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SHEILA FABRE

EL MUNDO POSMODERNO

Pasado el furor generado por la revolución feminista, nosotras las mujeres pos- modernas, que prescindimos de actitudes rebeldes como la de quemar sujetadores en plaza publica, ya que podemos tranquilamente abandonarles en el fondo del cajón, vivimos un periodo de angustia existencial. Con los senos libres por debajo de la camisa y el anticonceptivo en el bolsillo, la invasión emprendida en el territorio tradicionalmente masculino dejó de ser una actitud sorprendente. Y hacer que las cosas sean un hecho ya no es mas la palabra (de todo cierto) y, sobretodo, las pérdidas que la revolución feminista originó. ¿Y ahora, José? Tomando coraje y aliento para contabilizar victorias y fracasos, el momento exige que lancemos mano de la propalada educación emocional a fin de organizar pacientemente en un rincón los escombros restantes de viejos patrones y poner el cemento, otra vez sentar la base, separar, por fin, el escombro de los ladrillos reutilizables y dar un destino coherente! para ambos.

La tarea parece ardua y reveladora a medida que nos damos cuenta que estamos mas preparadas para la vida hacia fuera y menos aptas para la vida del hogar, y que lidiar con softwares, hardwares, aplicaciones financieras, compras de coches, e inmuebles se tornan más fáciles que cuidar de la familia. La situación se muestra aún más desalentadora cuando en contrapartida, constatamos que desaprendemos lo de cocinar, el educar los hijos, contar historias y dar consejos.

El hogar está perdiendo su sentido semántico primordial, que siempre fue el sitio donde antiguamente, al inicio de la civilización, los familiares tenían la costumbre de reunirse alrededor del fuego para calentarse. En el mundo dicho civilizado uno cena a la hora que siente hambre. Nosotras, parimos tarde. Pasamos a fumar mucho, beber exageradamente y a sufrir del corazón. Asimilamos las peores características masculinas y no tornamos liberales, olvidando que el cuerpo que se dice encantada a un sin fin de desconocidos abrigará un día el hijo deseado. Cosas tan disonantes y difíciles de ser conciliadas... miramos, pesarosas, que a cada peldaño que subimos en la escalera del progreso encontramos munición para armarnos mas en el área profesional y, paradójicamente, estar menos protegidas en el sector afectivo.

Creyendo ingenuamente que los tales derechos iguales nos iban traer subsidios para todas las áreas de la vida, hemos ido construyendo moldes que nos diesen parámetros, que nos proporcionasen nociones de limites y libertad. Aún con la pasta en el horno, nos hemos dado cuenta de que todo quedaba demasiado apretado para contenernos – para el bien de la verdad, insoportable. Es, en los últimos instantes, el preparado empezó a crecer demasiado y la horma no puede aguantar el exceso. Resultado: la pasta se derramó y, sin otra alternativa disponible, tendríamos entonces que tragar y servir a nuestros descendientes.

Una vez concluido el proceso del cocimiento, colocamos cuidadosamente la vasija por en cima de la pila y nos quedamos observando, desconfiadas, la cosa está hecha. ¿Qué hacer con aquello? Queríamos un plato caliente y sabroso y acabamos de sacar del horno algo sin valor nutritivo. Erramos en la mano y tenemos que asumir eso. Viramos lo que era necesario para mantener pegado él rotulo de “bien- sucedida e independiente”. Será que á merecido la pena el radicalismo?

La mujer, hoy, en su gran mayoría, trabaja para el propio sustento y ayuda en el presupuesto de la casa. Esa fue una buena conquista. Pero, en los días de cólicos menstruales, precisa tomar un analgésico y aguantar él golpe sin demostrar dolor ni irritarse. Entonces para que existen maquillaje y tranquilizante? Esa fue una consecuencia nefasta.

Tampoco es permitido manifestarse con énfasis emocional, cuando se recibe una promoción, tampoco dejar caer una lágrima furtiva al oír una noticia triste durante el expediente: ante de todo, somos profesionales forjadas en los patrones masculinos – que lloren después de las cinco y media entonces, caray. Y de represión en represión, vamos viviendo nuestro calvario vete tú a saber en dirección a que cruz, pasando a consumir ideas, impuestas por los media, reprender y ser reprimidas.

Somos nuestros propios verdugos. Parimos cuando la empresa permite y creamos nuestros hijos sabe dios cómo, dejando la educación de los niños sobre la responsabilidad de terceros.

Y, lanzando una mirada hacia un pasado no muy lejano , comprendemos que un día salimos desahogadas y felices de la guardia de nuestro padre, nos libramos de las garras dominadoras del marido, hemos dado nuestro grito de libertad sin saber que estábamos a punto de caer en la telaraña envolvente de los media, que pasó a dictar los comportamientos actuales.

De la gran olla a la calderilla, pasamos a vivir bajo la regla vigente e indiscutible que manda sustituir las glándulas mamarias por silicona, una lipo para quitar la grasa excedente y no envejecer.

El espacio para el ser humano íntegro, fue quedándose cada vez más chico. No hay mas tiempo para la vida y sus desdoblamientos naturales. Los sabrosos pasteles calientitos del domingo por la tarde, fueron sustituidos por palmeras industrializadas, compradas en la panadería de la esquina; las charlas con la madre cambiaran por el chat, con alguno extraño en la pantalla del ordenador, porque el poco tiempo que cuenta no es real, pero virtual. Nosotras, mujeres posmodernas, exigimos lo mejor de todo y de todos, y los hombres, inseguros, se quedaron perdidos en medio a una confusión de nuevos valores: darles Viagra para contener los ímpetus de ese mujerío ensandecido por resultados. Entonces, la palabra del momento pasó a ser, funcionar, presentar soluciones satisfactorias. El proceso para llegar más allá no importa, lo que vale son las soluciones – y ellas tienen que venir rápidamente. ¿Tú las tienes?

Ahora nos toca a nosotras, íconos del posmoderno, revisar los conceptos feministas con discernimiento, hacer un balance de los pros y contra de toda esa revolución que nos empujó al universo masculino e insertar en él, aún que de una forma sutil el elemento femenino. Nos toca, sobretodo concienciarnos de que todavía sigue sobre nuestra responsabilidad formar el ser humano íntegro que transitará por el mundo futuro que despunta y comprender que, para que los hombres y las mujeres de mañana sean personas dignas y equilibradas, van a necesitar del contacto humano, de un direccionamiento real que solamente el núcleo familiar puede ofrecer con seguridad. Y así quién sabe, reestructurando de un modo más coherente nuestros papeles en el mundo, las vidas serán retiradas de la marginalidad, y los conflictos y guerras entre sexos pasarían a ser no mas que un recuerdo de lo que fue un día la prehistoria emocional de la humanidad.

Traducción de Isabel Ortega


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