Don Marciano López, Doña Elisa, Felix y Pochita

 Don Marciano se instaló en la casa de la esquina, en la cuadra frente al tanque de agua del ferrocarril. Una casa señorial al estilo español, con amplio alero y un largo corredor cerrado por una cerca de madera. En el frente tenía una puerta grande de entrada a la casa comercial. Este señor poseedor de un porte distinguido, frente amplia y un rostro aparantemente serio, era de poco hablar, muy amable y sumamente cortés. Siempre me impresionó gratamente sus movimientos impregnados de elegancia y sencillez. Su esposa doña Elisa Macheronni de López, era una mujer de gran belleza y de una simpatía arrobadora. Conversadora y amena tenía la gracia de saber darle a la vida un sentido gracioso. Nunca se le veía triste. Arreglaba su casa como un palacio, pues siendo hija de italianos, heredó el gusto a lo bello y delicado. Su salón estaba halajado de muebles de estilo y ubicado con gracia, de tal manera que siempre parecía espacioso y acogedor. Su jardín era una verdadera obra de arte, era el motivo de su personal orgullo y lo cuidaba con amoroso celo. Eramos vecinos y nos visitabamos frecuentemente. Me gustaba acompañar a mis padres por las noches a visitar a los López. Eran tan amables. Nos atendían como si estuvieramos en una fiesta celebrando algo. Yo me sentía feliz, generalmente los niños pasabamos inadvertidos y hasta resultabamos molestos, pero tanto don Marciano como doña Elisa nos llenaban de mimos y atenciones. El era un entusiasta tenista y formaba parte de la directiva del Club. Su espíritu siempre alegre y dispuesto a cualquier idea feliz que se tratara de pasarlo bien. Aparte de su casa comercial, disponía de un tambo a base de lecheras de raza de pelaje negro, no tenían cuernos, eran mochas. También tenía un plantel de mulas. Por las noches la mayoría de sus vacas formaban una muralla impasable, acostadas una junta a la otra, que tapaban todo lo ancho de la calle. Se hacía una proeza atravesar ese vallado de carne rumiante.

Don Marciano aportó al matrimonio un hijo, producto de una travesura de juventud...Félix, tenía mi edad y eramos muy amigos. El heredó la calma y el trato cortés de su padre. Pasábamos gran parte del día juntos, jugando, husmeando y a veces, estudiar ya que asistíamos a la escuela de la Srta. Vitálica. No podíamos estar el uno sin el otro. Pasaron los años y un día de improviso vino a mi casa vestido elegantemente, como si fuera el 14 de Mayo. Venía a despedirse. Su madre, que residía en la Argentina, le reclamaba a su lado. Don Marciano no pudo negarse. Fuimos todos a la estación, nos despedimos con honda tristeza. Me impresionó el rostro angustiado de don Marciano que hacía esfuerzos inusitados por esconder la cara ante el peligro de que le aflojaran las lágrimas. A mí me quedó el recuerdo de una hermosa cortapluma y de su honda de caza.. Nunca más se volvió a saber del gran amigo Félix. Me costó mucho dolor esta lejanía. Pochita una niñita de apenas meses, así la recuerdo, era un botoncito bello y lleno de sonrisas. Un encanto..., todos los niños queríamos tener el bebé en brazos, su piel blanquita parecía un montón de plumas albas. Era los ojos de sus padres. La adoraban, hija única era el palpitar de esos corazones amantes. La expresión más excelsa de la felicidad de ese hogar.

Años después me enteré que nos unía a esta encantadora familia- una vinculación politíca, ya que don Marciano pertenecía al partido Colorado al igual que mi padre. Muchas veces los oía conversar y hacer comentarios sobre hombres del coloradismo que habían actuado, desde la clandestinidad, en forma audaz y valiente. A veces don Emilio Napout, simpatizante del mismo partido político, expresaba, a puertas cerradas, de los rumores recogidos durante su último viaje. Lo único que recuerdo con alguna nitídez era que en cualquier momento habría un golpe de estado, una revolución...Aparecían los nombres de un tal Coronel Chirife o de un tal Jara. Ese tipo de amenazas fué una especie de sonsonete escuchado a todo lo largo de mi juventud, con la pausa de que en varias oportunidades surgían los golpes, las revoluciones, cambios de govierno, etc. Llegaban nuevas autoridades y ya al día siguiente se volvía a escuchar las sirenas de alarma de amenazas. Así ocurría con el gobierno de Asunción y así se repetía con las autoridades del pueblo. Llegaba un nuevo alcalde o comisario, todos iban a presentarse y desearle éxito en sus gestiones; pero apenas traspasaban las puertas de sus casas, buscaban pretexto para pedir el cambio o su destitución.