Fué así, como un día del tren que venía de Asunción, entre los pocos pasajeros que descendieron por la escalerilla de uno de los coches, fué el viajero impenitente de siempre... Don Emilio Napout. Una amplia sonrisa fué el saludo a sus amigos que curiosos auscultaban unos raros elementos que traía en sus manos ese enigmático personaje. De inmediato enseñó las raquetas de tenis que portaba en sus fundas de lona y con encendido entusiasmo explicaba de las virtudes de ese deporte que entonces era prioridad de una élite muy selecta, de tal manera que se lo llamaba "el deporte de los reyes o el deporte blanco". Era de rigor que todos los jugadores debían jugar solamente vestidos de blanco. Con enorme paciencia, y una voluntad a toda prueba, don Emilio - que solo había visto jugar ese deporte - empezó a enseñar las reglas de ese novedoso juego - y, poco a poco, el mismo y sus amigos lograron, a base de reitarados entrenamientos y empujados por un entusiasmo febril, un nivel de juego admirable. Pero don Emilio era perfeccionista, exigente y deseaba hacer de Yegros un centro de atracción tenística de gran calidad.
Fué así que invitó a grandes y afamados tenistas, integrantes de la copa Mitre, a que visitaran Yegros y enseñaran estilo y técnicas a los lugareños. Recuerdo, con inefable emoción, a los grandes de este deporte que dejaron huellas indelebles no solo por el beneficioso didáctico, sino por la amistad y cordialidad que supieron ganarse. Evoco aquella figura de gran señor y extraordinario jugador que fué don Pedro Mares y la de su hermano Enrique Cusmanich de un continente inmenso, parecía dominar toda la cancha, era dueño de un estilo elegante y de un juego dúctil y alegre. De un gran amigo de la familia Benitez Ruiz, lo llamabamos Benitón - era de un carácter tan dulce y apacible que parecía un niño con un cuerpo de gigante. Jugaba un tenis hermoso, tranquilo y demoledor. Era un profesor de calidad y la mayoría de los buenos jugadores del pueblo llegaron a las más altas posiciones gracias a las incansables lecciones de "Benitón".
Desde que llegaron los Napout a nuesto pueblo, creo que la vida entera de esa selvática población comenzó a cambiar radicalmente. Don Emilio, de origen árabe, traía el encanto de aquella civilización rica y milenaria. De mediana estatura exhibía un físico bien parecido, de tez morena y cabello ensortijado. Era sumament ágil y de un temperamento muy inquieto. Era díficil verlo sentado, daba la impresión que la silla era su enemigo. Cuando en círculo de amigos conversaba, siempre estaba moviéndose de un lado a otro.
Su voz era pausada y tenía un dejo en que la sutileza de su vocabulario se manifestaba en el cuidado por dar al hablar la claridad de su idea, en un idioma que la vida cotidiana le iba enseñando. Su mente captaba con extraordinaria velocidad la dicción del idioma español, tanto que muy pronto hilvanaba con maravillosa rapidez vocablos e ideas para oficiar de orador en ceremonias circunstanciales. Era dueño de una inteligencia que asombrava. A los pocos días de su llegada al pueblo, logró alquilar una casa enorme, cuyo frente abarcaba gran parte de la calle principal que dá a la vía del ferrocarril.
Esa avenida unía el pueblo con la colonia alemana hacia la calle 1. Resultaba ser un sitio privilegiado ya que teniendo como vecino a la estación del ferrocarril, a la hora del paso del tren pasajero,resultaba el lugar obligado de los pueblerinos que se agolpaban en la estación, en la espera del tan esperado tren que traía los diarios, cartas y pasajeros.
En esa enorme casa se instaló don Emilio, quién muy pronto colocó en lo alto del dintel de la puerta principal un enorme letrero escrito en letras góticas "DENTISTA". Fué así como inició su vida profesional. Mi padre, que oficiaba de jefe de estación del ferrocarril, fué unos de sus primeros amigos, y tal vez su mejor amigo; pués a través del tiempo esa amistad fué fortaleciéndose tanto que se hermanaron en sentimientos y en las repetidas ceremonias de bautizos para otorgarse el título de "compadre".
Don Emilio se casó con una hermosa joven oriunda de Pirayú, doña Delia Nuñez, quién trajo al pueblo la riqueza de su belleza, la exquisitez de un carácter dulce y la elegancia propia de la distinción y el buen gusto.
Una vez que don Emilio llegaba a la meta que se había trazado, ya su mente avizoraba el amplio horizonte de las novedades que ofrecía el mundo civilizado y moderno. Esa vida de pueblo de vida bucólica, tranquila y silenciosa contrastaba con la hirviente inquietud que le quemaba la mente. El pueblo estaba incrustado en medio de una selva túpida, agreste y agresiva. A unos pocos metros se podía cazar jabalí, venado, iguana y otras especies de animales silvestres.
Don Emilio era un hombre de ciudad, de movimiento, le gustaba la acción. La quietud de la vida campesina le ocasionaba un malestar espiritual que le compelía a ocupar permanentement su tiempo, trabajar en su consultorio hasta el cansancio. Solamente las reuniones con sus amigos le servía de escapismo, de dar lugar a expresarse con la fuerza de sus ideas plenas de vitalidad creativa. Era un agrado escucharlo en su lenguaje sonoro y claro, a pesar de la influencia de su idioma nativo que en vez de entorpecer la pronunciación, le otorgaba un rasgo melódico y de una gracia que deleitaba. Era un inquieto visionario.
En una de sus ausencias, que habitualmente era por corto tiempo, los días pasaban y don Emilio no aparecía. Sus pacientes se sumaban, y con ansiedad esperaban a su Dentista. Sus amigos se hacían mil preguntas, no había noticias de él. En cada tren que llegaba todos los pueblerinos miraban a los que bajaban esperando ver la figura familiar y amistosa de don Emilio. Empezaron a correr distintas versiones, no había a quién consultar. Doña Delia estaría en la casa paternal de Pirayú o habría viajado con él al extranjero. Sobraban los rumores, y así iban pasando los días....hasta que en Octubre del año 1931, un día de sol quemante, por la tarde, se empezó a escuchar un raro ruido que procedía de la parte alta del pueblo - donde tenía su taller los Casoratti -. Al principio se sintió como algo indefinido, casi parecido al croar de ranas en época de lluvias. Ese caprichoso ruido de pronto se acentuaba, era más fuerte, para que disminuyera hasta no escucharse nada. Era el viento que traía o lo apagaba. Sin embargo de pronto el ruido empezó a sentirse más fuerte y constante. La atención de mis padres que tomaban mate bajo el fresco del amplio alero, se mostró mas interesado y luego llevado por la inquietud de los niños que salimos a la calle, a pleno sol, ellos también empezaron a asomarse y mirar en distintas direcciones como buscando una respuesta.
Las vacas que descansaban bajo la sombra amiga de frondosos árboles empezaron a impacientarse. Los perros se levantaron inquietos de sus frescos lugares de descanso y se sumaron a la inquietud general contribuyendo con sus ladridos y husmeando de un lado a otro. Algunos caballos, atados a los palenques en espera de sus dueños, mostraron también signos de impaciencia. De pronto el ruido se hizo fuerte, reiterativo y en aumento. La gente que habían llegado hasta la esquina le hicieron seña a mis padres de que algo habían visto en lo alto, en la calle que asciende y pasa por la casa del Pai Fariña. Entonces niños y adultos corrimos todos, con alegre bulllicio, espoleados por la curiosidad hacia donde estaba el grupo que observaba mudo y sorprendido lo que estaban viendo. No sé como describir ahora lo que entonces me impresionó, o mejor dicho me asustó. Me aferré a mi padre, como buscando protección no sé de que peligro, miraba lleno de estupor e incredulidad al negro armatoste que se aproximaba a gran velocidad en dirección a donde nos encontrabamos. Era algo inédito, nunca visto. Era la aparición del primer auto que llegaba a nuestro pueblo. Yo tenía entonces siete años y era la segunda vez que estaba en presencia del fruto de la inteligencia y la voluntad creativa del hombre.
A medida que se deslizaba sobre sus ruedas ese curioso artefacto, orgullo de la civilización y triunfo de la tecnología incipiente, el gentío que se había asomado para conocer ese glorioso invento popularizado por Henry Ford, saludaban y aplaudían a su paso a don Emilio y a don José D. Jimenez, el jefe de correos, quién le había acompañado en esta maravillosa aventura. Todo una fiesta, la gente saltaba, gritaba y agitaba manos y pañuelos. Una manada de burros de don Nimi Julián - que pastaban y retozaban en la cancha, frente a la casa de doña Francisca Vazquez- asustados salieron disparando para cualquier lado. Algunos campesinos que venían montados sobre sus caballos fueron tirados al suelo luego de corcobeos y patadas al aire que daban los animales presas del terror.
Qué espectáculo maravilloso y excitante...!!. Viví uno de mis mejores instantes de sensaciones inefables. Apenas se detuvo el auto, frente al grupo que encabezaba mi padre, se abrió la puerta y descendió don Emilio enarbolando una amplia y alegre sonrisa, pletórica de satisfacción y orgullo. Junto al Sr. Jimenez, habían hecho una gran proeza - unir Asunción a Yegros - cuando entonces no había camino de ninguna clase.
La única vía de comunicación que existía entonces era el Ferrocarril, no había otro medio o sistema. En época de tormentas e inundaciones de los rios, los trenes se encontraban con insalvables dificultades. Cuando puentes y caminos eran destruídos por la fuerza de las aguas, entonces pasabamos semanas enteras sin ninguna noticia del mundo que nos rodeaba. Totalmente aislado, y lo peor era que escaseaban los comestibles, especialmente: azúcar, harina, kerosene para las lámparas y tantas otras cosas necesarias para el diario vivir. Eran días tristes, las calles anegadas, barrosas, intransitables, salvo que se movilizara a lomo de caballo. Mirar por la ventana era ver todo el pueblo cubierto de agua y el campo tenia el aspecto de un mar interminable. Al caer la tarde una sinfonía de croar de ranas y sapos dominaba con su monotonía todo el confín de nuestra paciencia.
Ese era nuestro mundo. Vivíamos dominados por el capricho de la naturaleza, si había buena temporada de lluvias, las cosechas serían excelentes, si las lluvias eran espaciadas, entonces la sequía castigaba tantos esfuerzos y muchas esperanzas.
Don Emilio sentía la fascinación del mago ante la posibilidad de transformarlo todo. Envalentonado por su triunfal rally - el primero realizado en el país - sentía la necesidad de seguir buscando nuevas motivaciones; quería ofrecer a su pueblo adoptivo hechos espectaculares. Fué así que al poco tiempo, en estricto secreto, preparó unos de los acontecimientos más importantes en la vida cultural del pueblo. Invitó a todos sus amigos y familiares a una reunión en su casa a la hora del anochecer. Mis padres se preguntaban intrigados y curiosos si cual sería el motivo de tan especial invitación, siendo que nunca antes los niños habían sido convidados.
Cuando llegamos a la casa de don Emilio, ya habían muchas personas sentadas en el amplio corredor en el cual se habían colocado sillas formando hileras - como cuando se daban veladas culturales en el Club -. Había un gran bullicio y una agradable tensión en la espera. Eran muchos los invitados y se esperaban mas comensales. Las charlas se hacían en ese ambiente de euforia, hasta que de pronto las lámparas a kerosene fueron retiradas y quedamos sumergidos en una semioscuridad. El silencio fué total, suspenso, hasta que de pronto un haz de luz iluminó la blanca pared y empezaron a aparecer figuras y más figuras. Se dió una corta pelicula de cowboys que dejó asombrados a todos los asistentes.
La mayoría de las personas mayores sabían que eso era cine, pero casi nadie lo había conocido personalmente, ni habían experimentado el real placer de ver esa realidad del arte que revolucionaba y creaba un importante aporte a la cultura y al entretenimiento de la sociedad. Fué un éxito total, y al día siguiente todo el pueblo quería asistir a una función. Don Emilio había realizado esa experiencia solamente para sus amigos. Por lo demás, le significaba un enorme trabajo, ya que debía usar el motor del auto para que por medio de la transferencia de energía, gracias a la combinación de poleas en la que la rueda trasera del coche, generaba la fuerza al girar y movilizar la correa que la unía a la polea del dínamo.
Todo un complicado sistema que solo don Emilio tenía la capacidad de compaginar. Oficiaba de ayudante un joven que le servía como peón de patio , de nombre Chiriqui. Este corría de un lado a otro para conseguir las herramientas que don Emilio le pedía a medida que instalaban las piezas de los motores. El joven ayudante temblaba ante la posibilidad de cometer algún error.
Recuerdo que en uno de esos momentos de trabajo don Emilio le pidió una tenaza. Chiriqui buscaba en el cajón de herramientas, una y otra vez, y nada. No lo podía encontrar, transpiraba, cuando don Emilio se dió cuenta del embarazo del muchacho le dijo secamente - Mira Chiriqui, esta mañana estaba ahí y no puede perderse - el otro, con la cara roja, no atinaba a decir nada, entonces el patrón mirándole bien a los ojos lo acusó sin ofenderlo, diciéndole - esa tenaza ha sido robada, no digo que sea ud. pero no puede ser otro...-
En nuestro barrio ya se podía presenciar por las noches la casa de don Emilio toda iluminada con luz eléctrica. Presentaba una visión espectacular, era la primera vez que veíamos en el pueblo algo tan extraordinario. No salíamos de nuestro asombro, felizmente ese acontecimiento despertó tanto interés y entusiasmo que al poco tiempo, como un año después, nuestro pueblo inaguraba, oficialmente, la instalación del alumbrado público y en las casas particulares.
El pueblo se encendía por las noches como un cielo cuajado de estrellas. Don Emilio habia adquirido una inmensa caldera que la instaló en lo alto de una hermosa loma, más allá de la casa de Savy, donde hizo construir una casa que doña Delia la halajó muy bellamente. Siempre yo acompañaba a mis padres en las visitas que frecuentemente hacían a sus muy queridos amigos. Mientras ellos gozaban de la placidez de la noche conversando con evidente gusto de una amable plática, yo incursionaba por el galpón donde funcionaban la inmensa caldera y el pesado dinámo, manejado por un fornido alemán que tenía como ayudante a un excelente y activo joven yegreño - Adolfo Martinez- quién estaba a cargo de alimentar la boca de fuego de esa insaciable caldera.
El pueblo tomó conciencia de sus grandes posibilidades y aprovechó sus energias potenciales para darle un nuevo sentido a su ya bien desarrollado progreso. Creo que ahi comenzamos a vivir nuestra época de oro.
Alrededor de don Emilio y su emprendedora señora, se creó el ambiente para formar un Club social-deportivo cuyo principal fin era la de ofrecer al pueblo un motivo más de acercamiento y de sana distracción, en que la prática del tenis sería su mas importante manifestación deportiva. La mayoría de las familias se adherieron a este moviemiento de tan noble propósito y al poco tiempo se hizo realidad el tan ansiado sueño de don Emilio y de sus entusiastas seguidores al fundarse el "Yegros Lawn Tennis Club". Se consiguió del ferrocarril la concesión del terreno que está a continuación de la estación, pegado a la vía. Con gran esfuerzo, y con el trabajo personal de cada uno de los asociados, se construyó una cancha teniendo en cuenta todas las exigencias de los materiales de rigor. En la capa superior, se cubrió con una película de polvo de ladrillo, luego de regarse abundantemente y de pasarse el pesado rodillo una y otra vez, la cancha quedó como un mesa de billar: lisa, suave y reluciente. Todos querían ser los primeros en probar. El día de la inaguración fue uno de esos días que quedan escrito en letras de fuego en el corazón, era tanta alegría y la emoción.
El ambiente festivo estaba tan sensibilizado que no veíamos la hora de ir a la casa de los Napout, donde se realizaría la fiesta. Era un día Viernes, la cancha estaba preparada para su estreno el día siguiente con la iniciación de un campeonato entre los jugadores del Club. para darle un realce de excepcional categoría, amenizaría la fiesta la orquesta de don Juan Patiño. Todo estaba listo, esperabamos con viva ansiedad el momento, costó mucho que el viejo reloj de la oficina de la estación diera las ocho. Salimos de la casa con pasos presurosos, las luces de las calles iluminaban profusamente. Abajo los sapos disputaban activamente sus presas aladas. Miles de insectos volaban girando alrededor del alto foco de luz. Mucho antes de llegar ya se dejaba escuchar las cadenciosas música de un tango de moda que la orquesta de don Juan ejecutaba con singular estilo, y en la que su violín y su dulce tonalidad tocaban las fibras mas profundas del sentimiento romántico.
Cuando llegamos ya nos habían precedido varias familias que se ubicaron en las mesas que se hallaban bellamente ataviadas, en el amplio jardín donde se destacaban las esbeltas plantas de eucalipto. Globos y gigantescas flores confeccionadas con papeles de colores ornamentaban el ambiente dándole un sabor exótico y alegre. Esa noche fué algo que ninguno de los asistentes olvidarán jamás. Era un mundo especial, donde cada uno deseaba demostrar la riqueza de su amor y cordialidad. En ese lugar distante, selvático, donde es más propio el gesto rudo, se podía demostrar que la nobleza del espirítu, la generosidad del corazón, y una educación basada en el respecto, son tan determinante en la relación humana que dignifica y otorga un timbre de orgullo aún así sea las más humilde de las aldeas.
La vida del Club tomó una dirección ascendente. La lista de socios subió a más de cien, la cancha no alcanzaba a satisfacer la demanda de tantos entusiastas que deseaban aprender el arte de ese deporte. Había que esperar turno. La hora de la tarde se hacía corta, pero don Emilio tenía la solución para cada problema. Citó a una reunión de la directiva de la entidad y lanzó su genial idea -debemos iluminar la cancha - todos quedaron sin saber que responder. Un suspenso largo....a nadie se le había ocurrido una idea tan distante de lo posible. Ni siquiera en Asunción, ninguna cancha estaba iluminada para permitir las prácticas noturnas.
Era algo útopico, imposible. Todos lo pensaron así, pero nadie osó decirlo. Para don Emilio no había imposible, esa idea le quitó el sueño y lo tomó como un desafío. El que había logrado unir Asunción-Yegros sin que hubiera camino, que resultaba un imposible... El que había hecho cine usando el motor de su auto cuando todos los cálculos orientaban a un desastre ecónomico. Nadie sabía que este extraordinario hombre tenía escondido en su corazón una lámpara de aladino. Todo lo que el deseaba lo conseguía. Su voluntad de triunfar lo impulsaba a luchar contra todas la difilcutades... y siempre salía vencedor.
Se projectó una campaña de trabajo. Había que juntar dinero, aún no se sabía cuanto iría a costar, pero se presumía que era caro, muy caro. Se formaron comisiones femeninas para organizar bailes y kermeses. A cada socio se le asignó un trabajo. Hasta los niños debíamos colaborar transportando mesas y sillas para las fiestas que se realizarían en la misma cancha de tenis.
Pasó como dos meses de febril actividad, se juntó mucho dinero, todos nos sentíamos satisfecho por el éxito alcanzado; hasta que un día llegó don Emilio de Asunción y reunió de inmediato a la directiva del Club. Traía la carta recibida de Alemania con el presupuesto. Se despertó una gran expectación. La Sra. Patrocinia de Arza era entonces la Presidenta, y ella pidió al Secretario don Marciano Lopez, que leyera la nota. Emocionado por el momento cargado de tensión don Marciano carraspeó, hizó una pausa y luego con voz firme- como quién leyera una sentencia - hizo conocer el texto y el precio de los reflectores que serían a base de espejo triple lo cual venía acompañado de un grueso catálogo. Cuando pronunció la cifra, valor total de los seis reflectores, todos se miraron unos a otros.... y un coro de grato suspiro encontró eco en las paredes de la inmensa habitación. El dinero recogido casi alcanzaba para cubrir el costo, no se había tenido en cuenta el transporte. Se generó un ambiente de alegría y de mutuas felicitaciones que se projectó en una verdadera fiesta cuando doña Pato invitó para ir a su casa a celebrar tan feliz acontecimiento.
Ya era una realidad el sueño de don Emilio, el "Yegros Lawn Tennis Club" sería el primero en toda la República del Paraguay en contar con una instalación luminíca para los juegos nocturnos. En el pecho de cada uno de los Yegreños se sintió como el orgullo le martillaba más fuerte el corazón....
En medio de este ambiente de especial expectativa, tal vez debido a la tensión y al excesivo trabajo a que estaba sometido diariamente, sin darse descanso, de pronto esta formadable maquinaria humana cayó enfermo. Al principio se creyó que era una gripe pasajera. Pero cuando don Emilio estuvo todo un día en cama se pensó ya que algo más serio le estaba sucediendo.. Doña Delia, muy preocupada hizo llamar a don Hugo Bosh, quién vino de inmediato. Eran muy amigos, duró mas de una hora la consulta. Por el rostro duro y la mirada inexpresiva era fácil comprender que la salud de mi ídolo corría serio peligro. Al salir don Hugo del lecho del enfermo, pidió a doña Delia que le acompañara a otra habitación, donde a puerta cerrada, conferenciaron largamente. Mientras, en el amplio corredor, varios amigos del matrimonio entre ellos mi padre, esperaban ansiosos conocer la situación real del enfermo.
La mayoria de ellos habían pasado la noche junto a su cama. Mi aflicción no tenía límites. Al rato ví despedirse a don Hugo y observé el rostro sensibilizado de doña Delia y el esfuerzo que hacía para no echarse a llorar. Se le acercaron los amigos y con voz quebrada dijo que había que mandar a llamar a un médico de Caazapá. De inmediato se hicieron los preparativos para que el auto cumpliera tal misión. Esa tarde, siendo aún niño - siete años - viví mi primer encuentro con la angustia. Como hacía calor, doña Delia abrió puertas y ventanas del dormitorio dónde yacía don Emilio. Junto con los demás nos acercamos a su lecho, pero él estaba inmóvil, con la mirada fija en el techo.
Ningún movimiento, me parecía increíble recordando su espíritu inquieto y su rostro siempre lleno de luminosa vivacidad. Algunas señoras rezaban, otras lloraban quedamente escondiendo el rostro entre el manto que cubría sus cabezas. Mi padre optó por hacer algo llevado por la desperación, y fué así que se acercó al enfermo con una botella de alcohol y empezó a masajearlo por distintas partes del cuerpo, más don Emilio seguía igual, estático, con los ojos fijos en la nada. Inconciente, así se pasó esa tarde en la creencia que ya no había nada que esperar... pero tanto rezo y promesas hicieron su efecto.... como al filo de la madrugada recobró el conocimiento. Hubo un suspiro de alivio y esperanza, a lo que contribuyó la llegada del Dr. Zacarías, ya bien entrada la mañana.
Esa tarde, cuando acompañé a mi padre, encontramos a don Emilio sentado en la cama. Doña Delia le acercaba la cuchara a la boca, estaba a salvo, los ojos lánguidos, el trostro pálido y los hombros caídos, denotaban la terrible lucha que tuvo por superar para sobrevivir. En esos difíciles días de zozobra y preocupación, me tocó la oportunidad de corroborar aún más lo valiosa y maravillosa que era una mujer del temple de doña Delia.
No se movió un solo instante de su lado, colocó un almohadón sobre el piso de madera pegado a la cama y tomando la mano de su querido marido, le llenaba de caricias y le hablaba quedamente, con un runruneo sutil cargado de amor y ternura. Eran escenas de enorme emotividad, que nos rompía el corazón hasta las lágrimas. Mi admiración hacia doña Delia era imponderable, desde siempre me atrajo su belleza, el encanto de su larga cabellera que le caía sobre el hombro como una cascada y hacía marco a su rostro fino y lleno de una gracia y simpatía que subyugaba. Gracias a ella empezé a correr el velo de la obscuridad campesina. Ella supo crear el ambiente de distinción que enriquece una sociedad. En el amplio salón de su casa se hacían reuniones, conferencias y conciertos. A don Emilio le gustaba invitar a personalidades que venían a exponer ya sea sus virtudes artísticas o literarias y poéticas. Fué ahí donde escuché por primera vez a un gran pianista ejecutar músicas de repertorio selecto; como también a un violinista europeo interpretando a Paganini.
El célebre Centurión Miranda recitó poesías tan bellas en personal estilo que el publico frenético le pedía más y más. Como no mencionar al famosísimo cantante y actor de cine José Mójica, quién viajaba en el tren Internacional hacia la Argentina. Ocurrió que el tren al tomar la curva que está frente a la casa de don José Hermida - jefe de cuadrilla del FFCC - se salió de la vía. El gentío que esperaba el convoy se trasladó en masa hasta el lugar del accidente. El jefe del comedor Sr. Cayano informó de la presencia de José Mojica, y don Emilio lo invitó de inmediato para llevarlo hasta su casa.
Fué una velada inolvidable, el artista azteca nos deleitó con un variado reperterio. De una personalidad atrayente y simpátiquisima, siempre tenía una sonrisa a flor de labios. Las jóvenes, al principio no se atrevían a pedirle autógrafo; pero cuando la profesora Maria González le acercó su libreta, entonces desapareció la tímidez y todas se lanzaron sobre el asustado mejicano, para que les dejara el recuerdo de su fugaz paso por Yegros.
A medida que transcurría el tiempo, más amaba a esa familia que me habían dado tanto cariño, amor y hospitalidad . El matrimonio, a los tres años de estar radicados en Yegros, recibió la llegada de la cigueña que les trajo una hermosa muñequita. Para mí fué una hermanita más y ese sentimiento de amor fraternal se ha conservado incólume. Despues llegaron en poco años dediferencia dos robustos varones a los que aprecie y cuidé como un hermano mayor.
El mayor de ellos que heredó el nombre del padre "Emilio", fué bautizado en una bella mañana estival en nuestra querida iglesia. La ceremonia estuvo desde luego a cargo del Paí Fariña. Mis padres oficiaron de padrinos. Todos muy elegantes, un hálito de dulce calidez dominaba el ambiente. Doña Delia acurrrucaba en sus brazos al tierno fruto de ese amor, que por gracia divina ampliaba la potestad y unía un lazo de solidaridad en el destino del niño y sus flamantes compadres.