El libro y las bibliotecas durante el siglo XVIII.

Índice

 Introducción

 Características del libro

 Francia

 Gran Bretaña

 Italia

 Otros países

 España

 Las bibliotecas

 

Introducción.

El siglo XVIII es una época de cambios profundos en la sociedad europea, cambios que abarcan desde la concepción social del trabajo hasta la victoria de las nuevas ideas políticas. Si en el campo del arte se caracteriza por el triunfo del rococó como máxima expresión y evolución última del barroco, en el terreno cultural está marcado por la Ilustración, forma de pensamiento que extenderá su influencia de los escritores a los reyes. El siglo XVIII marcará el comienzo del triunfo de la razón, la investigación y el método científico. Como consecuencia de ello, se producen múltiples adelantos técnicos y a la vez el analfabetismo comienza a retroceder, al principio tímidamente, luego de forma decidida. El interés por la lectura desborda al restringido círculo de eruditos donde hasta ahora se encontraba confinado: al tiempo que aparecen sociedades cultas y eruditas, se crean bibliotecas públicas -aunque no con la acepción actual- y clubs del libro. El libro comienza así su etapa de objeto cotidiano.

La sociedad urbana desarrollada a lo largo del siglo mostró interés por la información social y facilitó una mayor difusión de las publicaciones periódicas; el aumento del acervo científico y la creencia en que la felicidad del hombre aumentaría haciéndole partícipe del mismo propició la moda de enciclopedias metódicas y diccionarios enciclopédicos, cuya máxima representación es la Encyclopédie de Diderot y d'Alembert, cuya influencia dio a la sociedad de la época una nueva visión de la vida, minó las creencias tradicionales, tanto religiosas como políticas y aceleró las ideas que terminarían dando lugar a la caída del Antiguo Régimen.

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Características del libro.

El libro conoce durante el siglo XVIII uno de sus momentos de máximo esplendor, tanto en su aspecto físico como en su contenido. Por un lado, los avances técnicos permiten una mayor perfección en su elaboración; por otro, el interés por la lectura amplía su contenido, que se ocupa de temas científicos, eruditos y galantes, mientras decae la literatura religiosa. Las lenguas vernáculas ganan terreno a las clásicas: esto supuso la aparición de barreras lingüísticas internacionales, pero favoreció la circulación interior. Aparece la literatura infantil propiamente dicha, fuera de los cauces marcados por los libros de texto, y se hacen adaptaciones de los clásicos para los niños y el gran público.

El libro como objeto se hace más pequeño y manejable. En la encuadernación aparece el estilo à la dentell (imitación de encaje) y se pone de moda el mosaico, realizado con pequeños trozos de piel de diversos colores cuyas juntas se disimulan con hierros dorados. Pero el aspecto más notable del libro del siglo XVIII es sin duda la ilustración: las portadas se hacen más ligeras, se utiliza profusamente la viñeta, tanto como cabeceras como para cul-de-lampe, composición de orlas, remates y otros motivos ornamentales; a veces las ilustraciones de los libros son tan profusas y cuidadas que el texto no parece sino una excusa para el lucimiento del ilustrador. El cambio también se nota en la distribución de la mancha de las páginas interiores y en la impresión, por la mejor calidad de las tintas y el mejor acabado del papel.

Las figuras de libreros y editores comienzan a separarse, definiéndose sus funciones. Además, el campo favorable al comercio del libro -a pesar de que en muchos países aún estaban sujetos a numerosas restricciones y controles-, provoca que a veces se lancen varias tiradas de un solo libro.

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Francia.

El comercio del libro crece a todo lo largo del siglo como consecuencia del aumento del número de lectores y el mayor interés por la lectura. Junto al libro con preocupaciones morales o científicas de los pensadores ilustrados, aparece la literatura galante, erótica y hasta pornográfica. El libro francés del XVIII está bellamente impreso, lleno de ilustraciones sensuales y motivos ornamentales: guirnaldas, amorcillos, florones, etc.

Las clases altas se aficionaron al libro elegante, pensado más para entretener. o incluso exhibir que para instruir: las obras literarias valiosas se alternan con obras de la más ínfima calidad. Se pone de moda la bibliofília entre los aristócratas, que a veces tienen sus propios talleres de tipografía, ilustración y encuadernación, como fue el caso de Madame Pompadour. Pintores como Fragonard, Boucher y Oudry ilustran los libros, encargándose a veces de dibujar y grabar y a veces sólo de lo primero, en cuyo caso quedaba reflejada en la propia lámina el trabajo de dibujante y grabador (del. y sculp.). El mejor momento es el último tercio de siglo, cuando aparecen obras como Contes et nouvelles en vers, de La Fontaine, publicada por Barbou, el Decameron de Fermieres-Généraux, Contes de La Fontaine ilustrado por Fragonard y sobre todo Choix de Chansons de Laborde, ilustrado por Moreau y publicado por Lormel, tal vez el libro más bello de este momento. También fueron profusamente ilustradas las obras de estudio: la Encyclopédie tiene casi tres mil grabados y las Oeuvres complètes de Voltaire fueron ilustradas por el mencionado Moreau.

Al lado del esplendor del libro ilustrado y la liberalidad de costumbres que reflejaba, hay que mencionar que el control sobre los libros que difundían ideas nuevas consideradas como peligrosas fue muy estricto: ello obligó a que se publicaran en el extranjero las primeras ediciones de libros como L'Esprit des lois de Montesquieu, Emile, Nouvelle Héloise y Contrat Social de Rousseau, Candide de Voltaire y otros.

Como diseñador de tipos destaca en la primera mitad Louis Luce, continuador de la tradición del siglo anterior; también tiene un puesto importante la familia Fournier, que tuvo la idea de normalizar el tamaño de los tipos mediante un sistema de puntos; pero sin duda, el tipógrafo más destacado fue la familia Didot, libreros, impresores, fundidores de tipos, papeleros e inventores de procedimientos tipográficos. Entre las obras de la familia Didot hay que destacar una colección de clásicos franceses y latinos dedicada al Delfín y el establecimiento del punto Didot, perfeccionando la idea de los Fournier, sistema de medida tipográfica que aún hoy se utiliza.

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Gran Bretaña.

A la pujanza económica de Gran Bretaña le correspondió un espléndido renacimiento literario, ya que el bienestar económico extendido a capas de la población cada vez más amplias favoreció la alfabetización y el estudio y la posibilidad de adquirir libros. Esta situación, unido al interés despertado por las luchas políticas entre los partidos whig y tory favorecieron el desarrollo de la prensa escrita, que tomó la forma de diarios polémicos y combativos, de prensa más moderada llamada moral y de publicaciones con artículos e informaciones, los magazines, cuya misión era a medias instruir y deleitar: en ellos se incluía información de los libros aparecidos -de viajes, de pensamiento, galantes...-, contribuyendo así a su éxito comercial.

Las medidas legislativas favorecieron la producción y comercialización del libro: abolición de las limitaciones para el establecimiento de imprentas, licencias para la apertura de librerías y la promulgación del Copyright Act que protegía los derechos de autor. Como consecuencia, la imprenta inglesa alcanzó un puesto de de primera fila que ha mantenido hasta hoy.

En el mundo de la imprenta hay que mencionar a Caslon, grabador que creó tipos nuevos y liberó a los impresores ingleses de la obligación de importar tipos holandeses; las obras de University Press, de Oxford; Tonson, que publicó una bella edición de El Quijote en español y otros más. Pero, sin duda, la figura más destacada de la tipografía inglesa y una de las más importantes de Europa fue John Baskerville, curioso personaje que comenzó como profesor de caligrafía y terminó como vendedor de lacas: el dinero que le produjo esta empresa le permitió dedicarse a la tipografía sin afanes de lucro. Baskerville se preocupó de crear sus propios tipos, de orientación geométrica y señaladas diferencias entre trazos gruesos y finos; de las tintas, donde aplicó sus conocimientos de barnices; de la construcción de las prensas, trabajo que vigilaba personalmente; y del papel, cuya cuidada elaboración logró suprimir las marcas de los corondeles y hacer creer que era papel de seda. Su primer libro fue Bucolica, de Virgilio, en 1757 y al año siguiente Paradise Lost, de Milton, obra precedida de un prólogo que es toda una declaración de intenciones, y donde manifiesta que deseaba imprimir pocos libros pero importantes. Llegó a publicar una cincuentena.

En América del Norte hay que mencionar a Benjamín Franklin, persona famosa en el mundo de la edición y de la política. Fue autodidacta, entró en contacto con los grandes impresores de su época, pero destacó más como editor que como impresor. Comprendió las necesidades de su pueblo y le ofreció publicaciones que le hicieran conocer su entorno y ayudarles en su desarrollo, como fueron The Pennsylvania Gazette y Poor Richard's Almanac, publicación de educación popular con consejos médicos, agrícolas, etc. y que se imprimió a lo largo de un cuarto de siglo con una tirada total de más de 100.000 ejemplares.

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Italia.

El libro italiano sigue las tendencias europeas y se preocupa también de la ilustración y la ornamentación; abandona la cursiva para el texto y lo reserva para el prólogo y dedicatorias. Se pone de moda la publicación de pequeños impresos para celebrar acontecimientos sociales: bodas, visitas de reyes, fiestas, etc.

Venecia sigue ocupando un lugar destacado en la producción de libros, y además aparecen talleres como la Stamperia Ducale de Florencia y la Stamperia Reale de Turín. Existen en esta época notables tipógrafos, pero el más destacado de ellos fue Giambattista Bodoni. De familia de impresores trabajó en la imprenta pontificia y en la Stamperia Reale de Turin, hasta que decidió instalarse por su cuanta. Publicó multitud de impresos breves y varios libros como la Jerusalén liberada, la Ilíada y Telémaco, aunque muchos de estos vieron la luz ya en el siglo XIX. Pero destaca sobre todo su Manuale tipografico, publicado dos veces, la segunda después de su muerte: es el muestrario tipográfico más elaborado del mundo, y la cumbre del trabajo de Boldoni. Muestra las variedades de los alfabetos por él grabados (latino, alemán, hebreo, griego y ruso) y las viñetas y signos complementarios (aritméticos, musicales, astronómicos, etc.). Boldoni evolucionó a través de su vida y su obra es claramente personal al final de la misma. Consiguió una considerable fama y reyes y papas le rindieron honores. Pero Boldoni fue impresor antes que editor: sus libros, de cuidadísima presentación, están llenos de erratas, por los que son más objetos para bibliófilos que para lectores cultos.

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Otros países.

La imprenta en Holanda vivió en el siglo XVIII gracias a las ediciones para el extranjero debido a la extensión de los viajes, a la gran cantidad de inmigrantes que recibió y a la libertad de pensamiento imperante, lo cual le permitió editar obras prohibidas en otros países, tanto en ediciones piratas como autorizadas por sus autores. Los impresores holandeses solían establecer su empresa con fines lucrativos y reunían los negocios de impresor, editor, librero, grabador y fabricante de papel en uno solo.

Alemania no alcanzó el esplendor tipográfico que en otras épocas, aunque siguió manteniendo un puesto digno. La burguesía alemana, más desarrollada que la francesa y más culta, exigía libros notables por su contenido, más que por su aspecto externo. En este sentido, Alemania supo aprovecharse de su esplendor cultural y de la vida de sus genios literarios, ganando en contenido lo que perdieron en ilustración.

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España.

El siglo XVIII coincide en España con la llegada de la dinastía borbónica y el triunfo del despotismo ilustrado. Desaparecieron viejos privilegios y aunque se perdieron las posesiones en Europa, las comunicaciones con el extranjero se hicieron más intensas y aumentó la importación de libros. El pensamiento se secularizó y los focos de interés intelectual pasaron de las universidades a los círculos eruditos y a las Academias. Aparecen las Sociedades de Amigos del País -la primera fue la Vascongada-, y se crean las Academias, la primera de las cuales fue la de la Lengua en 1714. Los periódicos alcanzan a círculos cada vez más amplios de la población y su número es abundante, aunque de vida accidentada. Son característicos de estos tiempos los polígrafos, escritores de carácter universal e intenciones didácticas. Mientras los géneros literarios pierden terreno, lo ganan las publicaciones de divulgación y pedagógicos. En cualquier caso, el libro español se dirige a círculos de cultura superior, pues, por el escaso desarrollo de la enseñanza primaria, no existe público para la lectura popular.

Felipe V intentó algunas tímidas reformas encaminadas a mejorar el mundo editorial español, que continuaba la decadencia iniciada en el siglo anterior. Pero será Carlos III quien le dé un impulso definitivo, gracias a las medidas legales que promulgó: abolición del privilegio de los Plantin sobre los libros religiosos, abolición de tasas, privilegios exclusivos y del sueldo de censor, exención del servicio militar para impresores, fundidores de letras y abridores de punzones, ayudas para el perfeccionamiento profesional en el extranjero, franquicias y rebajas en las materias primas y otras disposiciones. En este ambiente se creó la Real Compañía de Impresores y Libreros del Reino y el Rey mandó llamar a Madrid a Eudaldo Paradell con el fin de que suministrara matrices a toda España, liberándola así de la obligación de importarlas.

Entre los impresores más notables de esta época figura Joaquín Ibarra, considerado por muchos como el mejor que ha conocido España. Nacido en Zaragoza había vivido y estudiado en Cervera, en cuya Universidad fue impresor su hermano mayor. Más tarde se estableció en Madrid, donde instaló un taller tipográfico. Una de sus primeras obras, Catón cristiano, tuvo problemas con la censura por publicarse sin autorización y por la mala calidad del papel; pero no tardó en ganarse la admiración y el respeto de todos por la calidad de su obra, y fue llamada para trabajar en el Consejo de Indias, en el Ayuntamiento de Madrid, el Arzobispado de Toledo y en el Palacio Real.

Ibarra cuidó mucho todos los aspectos técnicos de la impresión: papel, tintas, tipos, etc. Pero sobre todo, vigiló el proceso de confección del libro, con el fin de que se realizara con la mayor precisión y la búsqueda del acabado perfecto. Además, sus estudios le proporcionaron una excelente base lingüística para ser un buen jefe de taller. Introdujo modificaciones, algunas poco afortunadas, pero otras que han prevalecido, como la sustitución de la v vocal por u o el no partir al final de línea las palabras bisílabas.

Se conocen 789 obras de Ibarra, aunque posiblemente se hayan perdido algunas. Entre las mejores destacan la Conjuración de Catilina y La Guerra de Jugurta, traducidas por el infante Gabriel Antonio, y con la traducción en cursiva y el texto latino en letra redonda de cuerpo notablemente inferior; contiene abundantes ilustraciones dibujadas por Mariano Maella, algunas de página entera. Se imprimieron 120 volúmenes para regalar a la familia real y a instituciones y personalidades nacionales y extranjeras. Ello le dio fama internacional.

Otra obra importante, para algunos tanto como el Salustio, fue la edición de El Quijote de 1780, hecha por encargo de la Real Academia Española en cuatro volúmenes en cuarta mayor. Los ilustradores elegidos se documentaron para los trajes y accesorios en los cuadros y tapices del Palacio Real. Además hizo el Diccionario de Autoridades, las dos primeras ediciones del Diccionario de la Academia, tres de la Gramática, el Misal Mozárabe, etc.

Otro gran impresor fue Antonio Sancha, distinguido más por el sentido didáctico y divulgador de su obra que como tipógrafo. Creó una auténtica empresa de importación y exportación que lo hizo rico y se rodeó de los eruditos y políticos más notables de su época. La labor de Sancha dio a conocer a nuestros clásicos, nuestra historia y permitió el desarrollo de la enseñanza. Otros impresores destacados fueron Monfort, Manuel de Mena, Benito Cano, Antonio Martín, etc.

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Las bibliotecas.

El siglo XVIII, por las características sociales antes mencionadas, fue un siglo importante en la historia de las bibliotecas. Aparecen las bibliotecas reales que terminan en muchos casos por convertirse en nacionales, bibliotecas públicas y privadas, de las asociaciones cultas y eruditas, de las academias, etc.

En los paises anglosajones aparecen las bibliotecas parroquiales que más tarde adquirieron entidad propia y que difundieron la lectura entre aquellos que no podían adquirir libros impulsando así la lectura pública. Además aparecieron los clubs del libro en sus diferentes modalidades de acciones y de suscripción. Abrieron sus puertas numerosas librerías y hasta los almacenes destinaron una sección a la venta de libros.

En España se creó la Biblioteca Nacional, conversión de la Biblioteca Real, lo mismo que ocurrió, aunque con distinto procedimiento en Francia. En Inglaterra apareció el British Museum, que llegaría a ser una de las bibliotecas más grandes del mundo, formada por las colecciones de Sloane, Edward y Harley. También son de este siglo las principales bibliotecas italianas, como la Biblioteca Nacional Florentina, la de Vittorio Emmanuele de Nápoles y la Braidense de Milán. En Estados Unidos aparecen las primeras bibliotecas universitarias modernas, como la de Harvard, Yale y Princenton. En Portugal se creó la de Mafra, a imitación de El Escorial, se reformó la de Coimbra y se abrió la Real Biblioteca Pública de Lisboa, luego Biblioteca Nacional.

También fueron notables las bibliotecas de algunos eruditos de su tiempo, muchas de las cuales terminaron por ser bibliotecas públicas. En España, la expulsión de los jesuitas depositó los fondos de sus bibliotecas en las universidades, al tiempo que se creaban y ampliaban algunas bibliotecas privadas, como la de Jovellanos. En Francia, la Revolución Francesa provocó el saqueo de múltiples bibliotecas eclesiásticas y particulares, y aunque se inició un movimiento de reforma que pretendía crear una estructura centralizada para su mejor control, lo cierto es que muchos libros valiosos desaparecieron.

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Zaguán

Libros, bibliotecas, bibliotecarios

Rosario López de Prado

rlp@man.es

Museo Arqueológico Nacional (BIBLIOTECA)

Última revisión: 27 de abril de 2000