boina. Detalles que unidos a su escasa inclinación a cepillarse, a la ninguna importancia que dedicaba a las rodilleras de sus pantalones, y a su caminar con los pies un tanto vueltos hacia dentro, acaso explican aquel cierto dejo de ancianidad que hubo en su juventud. 

Eduardo Zamacois. Un hombre que se va... (Memorias). (1964)

Eduardo Zamacois

   Cuando le conocí su aspecto me gustó. Era un hombre macilento, de andar indeciso, de mirada turbia, de esqueleto encorvado, que parecía pedir permiso para vivir a los hombres. Luego, su palabra era tibia y temerosa.

Alejandro Sawa. Iluminaciones en la sombra. (1910)

 

Alejandro Sawa

   Baroja presume la felicidad bajo la fisonomía de la acción. Condenado a una existencia inerte en la atmósfera inmóvil de España, sin nada actual que le atraiga, sin goces, sin satisfacciones de ningún género, ni siquiera las que proporciona la consideración pública a un escritor que ha dado ya cima a buena parte de su obra, Baroja se dedica desde su rincón a soñar la vida de un hombre de acción.

José Ortega y Gasset. "Ideas sobre Pío Baroja" en El espectador I. (1916)  

 

José Ortega y Gasset

   Pío Baroja ha engordado, y se queja del reuma con mayor asiduidad que antes. Su charla, siempre fluida y continua como un chorro intelectual, tiene ahora ligeras intermitencias. La risa es  menos frecuente tal vez, menos acerba y picante que en plena juventud, y los alfilerazos contra las reputaciones consagradas no tienen tanto amargor. No juega tanto al deporte de la arbitrariedad, sal de su vida. En fin, es el medio siglo. Le gusta hablar de las cosas viejas, de los libros antiguos y de las estampas históricas, y esto produce una extrañeza tanto mayor si se recuerda que fue Baroja el hombre naturalmente iconoclasta y anarquizante para quien las cosas clásicas y solemnes del pasado sólo merecían desdén. [...] He ahí un hombre que penetró en la juventud soñando con barricadas y con reproducciones de escenas del Terror del 93. ¡Quimeras! Es un hombre manso, que no ha tenido nunca vicios ni apenas necesidades; que nunca se ha quejado de hambre o de sed o de ganas de fumar; hijo respetuoso y hondamente devoto de su madre; cada día más filial y más casero, más gato de cojín y de estufa, menos realizador...

José María Salaverría. Retratos.(1926)

José María Salaverría

   El egoísmo de Pío siempre ha sido terrible; ahora ya da[ría] risa si no diera pena.

Carmen Baroja. Recuerdos de una mujer de la Generación del 98. (1941-43)

Carmen Baroja

   [Recuerdos del año 1946] Y si le ocurría al visitante ser el primero de la tertulia en llegar, no acertaba a ver más que la silueta borrosa, de espaldas a la cerúlea luz de la calle, que encorvada sobre el papel era reconocida por la boina y recibía al intruso con una mirada imperceptible por encima de los lentes y el gesto para enroscar en su caperuza y dejar a un lado la pluma estilográfica. Porque inmediatamente dejaba de escribir y se sentaba en su sillón - echándose la manta sobre las rodillas si hacía frío - para ponerse a charlar.

Juan Benet. "Barojiana" en Otoño en Madrid hacia 1950. (1987)

Juan Benet

   En la pintura de su individualidad, Baroja, lo reputo como lo más probable, no se ve, con diáfana claridad, en lo que es sino en lo que hubiera querido haber sido. [...] Baroja fue un tímido fisiológico, un hombre cuya capacidad de osadía no salió jamás, a lo largo de sus años, de su cabeza [...] Baroja tampoco fue un hombre turbulento sino, bien al contrario, un hombre apacible, pese a que la turbulencia marca a no pocos de sus personajes; diríase que la turbulencia, en Baroja, fue una actitud delegada, algo que jamás usó aunque siempre hizo usar. [...] En cuanto a su entusiasmo por la acción, Baroja, en cierto modo, no miente. Baroja no fue nunca un hombre de acción, sino un minucioso y deleitoso biógrafo de los hombres de acción. [...] Sobre el entusiasmo de Baroja por el porvenir también convendría caminar cautelosamente. Pío Baroja no fue, de cierto, un tradicionalista [...] El porvenir en el que Baroja creía y con el que se entusiasmaba fue siempre pretérito. Una vez se lo dije y se mostró muy sorprendido de escucharlo. Baroja habla de Darwin  y de su Evolución de las especies, y de Stevenson y de su máquina de vapor, y de Edison y de su fonógrafo, con entusiasmo estremecedor. Baroja, inmerso de hoz y coz en el siglo XIX, llamó siempre porvenir a lo que ya había pasado. [...] Tampoco encuentro cierto que Baroja sea un romántico. El romántico suele vivir despegado de este bajo mundo y Baroja, por el opuesto camino, se sintió siempre con raíces en la tierra. [...] Con relación a su propio y fiero individualismo, sí acierta Baroja en su diagnóstico. Nadie como él en España - país individualista a ultranza - llevó tan hasta sus últimos extremos el individualismo.

 Camilo José Cela. "Cuatro figuras del 98" (1952)

 

Camilo José Cela

   Aunque nunca tuvo ideas filosóficas optimistas, mi tío Pío, de los cincuenta años para arriba, en la vida cotidiana era el hombre malhumorado, hosco y grosero que han pintado algunos aficionados al chafarrinón. En su existencia larga debió cambiar algo de carácter, con arreglo a un proceso que es relativamente común. [...] Según decía mi madre de joven, sí, había sido muy huraño, áspero e insociable. Era la época, sin duda, en que su personalidad como literato tenía que desenvolverse y en la que todo son luchas internas y externas [...] Cuando empiezo a tener memoria de mi tío Pío era un hombre que, claro es, ya me parecía viejo. Tenía por encima de cuarenta y cinco años, una cabeza grande, potente; con una calva completa. En la cara se destacaban unos ojos de color indefinido, una nariz gruesa, el bigote espeso, la barba corta, rojiza, que, en parte, tapaba la boca, de labios muy rojos, algo torcida por una sonrisa melancólica, en consonancia con la expresión de los ojos. La cara que pone a Silvestre Paradox, casi. No era una cara común en España. Era una cara como eslava y algo socrática, pero sin la fealdad de la de Sócrates. Mi tío estaba algo encorvado y tenía un esqueleto fuerte, manos de hombre de campo o de trabajo, muy grandes y poco hábiles. Se balanceaba algo al andar y un partidario de la Fisiognomía, tal como la cultivaba Gianbattista Porta, hubiera encontrado que el animal al que más se parecía era al oso. Era en casa un oso tranquilo, dulce, sonriente, al menos en apariencia. Los osos parece que ríen: pero su zarpa es peligrosa.

Julio Caro Baroja. Los Baroja. (1972)  

Julio Caro Baroja

 

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