HISTORIA DE CIUDAD MADERO, TAMAULIPAS



Hacia el mes de marzo de 1778, cuando el virrey de la Nueva España, Juan Antonio Bucareli y Ursúa, ordenó que se entregará a los primeros pobladores de Altamira la Porción 44 o San Lorenzo para fundar la Villa, pocos, o casi nadie, pudieron llegar a imaginarse que esos terrenos son parte de los que actualmente ocupa Ciudad. Madero.

El 9 de Mayo de 1822, en un plano levantado por Lorenzo de Basallos, aparece sobre la margen izquierda del río Pánuco, señalado como El paso Real. Posteriormente, dicho paraje sería identificado con el ya legendario nombre del Paso de doña Cecilia.

Cecilia Villarreal nació en el último cuarto del siglo XVII en Soto la Marina, Tamaulipas. Los documentos encontrados hasta hoy aseguran vio la luz primera en 1784.

Todo se desarrolla en medio de un interesante proceso histórico, romántico-legendario, fabuloso.

Es en la margen izquierda de la desembocadura del río Pánuco, donde hoy, plena de historia, subsiste la Col. Tinaco, que hacia las postrimerías del siglo XVII, aproximadamente 1799, procedente de Pueblo Viejo la joven Cecilia Villarreal, entonces desposada con Francisco de la Garza hace su asiento.


EL NACIMIENTO DE LA VILLA DOÑA CECILIA

En el lugar que llaman el Arenal, entre Ciudad Madero y Arbol Grande, a la vera del camino de hierro a la Barra y a la corta distancia de la orilla del río Pánuco, se levantan los muros de un caserón, conocido popularmente con el nombre de La casa de teja.

"Hasta edad bastante madura vivió doña Cecilia, muy rica y famosa, teniendo la satisfacción de ver que en sus terrenos junto al paso del río se levantaban dos poblados: uno llamado Arbol Grande y bautizado el otro con su propio nombre Doña Cecilia.

"Lo que al principio fue designado sencillamente como Paso del río, se llamó desde la época juvenil de recién casada de nuestra heroína Paso de Cecilia y después, en plena viudedad, y cuando se convirtió en matrona celebérrima, el cercano caserío recibió el nombre de Doña Cecilia.

"El dominio territorial de la famosa mujer era a tal grado extenso que abarcaba desde las cercanías de la playa del mar hasta la proximidad de las garitas del puerto. Esto se comprueba con el hecho de que años después de la muerte de Doña Cecilia, cuando se trato de dar ejidos al municipio de Tampico, se tropezó con la dificultad de que aquella parte era de la propiedad particular y legítimamente escriturada de la famosa mujer..."

Armando Trujillo y Nuñez, en un extenso ensayo, acota algo que resulta interesante:
"La maledicencia clavó en doña Cecilia sus dardos emponzoñados que la hundían en el descrédito y la herían en lo más noble de la entraña. ¿De dónde surgen las corrientes de animosidad, de desconcordia, de antipatía hacia su persona? Es punto menos que imposible llegar al fondo le las conciencias y advertir en qué recoveco del cerebro late una célula en que anida la antinomia. Pero en el caso de doña Cecilia, sobre la que se volcaban todas las calumnias y era objeto de hablillas hirientes, es posible llegar a ese fondo misterioso...

Es probable que el motivo radicara en que, al fundarse Santa Anna de Tampico, era propietaria de vastos predios que imposibilitaban el crecimiento del nuevo pueblo y hubo que transar con ella para su adquisición.

Eran terrenos acotados de los que nadie, sin empacho de violar las normas legales, podría apropiarse. Estableciendo el lindazo pertenecían a doña Cecilia, y por ello la habrían de acriminar. Los comprantes aducían injusticia de la compra, y molestos se daban a murmurar...

Los fundadores de Santa Anna de Tampico habían procedido a tontas y a locas sin poner reparos en los aspectos legales.

Quizá en todo ello surgió una frase que nos puede ilustrar la situación. El escritor tamaulipeco Raúl Sinencio Chávez compartió:
A Tampico y Ciudad Madero sólo los divide una calle... y viejas rencillas."

Al construirse el caserío en las inmediaciones del río Pánuco, el terreno era casi selvático, abundando en las proximidades las fieras carniceras que con frecuencia devoraban personas y cabezas de ganado.

Larga fama de buena cocinera gozaba la patrona del mesón. Uno de los deleites mejor disfrutados por los antiguos tampiqueños era el de saborear manjares que, a los estilos regionales de Tamaulipas y de la huasteca, sabía condimentar sabrosamente doña Cecilia.

Con frecuencia en el naciente puerto de Tampico se organizaban alegres caravanas para pasar el día de campo en el paraje de Arbol Grande. De Tampico salían, principalmente los domingos, bulliciosas partidas de jinetes en cuacos retozones y de muchachas que cabalgaban mansos jamelgos y hasta humildes jumentos o en carretas tiradas por yuntas de tardos bueyes.

En la plazoleta frontera del mesón de doña Cecilia se tendía la rústica mesa para el banquete campestre y se bailaba regocijadamente bajo los árboles, mientras otros paseantes organizaban paseos en lanchas a lo largo del río o se dedicaban al placer de la pesca con anzuelo.

De todos estos capítulos doña Cecilia era considerada como mujer opulentísima, pues el dinero le entraba a carretadas por los rendimientos de la hospedería y de la fonda, por los pasajes al atravesar en la lancha del río, por los potreros sembrados y por los agostaderos llenos de vacas y caballos.

¿Adónde iban a parar los dineros, que en copiosa tributación caían diariamente en el bolsillo de doña Cecilia, desde casi medio siglo?
La gente aseguraba que el subsuelo del mesón y sus aledaños guardaban con avaricia más de una docena de entierros secretos, donde en cofres de hierro había sepultado verdaderos tesoros en onzas de oro y pesos de plata.

El casamiento de doña Cecilia sobrevino cuando ella tenía 15 años y su esposo Francisco de la Garza.

Cecilia contaba con apenas quince años, cuando regreso el gallardo fanfarrón, enamorándose luego con tropical precocidad. Desdeñando a los otros cortejantes, la linda rancherita solo tuvo ojos para aquel hombre tan guapo y valeroso.

Aunque le doblaba la edad Francisco, también se enamoro locamente de Cecilia, pues en toda la región no podía hallarse mocita tan chula y apasionada como la doncella de Pueblo Viejo. La boda se realizó en la capilla de la villa una mañana radiante del verano de 1799 con la aprobación y el contento de todos.

Aunque decir verdad, el contento no fue unánime, porque más de cuatro galanes quedaron rabiosos y encelados y entre estos se distinguía por los alardes de su rencor, un mancebo, lo llamaban Andrés el Zurdo y que había sido uno de los adoradores más obstinados de la niña Cecilia.

Después del casamiento en Pueblo Viejo, Cecilia y Francisco se trasladaron al paraje de Arbol Grande para fincar su hogar en el mesón (hacia finales de 1799), con el propósito de negociar dando hospedaje a los trajinantes que todos los días atravesaban el río.

Con juicioso regocijo disfrutaban de tan agradable vida la pareja, porque los dos se querían de veras, y por otra parte el lucro era fácil y abundante. Muchos viajeros que pasaban en la lancha del río, numerosos arrieros que aposentaban en el mesón y no escasas las cosechas de maíz y frijol que se producían en los terrenos recién desmontados.

Desde entonces la gente de la comarca comenzó a murmurar con voz sorda que en el viejo mesón del paso del río había sus buenos entierros, donde Cecilia y Francisco sepultaban en talegas de cuero las monedas de las ganancias.

Solo una nube negra ensombrecía el sereno horizonte donde irradiaba el sol de aquella felicidad; el rencor del despechado zurdo, que se había manifestado varias veces con retos de peleador y amenazas de asesino.

Cecilia vivía con el Jesús en la boca, temerosa de un mal encuentro entre Francisco y Andrés. Suficientes soponcios había con las amenazas del indino zurdo, que a veces se atrevía a presentarse en el contorno y que había prometido dejar viuda a Cecilia y cadáver Francisco.

El tal zurdo no prometió en vano, pues una madrugada de 1815 los lancheros hallaron en la orilla del río el cuerpo del patrón, desangrándose por una cuchillada que la partía el pescuezo, como marrano degollado.

Nunca se supo como se realizo el asesinato, porque el crimen solo fue contemplado por los ojos ajenos y luminosos de las estrellas.
La inconsolable Cecilia, quién viuda con treinta y un años se entregó a las manifestaciones de un dolor extremado y ruidoso. Y a gritos hizo un triple juramento:
1. No volver a casarse aunque el mismo virrey la solicitara para esposa.
2. Vengar el asesinato del marido castigando al criminal con una muerte parecida y, por último.
3. Matar a todos los ladrones que se le pusieran al alcance de la mano, porque los tales eran compañeros de Andrés el Zurdo y su parte habían tenido con el asesinato.

Cecilia había cumplido al pie de la letra la triple promesa del juramento.

No había tomado nuevo marido, aunque le sobraron nuevas proposiciones matrimoniales, pero esto no quiere decir que la viuda se aislara en adusta castidad, pues según decían las malas lenguas que era muy amiga de divertirse y nada arisca con los amantes de buen ver.

La Plazoleta frontal al mesón se veía siempre llena de galanes de todos los pelos y colores: arrieros, propietarios de recuas, agricultores, dueños de buenos ranchos, ganaderos que contaban las reses por centenares, contrabandistas adinerados e influyentes y hasta ladrones declarados de camino real.

Todos andaban de coronilla y se bebían los vientos por la viuda, la que nada arisca ni remilgada ponía siempre cara de pascua a sus admiradores y discretamente abría la puerta de su alcoba a los más adinerados y de mejor porte.
Doña Cecilia tenía marcada predilección por los galanes tampiqueños y a éste respecto se cuentan de ella picantes y asombrosas anécdotas, dignas de figurar en una novela picaresca.

Así se acredito doña Cecilia, quién aunque matrona por la edad, era más cortejada que cualquier doncella de las muy hermosas que abundaban en la región de la desembocadura del río Pánuco.

La segunda promesa de su juramento también la cumplió doña Cecilia al pie de la letra:
El asesinato de Francisco fue vengado cumplidamente. La desaparición de Andrés el Zurdo levanto revuelo durante algún tiempo en toda la comarca.

Andrés comenzó dejarse ver de nuevo en las cercanías del paraje de Arbol Grande, confiado en que nadie lo perseguía y en que la viuda no podría afirmar con certeza que él hubiera sido el autor del asesinato.

De allí que la gente vio con asombro que Andrés y Cecilia entablaban relaciones más confianzudas del mundo, porque el Zurdo Andrés entraba a toda hora al mesón, como Pedro por su casa. Y hasta se llegó a murmurar que doña Cecilia estaba en vísperas en quebrantar su viudez con su nuevo casorio.

Una noche se vió a Andrés entrar al mesón, pero a la madrugada siguiente no se le vio salir, ni al otro día, ni ninguno de los posteriores.

Algunos campesinos comentaron que en la parte más lejana y boscosa de los terrenos de doña Cecilia habían visto la yegua alazana que montaba el Zurdo Andrés, y agregaron que uno de los peones de la viuda traía puestas las calzoneras que había usado en vida el desaparecido.
Sea de ello lo que fuere, nadie volvió a ver a Andrés y su recuerdo se borró luego en la memoria de la gente.

Respecto a la tercera parte del juramento, se dice que doña Cecilia, quien tuvo de antiguo era auxiliadora de contrabandista, había convertido el mesón en lugar de sacrificios, donde victimaba a los ladrones de ganado, más o menos declarados, que en tal lugar llegaban a aposentarse.

En efecto muchos fueron los hombres de ese pelo que desaparecieron de semejante manera, sin dejar rastro, porque al mesón los vieron entrar, pero nunca salir.

Antiguos moradores de Tampico y de Madero, aseguran la veracidad de la Leyenda, afirmando que en el corral de la casa de Teja hay enterrados esqueletos humanos y también muchos costales de onzas de oro y pesos fuertes.

Otras personas ancianas niegan la posibilidad de la trágica leyenda. Estas personas dudan que doña Cecilia haya sido la mujer perversa que pinta la tradición oral.

Sin embargo como se ha dicho antes, la leyenda trágica de doña Cecilia se ha perpetuado a través de los tiempos, llegando hasta nuestros días con todo el relieve de la historia veraz y confirmada.

El ayuntamiento de la antigua Villa Cecilia, al cambiar no hace mucho el nombre de la población (para ser precisos el día 10 de Octubre de 1930), se basó en lo indecoroso y degradante que resultaba conservar para la ciudad el nombre de una mujer que aparecía en la leyenda y en la tradición oral con rasgos de criminal y ribetes de bandolera.


UN NOMBRE LEGENDARIO QUE SE BORRA

Tal es la historia y semejante la leyenda.

"Sólo resta consignar que a la antigua Villa Cecilia la despojaron de su nombre no hace mucho tiempo.

Uno de tantos tiempos de nomenclatura, como los que son ton ni son se vienen cometiendo.

No había motivo para que a la población de Cecilia le quitaran su nombre tradicional para imponerle otro que carece en lo absoluto de significación local.

"El apóstol de la democracia, don Francisco I. Madero, tan digno por otra parte de eterna y gloriosa recordación, no tuvo en toda su vida el más insignificante punto de referencia con el pueblo rebautizado.

En cambio la designación de Cecilia está consagrada por historia y tradición.

Estos bautismos populares, que nunca son arbitrarios y que siempre encierran una significación, deben ser respetados por las generaciones posteriores.

El espíritu laborioso de Doña Cecilia Villarreal prevaleció en los maderenses, quienes con su trabajo han logrado hacer de su Ciudad una población de mujeres y hombres trabajadores, los que han logrado interponer a cualquier embestida de la vida un capote, un lance y una estocada. Han logrado construir un Madero listo a dar la bienvenida ha este nuevo milenio.
Datos Monográficos
Escudo de Ciudad Madero

Esta página es proporcionada por Alma Ruth Leiva González. Quien muy amablemente se dió la tarea de investigar en los archivos de la biblioteca pública de ciudad Madero.

Bibliografía:



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