Allá por el año 1936, llegó a nuestro pueblo el nuevo guarda hilo de la Empresa Telefónica. Era un joven flaco, sencillo, desgarbado y de andar nervioso. Tenía los ojos semirasgados al estilo oriental. De hablar atropellado, costaba entenderlo, como lo que estuviera contando requería prioridad, urgencia. Se reía estrepitosamente, como un torrente cristalino. Toda su manera de ser resultaba un torbellino de simpatía atrayente. Hicimos amistad a los pocos días de su llegada y desde entonces hemos mantenido incólume, la alta estimación mútua, y - con el correor de los años - hemos cimentado cada vez más ese vigoroso nexo de sentimientos que ennoblece y embellece el espíritu humano.
Travieso y amigo de las bromas, hacía de su vida un estilo llevadero y alegre. El duro trabajo que debía ejecutar día a día, distante del pueblo, a veces a caballo, otras veces a pie soportando el peso de las herramientas, con un camino casi siempre barroso. Solo su espíritu impregnado de la frescura de su optimismo y su voluntad de vencer hacia posible soportar con altivez tantas penurias. Me gustaba escucharlo hablar en la forma matizada que lo hacía, español y guaraní. Le agradaba narrar los episodios de alguna acción casual en su quehacer diario. Para asegurarse de que le prestaramos atención nos presionaba el brazo con su mano tensa. Hablaba caminado. No podía estarse quieto en un mismo lugar. Las sillas era un lugar para fakires. Cuando debíamos estar en una reunión, sentados alrededor de una mesa, el no veía la hora de liberarse de esa sacrificada posición de inamovilidad. Era amante de los espacios amplios, sentirse libre de las atadura convencionales. Poseedor de una inteligencia clara, viva, disciplinada, basaba todas sus acciones en una lógica sencilla, básica de creación empírica. Ante cualquier decisión o trato optaba por dilatar la respuesta hasta tanto su balance mental no le ofrezca la indicación final "ganancias".
Me tocó en suerte seguir, muy de cerca el triunfal itinerario de sus logros y éxitos en su vida de hombre de empresa, de hogar y de político. En todo un triunfador neto y absoluto.
Cuando llegó a mi pueblo como empleado, con un salario escaso, empezó su nueva vida con casi nada. Oriundo de Yuty, de una familia de modestos recursos. Solo, en un medio extraño, requería de toda su fuerza espiritual y subjetiva para sobreponerse e ir avanzando en dirección a sus dorados sueños. Se sentía joven, fuerte y con una profunda fé en su destino.
Alquiló una pieza en la casa de la Srta. Vitálica. Ahí instaló, en una amplia estanteria sus herramientas. Disponía de un caballo que pasaba suelto en los baldíos verdosos, pastando y estando siempre a mano. Ese animal, un jamelgo cualquiera de color indefinido, era todo su capital. Su más importante inversión. Lo cuidaba como a un niño de padres acaudalados que corría el riesgo de que lo secuestraran para solicitar fabuloso rescate.... Todas las tardes iba yo a visitarlo, y en medio de la charla, a cada instante, se asomaba a la puerta para mirar a su querido corcel.
Poco a poco fuí entrando en el mundo interior de este amigo de alma pura. Yegros estaba poblado por gente en su mayoría extranjera. Con un coeficiente de cultura bastante sólida. Venían de las grandes ciudades de los países europeos. Sabían manejarse con gran solvencia en las profesiones y las tareas que emprendían. En muy poco tiempo crearon sus medios de sustentación a base de trabajo del campo, de la agricultura y de algunas pequeñas industrias de tipo artesanal. Había un movimiento interesante en el comercio. Las chacras producían una enorme variedad de productos que se vendían a buen precio en los mercados asuncenos. El dinero corría y fluía generosamente. El comercio local apenas podía abastecer a una población bullente y laboriosa. En ese ambiente le tocó actuar al buen amigo Conrado. Y, poco a poco, fué formando los peldaños cuya firmeza sirvió para cimentar su futuro.
Un hecho episódico puede retratar la imagen empresarial que se vislumbraba entonces en este muchachón de transparente cándidez campesina. Fué una mañana, bien temprano que nos encontramos en la esquina de la casa de don Marciano López. Venía él con sus pasos de trotes, mirando el suelo, con la mente quién sabe dónde, cuando lo saludé.
Qué tal Conradito?
Me observó y saliendo de su ensimismamiento me respondió con el afecto cordial que manifestó con una amplia sonrisa.
Disculpá, venía pensando....Que tal? Querés acompañarme al hotel de doña Francisca Vazquez? Le avisé que iría a tomar el desayuno, vamos!! Querés??
Vamos, con gusto, respondí con afecto.
Ya en el hotel apareció doña Francisca, con su cigarro en la boca, su amplia pollera y su cabello negro, hecho un rodete. Su voz era fuerte, metálica, pero impregnada de bondad. Nos saludó familiarmente y le dijo a Conrado que ya le serviría de inmediato el desayuno.
Yo me senté alrededor de la amplia mesa plagada de moscas. Conrado empezó a caminar de un lado a otro, cuando vió sobre una mesa, ubicada en la esquina de la habitación, una vitrola. Se aproximó con viva curiosidad al aparato y empezó a analizarlo. El interés que despertó ese instrumento fue inmenso, como si hubiera encontrado un tesoro. Lo revisó como un médico a un paciente en estado crítico. Fué cuando entró doña Francisca con una enorme bandeja cargada de exquisiteces: Mbeyú con su almidón blanco y arómatico, chorizos, enrollado, galletas y una cafetera con mate cocido. Toda una fiesta de desayuno.
Que bien doña Francisca!! - celebró alegremente Conrado, frotándose las manos en un gesto de satisfacción. Esta buena mujer lo mimaba mucho y él correspondía con cariño. Pero doña Francisca era de una viveza notable, de inmediato se hizo dueña de la situaciön, no esperó siquiera que Conrado diera su veredicto.
Esa es una vitrola muy buena, me la trajo Chivé, me costó carísimo.... Sólo le falta la membrana. Dió esta larga explicacióm en el entendido de que con estos antecedentes su precio sería bien tasado.
Cierto, solo que le falta el alma... dijo Conrado mientras se sentaba ante tantas tentaciones expuestas sobre la mesa. Carraspeó, un tin nervioso habitual y para amainar el entusiasmo de venta de la mujer continuó:
Yo trataré de conseguirle la membrana, en mi recorridas puede ser que encuentre.
A mí me causaba gracia, eran dos contendores de peso pesado. Doña Francisca tenía fama de saber sacar ventaja a los negocios y Conrado era un pez gordo en esa materia, hábil y ducho. De un talento tan vivaz que tenía la enorme facilidad de desorientar a su contendor, no sé si por el peso de sus razones o porque lo decia de una forma tan rápida, veloz, que nadie le entendía. El caso era que lograba su objetivo, o sea, demostrar que él no tenía interés, sino una mera curiosidad filántropica.
Pasó algún tiempo cuando un día, cerca del mediodía, pasó Conrado a buscarme. Quería que le acompañara a la Municipalidad a una diligencia de rutina, necesitaba un certificado, pero antes pasaríamos - un ratito - por el Hotel de doña Francisca. Portaba en su mano un paquetito, envuelto en papel de astrasa. No dijo lo que era, ni yo pregunté. El entró y se metió directamente al comedor. Yo le seguí mansamente. Abrió su paquetito de donde apareció un cilindro metálico, plateado y reluciente. Era la famosa membrana. Lo incrustó en el brazo del cabezal del gramófono, dió varias vueltas a la manija y dejó deslizar la aguja sobre las finas ranuras del disco. De inmediato se dejó oír los románticos sones de un meloso bolero cantado por el mexicano Ortiz Tirado "Tardes de Rondas". Doña Francisca, sorprendida por la grata música que procedía de su vitrola entró como un torbellino en la sala. Portaba en su mano un colador que no atinó en dejarlo en la cocina. Se detuvo cerca del artefacto musical. Estava feliz, hacía mucho tiempo que se encontraba ahí, olvidado, en ese rincón obscuro cuanto que había tantas voces dormidas en esa serie de discos amontonados, cubiertos de polvos. Una vez que se sintió serena, se sentó en la cabecera de la mesa como que fuera a presidir una reunión de vital importancia. Se leía la luz de satisfacción en sus ojos negros cubiertos de anchas y negras pestañas, con voz tranquila dijo:
Bien..., ahora que está bueno ya no necesito vender la vitrola. Me hace tanto bien la música, me tranquiliza y me da ánimo para trabajar. Mientras escucho esas voces tan dulces me atrapan y me hacen soñar. Es la única entretención que dispongo, me da tanto gusto!!!! Viéndola así, suave, amable, parecería que cobrava una extraña y seductora personalidad.
Bueno doña Francisca - empezó titubeando mi amigo - ocurría frecuentemente que cuando se ponía nervioso se le hacía dificultoso hablar y aparecía los tartamudeos. Cuando aclaró la voz continuó.
Me hace muy dichoso que Ud. esté contenta, realmente me costó mucho andar para conseguir. Son respuestos que ya no existen.... Mera casualidad!!! Tuve mucha suerte, le quedó justo. Necesitaba inflar el supuesto esfuerzo. Fué cuando llegó la pregunta, seca, descarnada en la que doña Francisca puso todo el encanto de su sonrisa, actitud que pretendía ablandar cualquier pretensión de Conrado...
Cuánto cuesta? - Sus ojos se quedaron fijos en los labios de mis amigo, como que temiera un golpe inesperado.
Yo salí en ese momento, no quería oficiar de árbitro. Doña Francisca era una vieja amiga de la familia, muy estimada y Conrado era uno de mis mejores amigos y compañero en el convivir diario. Consideré prudente hacerme a un lado. Desde el corredor escuchaba divertido el juego de oferta y contra oferta. Se produjo una pausa, un espectante silencio, luego sentí que Conrado dijo algunas palabras inaudibles. Habían llegado a un punto final. Vino a buscarme, sonriendo, me guiñó un ojo con brillo de picardía. Entendí que alguna ventaja había sacado. Me invitó a que lo siguiera. En el amplio patio, a un costado de la cocina estaba el chiquero donde una enorme marrana con varios chanchitos chiquititos, runruneaban mientras mamaban ávidos. Era una escena conmovedora y dulce. Conrado los miraba como si de pronto esa familia porcina fuera algo de su propia y exclusiva responsabilidad afectiva. Como un sentimiento de adopción. Un rasgo de su temperamento, aparentemente duro ese curioso sentimentalismo y amor a los animales. Su caballo, que era como un gran amigo al que cuidaba y lo acariciaba como a un cristiano.
Acepté quedarme con estos animalitos a cambio de la membrana, creo que es un buen trato - dijo Conrado muy satisfecho. Felicité a mi amigo por el pintoresco y gracioso arreglo al que habían llegado, lo que señala el perfil práctico y realista de este aprendiz a empresario con su curiosa teoría mercantilista la del trueque, sistema ancestral, cuya vigencia resultaba muy efectiva y sería, seguramente, la que orientara su futuro pleno de meteóricos éxitos.
Pasado algún tiempo, se me ocurrió preguntarle que había sido de aquellos chanchitos, que estarían ya grandes y gordos, con la aviesa intención de sugerirle alguna invitación... Pero mis ilusiones quedaron cortadas, ya que me contó que los había cambiado por una vaca.... oh Conrado!!! el genio del trueque. Y así, con riesgos y aciertos, poco a poco, fué formando y creando empresas. Instaló una curtiembre; abrió una barraca de compra de cuero. Ya dejó su pieza y se alquiló una casa. Se notaba el cambio en toda su persona. Antes no le importaba su forma de vestir. Ahora se le notaba mas cuidadoso. Asistía al club los Domingos por las tardes como un dandy. Elegante, pulcro y perfumado. Yo llegué a sospechar que se había enamorado pues usaba aptitudes propia de los romeos encandilados por el amor. Una tarde calurosa, tratamos de refrescarnos, bajo la sombra de la enorme parralera de mi casa, tomando tereré helado, cuando se me ocurrió preguntarle:
Dime Conrado, que te pasa? Andás raro, se te habla y parece que no escucharas, tenés algún problema o estás enamorado? - Fué una pregunta amistosa y sincera.
Conrado me miró con esos ojos que parecían estrellas por la fuerza de sus luces, un tanto tímido con una pizca de picardía. Se le formó un extraño rubor en las mejillas. Levantó el ala de su sombrero, como para que la luz le aclare el pensamiento, carraspeó, señal de su nerviosismo y me dijo con palabras que brotaron de su alma:
Sabés que es cierto... Me siento atraído por una chica que conocí la otra tarde cuando fuí a su casa para hacer negocio con el padre. Ella estaba en el jardín arreglando unas plantas de claveles. Yo me la quedé mirando, fascinado por su belleza. No sé como tuve fuerzas para saludarla. Ella me contestó con una sonrisa tan amistosa que me animé acercarme e iniciar un diálogo. No sé ni cual fué nuestra conversación, solo me daba cuenta de lo inmensamente dichoso que me sentía. Cuando ella me hablaba parecía escuchar una música de lo mas dulce y tierna. Y te confieso que es la primera vez que me sucede una cosa así.
Todas sus palabras resultaban espontáneas, con la transparencia de su espíritu honesto, se sentía con un entursiasmo febril. Necesitaba confidenciarse, era demasiado intenso su amor que no cabía en los parámetros de su ser humilde y sencillo. Quería que me salpicara su desbordante sentimiento de ventura, de ese torrente de felicidad que lo transportaba a un mundo maravilloso y mágico.
Yo me quedé terriblemente intrigado por conocer a la Dulcinea que había transtornado de esa manera a mi buen amigo. No quería pecar de intruso. En cuanto a mujeres siempre procedía con mucha prudencia. No le gustaba los chismes ni las habladurías. Tenía una idea demasiado excelsa, casi sagrada de la mujer. Yo tragué mi curiosidad, pero me asombré de ese cambio radical en la vida de este ánguila escurridizo para ser pescado por un anzuelo sentimental.
No esperé mucho tiempo para descifrar la incógnita. Una noche fresca y estrellada, en un cielo sereno y claro, la luna se iba alejando en su itinerario cósmico. Era pasada la media noche, nos encontrábamos entre varios amigos gustando de esa amistad que encadena en su hilo invisible el afecto y el grato sabor de la compañía. César Chavez cantaba canciones románticas acompañado de su guitarra. Marcelo Menoret nos alegraba con sus chistes, Luis y Anatol Moulard referían anécdotas que nos ocasionaban ataques de risas. Son momentos propios de la vida bucólica de una aldea que por las noches se adueña un terrible silencio. Todo está como inerte. Hasta las reses descansan tendidas a todo lo largo de las calles. Hay que moverlas o pasar encima para seguir caminando en cualquier dirección. Algunos ladridos de perros aburridos rompen la quietud de la noche. Estábamos entretenidos cuando de pronto sentimos los sones característicos y muy familiares de la orquesta de don Juan Patiño. Era una serenata. Todos al mismo tiempo dijos: Vamos!!!!!
Y salimos a paso de soldado en la dirección de donde procedía el tango: "Cuartito Azul". La luna iluminaba como una candela. Casi parecía de día por la inmensa claridad que imperaba. A dos cuadras de la casa de don Román Dávalos ya distinguí la figura de mi amigo Conrado quién giraba alrededor de la orquesta, impaciente, nervioso, enamorado....
Nos acercamos al grupo. Conrado se me acercó y entre gestos pidiendo silencio y una esquiva actitud que acusaba sentirse pillado, descubierto. Le apreté el brazo y le dije con voz tan queda que apenas pudo escuchar:
Mercedita?- Sus ojos brillabron y su sonrisa fué tan envolvente que me sentí enternecido. Me hizo un mohín arrugando la nariz como pidiéndome se guardara el secreto. Ingenuo!! El solo hecho de que la orquesta de don Juan Patiño sea designado para una serenata significaba bendecir una unión. Era una especie de tarjeta musical mediante el cual se participaba al pueblo de la proximidad de un enlace matrimonial. Solamente la gente lugareña debía descubrir quién fué el titular de la serenata y cual de las hijas de don Román era la favorecida, ya que eran varias hermanas y todas jóvenes, bellas y muy admiradas. Felizmente para los curiosos ahí estaban en el grupo varios amigos que habían llegado atraídos por la música como Juan Julán, Rubén Martinez, Tica Rodriguez, Raúl Casignol y los hermanos Caramayola y Hector Hermida. Así era el pueblo de sensible. Toda una reunión social. Conrado no sabía que hacer. Faltaba la última pieza musical. Era el momento en que la homenajeada debía agradecer. Un silencio denso, espectante. Nadie sabía del secreto amor de Conrado y era el momento decisivo. Todos tenían fijas las miradas en la ventana del dormitorio. Conrado tosía, carraspeaba, los segundos de espera se alargaban como la eternidad, hasta que de pronto se abrió lentamente el postigo de la ventana y la sombra de una cabeza femenina se asomó tímidadmente para decir con palabras debilitadas por la emoción:
Muchas gracias - Y se volvió a cerrar el póstigo.
De inmediato don Juan le dió suavemente al arco de su violín y a todos nos invadió de languidez con su serenata de Shubert que lo había aprendido ex-profeso.
Mercedita!!!! Fué el nombre que circuló de uno a otro. Se había develado el secreto. Todos felicitaron al amigo que azorado no sabía donde meterse, hasta que se vió obligado a invitarnos a su solitaria casa y ofrecernos varias corridas de tragos en medio de un bullicio alegre.
Y no podía ser de otra manera. A los pocos meses se llevó a efecto el mentado enlace. Creo que mis padres oficiaron de Padrinos. Don Román se había cambiado de casa y aprovechó el amplio jardín y patio para ubicar las mesas para los comensales. Se hizo un arreglo como hacen los teatros presentando una escenografía espectacular con arreglos de flores y guirnaldas. Todo el mundo se preguntaba si cuantos novillos sacrificaría don Román. Los preparativos dieron mucho que hablar y los invitados se apresuraron en llegar a fin de tomar las mejores colocaciones. La infaltable orquesta de don Juan, mucho antes de la hora señalada, había comenzado sus alegres ejecuciones llenando el pueblo de una atmósfera de sensual deleite. Toda la familia llegamos puntuales a la cita de honor. El inmenso patio, con sus mesas estaban ya colmadas de invitados. A nosotros se nos tenía reservada una mesa cerca del estrado donde se firmaría el Contrato Matrimonial. Ya estaba de pie, el Juez don Ricardo Ortigoza, de elegante tenida, traje obscuro y una enorme corbata colorada; como que era la autoridad máxima, miraba condescendiente a la gente sabiéndo de que en un momento más, su poder jurídico rozaría a la potestad divina, en la acción solemne del vínculo matrimonial.
Súbitamente todos quedaron en silencio, cuando la orquesta hizo escuchar una marcha de atención. Acto seguido nos sumió en las lánguidas y conmovedoras melodías del Ave María, en momentos en que la pareja, asidos de las manos, caminaban en dirección al estrado. Ella, la novia, era la representación de la mujer en su máximo esplendor; joven, guapa, y con una belleza rutilante. Un vestido de original diseño de fino raso, que le otorgaba una sensación de etéreo y sutil elegancia, sus mejillas se llenaron de carmín y una leve sonrisa remarcaba aún mas el encanto de su tez blanca y tersa. Conrado caminaba con la seriedad de quién iba en dirección al patíbulo, grave, apretados los labios y con la mirada fija en el Juez como quién analizara a su verdugo (mi impresión personal). Llevaba un traje de Cheviot, casimir Inglés, legítimo de corte cruzado adornado por corbata mariposa negra, que con el calor que hacía traspiraba sin poder evitarlo. Una elegancia imponente. No sé como soportaba sentirse asfixiado por la opresión del cuello duro!! Las curiosas torturas que imponen los ritos sociales... Cualquier sacrificio era poco para lograr la felicidad junto a una mujer tan maravillosa!!! Esa era la respuesta que se podía leer en los ojos de mi amigo.
Terminada la emocionante ceremonia todos se avalanzaron sobre los contrayentes para ofrecerles sus parabienes y votos de felicidades. Cuando nos regresamos a la mesa ya encontramos una enorme cantidad de fuentes con variedades de exquisiteces y con los vasos rebosantes del delicioso vino Dietric. Así inició Conrado su nueva vida matrimonial. Pero existe un hecho que dibuja su personalidad responsable y disciplinada. Al día siguiente de su matrimonio, después de la fiesta que se prolongó hasta las primeras horas del nuevo día, yo debía ir a la oficina de Impuestos Internos a efectuar algunos trámites, cosa que lo hice medio somnoliento y desganado por haberme tenido que levantar temprano. Y casi caí de espalda cuando me encontré en el corredor de la oficina de Impuestos Internos al recién y flamante casado amigo Conrado, sujetando en la mano varios documentos.
Pero Conrado, que hacés aquí?? Le pregunté poniéndo una cara de sorpresa. Y tú Luna de Miel?? Es que pasó algo imprevisto, urgente...? Mi pregunta fué de franca inquietud. - No, no pasó nada, el trabajo no tiene pausa, tengo muchas cosas que atender....
Así era él, responsable y cumplidor, nada debía detener el permanente flujo de la acción productiva. Eran estos conceptos principista los que sustentaron su personalidad y cimentaron férreamente la fortaleza de sus logros. Práctico y ejecutivo. Ahora, no después...cada paso seguía el ritmo de lo programado. Consideraba que el orden, la disciplina y la puntualidad marcaban las bases de la realización de todo proyecto. Aborrecía la improvisación que estimaba riesgo aventurero. Toda acción debía seguir a una decisión elaborada con la serenidad y el juicio crítico necesario para que el resultado dé en el blanco deseado. Esta cualidad le había otorgado el grado de solidez que le hacía posible realizar sus más ambiciosos sueños. Todos sus pasos seguían la dirección de afirmarse férreamente en lo económico. Tenía plena conciencia de que el poder del dinero otorgaba una inequívoca actitud espiritual de seguridad, de consideración y respeto en el contorno social y político. Se vive en un mundo competitivo y hay que estar siempre alerta y en posición avisora. El hombre desposeído, es uno más en el grupo de las masas anónimas, generalmente secuela de una vida pusilánime y anodina. Consideraba que todos debíamos conocer básicamente, que es lo que deseamos y adonde queremos llegar. La vida es cual un reloj a cuerda que marca un ritmo cada segundo hasta que de pronto esa bella maquinaria se detiene. El tiempo terminó. A veces tenemos una idea de perennidad y nos olvidamos de nosotros mismos, de nuestra frágil vida sometida a todos los avatares de un mundo cada vez más complicado y enigmático. La juventud con la vitalidad y el sol de primavera que lo empuja a todas las mas peregrinas aventuras hay que saber administrarla. No hay que matar el tiempo, No!!!! Hay que vivir provechosamente cada instante. Matar el tiempo es una forma de morir, y es tan bella la vida, esa inquietud espolea su espíritu y quiere hacer todo lo que puede dar sus energías. El sabe lo que quiere y como llegar al objectivo deseado. La juventud es breve y dentro de esa fugacidad, hay que construir imperiosamente el edificio que ha de sustentarnos en la edad otoñal. Las etapas biológicas se cumplen inexorablemente y el hombre debe aceptar, en actitud vigilante, ese proceso imperturbable de cambios. Estar siempre en la vanguardia, adelantarse a los hechos. Conrado se dejaba llevar a veces, por un febril optimismo, pero el golpe de la experiencia le hace ser cauto y medido
A veces los hechos anecdóticos perfilan los rasgos de una persona. Una tarde calurosa y asfixiante, fuí a la casa de Conrado. Me había hecho llamar. Vivía pegado a los linderos de nuestra propiedad. La humedad hacía que la ropa se pegara a la piel, Era poco lo que había que caminar para llegar a la casa del amigo, pero aún así me presenté con la camisa empapada y con la respiración forzada. Me recibió el amigo con su sonrisa amplia que se hacía más dilatada posiblemente para enseñar la beldad de unos dientes parejos, blancos y relucientes.
Después de los saludos de usanza me invitó a tomar tereré helado. Llamó a su hijo César, le dió unas monedas y le pidió que fuera al negocio de don Marciano López a comprar unos cubos de hielo. El niño obediente partió corriendo. Yo quedé sorprendido. Me resultaba increíble que este amigo pudiente, con una estancia bien poblada de animales no tenía heladera a kerosene, por lo que le manifesté mi extrañeza.
Conrado, cómo es que no te comprás una heladera? Tú que puedes darte ese gusto... - Quedé con la mirada interrogadora. - Pero mirá ...- Hubo un titubeo como que le resultara desagradable el tema - es que comprar una heladera equivale a más de veinte vacas.... Sabés lo que significa sacrificar tantos animales que en unos años puede duplicar sus cantidad??? Es una locura!!!.. Es más fácil y barato mandar comprar hielo.
Era esa su forma de pensar. Entre la seguridad y el placer prefería siempre lo primero. Las vacas en unos años más le daría una cantidad de terneritos, en cambio la heladera solo el placer - muy burgués - de disponer una máquina de producir hielo para su mate helado. No!! Rotundamente No!! y no se hable más del asunto.
Sin embargo....no mucho tiempo después, también en una tarde calurosa, cuando el sol refractaba como un espejo su aúrea luminosa sobre el césped celeste del campo, fuí a la casa de Conrado, pués, momentos antes me había hecho llamar. Ya me esperaba inquieto, abanicándose con el sombrero, bajo la sombra de la planta de paraíso que ostentaba un ramaje túpido y refrescante. Me saludó con una sonrisa socarrona. Me invitó que le acompañara a la estación del ferrocarril. Allá fuimos acuciados por el sol que no daba tregua. Hablamos de bueyes perdidos, eludía darme a conocer el motivo de llevarme a la estación. Estimé que para alguna consulta de tipo deportivo con Taito González, telegrafista y unos de los mejores jugadores del equipo de football del Nanawa, nuestro club favorito, del cual era él uno de sus principales dirigentes. Cuando llegamos al amplio recinto del edificio añoso y legendario, pasé a la oficina donde, atareado con el telégrafo, estaba mi gran amigo Taito. El me notició que el tren del mediodía había traído esa carga tan esperada por Conrado. Una Heladera!!!!. El se había guardado la noticia. Sabía de la alegría que me iba a deparar. Y así fué cuando me llevó al lugar del depósito donde ya estaba instalado, sobre una carretilla, un inmenso cajón, arte del embalaje. Solamente que él no se dió cuenta de la maniobra que combiné con Rubio Casignol a quién pedí que fuera urgente a compar a la casa de tío Heliodoro, un juego de bombas, seis, brasileras de las que revientan como cañonazo. Le indiqué que prendiera la mecha, conforme a la señal que le haría, levantando la mano, y con la advertencia de que Conrado no se diera cuenta del plan. Fuí a buscar al amigo que se recepcionaba la valiosa carga. Dirigía la faena de traslado el infaltable Ticá Rodriguez. Conrado me miró con un rostro encendido de satisfacción y orgullo. Yo sé lo que significaba para él - más de treinta vacas - todo un desgarro económico!!. En ese momento levanté una mano, la señal que esperaba ansioso y con los ojos saltones el amigo Rubio. Se sintió un zumbido característico de la bomba elevándose y luego la violenta y potente explosión: Pum.!!!..Pummm.!!!.. y todo el pueblo despertó sobresaltado, de su somnolienta siesta estival. Conrado sí que se sobresaltó sin entender aún que era lo que pasaba; pero cuando se dió cuenta de la motivación de tales exteriorizaciones festivas, ya que las bombas y sus fuerza de comunicación servían para alertar a la población de algún importante acontecimiento social o deportivo. Quedó confundido el amigo y lo tomó con el agrado de la demostración de alegría... A medida que avanzaba el cortejo, seguían tronando las bombas y la gente vecina se agolpaban a la puerta para indigar el bullicio. Así quedó registrado en las páginas de la historia Yegrense de que Conrando Rodriguez era poseedor de una heladera. El pueblo iba avanzando en su ruta civilizadora. Naturalmente que de inmediato se instaló la inmensa heladera, esa tarde alcanzamos a brindar con varias botellas de cervezas tan fausto acontecimiento. En síntesis, constituyó una muestra del espíritu romántico del amigo y de su eterno dominio del juego del trueque. Treinta vacas por un logro de la tecnología en beneficio del confort del ser humano. Era el triunfo de la teoría del individualismo. Primero el hombre, después los animales...
Y este amigo que desde niño sintió las caricias del viento que anuncia el temporal, que miraba arrobado cuando la tormenta se desataba de lo alto del cielo tenebroso y cargado de presagios, que atónito sentía el éxtasis que le provocaba la belleza incomensurable, patética y sobrecogedora de esa fiesta de fuegos artificiales que llenaba de caprichoso arte de luces y destellos el infinito escenario del campo sidérico, al tiempo que tremendas explosiones hacían temblar la tierra. Todo eso le resultaba familiar, y en cada oportunidad que esa circunstancia se repetía, él se alborozaba y abría sus poros al placer de sentir como las gotas de agua le penetrabanen la piel y se hundían en su ser como una raíz en el surco de la tierra. Fué así que una tarde, de regreso de su estancia, vió en el cielo una amplia franja negra que cobraba espacio, a punto de cubrir todo el cielo con sus manto obscuro y viscoso. Los animales se inquietaban y algunas reses se movían nerviosas disparando hacia el monte cercano. Conrado aceptaba tranquilamente el desafío, y siguió calmo sobre su caballo fatigado que hacía resonar sus negros belfos como avisando de la amenaza que pesaba en la atmósfera, como un presagio. Su jinete seguía atento las alternativas de ese prolegómeno, de esa fiesta fantasmágorica del Universo en que el juego de energías, calor, y frío, viento y lluvia, rayos y truenos, llenan de salvajes rugidos todo el ámbito de la bóveda celeste. Siempre le había fascinado esa ceremonia, la pomposidad irreverente del firmamento en su expresión de brutal hermosura. Los rayos se encienden y se vuelven látigos que castigan a las nubes cargadas de rocíos. Los tambores de los truenos repican estruendosamente con su musicalidad infernal. De pronto unas leves y raleadas gotas, gruesas, cristalinas, chocaban contra el sombrero de Conrado como pequeños guijarros desprendidos de alguna elevada cantera escondida detrás de las nubes. Del suelo húmedo se elevaba un aroma acre, irritante con sabor a tierra y humus. Estaba todo listo, preparada la "mise en scene"para la gran representación cósmica. Y el temporal empezó a tomar carácter de huracán, el viento arrazaba el campo con violencia. El caballo de Conrado era empujado por la fuerza de una corriente de aire que casi le hacía perder el equilibrio. La lluvia declaró su beligerancia inconsulta anegando en poco rato toda la amplitud de la campiña. Los cascos del rocín se movilizaban ya sobre la superficie de un río. Nuestro amigo estaba, a esta altura, completamente mojado, sentía enfríarse el cuerpo, pero él seguía con un entusiasmo febril captando el encanto subyugante de ese concierto marcial de la tempestad. La escenografía imponente y majestuosa era arrobadora. Los rayos zigzageaban rasgando la negra vestidura del cielo y las candelas de su potente ignición refulgían cual soles fugaces, saltando, brincando de un extremo al otro, asustando con sus malabares a los temerosos y ofreciendo una formidable exhibición del caos universal en un marco de excepcional belleza.
Y en uno de esos momentos de hechizo y de inefable transporte espiritual, ante una manifestación de la naturaleza en su extrema magnanimidad, se sintió un estampido seco, violento y vibrante a la que acompañó un resplandor que encandiló los ojos del amigo, y sintió como que le hubieran golpeado con una fuerza cargada de imponderable potencia. Quedó confundido, como adormecido por el golpe, más, haciendo fuerza logró sobreponerse y fué entonces que percibió que sus zapatos, puesto en los estribos, estaban sumergidos en el agua, tocando el piso de la huella y de súbito se apercibió que su caballo estaba inmóvil, su largo cuello doblado y la cabeza sumergida en el barro. Era imposible comprender lo que había ocurrido. Se apeó lentamente y tan sólo entonces comprendió la magnitud de lo sucedido. Su manso amigo estaba muerto. Las rosadas crines de su larga y bella cola flotaban sobre el charco. La razón empezó a accionar. Un rayo se había estrellado contra el alambrado de púa y la terrible carga eléctrica atrapó con su fluído letal la superficie del agua que cubría el suelo y el pobre animal fué su víctima casual. Conrado quedó perplejo. Miraba el cuerpo inerme del equino y se tocaba la frente, como para sentir que el rítmico flujo de la vida palpitaba en su ser. Era él. Se había salvado. La jerga, luego la montura de cuero grueso y los dos pellones de túpida lana oficiaron de aislante. Fué un milagro. Así lo comprendimos todos.
Conrado pasó muchos diás bajo el peso del impacto. Un tiempo después me permitía bromearle.
Eres el Moisés Yegreño. el mesías salvado de las aguas.!!!
Su humor estaba siempre vigente, se reía de todo y ahora tenía un concepto más objetivo de la forma tan intrascendente de la vida. Nunca la muerte había estado más cerca... Esa profunda impresión no lo olvidará nunca. Instuía que tal vez eso era un aviso. Había momentos en que se sumergía en profundas meditaciones. El era un triunfador, estaba satisfecho de sí mismo, tenía todo lo que había deseado, mucho más de lo que había soñado. Una familia maravillosa, una mujer extraordinaria, bella, comprensiva, laboriosa y madre cariñosa. Le había dado cinco hermosos hijos, educados con amorosa dedicación. Tres niñas que parecían muñecas de fina porcelana y dos varones fuertes y robustos. Su patrimonio ecónomico estaba bien cimentado. Una estancia poblada de ganado, que día a día con atención se multiplicaban graciosamente. Se sentía joven, activo y fuerte. Un amplio espacio de posibilidades se abría como un generoso abanico. Sin embargo era el momento de pensar en sí mismo. Nunca se había dado un minuto de descanso. Siempre agobiado por el peso tenso y duro de las responsabilidades. Luchando denodadamente por el bienestar y la felicidad de su familia. Esa ha sido siempre su motivación, su ideal y su obsesión.
Pero es necesario cambiar, vivir con mas desahogo, distraerse y tratar de encontrar sabor a tantas cosas que la vida moderna entrega generosamente a quien sabe aprovecharla. La política es parte de su inquietud. Le agrada asumir algún papel directivo dentro de su grupo, cree que es el momento de dedicarle mas tiempo. Desea honar el permanente recuerdo de su padre que vivió enarbolando en su mente la bandera del coloradismo