La Señorita Vitálica Ortigoza

Cuando recién cumplí los seis años, una mañana muy temprano, mi madre me bañó y me vistió con mi mejor pantalón. Estrené una hermosa camisa blanca que ella confeccionó. Ya bien peinado y desayunado, vino mi padre de su oficina, me echó una mirada inspectiva- yo estaba impecável- sonrió y luego de entregarme un cuaderno, lápiz y borrador me dijo con sus palabras más cariñosas - Hoy, comienza tu clase con la Srta. Vitálica, cuida mucho estos útiles, portáte bien y presta atención a todo lo que te diga la maestra-.

Salimos de inmediato, mi madre quedó mirándonos desde la puerta, pensando tal vez que desde ese día comenzaba para su hijo una nueva vida de "responsabilidades". La Srta. Vitálica era una mujer menuda, gordita, de cabellos negros que le llegaban a los hombros, ojos castaños oscuros de mirada tierna y expresiva, labios gruesos y los pómulos un poco saliente. Hablaba pausadamente y con gran claridad. Tenía un trato muy dulce con los niños, como si fuera su propia madre. Su escuela era una amplia sala que tenía una enorme mesa en el medio. Bancos largos aserrados, sin cepillar, sin lustre y sin respaldo. Al sentarnos, podía sentirse las asperezas de las astillas que nos clavaban. La maestra no podía ofrecernos mejores comodidades, era humilde y lo que ganaba le permitía, muy medida, sobrevivir dignamente y atender la alimentación de dos niños, que le había dejado su fallecida hermana.

Una niñita bonita y graciosa de piel blanca como la nieve y el cabello negro y largo. El varoncito, era chiquitito, estaba siempre en una especie de cuna hecha de cajón de naranja y cubierto de almohadones. Pasaba jugando con su chupete y cuando se le caíia lanzaba unos alaridos terribles. Era negrito e inquieto. A veces le traía masitas y entonces me miraba con sus ojos grandes, ahíi me resultaba simpático aunque cuando lloraba o se ponía serio, entonces me parecia que era feo.

Rosita, la nena, caminaba por la sala recibiendo los mimos de los niños. Pasaba en brazo de la maestra que la llenaba de besos. Era una adoración la que le profesaba. Los alumnos, casi todos de mi edad, nos acostumbramos a ese ambiente de familia, de intimidad, tanto que a veces nos parecía que realmente eran parte de nuestra propia familia. La srta. Vitalica pasaba tomando mate todo el día, un brasero estaba siempre con las brasas encendidas a su lado calentando la pava, que de tanto uso tenía costras negras y gruesas. Cuando el invierno pegaba fuerte nos gustaba a todos acercarnos al bracero y colocar nuestras manos heladas sobre el calor amable que irradiaba. En esa escuelita, con esa santa mujer, de mirada lánguida, aprendí a conocer el abecedario, a leer y usar los número en todas las operaciones. Era tenaz para corregirnos, cuando escrivía mal una palabra, hacía repetir hasta que dominaramos con perfección. Tenía una paciencia y tanta ternura que era capaz de enseñar aún al más burro. Nunca hubo en ella un solo gesto de desagrado. No sabía, ni entendía que era reprochar. Su carácter era tan apacible y sedoso que todo en ella era amor y cariño , cuando alguien llegaba al límite de la travesura, entonces optaba por castigar al indisciplinado poniéndolo de plantón contra la pared. Le costaba llegar a esa decisión y creo que ella sufría más que el penitente. Era la pena máxima y para el afectado constituía una terrible humillación. Había que comprender que si se había llegado a ese extremo es porqué se había tocado fondo. Uno de los niños mas traviesos era Troadio Torres. Delgado, como un palo de escoba no podía estarse sosegado en su lugar. Siempre moviéndose y jugando con los compañeros vecinos. Su hermano Virgilio, en cambio era todo lo contrario a él. Tranquilo como un hombre viejo, se movía con irritante lentitud y era como si fuera mudo, no articulaba palabras, de buen carácter y de una infinita bondad. Cuando su hermanito estaba de plantón, él le estimulaba y le hacía llegar algunas golosinas cuando la srta. Vitálica se encontraba mirando a otro lugar. El sistema que usaba la maestra era muy prático y ventajoso. Cuando ya dominabamos la lectura entonces se iniciaba el programa de la escritura que servía para mejorar la letra y la ortografía, que eran las bases de toda buena enseñanza. La srta. Vitálica era puntillosa para la correción de los dictados. Todos en el curso debíamos estar en un silencio total y atentos a sus palabras. Ella tomaba un libro, buscaba alguna pieza literaria de su predileción-generalmente era la "Odisea" de Homero- enfocando a la fascinante personalidad de Ulises, Rey de Itaca, en que personifica la perfección humana, siendo sus rasgos principales el respeto a los Dioses, la piedad para con los padres, el cariño de esposo, el amor a la patria y la solicitud por el bien de los compañneros....

Nos agradaba esa clase. Sus palabras bien moduladas y pausadas, era sensible al tema y muchas veces cuando la narración llegaba a lo enternecedor, le costaba seguir leyendo apretada por la emoción, circunstancia que nos contagiaba a todos. En época de invierno, cuando las escarchas cubría de blanco el pasto de la calle, ella nos cebaba mate dulce al que agregaba leche y coco molido. Era exquisito!! Nos sentabamos junto al brasero y calentábamos las manos entumecidas. A veces nos regalaba con galletitas.. Eran dias tan llenos de dulce plácidez, de tan grata emotividad que el espíritu se regocijaba ante estas acciones sencillas pero impregnadas de una tierna calidez. La srta. Vitálica era un ser múltiple, sabía hacer de todo, la admirabamos frenéticamente... pretendía denodadamente que sus alumnos tuvieran personalidad, que rompieran esa valla de timídez de lo cual adolecíamos muchos de nosotros. Deseaba que fueramos desenvueltos, dueños de sí mismo. Nos enseñaba el arte de la recitación. Para iniciarnos en esta disciplina, nos hacía pasar frente a la clase, subir sobre una silleta, que oficiaba de tarima y recitar la poesía que varios dias antes nos havía dado para que la aprendieramos de memoria. Que penosa tarea... Poco a poco soltábamos palabras, desarticuladamente, con voz falseada, todo un desastre...pero cuando se vuelve a empezar una y otra vez, al fin - por cansancio- se logra desembuchar la rosada poesía. Las niñitas eran excelentes. Ellas estaban dispuestas a actuar sin frustaciones. Mas demostrativas y desaprensivas, esperaban ansiosas ser llamadas para actuar. Era parte importante de su personalidad femenina encontrar un auditorio tan "machista" para exhibir sus cualidades histriónicas.Cuando ya la mayoría havía vencido la primera parte de la barrera de la comunicación artística, entonces venía la parte modular del plan de acción de la srta. Vitálica. Organizaba una velada con los niños de su escuela, la que debía realizarse en el salón de actos del Club Social 14 de Mayo. Es decir en el escenario de mayor categoría del pueblo. Me ponía terriblemente nervioso saber que me tocaría actuar frente al público. Se preparó una variedad de números; todos los niños debíamos hacer algo que sería una especie de exámen para que nuestros padres apreciaran el grado de adelanto en que nos había colocado la enseñanza en la escuela de la srta. Vitálica .

Por mi parte debía aprender a bailar el pericón y decir una poesía a mi compañera de danza. Tenía entonces 6 años, la relación decía así: "Las golondrinas pasan el mar volando, y yo pensando en tí, paso las noches llorando..." Mi compañera de baile era la niña más bella del grupo, una morenita de hermosas trenzas, hoyuelos y una sonrisa de ángel- Heriberta Irala- Una niñita hecha para ser artista,cantaba bien y se desenvolvía con gran dominio en el escenario. La simpatía le brotaba de todos los poros. Yo me sentía un humilde gusano a su lado y no sé que no hubiera sido capaz de dar a cambio de que no me incluyeran en la lista de actores... Tenía una tímidez enfermiza; aún siento palidecer el rostro y temblarme las piernas al recordar aquella noche del espectáculo....y eso que pasaron varias décadas...

El amplio salón del Club estaba atiborrado de un público frenético y delirante. Eran tan escasos y tan a lo lejos se efectuaban estas manifestaciones de cultura y de expansión cultural, que servían como un valioso motivo para alterar la rutina y romper esa sensación constante de inmovilidad y de sofocante quietud pueblerina. Las bombas que tronaban rompiendo la densa tranquilidad de la noche, empujaba a la curiosidad con su explosiva invitación, luego los melodiosos acordes de la orquesta de Juan Patiño que una hora antes ya estaba llenando la atmófera de románticas y sensuales músicas. Todo lo hacia grato y excitante, nadie quería dejar de asistir a las celebradas veladas de la Srta. Vitálica.

Tuvo un éxito catégorico, estruendosos aplausos y los bis fueron tantos que pasó el tiempo mucho más allá de lo previsto. La Srta. Vitálica lloraba de esa emoción profunda que produce las hondas vibraciones del triunfo. Me niego a recordar el terrible fracaso de actuación personal, ya que no tuve valor de salir al escenario cuando era mi turno; pero cuando todos los argumentos de persuación terminaron, no sé a quién se le ocurrió empujarme al centro del tablado. Entonces cobré fuerzas y me lancé a la danza con mi pareja...No niego que me puse rojo de satisfacción cuando aplaudieron mi recitado....Nunca más osé ingresar al círculo de los apasionados de Esquilo, Sófocles o Eurípides. En último caso he tratado siempre de estar, inadvertidamente, formando parte del coro....

En ese hogar - escuela es donde inicié mis mejores vinculaciones afectivas. Hernán Godoy, de mi misma edad, era el favorito de la srta. Vitálica. Siempre lo tenía en brazos y le hacía mimos. Virgilio Torres Callado y su hermanito Troadio, Leonardo Mendes, llegaron en esa época también los tres hermanos Gayol. Sus edades oscilarían entre los cinco y los ocho años. El mayorcito José era chiquitito y calladito. Costaba sacarle palabras. El menor pero el más alto -Germán- aunque también muy tímido era más comunicativo; y la nenita de carita colorada por el frío, de cabellos negros y unos ojos primorosos - nos tenía fascinados a todos -. Buscabamos cualquier pretexto para acercarnos a ellos. Nos hacía gracia escucharlos hablar con su español o castellano tan castizo y con la pronunciación de las esses. Su padre don Floro trabajaba en la fábrica de los Garcia. En España había guerra y como eran pariente de don Rafael estaban a salvo en tierra lejana. Con el tiempo hicimos muy buena amistad. José siguió siendo calladito, introvertido y proclive al aislamiento, pareciera que le molestara la multitud. Siempre se lo veía solo, dedicado a sus libros. Germán en cambio comunicativo, conversador y exhuberante en su personalidad dinámica. Supieron ganarse la simpatía de todos y muy pronto se integraron a la sociedad local.

Con la Srta. Vitálica aprendí a querer o a amar a los grandes pensadores y escritores. Una de las asignaturas que más apreciaba era justamente la de la lectura.. Ella conseguía libros de historia entre la que más nos gustaba era la de Grecia y la vida de sus filósofos, y de sus guerreros. Mientras que nos sumergiamos en el encanto de la narración la srta. Vitálica nos vigilaba la pronunciación. Si las palabras no estaban bien vocalizadas, entonces nos obligaba a repetir, una y otra vez, hasta que tuvieramos una dicción clara y vibrante. Era perfeccionista en todo. Con ella todo el curso aprendió el arte teatral. Preparaba veladas a base de representar obras teatrales. Todos oficiabamos de actores. Al principio me costó muchísimo superar mi gran tímidez. Aprendí a bailar el pericón, la ranchera y la polka. Los ensayos en si mismo eran motivos de gran diversión y grato pasatiempo. Era tan activa e incansable esta mujer que su aporte a la cultura de nuestra comunidad fué de extraordinaria transcendencia. Ella sola, en un esfuerzo permanente, hizo posible que centenares de niños se vincularan al saber y se prepararan con base cierta a la lucha por la vida. Ella luchaba con un entusiasmo de un apóstol. Jamás el gobierno de la época se digno premiarla por tan portentosa ayuda, y creo que ni el pueblo supo gratificar a tan maravilloso ser humano que hizo de su vida una total entrega a la enseñanza y al arte de interpretar la belleza que nos regala la vida a cada instante. Nos enseñó tantas cosas, que entonces de niños no comprendíamos. Su alegría de vivir, ese trato amable, como si cada persona fuera su ser más querido. Su deseo de servir, de ser útil. Ese interés cariñoso por interpretar y comprender nuestros problemas. Jamás un gesto duro en sus facciones brillantes de bondad. Solamente una vez la vimos con el rostro y los ojos encendidos de enojo. Fué que llegó, de paso, como para saludarla, un hombre de baja estatura, de hablar potente como si fuera un trueno; tenía fama de ser ocurrente y cínico, se llamaba Gastón Zárate. Este hombre entró a la sala, se sacó el arrugado sombrero de paño y saludó a todos muy cortésmente. Se acercó a la Srta. Vitálica para estrecharle la mano, fué entonces que el niño en su cuna de cajón de naranja empezó a llorar, como si se hubiera asustado por la voz estridente del visitante. Fué un llanto fuerte y desesperado. Don Gastón se aproximó al niño, lo miró bien e hizo un gesto dubitativo y dijo sin dejar de mirar la cuna - Que feo es esto que está aquí, deje probar, lo tiraré al aire, si vuela es que es vampiro...

Cuando ya había completado mis conocimientos básicos, me fué muy doloroso alejarme de la Srta. Vitálica. Sin embargo, siempre encuanto podía iba a visitarle y demostrarle mi cariño. De ella y su escuelita campesina guardo uno de los mejores recuerdos de mi niñez.