El libro y las bibliotecas durante el siglo XIX.

Índice

 Introducción

 El libro

 Transformaciones técnicas

 Ilustración

 Encuadernación

 Contenido

 Contenido

 Las publicaciones periódicas

 El libro para bibliófilos

 El libro en España

 Las bibliotecas

 Bibliotecas en España

 

 

Introducción.

El siglo XIX es el heredero de la Revolución Francesa y de la Revolución Industrial, cuyos efectos provocarán una explosión demográfica hasta entonces desconocida, el éxodo humano del campo a la ciudad y el cambio de las estructuras sociales y económicas.

La sociedad, asentada ahora en grandes núcleos de población, el aumento de la riqueza en términos absolutos y relativos y el triunfo de las ideologías liberales que propugnaban la enseñanza obligatoria, tuvieron como consecuencia una progresiva extensión de la educación primaria, con lo cual aumentó enormemente el número de lectores. La lectura salió definitivamente de los círculos restringidos y selectos para extenderse a todas las capas de la sociedad, incluidas las más humildes. Ello trajo como consecuencia el aumento de la demanda de bienes culturales, que, en este siglo quedaban reducidos prácticamente a dos: libros y publicaciones periódicas. A su vez, los avances tecnológicos propiciaron el desarrollo de la industria editorial, que pudo dar salida a un mayor número de títulos y de ejemplares por tirada, con lo cual creció también la oferta de los mencionados bienes.

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El libro.

Influido al principio por el libro neoclásico, pronto se verá evolucionar hacia las nuevas tendencias culturales. A lo largo del siglo XIX, el libro experimentará profundo cambios en todos sus aspectos, desde la composición de los tipos hasta su comercialización.

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Transformaciones técnicas.

El libro en el siglo XIX se vio influido por una serie de novedades técnicas, fruto en su mayoría de la revolución industrial, que marcarán su orientación definitiva y lo harán despegarse del concepto de objeto precioso de uso restringido que hasta ahora tenía. Estas novedades son:

 la pasta de papel: realizada anteriormente con trapos, su escasez hizo que se buscaran nuevas fórmulas para su elaboración. Después de intentos con diferentes elementos -paja, hierbas, cañas, etc.-, se encontró la solución en la pasta de celulosa, obtenida a partir de la madera tratada con procedimientos mecánicos y químicos. Con ello pudo obtenerse tanta materia como fuera necesario, ya que la materia prima era abundante.

 el papel continuo: la máquina para la producción de papel fue un invento del francés Robert en los molinos de la familia Didot, en 1798, aunque su producción no comenzó hasta el siguiente siglo en Inglaterra. Permitía una producción de papel diez veces superior a la que se obtenía por el procedimiento manual.

 la máquina de imprimir a vapor; precedida por la sustitución de las viejas máquinas de madera por máquinas de hierro -experimento llevado a cabo por el Times en los primeros años del siglo-, la máquina de imprimir a vapor aumento considerablemente la producción y redujo la mano de obra, abaratando los costes.

 la esterotipia: consiste en la creación de moldes en cartón que conserven la composición de las páginas. Permitió repetir las tiradas a gran velocidad y con ahorros económicos y humanos.

 la linotipia y la monotipia: permitieron la composición mecánica de los tipos, a una velocidad cinco veces superior a la podía conseguir un buen cajista. La monotipia tiene la ventaja de componer letra a letra, con lo cual las correcciones son más fáciles.

 los transportes y comunicaciones: permitieron no sólo una mejor distribución del libro, sino una mejor transferencia de la información entre puntos alejados. Esto favoreció sobre todo a la prensa.

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Ilustración.

La ilustración del libro tuvo como principal finalidad atraer a los lectores y hacer más fácil la lectura de los libros para los recién iniciados, para lo cual se intercalaban en el texto. En la imagen no privaba solo el valor artístico, sino también el descriptivo: a veces el texto era una improvisación para acompañar las ilustraciones. De acuerdo con el gusto de la época, los motivos varían.

Para realizar las ilustraciones se utiliza la litografía, procedimiento que aprovecha las cualidades de ciertos minerales para absorber la grasa de la tinta y del agua para repelerla y que se realiza mediante el grabado del dibujo en una piedra porosa, generalmente caliza y permite evitar al técnico grabador como intermediario. A veces se coloreaban, primero a mano y luego por el procedimiento de la cromolitografía. Volvió a resurgir el grabado en madera, especialmente gracias al procedimiento a la testa inventado por Bewick, mientras que el grabado en cobre tiene un primer momento de esplendor y luego decae. A final de siglo aparece el fotograbado, procedimiento derivado de la fotografía.

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Encuadernación.

Los editores presentaban sus libros en rústica, o en todo caso en tela o cartoné: era la respuesta a la demanda masiva de libros, que no podía atenderse con una encuadernación más cuidada. Algunos lectores envían a encuadernar sus libros de forma artesanal para conservarlos mejor, cosa que también se hace con aquellos destinados a uso intenso -encuadernación para bibliotecas. Los estilos de las encuadernaciones siguen los del arte de su tiempo: al principio el neoclásico coexistió con el isabelino o Luis Felipe (rocalla), al avanzar el siglo aparecen los gustos románticos, inspirados en motivos medievales. Entre los libros para bobliófilos se imitan las antiguas encuadernaciones europeas: à la fanfare, mosaico, de Grolier, etc. En España se utiliza el jaspeado de colores sobrios, excepto el valenciano, de vivos colores.

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Contenido.

La primera característica del contenido del libro decimonónico es el triunfo absoluto de las lenguas vernáculas, mientras las clásicas quedan definitivamente relegadas a libros especiales, tales como manuales, ediciones selectas de los clásicos, etc. Junto con ello, se constata el predominio de las literaturas nacionales, potenciadas, sobre todo, a partir del romanticismo: las literaturas clásicas eran una curiosidad que se leía por necesidad cultural.

Se extienden los libros científicos en sus dos versiones, especializados, para la investigación, y divulgativos, con una clara orientación didáctica que será una de las características fundamentales del libro en esta época. La política también fue una de las preocupaciones predominantes entre los hombres de este siglo, aunque esto incidió más en la prensa que en libro.

Aparecen los libros infantiles, potenciados por el desarrollo de la ilustración en blanco y negro y color. Solía narrar historias edificantes y ejemplares con una fuerte carga ideológica y orientación didáctica. Compartieron protagonismo con los libros de viajes, aventuras y escenas de la vida cotidiana y sobre todo con el libro destinado a las clases más bajas, donde se contaban historias morales y edificantes a través de una trama más o menos complicada pero elemental, desarrollada por protagonistas buenos y malos con los que el lector se identificaba. Este tipo de libros, de grandes tiradas y distribuido por los procedimientos más diversos tuvo una gran difusión a lo largo de todo el siglo y colaboraron en su creación desde los más desconocidos escritores hasta autores de reconocido prestigio.

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Comercialización.

El nuevo contenido y los nuevos destinatarios favorecen la aparición de nuevas formas de comercialización del libro. La figura del editor -responsable de la edición- se impone sobre la del impresor -encargado de la elaboración técnica- y ambas se distinguen de la del librero -dedicado sólo a la venta. Como el negocio editorial requiere fuertes inversiones, se buscan nuevos métodos de distribución y de financiación, como son las suscripciones y la venta por depósito. Al mismo tiempo aparece la venta por entregas que tuvo un auge inusitado, especialmente con los folletines que a menudo se distribuían con la prensa periódica.

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Las publicaciones periódicas.

El interés por la vida política y el abaratamiento de los costes de producción propició el auge de la prensa, de la cual fue pionero el Times, no solo en el empleo de las más modernas técnicas, sino también en el de corresponsales y canales propios de comunicación. Pronto aparece la prensa amarilla, que tuvo su precursor en el Sun de New York, y continuado por La Presse, en Francia, publicaciones baratas y de grandes tiradas, al lado de los magazines que ofrecían un poco de todo y que satisfacían los gustos de una multitud de lectores.

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El libro para bibliófilos.

Los nuevos avances técnicos y la producción masiva habían producido un descenso considerable de la calidad del libro. Como reacción a ello aparecen grupos de bibliófilos que buscan la confección de obras muy cuidadas, donde el contenido terminaba siendo lo menos importante. Entre ellos cabe destacar los grupos Amis du Livre y Cent Bibliophiles en Francia y sobre todo William Morris en Inglaterra, dedicado a la elaboración de ejemplares cuidadísimos, inspirados muchas veces en los manuscritos medievales: su obra Works, de Chaucer, está considerado como el mejor libro que ha salido de la imprenta británica. La influencia de Morris fue considerable, no solo entre los bibliófilos del resto de Europa, sino incluso en otros campos artísticos, hasta el punto de estar considerado como uno de los padres del movimiento Art Nouveau.

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El libro en España.

Es raro el editor puro en el siglo XIX: normalmente era además librero e impresor. Uno de los más importantes fue Mariano Cabrerizo, instalado en Valencia y que publicó, entre otras cosas su Colección de Novelas, de bella presentación, donde se mezclaban los nombres más famosos de la literatura de la época con otros totalmente desconocidos. En Barcelona Antonio Bergnes se inscribe en la tendencia de escritores educadores. En su casa trabajó Manuel Rivadeneyra, que realizó una obra de gran magnitud, la Biblioteca de Autores Españoles, para lo cual no dudó en emigrar dos veces a América con la intención de hacer fortuna con la que financiar su empresa. Ejemplares de esta obra por un valor se 400.000 reales fueron adquiridos para las bibliotecas del Estado. En Madrid destaca la labor de Saturnino Calleja, que comenzó con la edición de libros de texto, y hoy es famoso sobre todo por su colección de cuentos. Sin embargo, Calleja publicó numerosas colecciones de libros bien presentados, ilustrados y encuadernados. La editorial La España Moderna, propiedad de Lázaro Galdiano publicó más quinientos libros y una revista del mismo nombre, con la intención prioritaria de dar a conocer el pensamiento europeo. En Valencia, la editorial Sempere publicó libros de pensadores revolucionarios, pero con fines más lucrativos que ideológicos, movido por los grandes beneficios que le podía aportar el consumo de esta literatura entre la clase trabajadora.

La prensa conoció una época de esplendor y cambios constantes, propiciados por la inestable situación política. Quizá el más importante de los periódicos españoles fue El Imparcial, dirigido por Eduardo Gasset Artime y su suplemento Los Lunes del Imparcial, dirigido por su yerno, José Ortega Munilla. Le seguía en difusión su adversario El Liberal, además de otros tales como El Heraldo de Madrid, La época, etc. Entre las revistas ilustradas merecen destacar por sus elevadas tiradas La Ilustración Española y Americana, Mundo Nuevo y Blanco y Negro. La prensa española estaba regulada por la Ley de 1879 de la Propiedad Intelectual y la de Imprenta de 1883.

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Las bibliotecas.

El siglo XIX cambiará el concepto de biblioteca y marcará el comienzo de una nueva orientación bibliotecaria. En 1810 Charles Brunet publica su obra Manuel du libraire, donde indica toda la literatura que se debe coleccionar: sirve para orientar la organización de las bibliotecas francesas y dispara el precio de ciertos libros. La Biblioteca Nacional francesa, que era un caos desde la Revolución, ordena sus fondos y comienza a publicar sus catálogos. Comienzan a publicarse las bibliografías nacionales en varios países. Pero los verdaderos renovadores de la biblioteconomía serán los países anglosajones y sus bibliotecas públicas.

En Gran Bretaña aparecen las bibliotecas parroquiales y sobre todo las bibliotecas de los mechanics' institutes, centros de formación de adultos financiadas por los obreros que acudían a recibir enseñanzas y por algunos filántropos. Su misión era la de educar a las clases trabajadoras y alejarlos del crimen, la miseria y el alcohol, y demostraron que los que las frecuentaban mejoraban en su comportamiento y hábitos. Estas bibliotecas precedieron a las bibliotecas públicas, pero en muchos casos retrasaron su aparición, ya que se consideraba que las ciudades que las poseían se encontraban suficientemente servidas con ellas. Más tarde se aprobaron los impuestos para la creación de bibliotecas públicas, no sin grandes polémicas: la primera en hacer uso de esta ley fue Manchester en 1852.

En Estados Unidos también parecieron las bibliotecas parroquiales, pronto seguidas por bibliotecas destinadas al perfeccionamiento profesional de ciertos sectores de la población. También aquí se aprobó el impuesto para la creación de bibliotecas, pero no hubo polémicas, ya que la sociedad americana veía las bibliotecas desde un punto de vista diferente: para ellos eran instrumentos de mejora y formación que podían proporcionarles ascensos en la escala social. Por otra parte, las personas cultas e influyentes que habían visitado Europa envidiaban las facilidades para el trabajo que en ella encontraban los estudiosos.

La primera biblioteca pública americana fue la de Boston, creada por la unión de todas las bibliotecas existentes en la ciudad y se abrió en 1852. Poco a poco, la idea se fue extendiendo, aunque lentamente al principio -la New York Public Library no se abrió hasta 1895-, y el fenómeno fue paralelo al desarrollo de la biblioteconomía por parte de los bibliotecarios americanos -Cotton, Cutter, Dewey, etc.- y las asociaciones de bibliotecarios, a la creación de bibliotecas por entidades privadas -como el YMCA-, a la aparición de grandes filántropos benefactores de las bibliotecas -Carnegie, Morgan, etc.- y a la creación de la biblioteca del Congreso. La biblioteca del Congreso de los Estados Unidos nació a principio del siglo como centro de apoyo a las tareas del Congreso. Después de varios incendios, se instaló definitivamente en 1897 en el edificio que hoy ocupa, aunque ha sido necesario la construcción de varios anexos, y consiguió su carácter de biblioteca nacional gracias a los esfuerzos de Spofford.

También nacieron en este siglo la Biblioteca Pública e Imperial de San Petersburgo, creada por Catalina la Grande con los fondos de la biblioteca de Varsovia y la asignación del depósito legal, y que pronto llegó a ser la segunda del mundo, detrás de la Nacional de París, y la Biblioteca de Moscú, convertida más tarde en Biblioteca Nacional de la URSS -Biblioteca Lenin- tras el triunfo de la Revolución y el traslado de la capitalidad a Moscú.

En Italia se creó la Biblioteca Nazionale Vittorio Emmanuele de Roma, como consecuencia de la unificación del país, y cuyos fondos principales procedían de los conventos romanos suprimidos

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España.

El primer proyecto bibliotecario español arranca en 1811 de las Cortes de Cádiz y de Bartolomé José Gallardo, quien consiguió la aprobación de un plan que preveía la creación de la Biblioteca Nacional de Cortes y bibliotecas públicas provinciales en España y Ultramar. El proyecto suponía la creación de una verdadera red de bibliotecas con funciones bien definidas y una biblioteca cabecera de sistema que además serviría de apoyo a los diputados en sus tareas parlamentarias. El fin de la guerra y la disolución de las Cortes interrumpió el proyecto, más tarde relanzado durante el trienio liberal, vuelta a cerrarse hasta 1834 y definitivamente disuelta en 1837, pues de hecho ya existía una verdadera Biblioteca Nacional.

La desamortización de Mendizábal en 1835 sacó de conventos y monasterios grandes cantidades de documentos. En las ciudades que disponían de bibliotecas y universidades quedaron depositas en ellas; pero en la mayoría de las provincias debieron crearse Comisiones científicas que inventariaran los bienes. Es cierto que muchas obras de valor se perdieron entre estos trasiegos y la codicia de políticos y bibliófilos; lo que quedó se depositó en nuevos museos y bibliotecas, instaladas generalmente en los institutos de enseñanza media. Pero ni se asignaron medios económicos y humanos para su funcionamiento, ni los fondos allí depositados eran los más indicados para animar a la lectura pública, por lo que no tardaron en caer en el abandono.

Pronto se llegó a la conclusión de la necesidad de contar con personal preparado para atender la Biblioteca Nacional y los fondos de las bibliotecas provinciales, para lo que se abre en 1856 la Escuela Diplomática, que expedía el título de paleógrafos (más tarde archiveros-bibliotecarios).

La Ley de Instrucción Pública de Claudio Moyano y sus posteriores decretos de desarrollo contemplan la creación y funcionamiento de una red de bibliotecas públicas servidas por profesionales especializados, con funciones definidas, fondos útiles para cumplir estas funciones y mantenidas por la Administración. Se regulaban las enseñanzas y funciones del Cuerpo de Archiveros-Bibliotecarios y el acceso al mismo.

Ruiz Zorrilla dispuso la incautación del patrimonio histórico, artístico y bibliográfico en poder de catedrales, cabildos, monasterios y órdenes religiosas, exceptuando las de uso frecuente. Más tarde, con la Ley de Instrucción iniciaba la extensión de la enseñanza primaria y creaba bibliotecas públicas en todas las escuelas, proyecto definido y llevado a cabo por Echegaray. Se encargaba de su mantenimiento a las Diputaciones y Ayuntamientos y se ponía a su frente a los maestros. La idea, acogida al principio con entusiasmo, terminó por caer en el olvido y las bibliotecas públicas no se llegaron a crear o fueron paulatinamente abandonadas.

La Biblioteca Nacional sufrió durante la primera parte del siglo una serie continua de cambios y traslados. Los vaivenes políticos favorecieron la incautación de bibliotecas privadas y religiosas, algunas de ellas devueltas, pero otras definitivamente depositadas en la Nacional, que adquiere el carácter de tal de forma definitiva en 1836, pasando a depender del Gobierno y no de la Corona. A final de siglo ocupó el edificio actual.

Junto a los escasos recursos e iniciativas dedicados por los poderes públicos a la lectura, caben citarse las bibliotecas de las Sociedades de Amigos del País, Círculos eruditos, Academias y Ateneos, entre los cuales merece especial atención el de Madrid y el de Gijón, unas y otras frecuentadas intensamente por unos cuantos intelectuales. A su lado aparecieron, aunque tardíamente algunos gabinetes de lecturas, en muchos casos hemerotecas.

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Zaguán

Libros, bibliotecas, bibliotecarios

Rosario López de Prado

rlp@man.es

Museo Arqueológico Nacional (BIBLIOTECA)

Última revisión: 27 de abril de 2000