El libro y las bibliotecas durante el siglo XVII.
El siglo XVII se caracteriza por ser una época de inestabilidad política, social y religiosa que cristaliza en la Guerra de los Treinta Años. Europa conoce un fuerte crisis económica que finalizará con el desequilibrio entre los países que la forman: la lucha por la hegemonía no siempre dio como resultado unas mejores condiciones de vida para la sociedad. Debido a este clima de inestabilidad, se recrudece la censura y se llegan a perder libertadas adquiridas con anterioridad. El siglo XVII es el del triunfo del absolutismo. pero también el siglo de los grandes descubrimientos y la extensión del campo de las ciencias.
Las características que definen al libro de este siglo son los siguientes:
a) Triunfo del grabado en cobre, que, gracias a su fidelidad de reproducción, se convierte en un instrumento excelente para la elaboración de libros científicos ilustrados y para la cartografía. Es la época del barroco, que se manifiesta en portadas y frontispicios tan ricamente decorados que a menudo casi no dejan espacio para el título. En esta actividad destacó Rubens, el cual trabajó para la familia Galle en el taller de los Plantin-Moretus. A menudo, el trabajo de grabador estaba dividido entre el autor de la idea, el dibujante y el escultor del mismo.
b) Descenso de la calidad tipográfica La calidad tipográfica, por el contrario, descendió, así como la del material utilizado. Paradójicamente, es el siglo de la bibliofilia, que se manifiesta con la producción cuidadísima de lujosos libros para coleccionistas: sin embargo, este no era el tipo de libro corriente, aunque la actividad no dejaba ser un interesante campo de experimentación en el campo editorial.
c) Nuevos sistemas de comercialización. A lo largo del siglo XVII aparecen la subastas como nuevo sistema de comercialización del libro. Estas subastas suponían una alternativa más satisfactoria para el vendedor y el comprador, ya que permitía ajustar la oferta a la demanda de modo muy aproximado. Sin embargo, no siempre resultaron neutrales, ya que encontramos escritos de la época acusando a los libreros de aprovechar las subastas de libros por lotes para deshacerse de aquellas obras de difícil salida.
d) Encuadernación sencilla y sin alardes de riqueza. La única excepción la constituyen las encuadernaciones para bibliógrafos franceses, libros más bien de ornamento que de uso intelectual. Aquí aparecen las líneas punteadas, grabados de oro, guardas de seda y jaspeadas, etc.
e) Contenido mayoritariamente religioso, aunque existe un gran aumento de las literaturas nacionales y, sobre todo, de los temas científicos y geográficos: el XVII es el siglo de los grandes viajes, descubrimientos y exploraciones, así como de las primeras excavaciones arqueológicas.
Bélgica y Holanda consiguen la primacía absoluta en la producción de libros en Europa, al unir en este siglo la riqueza económica y las actitudes más liberales del momento. La Universidad de Leyden, en los Países Bajos, se convirtió en un foco cultural de primer orden, donde el consumo de libros fue muy elevado. En esta Universidad se encontraba empleado Luis Elzevir, encuadernador y bedel, que después de haber obtenido permiso para vender libros a los estudiantes, llegó a establecer un comercio de inusitadas proporciones, que se extendió fuera de la ciudad y del país. De aquí arrancó una célebre familia de impresores que pronto logró fama internacional. Su nieto Isaac lanzó una colección de obras de clásicos en dozava que, al igual que los aldinos se extendieron rápidamente por Europa y adquirieron gran popularidad por su cómodo formato y precio módico. El cuidado filológico de las obras no era comparable al de los aldinos, pero su letrería romana, sobria y clara, influida por Garamond, ofrecía una impresión elegante, aunque algo monótona. Además de los clásicos, los Elzeviros publicaron abundantes libros de texto y, sobre todo, gran cantidad de obras religiosas. Pero más que como impresores, los Elzeviros adquirieron fama como comerciantes del libro, lo cual les valió, gracias al establecimiento de verdaderas redes de distribución, ejercer una influencia considerable en los países de su entorno.
Otra casa editorial importante fue la Blaeu, especializada en Atlas o obras cartográficas. El fundador de la casa había llegado a conocer a Tycho Brahe y adquirió una sólida formación en astronomía y cartografía. En un país explorador y marinero como era la Holanda de la época, tal actividad tuvo un éxito grande, especialmente si se tiene en cuenta que los mapas de Blaeu eran de una excelente calidad y precisión. Sus obras más conocidas fueron el Novus Atlas, su obra maestra y el Atlas Major, tal vez el más célebre.
En Francia, a lo largo del siglo XVII decae el arte de imprimir pero, curiosamente, crece la bibliofilia, lo cual se explica si se considera que en aquel momento la posesión de ricos libros era estimado como un signo externo de bienestar económico. Entre las bibliotecas de bibliófilos que se forman hay que destacar la de Luis XIII, que tenía impresores y encuadernadores propios; la de Luis XIV, que llegó a reunir 40.000 impresos y 10.000 manuscritos y a cuya formación contribuyó decisivamente Colbert; la de Richelieu, bajo cuyos auspicios se abrió el taller de tipografía del Louvre; y, sobre todo, la de Mazarino, cuyo bibliotecario, Gabriel Naudé, escribió lo que se considera el primer libro de biblioteconomía: Advis pour dresser une bibliothèque. Con un sentido de la cultura adelantado a su época. Mazarino permitió que su biblioteca se abriera seis horas al día para eruditos y estudiosos de las artes y las ciencias. Desterrado Mazarino y dispersada sus biblioteca en las guerras de la Fronda, Naudé huyó a Suecia donde fue bibliotecario de la reina Cristina. A la vuelta de Mazarino al poder la biblioteca fue reconstruida de nuevo y abierta al público y aún hoy es una de las más importantes de Francia. Por aquellos tiempos también abrieron sus puertas las bibliotecas de algunos conventos, tales como el de Saint Victor y Saint Germain-des-Prés, aunque esta última de una forma muy selectiva.
Alemania, que había sido la cuna de la tipografía y la adelantada en muchos de sus avances, vive durante este siglo un periodo de recesión, debido a la inestabilidad general que se respira: guerras, rapiñas, destrucciones, saqueos... Es cierto que durante estos años se editaron numerosos libros, sobre todo de materias religiosas, pero de baja calidad material y tipográfica. Por otra parte, el comercio del libro llegó a mantenerse casi exclusivamente de la edición fraudulenta, difícil de regular en un país tan fragmentado, y que llegó a extenderse a los países nórdicos.
Pero si las guerras de religión tuvieron un efecto nefasto sobre el libro y la tipografía, aún lo tuvieron peor sobre las bibliotecas: muchas de ellas fueron destruidas, otras regaladas -como la Biblioteca Palatina, la biblioteca universitaria más antigua de Alemania, que Maximiliano regaló al Papa- y otras, en fin, incautadas, tal como hizo Gustavo Adolfo de Suecia con las del norte del país, que regaló a la recién fundada Universidad de Upsala y que marcaron el comienzo de una era de esplendor bibliotecario sueco.
En España la censura es ahora tal vez más fuerte que nunca. Felipe IV incluye dentro de la censura publicaciones que antes habían quedado excluidas. La vigilancia tenía un doble origen, de parte de la Administración y de la Inquisición, cada vez más estricta y a la vez más vigilante, ya que el número de libros publicados tanto en los países católicos como en los protestantes crecía sin parar. Esto, unido a los fuertes impuestos que hubo que pagar para la importación de papel y la exclusiva que Felipe II había concedido a los Plantino, dieron como resultado una gran postración en la industria del libro. Así, se dio la triste paradoja de que las mejores obras de nuestra literatura aparecieron en pobres ejemplares.
Al mismo tiempo continúo la implantación de la imprenta en América y Filipinas, dedicadas especialmente al libro religioso. También se imprimieron fuera de España obras españolas en latín y en español, destinadas estas últimas a la gran cantidad de lectores de español que había entonces en los países con los que España tenía contacto. En la Península, la industria tipográfica comienza a concentrarse en Madrid, convertida en capital por los Austrias.
Durante el siglo XVII las bibliotecas aparecen con una identificación arquitectónica propia. Los libros se colocan definitivamente en anaqueles, mientras que la sala tiene una concepción barroca, ornamentada y a menudo complementada con otros elementos -esculturas, globos terráqueos, colecciones de monedas, etc.
El concepto enciclopédico del saber se refleja en los fondos, así como la evolución de los conocimientos humanos. Mientras que las bibliotecas privadas son cada vez más florecientes, comienzan a abrirse al público algunas -aunque el concepto de biblioteca pública diste mucho del actual. Es también el siglo de la aparición de una gran parte de las bibliotecas reales, muchas de las cuales terminarían por convertirse en bibliotecas nacionales de sus países respectivos. Por otro lado, la inestabilidad de la época las hace víctimas de saqueos, robos, expurgos y destrucciones.
Aunque las primeras hojas impresas habían aparecido en el siglo XV y se extendieron en el XVI, es el XVII el siglo en el que las publicaciones periódicas como tales harán su presentación. Ya a finales del siglo anterior habían aparecido los Messrelationen, verdaderos antecedentes de las revistas de información general, que surgieron en las ferias de Francfort, dos veces al año. El paso siguiente fue la aparición de publicaciones periódicas semanales, la más antigua de las cuales parece ser que se editó en Estrasburgo, aunque casi al mismo tiempo existieron otras en otras ciudades, y que recibían el nombre de gazettes, avisa, relation, etc,. que fundamentalmente incluían noticias de los países de Europa complementadas con grabados o mapas. Ejemplos de ello fueron la Gazette de París, protegida por Richelieu y por las autoridades francesas, lo que le aseguró una larga vida, la Gazette de Leyden o el Leipziger Zeitung. Pero tal vez la publicación de más peso entre ellas fue Le Journal des Sçavans, protegido por Colbert y de orientación científica y literaria. Incluía relaciones de novedades científicas y editoriales, iniciando así el camino de la bibliografía en curso. Pronto tuvo seguidores en Inglaterra -Philosophical Transactions- y en otros lugares de Europa. No tardaron tampoco en aparecer publicaciones de corte galante y frívolo, que tuvieron gran éxito en los salones de moda, tales como el Mercure Galant o Ladies Mercury.
En España, la aparición de las publicaciones periódicas se retrasó considerablemente debido que los reyes ni sus validos vieron en ellos más que un instrumento peligroso de subversión, difícil de controlar. La primera de las publicaciones periódicas fue la Relación o Gazeta, llamada más tarde Nueva Gaceta, dirigida por Francisco Fabro bajo los auspicios de don Juan de Austria, bastardo de Felipe IV, y que informaba de sucesos políticos o militares. El mismo Fabro publicó más tarde los Avisos ordinarios de las cosas del Norte y la Gaceta ordinaria de Madrid.
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