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Poemas del libro de las flores del mal



Conservación

¡Eres un bello cielo de otoño, claro y rosado!
Pero la tristeza sube en mí como el mar,
Y deja, al refluir, en mis labios melancólicos
el recuerdo punzante de su amargo limo.

Tu mano se desliza en vano por mi pecho que desfallece;
lo que ella busca, amiga, es un lugar destrozado
por la garra y el diente feroz de la mujer
No busques más mi corazón; se lo han comido las bestias.

Mi corazón es un palacio devastado por las turbas;
¡en el que se emborrachan, matan, se agarran de los cabellos!;
¡Flota un perfume en torno a tu pecho desnudo!...

¡Oh belleza, duro látigo de las almas, tú lo quieres!
Con tus ojos de fuego brillantes como fiestas,
¡calcina estos despojos que han dejado las bestias!


Canto de Otoño

Pronto nos hundiremos en las frías tinieblas;
¡adiós, viva claridad de nuestros veranos demasiado cortos!
Ya oigo caer con fúnebres golpes
la leña que retumba en el empedrado de los corrales.

Todo el invierno va a volver a mi ser: cólera,
odio, escalofríos, horror, trabajo duro y forzado,
y, como el sol en su infierno polar,
mi corazón ya no será más que un bloque rojo y helado.

Escucho tembloroso cada leño que cae;
cuando levantan un cadalso no se produce un eco más sordo.
Mi espíritu se asemeja a la torre que se derrumba
bajo los golpes del ariete incansable y pesado.

Arrullado por este monótono golpear, me parece
que clavan a toda prisa un ataúd en algún sitio.
¿Para quién? __Ayer era verano; ¡he aquí el otoño!
Este ruido misterioso suena como una despedida.


II

Amo la luz verdosa de tus grandes ojos,
dulce belleza, más hoy todo es amargo,
y nada, ni tu amor, ni tu cuarto, ni la chimenea,
valen hoy para mí lo que el sol que resplandece en el mar.

Y, sin embargo, ¡ámame, tierno corazón!, sé madre
hasta para un ingrato, hasta para un malvado;
amante o hermana, sé la dulzura efímera
de un otoño glorioso o de un sol que se pone.

¡Breve tarea! La tumba espera; ¡está ávida!
¡Ah, déjame que, con mí frente puesta en tus rodillas,
guste, añorando el verano blanco y tórrido,
el rojo amarillo y dulce del final del otoño!



A una Madona
Canción de primeras horas de la tarde



Aunque tus cejas malignas
te den un aire extraño
que no es el de un ángel,
bruja de ojos seductores,

te adoro, oh frívola mía,
¡mi terrible pasión!,
con la devoción
del sacerdote por su ídolo.

El desierto y el bosque
perfuman tus trenzas toscas,
tu cabeza tiene las actitudes
del enigma del secreto.

Por tu carne vaga el perfume
como alrededor de un incensario;
encantas como la tarde,
ninfa tenebrosa y cálida.

¡Ah, los filtros más fuertes
no valen tu pereza,
y conoces la caricia
que hace revivir a los muertos!

Tus caderas están enamoradas
de tu espalda y de tus senos,
y cautivas a los almohadones
con tus lánguidas posturas.

A veces para clamar
tu rabia misteriosa,
prodigas, seria,
el mordisco y el beso;

me destrozas, morena mía,
con una risa burlona,
y luego pone en mi corazón
tus ojos dulces como la luna.

Bajo tus chapines de raso,
bajo tus encantadores pies de seda,
pongo mi gran alegría,
mi genio y mi destino.

¡alma mía curada por ti,
por ti, luz y color!,
¡explosión de calor
en mi negra Siberia!





El Albatros


A menudo, por divertirse, los hombres de la tripulación
cogen albatros, grandes pájaros de los mares,
que siguen, como indolentes compañeros de viaje,
al navío que se desliza por los abismos amargos.

Apenas les han colocado en las planchas de cubierta,
estos reyes del cielo torpes y vergonzosos,
dejan lastimosamente sus grandes alas blancas
colgando como remos en sus costados.

¡Que torpe y débil es este alado viajero!
Hace poco tan bello, ¡que cómico y que feo!
Uno le provoca dándole con una pipa en el pico,
otro imita, cojeando, al abatido que volaba.

El poeta es semejante al príncipe de las nubes
que frecuenta la tempestad y se ríe del arquero;
desterrado en el suelo en medio de los abucheos,
sus alas de gigante le impiden caminar.






Perfume exótico


Cuando, con los ojos cerrados, en una tarde cálida de otoño,
respiro el olor de tu seno ardoroso,
veo extenderse riberas felices
a las que deslumbran los fuegos de un monótono sol.

Una isla perezosa donde la naturaleza da
árboles singulares y frutos sabrosos;
hombres cuyo cuerpo es esbelto y vigoroso,
y mujeres cuyos ojos asombran por su franqueza.

Guiado por tu olor hacia encantadores climas,
veo un puerto lleno de velas y de mástiles
todavía cansados por las olas del mar,

mientras que el perfume de verdes tamarindos
que se esparce en el aire y traspasa mi nariz,
se mezcla en mi alma con el canto de los marineros.




La Cabellera


¡Oh, melena, que cae ensortijada sobre la espalda!
¡Oh, bucles! ¡Oh, perfume cargado de descuido!
¡Éxtasis! Para poblar esta tarde la oscura alcoba
con los recuerdos que duermen en esta cabellera,
¡yo la quiero agitar en el aire como un pañuelo!

La languideciente Asia y la ardiente África,
todo un mundo lejano, ausente, casi muerto,
vive en tus profundidades, ¡selva aromática!,
como otros espíritus bogan por la música,
el mío, ¡Oh, mi amor!, nada por tu perfume.

Iré allí donde el árbol y el hombre, llenos de savia,
desfallecen mucho tiempo bajo el ardor de los climas;
fuertes trenzas, ¡sed el oleaje que me arrastre!
Continentes, mar de ébano, un sueño deslumbrante
de velas, de remeros, de gallardetes y de mástiles:

Un puerto resonante donde mi alma puede beber
a grandes raudales el perfume, el sonido y el color;
donde los navíos, que se deslizan en el oro y el moaré,
abren sus vastos brazos para abrazar la gloria
de un cielo puro donde vibra el eterno calor.

Hundiré mi cabeza amiga de embriagarse
en este negro océano donde está encerrado el otro;
y mi espíritu sutil que el balanceo acaricia
sabrá volver a encontrar, oh fecunda pereza,
¡los infinitos vaivenes del ocio embalsamado!

Cabellos azules, pabellón de tinieblas extendidas,
me devolvéis el azul del cielo inmenso y redondo;
en los bordes suaves de vuestros mechones retorcidos
me embriago ardientemente con los olores confundidos
del aceite de coco, del almizcle y la brea.

¡Mucho tiempo!, ¡siempre!, mi mano en tu grande y espesa cabellera
sembrará el rubí, la perla y el zafiro,
¡para que a mi deseo no seas nunca sorda!
¿No eres el oasis donde sueño, y la calabaza
donde sorbo a grandes tragos el vino del recuerdo?





A una dama criolla


En un país perfumado que el sol acaricia,
he conocido bajo una bóveda de árboles teñido de púrpura,
y de palmeras de donde llueve en los ojos la pereza,
a una dama criolla de encantos ignorados.

Su tez es pálida y ardiente; la morena encantadora
tiene en el cuello aires notablemente afectados;
grande y esbelta al andar como una cazadora,
su sonrisa es tranquila y sus ojos resueltos.

Si vais, Señora, al verdadero país de la gloria,
a las orillas del Sena o del Verde Loira,
bella digna de adornar las antiguas mansiones
en el abrigo de rincones umbríos, haríais
germinar mil sonetos en el corazón de los poetas,
que vuestros grandes ojos volverían más sumisos que vuestros negros


 

Sin título


Te adoro al igual que a la bóveda nocturna,
oh vaso de tristeza, oh gran taciturna,
y tanto más te amo, bella, cuanto tú más me huyes,
y cuanto más me pareces, adorno de mis noches,
aumentar con mayor ironía las leguas
que separan mis brazos de las inmensidades azules.

Me lanzo al ataque, y escalo al asalto
como tras un cadáver un coro de gusanos,
y quiero, ¡oh bestia implacable y cruel!,
¡hasta esa frialdad por la que me resultas más bella!



Sin título


¡Meterías al universo entero en tu callejuela, mujer impura! El tedio hace tu alma cruel. Para ejercitar tus dientes en este juego singular te hace falta a diario un ánimo de armero. Tus ojos iluminados al igual que las tiendas y que las luminarias resplandecientes de las fiestas públicas, usan con insolencia un poder ficticio, sin conocer nunca la ley de su belleza.

¡Máquina ciega y sorda, en crueldades fecunda!, provechoso instrumento, bebedor de la sangre del mundo, ¿cómo no te avergüenzas y cómo no has visto palidecer tus atractivos delante de todos los espejos? La grandeza de este mal en el que te crees sabia ¿no te ha hecho nunca retroceder de espanto, cuando la naturaleza, grande en sus designios ocultos, se sirve de ti, oh mujer, oh reina de los pecados, -de ti, vil animal-, para modelar un genio?

¡Oh, enlodada grandeza!, ¡oh, sublime ignominia!



A una que pasa

La calle, ensordeciéndome, rugía en torno mío.
Alta, esbelta, enlutada, dolor majestuoso,
pasó una mujer, con mano fastuosa
levantando y meciendo el borde de su falda.

Pasó, ágil y noble, con su pierna de estatua.
Yo bebía, crispado como un extravagante
la dulzura que hechiza y el deleite que mata.

Un rayo.... y, ¡la noche! -Belleza fugitiva,
cuyo mirar de pronto me hizo renacer,
¿es que ya no he de verte hasta la eternidad?

Allá, lejos de aquí muy tarde, ¡quizá nunca!
ignoro dónde huyes, no sabes dónde voy.
¡Tú a quien yo hubiese amado! ¡Oh tú, que lo sabias!




Alegoría

¡Es una mujer bella y de altiva garganta
que deja en el vino arrastrar sus cabellos!
Del antro los venenos, del amor la pezuña
resbalan y se liman en su cuerpo marmóreo.
Se ríe de la Muerte y del Libertinaje,
monstruos cuya mano que desgarra y destruye,
respeta sin embargo en sus terribles juegos
la ruda majestad de ese cuerpo tan firme.
Cual sultana descansa, camina como diosa;
en el placer profesa una fe mahometana.
Y a sus brazos abiertos que sus dos senos colman
atrae con su mirar a los seres humanos.
Cree, y sin duda sabe la virgen infecunda
pero tan necesaria a la marcha del mundo,
que la hermosura del cuerpo es don sublime
que logra por sí solo el perdón de la infamia.
Ignora el Infierno igual que el Purgatorio
y al llegarle la hora de entregarse a la Noche
contemplará serena el rostro de la Muerte,
como un recién nacido -¡sin pesar y sin odio!


Armonía de la Tarde

Llega la hora en que vibrando sobre el tallo
cada flor se evapora igual que un incensario.
Giran en la tarde perfumes y sonidos.
¡Melancólico vals y lánguido desmayo!

Cada flor se evapora igual que un incensario;
como un pecho afligido se estremece el violín.
¡Melancólico vals y lánguido desmayo!
El cielo es bella y triste como un inmenso altar.

Como un pecho afligido se estremece el violín,
pecho tierno que odia la nada vasta y negra.
El cielo es bello y triste como un inmenso altar;
el sol ya se ahogó en su sangre cuajada.


¡Un tierno pecho que odia la nada vasta y negra
recoge los vestigios de¡ luminoso antaño!
El sol ya se ahogó en su sangre cuajada...
¡Igual que una custodia brilla en mí el recuerdo!



Castigo del Orgullo

En los tiempos espléndidos en que la Teología
floreció con mayor savia y energía,
cuéntase que un doctor de los más eminentes,
--tras haber convertido almas indiferentess
y haberlas convertido en sus negros abismos;
tras haberles abierto hacia la gloria empírea
caminos singulares, para él mismo secretos
por donde sólo cruzan los espíritus puros--,
como un hombre engreído, presa total de pánico,
exclamó, poseído de un orgullo satánico:
"¡Jesús, pobre Jesús, te he puesto muy en alto!
Pero, si atacarte yo me hubiera propuesto,
no sería menor tu afrenta que tu gloria
ni Tú serías más que un objeto irrisorio".
De inmediato huyó de él la razón.
Los rayos de ese sol veló negro crespón;
el caos ocupó aquella inteligencia,
otrora templo vivo, todo orden y opulencia,
bajo cuyo techo tanta pompa habitaba.
El silencio y la noche se instalaron en él
como en una cripta cuya llave se pierde.
Fue semejante, entonces, a bestia callejera
y cuando, sin ver nada, por los campos pasaba,
sin distinguir siquiera veranos de inviernos,
sucio, inútil, grotesco, corno una cosa usada,
servía a los muchachos de jolgorio y de mofa.



Charla

Eres un ciclo de otoño, rosa y claro;
pero en mí la tristeza asciende como el mar
y deja al refluir, en mis labios huraños
el recuerdo punzante, amargo, de un limón.

Tu mano acaricia vanamente mi seno;
amiga, lo que busca es un lugar marcado
por el garfio y el diente feroz de las mujeres.
No tengo corazón; lo comieron las bestias.

¡Es mi pecho un palacio manchado por la chusma;
la gente en él se mata, se embriaga, se agrede !
-¡Qué perfume hay en tomo de tu seno desnuudo!

¡Tú lo quieres Belleza, azote de las almas!
¡En tus ojos de fuego que brillan como fiestas
calcina estos despojos que olvidaron las fieras!





El Amor y la Calavera
Pie de Lámpara Antigua


El Amorse sienta en la calavera
de la Humanidad,
y sobre ese trono el profano,
con risa burlona
sopla alegremente las pompas redondas
que en aire suben
corno si quisieran unirse a los mundos
más allá del éter.
La luminosa y frágil esfera
con un gran impulso
revienta y escupe su alma tan frágil
corno un leve sueño.
En cada pompa oigo a la calavera
gemir y rezar:
"¿Ese juego feroz y ridículo cuándo concluirá?
¡Lo que cruel tu boca
en el aire esparce,
oh monstruo asesino, mi cerebro es,
mi carne y mi sangre!"







El Aparecido

Cual los ángeles de ojos flavos
yo volveré hasta tu alcoba,
deslizándome sin ruido
en las sombras de la noche;

y te daré, oh morena,
corno la luna, besos fríos,
y caricias de serpiente
reptando en torno de una fosa.

Cuando llegue el alba lívida,
verás mi lugar vacío,
y helado ya, hasta la tarde.

Como otros por la ternura,
quiero reinar por el espanto
sobre tu juventud y tu vida.







El enemigo

Mi juventud no fue mas que una tenebrosa
borrasca atravesada por deslumbrantes soles;
la lluvia y las centellas hicieron tal estrago
en mi huerto, que apenas tiene frutos bermejos.

Ya he llegado al otoño fatal de las ideas,
y es preciso emplear la pala y los rastrillos
trabajando de nuevo las tierras inundadas
donde se abrieron hoyos vastos como sepulcros.

Quién sabe si las nuevas flores con que yo sueño,
en el suelo encharcado encontrarán el místico
alimento que nutra su firme lozanía.

¡Oh dolor, oh dolor! el Tiempo come vida
y el sombrío enemigo que el corazón nos roe
crece fuerte, bebiendo la sangre que perdimos.







El Final de la Jornada

Bajo una lívida luz
corre y danza sin motivo
la Vida chillona, imprudente;
y así, en cuanto al horizonte

la noche voluptuosa asciende
apaciguando hasta el hambre,
borrando incluso la vergüenza,
el Poeta se dice: "¡Al fin!"

Mi espíritu, como mis vértebras
con fervor invoca el reposo,
lleno de fúnebres sueños,

voy a tenderme de espaldas
y a envolverme en vuestras cortinas,
¡oh refrescantes tinieblas!"







El Poseso

El sol está de luto. ¡Oh Luna de mi vida
a semejanza suya, arrópate entre sombras;
duerme o arde a tu antojo, sé muda, sé sombría,
húndete por completo del tedio en el abismo!
¡Te amo así! Sin embargo, si acaso hoy deseas,
como un astro en eclipse que deja la penumbra,
recorrer los lugares que invade la Locura,
¡abandona tu vaina, oh encantador puñal!
Enciende tus pupilas en la luz de las lámparas.
Del rufián en los ojos, enciende los deseos;
irnorbidez, petulancia, todo en ti me deleita!
Sé a gusto, negra noche, Incandescente aroma;
mi cuerpo tembloroso no tiene ya una fibra
que no grite, ¡te adoro, oh amado Belcebú!







El Sueño de un Curioso
A.F.N.

Conoces como yo el sabroso dolor
Y de ti hacer decir: "¡Qué hombre más extraño!"
Iba a morir y en mi alma amorosa
había deseo mezclado con horror: un mal muy singular.
Angustia y esperanza, sin mezcla de ironía.

Al irse vaciando aquel fatal reloj
mi tortura se hacía más honda y deliciosa;

mi pecho se arrancaba del mundo familiar.
Era como ese niño que ansía divertirse
y que odia el telón lo mismo que un obstáculo.
Pero al fin la verdad se reveló desnuda.
Me morí sin sorpresa y la terrible aurora
me envolvía. ¿Y qué? ¿Era tan sólo eso?
El telón se había alzado y yo esperaba aún.









El Vampiro

Tú que como una cuchillada
entraste en mi triste pecho,
tú que, fuerte cual un rebaño
de demonios, viniste, loca,

a hacer tu lecho y tu dominio
en mi espíritu humillado.
--Infame a quien estoy unido
como a su cadena el galeote,

corno al juego el jugador,
como a la botella el borracho
como al gusano la carroña,
--¡maldita seas, maldita!

Rogué al rápido puñal
que mi libertad conquistara
dile al pérfido veneno
que socorriese mi cobardía.

Mas ¡ay! puñal y veneno
despreciándome, me han dicho:
"No mereces que te arranquen
de esa maldita esclavitud,

¡imbécil! --si de su imperio
nuestro esfuerzo te librara,
tus besos resucitarían de tu vampiro ¡el cadáver!"







El vino de los Amantes

¡Hoy el espacio está espléndido!
Sin riendas, ni freno, ni espuelas,
a caballo sobre el vino
partamos a un mágico cielo.
Cual dos ángeles torturados
por implacable calentura
en el cristal de la mañana
sigamos un leve espejismo,
Y mecidos sobre el ala
de un torbellino inteligente,
en un delirio paralelo,
¡oh hermana, juntos nadando,
huiremos sin descanso
al paraíso de nuestros sueños!







Elevación

Más allá de los lagos, más allá delos valles,
de los montes, los bosques, de las nubes y el mar,
por encima del sol, mas allá de los cielos,
por sobre los confines de la esfera estrellada,

te mueves ágilmente, ¡ oh tú espíritu mío !
y como un nadador complacido en la onda
con alegría surcas la inmensidad profunda
gustando un indecible y varonil placer.

Vuela lejos, bien lejos de estos miasmas malsanos;
marcha a purificarte en el éter más alto,
y bebe, cual un puro y divino licor,
ese fuego que colma los límpidos espacios.

Tras todas las molestias y las enormes penas
que agobian con su peso la existencia brumosa,
¡dichoso aquel que puede con sus alas pujantes
lanzarse hacia otro campo luminoso y sereno!

Y cuyos pensamientos igual que unas alondras,
en la libre mañana hasta el cielo se elevan,
--que vuela por la vida y sin esfuerzo enttiende
lo que dicen las flores y todo lo que es mudo.







La Belleza

Hermosa soy, mortales, como un sueño de piedra,
y mi seno en que todos, por turno, se han herido,
creóse con el fin de inspirar al poeta
un amor mudo, eterno, igual que la materia.
Yo reino en el azul, esfinge incomprendida.
A un corazón de nieve uno el blancor del cisne;
detesto el movimiento que desplaza las líneas,
y no lloro jamás, y nunca jamás río.

Los poetas al ver mis nobles actitudes
que semejan la copia de airosos monumentos,
consumirán sus días en austeros estudios,
pues para fascinar tan dóciles amantes
tengo, puros espejos que todo lo hermosean,
mis ojos, ¡grandes ojos de eternas claridades!







La fuente de Sangre

Diríase que mi sangre a veces corre en ondas
lo mismo que una fuente de rítmicos sollozos.
Yo la escucho fluir con un largo murmullo
pero en vano me toco para encontrar la herida.

A través de la urbe, corno en un campo hermético
marcha convirtiendo las piedras en islotes,
apagando la sed de cada criatura
y tiñendo de rojo a la naturaleza.

Con frecuencia pedí a los vinos capciosos
que embotaran un día el terror que me agota
¡el vino aclara el ojo y agudiza el oído!

¡En el amor busqué el sueño del olvido;
el amor para mí es un filo punzante
para dar de beber a esas hembras crueles!






La Mala Suerte

Para levantar una carga tan pesada,
Sísifo, haría falta tu coraje.
Por más que ponga el corazón en el trabajo,
el Arte es largo y el Tiempo demasiado corto.
Huyendo de sepulcros celebrados,
hacia el más aislado cementerio,
mi corazón, como un tambor velado,
va resonando marchas fúnebres.

Más de un diamante duerme sepultado
en las tinieblas y el olvido,
lejos de picos y de sondas;
más de una flor exhala a su pesar
su perfume, dulce cual un secreto,
en las soledades más profundas.







La Muerte de los Amantes

Tendremos lechos llenos de fragancias sutiles
y divanes profundos lo mismo que una tumba;
sobre los anaqueles habrá exóticas flores
nacidas por nosotros bajo cielos más bellos.
Derramando a placer sus últimos ardores
nuestros corazones serán cual dos antorchas
que reflejarán su doble fulgor
en nuestros espíritus, espejos gemelos.

Una noche tejida de azul y rosa místicos ,
surgirá de nosotros una llama postrera
corno un gran sollozo preñado de adioses;

y más tarde un Ángel, abriendo las puertas
vendrá a reanimar, jubiloso y fiel,
el fuego apagado y el espejo gris.







La Vida Anterior

Yo viví largo tiempo bajo los amplios pórticos
que los soles marinos teñían de mil fuegos,
y que grandes pilares majestuosos y erguidos
trocaban por la noche en grutas de basalto.

La marea arrastrando la imagen de los cielos,
mezclaba de manera religiosa y solemne
los acordes potentes de su opulenta música
y el matiz del ocaso reflejado en mis ojos.

Fue allí donde gusté los tranquilos placeres,
en medio del azul, de las olas, del lujo,
y de esclavos desnudos, impregnados de aromas,

quienes me abanicaban con hojas de palmeras
sin tener más cuidado que el de desentrañar
el secreto punzante de mi melancolía.







Las Dos Buenas Hermanas

La Lujuria y la Muerte son dos buenas muchachas
pródigas en besos Y de salud pletóricas
cuya virgen cadera de guiñapos vestida
no ha parido jamás con penosos trabajos.
Al poeta siniestro que las familias odian,
querido en el infierno, cortesano sin rentas,
lupanares y tumbas le brindan en su olmeda
un tálamo que eluden los remordimientos.
El ataúd, la alcoba, fecundos en blasfemias,
a su vez nos ofrecen como tiernas hermanas
horrorosas dulzuras y terribles placeres;
¿cuándo vas a enterrarme, Libertinaje inmundo,
cuándo vendrás, oh Muerte, rival de sus encantos
sobre mirtos infectos, a tus negros cipreses?







Obsesión

Me asustáis, grandes bosques, igual que catedrales;
y rugís corno un órgano y en nuestros corazones,
estancias resonantes de estertores antiguos,
les responden los ecos de nuestros De Profundis.
Océano, te odio; mi espíritu en sí encuentra
tu tumulto, tus saltos; y oigo esa amarga risa
del hombre fracasado, preñada de sollozos,
en esa risa enorme, implacable, del mar.
Cómo me gustarías, ¡oh noche! sin estrellas
cuyo fulgor me habla incógnitos lenguajes.
¡Porque busco el vacío, la desnudez, lo oscuro!
Pero las tinieblas también son estrellas
donde viven surgiendo de mis ojos a millares,
seres que ya se fueron, de familiar mirada.