El libro y las bibliotecas medievales.

Índice

 Introducción

 La Alta Edad Media

 La Baja Edad Media

 La ilustración

 Las bibliotecas

Introducción.

Los últimos tiempos del Imperio Romano estuvieron marcados por la decadencia económica y social, lo cual provocó un deterioro en la calidad de vida y permitió el flujo de inmigrantes procedentes de zonas más pobres y atrasadas que se acercaban a la metrópolis atraídos por una vida mejor y una cultura superior. A la muerte de Teodosio el Imperio se dividió entre Honorio y Arcadio, que establecieron sus capitales en Roma y Constantinopla. El Imperio Romano de Oriente, en posesión del legado cultural griego y menos afectado por las oleadas humanas procedentes de los pueblos bárbaros, conservó mejor sus características culturales y durante algunos siglos pudo mantenerse en un aceptable grado de prosperidad y riqueza: de fronteras más herméticas, mantuvo siempre una actitud más conservadora que Occidente, obligada al cambio por las circunstancias.

De esta manera, en un corto espacio de tiempo, todo el sistema cultural y educativo romano se había venido abajo, sin que fuera sustituido por otro, ya que las culturas de origen de los pueblos invasores eran, no solo inferiores, sino fragmentarias. Como consecuencia, Europa occidental sufrió una época de recesión económica y cultural. Sin embargo, las aspiraciones culturales de los vencedores no fueron nunca imponer su cultura, sino más bien imitar la del vencido, la cual admiraban y consideraban superior: de esta forma, las elites cultas de la época eran de formación greco-latina, y eran ellos quienes marcaban el modelo a seguir.

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La Alta Edad Media.

Los esfuerzos más destacados en este sentido solían venir de personas o grupos muy reducidos. Entre estas personas cabe destacar a Boecio, llamado a la corte de Teodorico, y que más tarde fue acusado de conspiración y condenado a muerte, en espera de la cual escribió De consolatione philosophia, y a Casiodoro, compañero suyo y que, advertido por la suerte de Boecio, abandonó la corte y creó en el sur de Italia un centro de jóvenes patricios dedicados al estudio del latín y al mantenimiento de su pureza. Serían estos los últimos intelectuales medievales laicos: a partir de aquí, la cultura quedará en manos de la Iglesia y ello le dará un sesgo definitivo que señalará las características propias de la Alta Edad Media.

En esta época se pone de moda entre los jóvenes cultos de familias patricias instalarse lejos de las ciudades formando pequeños grupos dedicados a la oración y al estudio: son los monajos, monjes, que durante los siglos VI, VII y VII florecerán en toda la cuenca mediterránea, sobre todo en la occidental. Uno de estos monjes es San Benito, quien se retiró a las ruinas de una antigua residencia de Nerón y fundó allí el monasterio de Monte Cassino. Pronto aumentaron sus seguidores y, dado que las comunidades se componían siempre de un pequeño número de miembros, no tardaron en crearse otros centros de retiro. Con el fin de mantener la unidad entre las diferentes comunidades surgidas todas de un mismo tronco común, San Benito elaboró una serie de normas que constituyeron las reglas de la orden y que tendrían una importancia decisiva en la actitud de los monjes y de los centros monacales durante la Edad Media. San Benito le daba una importancia fundamental al libro, a la lectura y a la copia y conservación de manuscritos: ordenaba de forma detallada las horas que debían dedicarse al estudio y la lectura, y como se organizaría el trabajo en los monasterios para poder satisfacer la demanda constante de manuscritos.

Irlanda, evangelizada por San Patricio también ejerció una considerable influencia sobre la cultura altomedieval europea. Su alto grado de evangelización le permitió enviar monjes con funciones misioneras y de predicación al continente, los cuales a su vez fueron fundadores de monasterios, tales como San Columbano, fundador del monasterio de Bobbio, y su discípulo Galo, fundador de Saint Gall. Los ingleses, re-evangelizados por los irlandeses también enviaron apóstoles al continente, tales como Beda el Venerable, considerado el hombre más culto de su tiempo y San Bonifacio, fundador del monasterio de Fulda.

Los libros se copian en los monasterios, con el fin casi exclusivo de satisfacer la demanda interna: fuera de allí casi nadie sabía leer, ni siquiera el bajo clero -se recurría a la iconografía para enseñar las bases de la Religión o la Historia sagrada-, y la cultura del pueblo era oral. Los nobles eran analfabetos y en el mejor de los casos tenían a algún lector o copista en su corte con el fin de que prestara sus servicios cuando estos fueran necesarios. La práctica desaparición del comercio y la decadencia económica tuvo consecuencias funestas para el libro y la cultura: los pergaminos escasean, con lo cual se ven obligados a borrar los antiguos para reescribir encima (palimpsestos), de lo cual quedan numerosos ejemplos, tales como el Codex Ovetense o el De republica de Cicerón conservado en la Biblioteca Vaticana. La incomunicación entre los diferentes centros culturales dio como resultado, entre otras cosas, el abandono de la letra romana y la aparición de letras nacionales: merovingia, visigótica, etc. Además, los monasterios eran autosuficientes: desde la cría del ganado para obtener pergaminos hasta la encuadernación del libro, allí se realizaban todas las operaciones correspondientes. Los pasos a dar en la fabricación del códice medieval eran los siguientes:

Preparación de la piel para ser utilizada como soporte: secado, raspado, pulimentado, etc.

Pautado: rayado horizontal, márgenes y columnas, al principio por el sistema de punta seca, más tarde con punta de grafito.

 Copia del texto. El comienzo se indicaba con el incipit, el final de cada cuadernillo con los reclamos -palabras con las que empezaba el cuadernillo siguiente-, y al final del texto se escribía el colofón, indicado cómo, por qué, por quién, cuando se había hecho el manuscrito y otros datos de interés.

 Rubricación: inscripción de iniciales y títulos.

 Miniado: dibujo e iluminación de los motivos ornamentales e ilustrativos.

 Foliación (siglo XII) y paginación (siglo XV).

 Encuadernación.

La mayoría de los monasterios tenían talleres de copia llamados Scriptorium, al frente del cual había un monje especializado, mientras que el Librarium era el director de la biblioteca monacal. La mayoría de los textos eran de temática religiosa, aunque dentro de ello existía una gran variedad de manuscritos, tanto en cuanto a contenido -evangeliarios, comentarios de los Santos Padres, etc-, como por el uso -libros de horas, cantonales, etc.

A finales del siglo VIII, Carlomagno se propuso la tarea de la unificación cultural de Europa, sentando las bases de lo que luego fue llamado el Renacimiento Carolino. Fundó varias escuelas para el estudio y la formación de los hijos de los nobles -entre ella la escuela palatina de Aix-la-Chapelle (Aquisgrán)-, se rodeó de sabios que lo asesoraran y comenzó la tarea de la recuperación de los autores clásicos y de la cultura latina en general. Con el fin de organizar de forma centralizada su reino, se creó una letra, la carolina, que se hizo obligatoria en todos los documentos oficiales y que supuso el primer paso para facilitar los intercambios y los contactos con centros de diversas regiones. El renacimiento carolino no sobrevivió a su fundador, aunque algo más tarde se reprodujo en tiempos de Otón I, época en la destacaron San Bruno y el Papa Silvestre II, interesado por la cultura árabe. Finalmente, en el siglo X se inicia la reforma cluniacense, que entraría en España por el monasterio de San Cugat del Vallès y que tuvo consecuencias decisivas en las nuevas orientaciones de la Iglesia, sumida por entonces en el caos y la anarquía.

España, mientras tanto, no había permanecido al margen de toda estos cambios. Invadida por los visigodos, pueblo más culto que otros invasores europeos, supieron respetar y asimilar la cultura de los patricios hispanorromanos, que siguieron siendo la reserva cultural de la península. Así pues, mientras Europa se hundía en la ignorancia y el retraso, en España existían focos de notable actividad intelectual, tales como Mérida, Toledo, Córdoba, etc. Tenían una letra propia, la visigótica, de gran claridad y precisión, que nada tenía que envidiar a la carolina. De hecho, ésta no entró en España hasta el siglo XII, cuando Alfonso VI casa a sus hijas con los duques de Borgoña. los cuales llegaron acompañados de sus séquitos e impusieron las modas francesas en la corte: modas que en algunos casos terminaron imponiéndose por la fuerza de los decretos.

De las élites culturales hispanorromanas surgieron personajes como San Leandro y su hermano San Isidoro, cuyas Etimologías recogían de forma enciclopédica el saber de su tiempo, y fue uno de los libros más copiados e influyentes de la Edad Media; San Braulio, discípulo de San Isidoro, San Genaro y San Fructuoso que fundaron cenobios en el norte de Castilla y León, el arzobispo Mausona y, en fin, tantos otros que se situaban realmente entre a la avanzadilla cultural de su época. En los siglos VII-VIII se conoce un renacimiento religioso y cultural: prueba de ello son el Codex Ovetensis, palimpsesto misceláneo y sobre todo el Pentatéuco de Ashburaham, propiedad del Lord del mismo nombre, que muestra claras influencias norteafricanas en su realización. Pero tal vez el fenómeno más interesante sea el de los Beatos, comentarios al Apocalipsis de San Juan recogidos por el Beato de Liébana, el cual había adquirido renombre por su obra Adversus Elipandus. Los Comentarios fueron copiados en múltiples ocasiones, ya que parecía encajar muy bien con el espíritu de la época. A final de la Alta Edad Media, con la Península prácticamente invadida por los musulmanes, comienza a despertarse el interés por la cultura árabe y se hacen traducciones de algunas de sus obras más destacadas. Merecen mencionarse a Juan de Sevilla, Domingo Gundisalvo y Gerardo de Cremona que tradujeron las obras de Al-Juarismi, el cual difundió por el mundo occidental la numeración arábiga; también fueron famosos los centros de traducciones de Toledo y Sicilia.

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La Baja Edad Media.

En torno al siglo XI-XII la vida económica comienza a dar muestras de recuperación, se restablece el comercio y la agricultura se vuelve más floreciente. Al existir excedente de producción, el trabajo se especializa y diversifica, desapareciendo el campesinado autárquico. Comienzan a surgir artesanos independientes que se instalan preferentemente en las ciudades, las cuales conocen un aumento de población considerable. Es la época de las grandes feria y de la aparición de la burguesía como nueva clase social: una clase social más rica, culta e independiente. El analfabetismo retrocede, ya que los nuevos profesionales necesitan libros para ejercer sus profesiones y poco a poco comienzan a aparecer las escuelas catedralicias, primer paso para alejar la exclusiva de la cultura de manos de la iglesia. Por otra parte, las traducciones del árabe devuelven en muchos casos al mundo occidental a sus propios clásicos, perdidos en múltiples ocasiones y recuperados a través de las bibliotecas árabes y bizantinas, y al mismo tiempo favorecerán los estudios de determinadas ciencias, tales como la botánica, las matemáticas o la medicina.

Las escuelas catedralicias se transformaron pronto en las primeras universidades: París, Bolonia, Lovaina, Oxford... En España la primera fue la de Palencia (1212) seguida por Salamanca. A la sombra de las universidades aparecen los estacionarios, los cuales se encargan de manera profesional de la copia y distribución del libro que había experimentado una fuerte aumento en la demanda: el libro se comercializa. Los estacionarios recurren al procedimiento de copiar los libros por pecias, lo cual les permite distribuirlos entre varios copias que aceleran enormemente el proceso de su elaboración. La producción del libro para uso de la Universidad estaba muy cuidada en relación a su contenido y presentación: Alfonso X se ocupa incluso de insistir en la necesidad de que existan estacionarios en todas las universidades y tengan ejemplares buenos y cuidados. Los libros, además se prestan y se alquilan: aparecen las primeras bibliotecas privadas, reales, universitarias. El interés de los estudios y los contenidos del libro se alejan de la religión para empezar a preocuparse por otras materias: ciencias, derecho, literatura...La letra gótica, más sencilla de leer termina por abrirse paso y los textos se llenan de abreviaturas, al tiempo que se comienza a escribir en lenguas vernáculas. Finalmente, la aparición del papel de la mano de los árabes, que instalaron la primera fábrica de Europa en Játiva (1100) dará un impulso definitivo a la fabricación del libro, aunque este material será acogido con recelo al principio y tardará aún un tiempo en afianzarse.

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La ilustración.

Existieron en la Edad Media varias escuelas de ilustradores: las más notables son la merovingia, caracterizada por trazos estilísticos con pocas tintas, la irlandesa, típica por sus iniciales entrelazadas, la visigótica, famosa por sus representaciones del ser humano y la mozárabe, influida por los gustos orientales. También existen los códices áureos y argentáreos, realizados con letras de oro y plata, respectivamente, frecuentemente con fondo púrpura, de origen bizantino. En la Baja Edad Media se impone el gusto francés, exquisitas representaciones de escenas cuyas características más sobresalientes son la utilización del lapislázuli para dar color al cielo y las orlas de diminutos motivos vegetales.

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Las bibliotecas.

Las bibliotecas durante la primera Edad Media se encontraban casi exclusivamente en los monasterios: Monte Cassino, Fulda, Ripoll, Santa María de la Huerta, etc. En Europa oriental deben destacarse las importantes bibliotecas de los monasterios bizantinos, especialmente el del monte Athos. Durante todo este tiempo el libro tuvo carácter de cosa sagrada. Ya en esta época aparecen tratados sobre la organización de las bibliotecas, generalmente sistemas para su clasificación o listas de libros.

Las bibliotecas árabes conocieron un auge notable, tanto por la elevada alfabetización del mundo musulmán de entonces -su cultura, basada en el Corán, considera como deber del creyente enseñar a leer y escribir como medio de difundir la palabra de Dios-, como por su conocimiento del papel, conocido por ellos a través de los artesanos de Samarcanda desde el siglo VIII. Las bibliotecas más famosas fueron la de Harun-al Raschid en Bagdad y la de Al-Hakein I en Córdoba. Además, la mayoría de las mezquitas disponían de una biblioteca de mayor o menor envergadura y una escuela coránica donde se enseñaba la lectura a partir del recitado del Corán.

Las bibliotecas universitarias difundieron el libro de forma mucho más eficaz, pero en cambio originaron el abandono de las antiguas bibliotecas monacales -Richard de Bury en el Philobiblion se queja del abandono en que estas se encuentran. El final de la Edad Media marca la ruptura definitiva con la religión como centro de la cultura humana y el regreso a los clásicos. En esta época se comienzan a formar excelentes bibliotecas privada y aparece la figura del bibliólogo: merece la pena destacar la figura de Petrarca, que no solo formó la biblioteca privada más importante de su época sino que se preocupó por depurar a los clásicos latinos de los errores que a los largo de los años se habían deslizado en la copia de sus libros.

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Zaguán

Libros, bibliotecas, bibliotecarios

Rosario López de Prado

rlp@man.es

Museo Arqueológico Nacional (BIBLIOTECA)

Última revisión: 27 de abril de 2000