El libro y las bibliotecas durante el siglo XVI.
El siglo XVI supone el afianzamiento definitivo de la imprenta y la adquisición de características propias. Es un siglo decisivo en la Historia del Libro y se caracteriza por:
a) Distanciamiento de la tradición manuscrita (colofones, abreviaturas, etc.) salvo en las iniciales. Justificación del margen derecho.
b) Consideración del libro como objeto comercial. Aparecen las firmas de validación y los privilegios reales y la portada como reclamo comercial.
C) Búsqueda tipográfica. Desde principios del siglo existe un predominio absoluto de la tipografía italiana, que terminó por imponerse en toda Europa, aunque con cierta resistencia de las tipografías nacionales, especialmente en España y Holanda que durante algún tiempo siguieron utilizando la letra gótica.
La historia tipográfica italiana del siglo XVI se inicia en Venecia con Aldo Manuzio. Aldo Manuzio no sólo fue un excelente impresor, sino un erudito y un hombre de su tiempo. Fue huésped y amigo de Pico de la Mirandola, estudio latín y griego y escribió pequeños manuales de gramática, lo que demuestra su sólida formación humanística. Finalmente se instaló como impresor con la intención de publicar ediciones críticas de los clásicos. Para elegir los textos a imprimir se rodeó de sabios de renombre, especialmente helenistas, que realizaron una notable labor de selección y depuración de los clásicos.
El primer libro editado por Manuzio fue la Gramática griega de Constantino Lascaris. Los tipos utilizados, muy bellos, eran ya diferentes a la letra utilizada en los manuscritos. El primer libro latino que salió de sus prensas fue el Diálogo sobre el Etna, elaborado con unos tipos creados por él inspirados en los de Garamond y que, curiosamente, luego influirían en la tipografía francesa. Pronto pasó a editar libros en tamaño octava -casi un libro de bolsillo-, realizados con caracteres nuevos, la letra llamada más tarde cursiva, itálica o griffa, por Francesco Griffo, creador de tipos para Manuzio. En poco tiempo publicó múltiples ediciones de los clásicos en octava, entre ellas 28 ediciones príncipes. Los aldinos fueron un excelente vehículo para la difusión de la cultura humanística. Muy utilizados por los estudiantes, el escudo de Manuzio fue pronto célebre.
Pero no fueron estas las únicas aportaciones de Aldo Manuzio al arte tipográfico, sino también el sentido de la profesionalidad que se traducen el las bellas iniciales, orlas y cabeceras de estilo delicadamente arcaizante que caracterizaron sus trabajos, el cuidado puesto en la reproducción de grabados, de los cuales hay que mencionar los 170 que componían la Hypnerotomachia Poliphili de Francesco Colonna (1499), libro de extraña temática considerado por muchos como la obra más perfecta salida de la imprenta. Además, la edición de sus obras se completaba con la encuadernación, realizada en un taller anejo con piel de cabra del norte de Africa (marroquín) y sobre plantilla de cartón, material menos recio, pero más manejable que las antiguas tablillas. Al principio empleó sólo estampado en frío, pero pronto se dejó influir por tendencias orientales añadiendo arabescos dorados. Además de todo esto, Aldo Manuzio realizó ediciones de lujo en pergamino o piel para coleccionistas más exigentes, entre los que se encontraba Grolier. A través de Grolier, Manuzio ejerció una considerable influencia en la encuadernación que más tarde se desarrollaría en Francia y el Norte de Italia.
El siglo XVI está marcado en Alemania por el esplendor del grabado en madera, cuyo máximo exponente es el Apocalipsis ilustrado por Alberto Durero en 1498. Entre los tipógrafos destacan Froben, cuyos libros eran revisados por Erasmo y que cuidó su tipografía ayudado por su extenso material de tipo romano y cursivo. Froben trabajó con Holbein el Joven en la reproducción de grabados, consiguiendo también espléndidas orlas para las portadas.
Pero la característica más notable del libro alemán del siglo XVI la decidió sin duda la explosión documental que supuso la Reforma, la cual hizo aparecer una gran cantidad de libros y folletos cuya finalidad no era ya la exquisitez tipográfica, sino la posibilidad de llegar a grandes capas de población lectora Los libros dejan de ser selectos para ser asequibles. La secularización de las bibliotecas eclesiásticas las hizo más accesibles, pero también se conoció una considerable destrucción de libros, especialmente religiosos de inspiración católica, cosa similar a la ocurrida en Inglaterra y los Países Bajos. De cualquier forma, el libro logra una democratización hasta entonces desconocida: las ediciones en lengua vernácula de la Biblia y otras obras hicieron del libro un instrumento de uso cotidiano y la población, favorecida por las tendencias reformistas comenzó poco a poco a salir del analfabetismo, aunque para su alfabetización total deberían pasar aún muchos años.
Al mismo tiempo, y como consecuencia de ello se incrementó considerablemente la venta del libro, tanto en forma de ventas ambulantes como por el apogeo que conocieron las ferias, especialmente la de Leipzig y Francfurt, donde los comerciantes del libro dieron los primeros pasos en la elaboración de catálogos comerciales con los Messkatalogue.
En Flandes, Cristóbal Plantin, de origen francés, fue un claro exponente de los editores de su época, que solían dedicarse indistintamente a la impresión y a la encuadernación, dando prioridad ya a una actividad, ya a otra. Plantin era encuadernador, pero alcanzará la fama como impresor en la ciudad de Amberes. Publicó más de 1.600 obras en múltiples idiomas, algunas de ellas de gran formato, a lo largo de los cuarenta años en que desarrolló su actividad. Una de sus obras más famosa fue la Biblia Políglota, obra en ocho volúmenes y cuatro idiomas dirigida por el español Benito Arias Montano. Pero además imprimió obras lingüísticas, científicas, jurídicas, matemáticas, etc. y muchas ediciones de los clásicos y tenía sucursales en Leyden y París. Al igual que otros impresores de su tiempo cuidó mucho su letrería, de influencia francesa, y se rodeó de eruditos y sabios. Felipe II le concedió el privilegio de los libros religiosos españoles y a su muerte le sucedió su yerno, Moretus: esta familia conservó la empresa hasta finales del siglo XIX. Actualmente propiedad del estado, aún pueden verse las antiguas maquinarias en su casa-museo. Plantino utilizó el grabado en madera y en cobre y a él se deben notables representaciones cartográficas.
La característica más notable del siglo XVI en Francia fue sin duda alguna la encuadernación, moda traída por Grolier e impulsada por los llamados reyes bibliófilos, que fomentaron esta industria y ellos mismos crearon importantes bibliotecas.
Francisco I impuso en Francia por primera vez el depósito legal para la biblioteca real, que consiguió así un notable enriquecimiento, aunque esta disposición no se llevase a efecto en la totalidad de los casos, por claros problemas de transporte y comunicaciones propios de la época. También fomentó la industria tipográfica y tuvo a impresores y encuadernadores trabajando para él. El primer impresor real fue Geoffroy Tory, que empleó tipos romanos, cuando en Francia aún se utilizaban los caracteres góticos, aunque algunos impresores habían empezado a abandonarlos. Uno de sus discípulos, Garamond, creó un tipo de letra romana que ha quedado en los anales de la historia del libro como una de las más bellas, ligeras y proporcionadas que hayan existido nunca, e influyó en editores como Aldo Manuzio.
Con Enrique II la encuadernación francesa logró un gran esplendor y su influencia se hizo notar en todos los países de Europa. De hecho, desde entonces, Francia se encontró a la cabeza del mundo en el arte de encuadernar y este lugar lo ha sabido conservar hasta nuestros días.
El libro inglés conoció los problemas derivados de la inestabilidad política y religiosa a lo largo del siglo XVI. Sin embargo, sus reyes participaron de las corrientes bibliófilas que se habían despertado en Europa, y reunieron interesantes colecciones. También dispusieron de impresores y encuadernadores propios: la encuadernación inglesa, de claras influencias francesas e italianas logró un gran esplendor. Son famosas las encuadernaciones de la Reina Isabel, hechas en terciopelo o seda bordado con oro y plata. También es célebre la encuadernación con rueda inglesa, más rica aún que la alemana.
En España destaca la labor del cardenal Cisneros en la Universidad de Alcalá de Henares. Llamó al impresor Arnaldo Guillén de Brocar para elaboración de la Biblia Políglota Complutense, anterior a la Plantin, donde aparecía la Vulgata además de las versiones en hebreo, caldeo, griego y latín. Se invirtieron en ella 50.000 escudos e intervinieron en su elaboración Nebrija (latín), Demetrio Ducas (griego), Alfonso de Alcalá y Alfonso Zamora (hebrea). Se hicieron 600 ejemplares en papel y 6 en vitela. En interés tipográfico radica en la utilización de diferentes alfabetos y en la composición de las páginas. Los tipos empleados eran muy bellos, especialmente los griegos. Aparece el escudo del cardenal en todos los volúmenes y las orlas de cada uno de ellos son diferentes. Es un conjunto del mejor estilo renacentista: mezcla tipos romanos, itálicos y góticos.
Su estilo ecléctico fue seguido más tarde por Miguel de Eguía, quien publicó numerosas obras humanísticas y religiosas en latín y castellano, fiel reflejo del ambiente espiritual del momento. Dentro de su taller actúo un importante grupo erasmista, lo que le valió un proceso de la Inquisición. Miguel de Eguía también publicó numerosos libros de texto corregidos por Nebrija.
En Salamanca el desarrollo de la imprenta vino acompañando al apogeo cultural que por entonces conocía esta ciudad. Entre los libros que salieron de sus imprentas tuvo mucha importancia la creación literaria, entre cuyas obras merece destacar la segunda Celestina de Pedro de Castro, de estilo renacentista.. Al mismo tiempo existían otros talleres de tendencia más tradicional, como el de Juan de Giunta, de origen veneciano, en Medina del Campo.
La tipografía española del XVI se caracteriza por el uso de la letra gótica y la portada renacentista, aunque poco a poco van abriéndose paso las nuevas tendencias. Entre las obras más publicadas estaban los libros religiosos, las obras lingüísticas -obras de Nebrija, entre otras- y los libros de caballería, que en este siglo conocerán un sorprendente esplendor: merece la pena destacar la influencia que sobre estos ejerció el Amadís de Gaula, una de cuyas ediciones, debida a Juan de Croci en Zaragoza, presenta un trabajo muy cuidado.
Mientras tanto, en Barcelona, Rosenbach imprime libros litúrgicos y misales y Carles Amorós edita en catalán y castellano. Para los grandes formatos -folio- se emplean los tipos góticos y para los tamaños más pequeños, tipos romanos. Valencia sigue utilizando el tipo de letra gótica: allí se editan libros populares con múltiples ilustraciones. Poco a poco van haciendo su aparición los caracteres romanos inspirados en Garamond.
En América el libro penetró rápidamente. Con el fin de ayudar a la evangelización, las autoridades eclesiásticas crearon talleres destinados a la impresión de libros religiosos, que sirvieron además para fijar la lengua. La primera imprenta de América se abrió en México y fue una sucursal del taller de Cromberger en Sevilla.
El siglo XVI conoce la aparición de las primeras bibliotecas reales, que más tarde evolucionarán en su estructura y funcionamiento. A finales de siglo se sustituyen los pupitres con libros encadenados por estanterías murales. La primera biblioteca de este tipo es la del monasterio de El Escorial (1565), donde Juan de Herrera, el arquitecto que proyectó el edificio no sólo se encargó de diseñar la biblioteca, sino también las estanterías que contiene. Para la creación de esta biblioteca se solicitó la concurrencia de eruditos, que redactaron memoriales sobre cómo debía formarse. Entre los memoriales más conocidos destacan el de Juan Páez de Castro, Juan Bautista Cardona y Ambrosio de Morales. Arias Montano elaboró su primer catálogo y se encargó de seleccionar determinadas obras. Posteriormente la biblioteca se enriqueció con el añadido de donaciones posteriores, como la biblioteca de Diego Hurtado de Mendoza, el Conde-Duque de Olivares o Muley Zidan. En 1616 se le concede el privilegio de recibir un ejemplar de cada obra publicada, aunque nunca se llegó a cumplir de una forma demasiado rigurosa.
Otras bibliotecas importantes de la época fueron la Laurentina en Florencia, diseñada por Miguel Angel y la Ambrosiana en Milán, de Fontana, la más rica después de la Vaticana.
También hay que citar la biblioteca de Hernando Colón que llegó a reunir 15.000 volúmenes seleccionados con un criterio erudito y enciclopédico. Esta biblioteca poseía un repertorio de descripciones bibliográficas, con índice unificado de autores y materias. Hernando Colón dispuso que a su muerte la biblioteca estuviera abierta a eruditos e investigadores.
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Rosario López de Prado
Museo Arqueológico Nacional (BIBLIOTECA)