MONÓLOGO FIN


Nadie logra ver que solamente
Estoy sentado en una silla
Mirando una pared cualquiera.
J.E. EIELSON

 
 

Pie descalzo
de zapatero que hoy murió
            enormes orejas
            de dinosaurio amigo
son aletazos de hombre cóndor
que dice:
No pensemos volver a jugar
al buen remendador
y si alguna vez
por error lo hiciéramos
quede allí el escándalo
de haberlo permitido.

Desde dentro las
                      mis
                      tus
                       sus
            historias
            entrañas
            vivencias
            emociones
            espinas vestidas de rosa
            pajaritas atrapadas para desdicha del bosque
transfórmanse
en aves silvestres
y embarazadas
venidas del sur
para gritar
que el hábitat nuestro
aún es gigantesca
y oscura esfera
que anónimo coleóptero arrastra
por irreal camino
donde ácaros de mal agüero
hacedores de versos
se autonombran.

Para algunos el pasado
jaque sin ajedrez,
para nosotros
ajedrez sin rey;
de allí nuestra manía
de perennizar
sabiduría y silencio.

En estos aires
de ires y venires
siete más siete pueblos conocí
            sencillez de papel picado
mapas en cada sueño sembré
y al libro más próximo huí
pasando por lugares
donde el mal de espanto se cura
con cuyes o yerbas santas,
según convenga.
Fueron años-agonía
cuando ya padre
en viaje adverso
a mi madre recordaba
diciendo imitar
momias en vientre ajeno.
 

Aún invierno
en esta oreja de la tierra
            estación solitaria
            de estos pueblos
y el granizo de bruces
sobre la partera
            carreritas de ratón
para ausentar del viento
huidas obligadamente elegidas.

La alegría
            paloma mensajera
            de dioses muertos
tejados nuevos buscaría
donde reposar
inciensos y balanzas.
Así ropones e historias
que contaba mi maternal abuela
            aquella del pueblo quemado por luciérnagas,
            por ejemplo,
hoy insistentes campanadas
que devoro con fresas
escondido en su nostalgia.

Sueños envejecidos
perturban estos días
            el bebé sin color en la mirada
            la locura de repasar callejones sin salida
            el paraje solitario de la madrugada que no llega
            la voluntad suicida del extremo inalcanzable
            la boca de la mujer que torturo a pesar mío
            la señal imborrable del muslo prohibido.

Pero como siempre
levantar sábanas
mirarme asombrado
pálido
enfermo sin terapia
no es mi oficio.
Sin embargo solo
            único silencio
            en el pentagrama
o acompañado
al suicidio
o a la vida eterna voy
recordando haber sido
oro
o
madera
que ya nunca será igual.