De Alcaldes, Jueces y otras cosas......
La vida cívica y social de nuestro pueblo dependía en gran medida, de la persona que ejercía la Jefatura Policial y se le denominaba Jefe o Alcalde. A lo largo de nuestra corta historia como pueblo, y desde que tengo memoria, la mayoría de los Jefes o Alcaldes Policiales recaían en personas semi-analfabetas, ignorantes y ambiciosas. Estas designaciones las hacían los Delegados de Govierno de Villarrica. Yegros depende oficialmente de la Delegación de Caazapá, pero como nunca se ha designado un Delegado, pasó entonces a depender de la más alta autoridad gobernativa de la ciudad guaireña. Como el cargo de Delegado de Gobierno es nombrado por el Presidente de la República, la nominación recae en algún compadre o correligionario. No hay exigencias, es cuestión de suerte. Han habido de todos los pelages. Algunos inteligentes, cultos y ecuánimes. Otros, prepotentes, deshonestos y tiránicos. Todo un albur. Y en esta misma dirección y procedimiento se efectuaban los nombramientos de los Alcaldes de los pueblos. En general, en su mayoría, recaían las designaciones en personas advenedizas,improvisadas y con mucha frecuencia en ciudadanos de obscuros antecedentes y de prontuarios de alta calificación delictual. El compadrazgo, los favores políticos, las prebendas y los regalos oportunos, decidían la suerte de un pueblo. La Constitución fué siempre una suerte de cuento de algun lejano país. No se le podía exigir al Alcalde que conociera su existencia. Era mucho lujo encontrarse con un Jefe de Policia que exhibiera un certificado escolar que registrara su preparación primaria. Inclusive, como casos anecdóticos se recuerdan a más de un Jefe que no sabiendo leer ni escribir debía firmar con su dedo pulgar untado de tinta...
Cuando llegaba un nuevo Jefe, la población entera vivía tensa y expectante. Recorría sus calles, sus casas, un rumor de las más insólitas suposiciones. El nuevo Jefe Policial era presentado por el Juez de Paz reinante, en una reunión a la que se invitaba a los más altos miembros de la sociedad local, representantes de las fuerzas vivas, hacendados e industriales.
Acompañé en una oportunidad a mi padre al Club Social, él como Jefe de Estación, era uno de los primeros de la lista. Cuando entramos al gran salón del Club ya habían muchos hombres conversando en grupos. Don José Bareiro, el Cantinero, se movía de un lado a otro portando una bandeja cargada de vasos de las que burbujeaban las blancas espumas de la cerveza. Yo tenía entonces 12 años y observaba curioso y con enorme interés a ese grupo abigarrado de hombres que discurrían, dialogaban y reían frenéticamente . Hacía calor y las lámparas de petromax colgadas del techo irradiaban una temperatura que hacía más insoportable el ambiente. De pronto don Ramón Vera, de baja estatura, apareció en el escenario acompañado de un hombre alto, fornido que vestía de amplias bombachas. Estaba serio, con cara de disgusto. Posiblemente le asustaba ese grupo de gente que le observaba como un animal en el zoológico. Don Ramón Vera, con la serenidad propia de quién sabe manejar la situación, habló pausadamente presentando a la nueva autoridad y pidiéndo la colaboración de todos para que pudiera desempeñarse dignamente en el cargo. Fué breve y conciso.. Llegó el momento en que esa figura imponente y pintoresca se hiciera oír. Se hizo un silencio denso. Solo se escuchaba el chirriar que desprendía la camisa del petromax en el fenómeno de la ignición. Don Rafael Garcia, que ejercía un extraño poder de ascendencia y autoridad, donde quiera que se encontrara, tosió como señal de que el momento era importante. Todas las miradas estaban fijas en ese personaje de aspecto curioso y un tanto desfachatado. Comenzó a balbucear algunas palabras en castellano, pero como tropezaba con la pronunciación decidió entrar en el dominio en el que se sentía fuerte: el guaraní. Dijo que su mayor anhelo era servir en la mejor forma posible al pueblo, que él era realmente un hombre ignorante por lo que rogaba que esa particularidad no diera pie a que se abuse de su autoridad, pués en ese caso su comportamiento será de supremo rigor - y al decir eso con voz enérgica y amenazante - levantó su rebenque como símbolo de su inequívoca autoridad. Y luego dijo que había encontrado la comisaría en una situación deprimente. Que no habia caballo para efectuar las rondas nocturnas y que escaseaba el alimento para los conscriptos que oficiaban de agentes. Que en esa circunstancias prepararía una lista de sus necesidades y que esperaba que el pueblo respondiera puntualmente. Su voz rugía autoritariamente como que estaba dando ordénes a sus agentes. De inmediato circuló un sordo rumor de temor y desconfianza. Entonces, mirando al grupo con unos ojos adustos y la frente ceñida en actitud desafiante, preguntó si alguien quería decir algo y agregó, con una tonalidad de trueno, que él no permitirá que nadie hable a sus espaldas. Ahí terminó la asamblea. No hubo aplausos ni ninguna manifestación de aprobación. Todos, como si estuvieran en un templo, silenciosos, buscaron la puerta con viva ansiedad. Ya afuera, en el patio, el comentario fué animoso y amplio. Y sin duda alguna ya algunos propusieron hacer correr una lista pidiendo el cambio del flamante comisario....Y otros se sentían culpables de haber propiciado la salida del anterior, quién - después de todo - había realizado un buen desempeño pero que había fallado al ser acaudillado por algún personaje del pueblo con quién rivalizaba en algún tipo de negocio.
En un pueblo pequeño, de pocos habitantes, es frecuente el choque de influencias entre uno y otro personaje con poder económico. Siempre quiere ser uno más que el otro, si el Comisario va con frecuencia a la casa de uno, ya de inmediato se le considera adversario de la otra parte, y es entonces que se inicia el camino de su desprestigio con campañas bien manejadas por el que se siente afectado. Generalmente los Alcaldes son inocentes en este juego de potencias, y cuando se dan cuenta de que fueron usados ya existe un vigoroso movimiento para su destitución.
El pueblo en sí, con sus costumbre y hábitos, ha forjado un estilo de vida. La influencia de la educación y cultura aportadas por las colonias europeas determinó, sin duda alguna, un nuevo rango en el nivel cultural y en el actuar cotidiano de la gente pueblerina. El criollo, el hombre nativo, traía sus costumbre humildes y sencillas. La gran guerra de la Triple Alianza, dejó descastada, empobrecida, en ruinas a todo el país. De 800.000 habitantes sobrevivieron unos 100.000 compuestos por mujeres, niños y ancianos. A semejanza del Ave Fénix, tuvo la virtud de renacer de sus cenizas. Costó mucho esfuerzo el camino de la reconstrucción. Se vivía con lo minímo. La tierra, el milagro que nos brinda sus entrañas generosas, con su maravillosa fertilidad hizo posible que el Paraguay recobrara el aliento.
Y fué el campesino el héroe de esta gran batalla de la paz y del progreso, usando el mismo espíritu decidido y voluntarioso que diera tanto renombre a la valentía y el coraje de nuestros hombres y mujeres en la terrible guerra del exterminio determinada por los paises "hermanos".
El nativo miraba, al principio, con desconfiaza al forastero que de súbito, venía a compartir su tierra. Lo observaba con viva curiosidad e intéres. Su ropaje era distinta, ya que los hombres usaban una larga chaqueta y corbata. Las mujeres de vestidos largos y con una armadura que parecía un tubo al revés. Usaban sombreros con profusión de coloridas cintas que flameaban con el viento. En sus mesas el uso de los manteles era ritual. Y así, poco a poco la nueva sociedad que se fué formando adquirió una actitud de vida elegante y de notable distinción.
Esa sociedad supo darse un tipo de vida grata y respetable, apoyada por una Escuela Media de gran nivel educativo y mediante un plantel de profesores y maestras talentosas, disciplinadas y con enorme espíritu de trabajo.
Por otra parte el Club Social 14 de Mayo, desempeñó un rol protagónico de imponderable valor para el desembolvimiento social y cultural de nuestro pueblo. Fué una escuela del comportamiento y de la amistad. El pueblo asi conformado, discurría tranquilo y en paz su vida de relación. En su historia delictual son muy contados los hechos criminosos, y por ser tan raros conocemos de memoria aquellas páginas tristes y desgraciadas que ensangrentaron nuestro suelo nativo, con el asesinato de valiosas vidas jóvenes, frutos genuinos y queridos de nuestras sociedad como fueron: Luis Menoret; Papachilo Bosch; Antonio Ramirez y Pastor Ortiz.
Los Yegreños, nativos, campesinos, rústicos y sencillos, aprendieron poco a poco el sistema de vida de los extranjeros, imitaron sus costumbres, sus gustos. Desde entonces, fué cambiando gradualmente sus hábitos; refinó sus gustos, aumentó el amor por el estudio, la lectura y el arte.
La iglesia delineó y cinceló las aristas sustanciales de nuestra sociedad bajo la dirección de su Párraco enigmático, voluntarioso y de firme carácter, el reverendo Pai Fariña. Puedo decir que el pueblo creció con él. Representaba la autoridad divina en un grado tal que lo que él decía tenía el carácter de verdad absoluta. Era, en buenas cuentas, la conciencia del pueblo. Todos los respetaban con un sentimiento de sometimiento. Era el dueño absoluto de nuestro futuro en el más allá. La moral, los valores éticos, emanaban de los diez mandamientos y en el cumplimiento de algunas de sus claúsulas el pai Fariña se manifestaba rígido e inapelable, especialmente en el concepto de la virginidad. La mujer que caía en un desliz cometía el peor crimen, primero contra la familia, luego contra la sociedad y desde luego contra Dios. Debía vivir sufriendo todo tipo de humillaciones, marginada de los círculos sociales. Era preferible que se fuera del pueblo... Nunca, en esa época se toleró que una pareja de enamorados se dieran un beso en público, a la luz del día. Las jóvenes que tenían sus pretendientes nunca podían encontrarse a solas. Siempre debían estar acompañadas por algún familiar responsable. La mujer debía llegar al lecho nupcial blanca y pura como una paloma intocada. Más virgen que una vestal.... En caso que el novio no la encontrara lacrada y sellada entonces....pues podía repudiarla, despreciarla y devolverla a sus padres como una mercadería "fallada".
La tradición pesaba y presionaba inclaudicable. El amor y sus manifestaciones eran manejadas como entidades esotéricas, de total privacidad. El trato familiar se caraterizaba por un orden jerárquico, conforme a los sistemas imperante en las épocas medioevales en que prevalecía el Mayorazgo. El mayor de la familia era la autoridad que seguía a la del padre y así se regía en orden descreciente. El saludo de hijo a padre era pedirle la bendición con las manos en actitud de plegaria. El beso era la manifestación del pecado, del deseo, la figura pecaminosa del erotismo.... Los jóvenes enamorados debían escaparse de los ojos vigilantes para que en lugares escondidos y obscuros, probal el dulce y emocionante placer del beso.
En el caso de los Jueces, la historia de nuestro pueblo, marca un saldo muy positivo. Seguramente su elección requería una mayor exigencia del candidato. Una cultura básica y un antecedente limpio. Felizmente hemos tenido siempre una estructura judicial de gran respetabilidad. La mayoría de los jueces integrabanla médula misma de nuestra sociedad. Eran miembros activos de sus quehaceres y vivencias cotidianas. Gracias a la personalidad, austeridad y nombradía que habían logrado en sus actuaciones, hacian posible equilibrar y aminorar los procedimientos caprichosos y exaltados de los jefes policiales, quienes pretendían demostrar su poder omnipotente, permitiendo lo prohibido y obstaculizando todas aquellas actividades ciudadanas lícitas que contrariaban sus gustos o sus intereses personales.
Entre los Jueces que recuerdo con admiración y respeto, según mi frágil memoria son: Baldomero J. Ferreira; Ramón Vera; Cartes y Ricardo Ortigoza. Fueron los períodos que abarcan la época de mi niñez. Baldomero J. Ferreira, fué una de las personalidades más brillantes en el campo intelectual. Hombre sencillo, alto e imponente, calmado y tranquilo, todo diálogo con él era un verdadero placer. Un pedagogo impenitente. Escucharlo era un deleite. Sus palabras eran enseñanzas y nos introducían a una mundo fascinante del saber. Después de retirarse del Juzgado fué designado como Inspector de Enseñanza. Su aporte a la cultura de nuestro pueblo fué inmenso y notable.
Ramón Vera, hombre de mucha experiencia en su labor de juez, supo ganarse la gran simpatía de todos a base de una conducta ejemplar. Dueño de una caligrafía de notable perfección, amigo del orden y de la disciplina supo compaginar la autoridad con el trato amable. Muy respetado por la ecuanimidad de sus fallos y por la firmeza de sus decisiones. Fué profesor en la Escuela de Comercio de Villarrica. Ocupó un gran espacio cronólogico en la historia de nuestro pueblo y su recuerdo vibra con emoción y gratitud en nuestros corazones agradecidos.
El Dr. Cartes pasó fugaz y meteóricamente por ese alto cargo. Como abogado dignificó y otorgó rango universitario al Juzgado local. Hombre de gran mundo, simpático y ocurrente, supo captarse la simpatía del pueblo con su manera de ser, educado, atento, pulcro y romántico. Llevaba siempre prendido al ojal un clavel.
Ricardo Ortigoza cierra la cortina de ese escenario donde impera la diosa de la balanza que es la Justicia y donde culmina mis pasos de la dulce niñez para entrar en la dorada puerta de la juventud. El fué una autoridad de nuevo cuño. Rompe con los cánones clásicos para dar una corriente de aire más flexible y expeditivo a los severos tratos judiciales. Hijo del pueblo, es fruto muy querido de su más rancia y selecta sociedad. Hombre simpático, amable y dicharachero se vinculó a las mas variadas actividades sociales y deportivas. Excelente futbolista integró con notable éxito los equipos del pueblo en sus confrontaciones con equipos de otras ciudades. Diestro bailarín de tal envergadura que obtuvo los más altos galardones en una competencia realizada en la ciudad de Posadas (Argentina). En toda reunión social era Ricardo Ortigoza la estrella que irradiaba y fascinaba por su innata simpatía. Sus chistes, chascarros y ocurrencias divertía y alegraba esas coloridas veladas pueblerinas. Su presencia nunca pasaba desapercibida. Elegante, vestía siempre de traje y corbata. Siempre dispuesto a cualquier actividad que bonificara a su pueblo. Su constante apoyo a la masa estudiantil permitió que los jóvenes encontraran alternativas promisoras en sus futuros inmediato e hizo posible que la sociedad interpretara generosamente las inquietudes de sus hijos anhelantes de mayores conquistas en el camino hacia la Universidad.
Siendo Presidente del Club Social 14 de Mayo, luchó contra un medio cerrado para que se le permitiera a los jóvenes una forma ágil y expeditiva para su ingreso en el núcleo social. Siempre, a pesar de los años, conservó en espíritu alegre, juvenil y vivaz. Entre los méritos que lo destaca aún más, fué su excepcional actuación como capitán en la guerra del Chaco. Regresó cargado de honores pero llevando siempre en su frente la corona de la modestia y la sencillez.