Aparición de la Bibliografía y etapas históricas
Situación actual: las instituciones internacionales y las nuevas tecnologías
Aparición de la Bibliografía y etapas históricas
La Bibliografía propiamente dicha no nace hasta después de la imprenta, cuando el aumento de los documentos hace necesario crear instrumentos precisos para su búsqueda y tratamiento, pero se le conocen precedentes desde la Antigüedad. Considerando estos como tales, se pueden establecer las siguientes etapas históricas en la evolución de la Bibliografía:
En esta primera etapa las bibliografías no son en realidad más que listas de libros que suelen enumerar los documentos de una biblioteca, de un autor o autores determinados sobre alguna materia -frecuentemente religiosa- o incluso listas de los libros que el bibliógrafo posee. Los primeros indicios de lo que podemos considerar una bibliografía rudimentaria aparecen casi al mismo tiempo que el documento escrito, en Sumer, donde se han hallado dos tablillas del II milenio a.C. conteniendo 120 títulos de obras. En el siglo V a.C. Jenofonte en su obra La equitación menciona y valora la bibliografía que ha utilizado, al tiempo que critica la obra del mismo nombre de Simón de Atenas, lo que puede considerarse la primera muestra de bibliografía crítica. A lo largo de toda la Antigüedad, son frecuentes las relaciones de libros depositados en bibliotecas o listas de documentos de una materia o un autor; sin duda las más famosas son las pinacles de Calímaco, documentos que contenían las obras existentes en la Biblioteca de Alejandría (siglo III a.C.), así como una bibliografía aparecida en China en el siglo I donde se citaban más de 700 obras
Las bibliografías más antiguas que se conocen son aquellas que elaboraron ciertos escritores como guías para sus propias obras (autobibliografías). Los primeros autobibliógrafos de Occidente fueron el médico griego Galeno, que elaboró una lista de sus propias obras por materias (De libris propriis liber) en el siglo II. Son notables también la relación de libros de Veda el Venerable con una lista de su propios escritos (incluidos en su Historia ecclesiastica: Notitia de se ipso et de libris suis, 731).
A lo largo de la Edad Media son frecuentes las listas de obras religiosas de los santos padres, a veces acompañando las biografías de estos: tales son las realizadas por San Ildefonso, San Bonifacio, Genadio (Illustrium virorum), San Isidoro (De virus ilustribus) o San Jerónimo (De scriptoribus ecclessiasticis). Eran igualmente frecuentes las relaciones de libros de los monasterios; sin embargo, dado el reducido número de libros existente y sobre todo los escasos ejemplares de cada obra -de hecho cada manuscrito es un ejemplar único-, las bibliografías propiamente dichas no tenían mucho sentido. Lo más frecuente por tanto son las obras presentadas como diccionarios biobibliográficos, donde se daba cuenta de un personaje, generalmente santo, y de su vida, y donde se incluían, no siempre de modo sistemático y exacto, una relación más o menos detallada de sus obras.
La bibliografía general era abarcable cuando los libros se copiaban a mano en los monasterios. Después de la invención de la imprenta en el siglo XV, los libros proliferaron y aún fue más necesario y práctico organizar la información sobre ellos. Sin embargo, en un primer momento las bibliografías siguieron el modelo de las listas de libros medievales, dando más importancia a la vida de los autores que a sus obras, que aparecen como apéndices de aquella. En el siglo XVI la bibliografía se diferencia en dos grandes tendencias: la humanista propiamente dicha, que es una bibliografía especializada y la de los libreros, elaboradas para su utilización en las ferias (Messkatalogen alemanes), de hecho, bibliografías generales en las que informan de las novedades aparecidas. Sin embargo esta tarea no tiene de momento el éxito esperado y las bibliografías nacionales periódicas aún se harán esperar dos siglos.
Esta situación dio lugar no sólo al incremento de los trabajos bibliográficos, sino a la aparición de técnicas de estudio. La más temprana bibliografía sustancial después de la aparición de la imprenta fue la que hizo Johannes Tritheim, abad de Spannheim en la diócesis de Mainz, quien en su obra Liber de scriptoribus ecclesiasticis (1494) incluyó, en orden cronológico, con un índice alfabético, alrededor de 1.000 escritores eclesiásticos con sus respectivas obras. Algo más tarde publicó el Catallogum illustribus virorum Germaniae (1497), donde se incluyen por orden cronológico más de 300 autores y 2.000 obras, además de contar con un índice. En 1506, el médico de Lyon Symphorien Champier hace una recopilación de libros de medicina (De medicinae claris scriptoribus) que pasa por ser la primera bibliografía especializada de tema profano. En 1522, Giovanni Nevizzano hizo lo propio con las obras de jurisprudencia (Inventarium librorum in utroque jure hactenus impressorum) a la que siguieron múltiples ejemplos de obras similares (agronomía, filosofía, filología, etc.). En España hay que destacar, a caballo entre los dos siglos la relación de la biblioteca de Hernando Colón, verdadero precursor de su tiempo.
En el año 1545 la idea de crear una bibliografía universal animó al naturalista y escritor germano-suizo Conrad Gesner a compilar su Bibliotheca Universalis donde recoge todos los libros impresos en Europa en latín griego y hebreo. Tiene más de 12.000 referencias de unos 3.000 autores, clasificados por nombres. Es la primera bibliografía general, seguida en 1548 de una tabla sistemática con los libros distribuidos en veintiuna secciones, y de otro apéndice en 1555.
Gessner, doctor en Medicina en Basilea, profesor de Griego en Lausana y de Historia Natural en Zurich, quedó muy impresionado por el saqueo de la biblioteca del rey de Hungría a manos de los turcos, y quiso hacer un compendio de lo que los hombres habían llegado a conocer para que quedara como referencia en el caso de que un cataclismo hiciera desaparecer todos los libros. Sin embargo, no llegó a recoger más una cuarta o quinta parte de todo lo que la imprenta europea había producido hasta entonces. La dispersión de los libros en el siglo XVI y la dificultad para las comunicaciones fueron obstáculos a los que tuvo que enfrentarse Gessner, que intentó ver los libros para poder resumirlos, criticarlos, y describirlos. Para ello recorre las bibliotecas más importantes de su tiempo, se escribe con los humanistas, utiliza los catálogos de los impresores alemanes y recurre a cuanto instrumento documental tuvo a su alcance. Según el estilo de la época, Gessner incluye en su obra biografías de los autores. La Bibliotheca Universalis fue reeditada numerosas veces de forma aumentada o abreviada y tuvo una considerable influencia en la organización de las bibliotecas de la época. Antes que Gessner las bibliografías no eran más que listas complementarias de los estudios e investigaciones de los autores, mientras que Gessner es el primero en concebir la bibliografía como un fin en sí misma, por lo que puede considerársele el padre de la bibliografía moderna.
En 1548 John Bale elabora su bibliografía para escritores ingleses (Illustrium majoris Britanniae scriptorum summarium), presentados por orden cronológico y complementada por un índice alfabético de autores, y que es considerada por los anglosajones como la primera bibliografía nacional. Antonio Francesco Doni hace en 1550 una labor parecida con los escritores italianos (La libraria del Doni Fiorentino...), a las que siguen bibliografías similares en Holanda, Francia y Alemania. De las bibliografías alemanas se ocupan los libreros con los catálogos de las ferias de Francfort y Leipzig que recogen libros de procedencia muy diversa e incluyen la práctica totalidad de los libros impresos en Alemania, lo que les ha valido ser confundidos con la más antigua bibliografía nacional. Finalmente aparece en Inglaterra el Catalogue of English printed book de Andrew Maunsell (1595), donde por primera vez se aplica una técnica verdaderamente bibliográfica para describir libros: incluye referencias completas, separa los manuscritos de los impresos y los organiza según una clasificación temática. Estas obras ya no tratan de poner de relieve las riquezas espirituales de sus respectivas naciones, sino de dar valor al libro, al que consideran digno de ser tenido en cuenta por sí mismo.
A lo largo del siglo siguiente, y a pesar del freno que supuso la Guerra de los Treinta Años, el floreciente comercio de la librería favorecerá las relaciones de libros aparecidos en sus propios países, dando así nacimiento a lo que más tarde serían las verdaderas bibliografías nacionales: Catálogo universalis de Jansz (Amsterdam,1639-1651), Bibliographus belgicus de Doresmieulx (1640-1642), Bibliographie parisina (1676) y Bibliographia gallica (1709) de Louis-Jacob de Saint-Charles o el Term catalogues, de Robert Clavell (1668-1711). Adrien Baillet publica la obra Jugemens des sçavants... (1685-1686), hecho con la intención de informar al futuro lector o investigador sobre los libros que hay que leer o abandonar. Trata de libros de gramática en varias lenguas y de obras de arte poética. Se publicaron nueve tomos, pero quedó inacabado.
El siglo XVII conoce el auge de las bibliografías especializadas, al tiempo que las generales pierden su carácter para convertirse en bibliografías selectivas de obras escogidas. Bassé, Cless y Draud publican en Alemania cinco grandes repertorios que son refundición de los Messkataloge de Francfort. Pero tal vez el hecho más destacado de este siglo fue la aparición de la primera bibliografía general corriente en Le Journal des Sçavants (1665) publicación creada con la intención de informar de "lo que pasa en la república de las letras". Esta publicación periódica incluye en su primera parte una relación semanal de los libros que se publican en Europa, añadiendo de qué tratan y a quién le pueden ser útiles. Pronto encontrará seguidores en Londres -Philosophical transactions- y el Leipzig -Acta eruditorum. Desde 1657 aparece un Catalogue of the most vendible books in England. La bibliografía experimenta un gran auge: prueba de ello es la obra del jesuita Philippe Labbé que, en 1664, publica su Bibliotheca bibliothecorum, primera bibliografía de bibliografías conocida.
La aparición de las publicaciones periódicas permitirá el nacimiento de las bibliografías periódicas La bibliografía internacional en curso iniciada por Le Journal des sçavants es imitada en el siglo XVIII por la Bibliothèque annuelle et universelle, aunque esta no dura más tres años, y por los Annales typographiques, publicación primero semanal y luego mensual, continuada por los Catalogues hebdomadaires que da cuenta de los libros aparecidos en Europa. Como consecuencia de la competencia, Le Journal des Sçavants cambia su formato y su periodicidad, convirtiéndose en mensual
En España hay que destacar la obra de Nicolás Antonio que publica en Roma en 1672 la Bibliotheca Hispana (llamada en su segunda edición Bibliotheca Hispana Nova), que registra los autores españoles y portugueses desde 1500. En 1696 apareció, postúmo, el primer tomo (Bibliotheca Hispana Vetus), que comprende desde Augusto hasta el año 1500. En Hispanoamérica, León Pinelo publica el Epítome de la biblioteca oriental y occidental, náutica y geográfica (1629), primera bibliografía sobre América, que sigue el modelo de Gesner. Además siguen apareciendo bibliografías incluidas en textos no bibliográficos.
Durante todo el siglo XVIII se mantienen las tendencias anteriores hasta la Revolución Francesa, aunque el espíritu de la Ilustración favorece la proliferación de bibliografías especializadas y la bibliofilía da un nuevo empuje a las bibliografías especializadas. Jean-Pierre Niceron publica sus Memoires pour servir à l´'histoire des hommes illustres de la République des lettres...(1727-1743). Los autores, desde el siglo XVI están clasificados alfabéticamente al principio de cada volumen, después estudiados cronológicamente y por último, según la ciencia de la que se hayan ocupado y en el volumen XLI se encuentra una tabla general de toda la obra. Teófilo Georgi, librero alemán, elabora su Allgemeines europäisches Bücher-Lexicon (1742-1758) dentro de la corriente de la bibliografía pura, establecido, al igual que la obra de Bassé, Cless y Draud, sobre los catálogos de las ferias alemanas.
Hacia la mitad del siglo la bibliografía general experimenta un giro sustancial: a la búsqueda de los mejores textos leídos y analizados por los eruditos o a la de todos los textos editados le sigue la investigación de los libros raros y preciosos. Las obras más importantes se hacen en Francia -Bibliographie instructive de De Bure le Jeune (1763-1782), Dictionaire typographique de Osmont (1768), Dictionaire bibliographique, de Cailleau (1790)- y en Alemania -Biblitoheca librorum rariorum de Struve (1719), Catalogus historicus de Vogt (1793), Bibliotheca librorum rariorum universalis de Bauer(1770-1791). Sin embargo, la cumbre de las bibliografías de libros raros y preciosos aún tardaría un siglo en alcanzarse.
En España se publica en 1740 la Bibliografía crítica sacra y profana de Miguel de San José y aparecen los primeros catálogos de fondos de libreros En 1781-86 se publica la Biblioteca española, de José Rodríguez de Castro, y en Portugal la Bibliotheca lusa, de Diego Barbosa Machado (1741-1756). En 1771 se crea la Biblioteca Real que inicia la publicación de una serie de repertorios y catálogos.
Es una etapa corta, pero muy intensa, ya que es testigo de un gran movimiento de libros. La bibliofilia, en plena expansión en Europa se extiende a partir de 1789 a nuevas clases sociales. Los libreros dan un gran impulso a la bibliografía al ordenar y catalogar las bibliotecas privadas. Es en esta época cuando la bibliografía se define como ciencia del libro y de las bibliotecas. El interés se desplaza y las bibliografías especializadas pierden terreno a favor de las bibliografías generales y nacionales, que terminan por implantarse en todos los paises importantes de Europa. Entre 1763 y 1798 se publica en Francia el Catalogue hebdomadaire; en Alemania continúa la tradición de los Messkaloge, en Gran Bretaña William y Bent publican entre 1773 y 1855 catálogos de ediciones inglesas; en los Países Bajos, Van Abkoude funda en 1743 la bibliografía nacional desde 1600. Entre las bibliografías especializadas más importantes se cuentan las "Bibliotecas" de del fisiólogo suizo Albert von Hallen: Bibliotheca botanica (1771-1772), Bibliotheca chirurgica (1774-1775), Bibliotheca anatomica (1774-1777) y Bibliotheca medicinae practicae (1776-1778).
Para Malclès, esta etapa se encuentra dividida en dos periodos claramente diferenciados: el artesanal (1810-1914) y el técnico (1920 hasta nuestros días).
En el periodo artesanal la bibliografía especializada experimenta profundos cambios ligados a los nuevos métodos de trabajo e investigación. Hasta este momento, la función de las bibliografías especializadas era dar a conocer los trabajos del pasado: a partir de aquí se encargará fundamentalmente de dar cuenta de las investigaciones y trabajos del presente a medida que se van publicando. La bibliografía especializada retrospectiva cede el paso a la bibliografía periódica que reseñan libros y artículos de revista.
Las bibliografías nacionales e internacionales de carácter bibliófilo alcanzan su momento cumbre con obras como el Manuel du libraire et de l'amateur des livres de Brunet y el Trèsor des livres rares et precieux de Graesse (1859). El Manuel du libraire et de l'amateur de livres, es la gran obra de Charles Brunet (1810), en la que trabajó cincuenta años perfeccionándola constantemente. Son seis volúmenes, de los cuales, los cinco primeros forman un diccionario alfabético por autores y títulos anónimos, y un sexto es una tabla sistemática y una reseña sobre publicaciones periódicas. La obra de Bruner influirá decisivamente en toda la Bibliografía decimonónica.
En Alemania, Graesse, bibliotecario de los reyes de Sajonia publica su Tesoro de libros raros y preciosos, en ocho volúmenes, con clasificación alfabética de autores y títulos anónimos, más completa para los libros alemanes y orientales que el de Brunet, cuyo modelo sigue. Ambas obras son fuentes bibliográficas de primer orden, a cuya elaboración sus autores dedicaron toda su vida, y que van unidas a la historia de la cultura. Después de ellos, la bibliografía general tomará nuevos derroteros obligada por la creciente producción libraria. Graesse también publicó La imprenta fuera de Europa (1904) y Orbis latinus (1922).
En cuanto a las bibliografías generales en curso es obligado citar el Polybiblion, Revue bibliographique universelle (1868-1938) que apareció a lo largo de setenta años ofreciendo mensualmente dos selecciones de obras, una analítica y la otra descriptiva. Después de estos dos repertorios se desecha todo intento de elaborar una bibliografía universal hasta 1895, cuando el Instituto Internacional de Bibliografía decide llevar a cabo un fichero internacional de libros dirigido por Otlet y Lafontaine, intento fallido por la falta de normas que unificaran criterios de elaboración. Los libreros de los países más cultos inician la publicación de sus bibliografías retrospectivas, al tiempo que las bibliografías nacionales periódicas se reafirman gracias a que sus fundadores son conscientes, no sólo del enorme interés que estas tienen como instrumento de trabajo y vehículo para dar a conocer las novedades, sino porque su acumulación permite el mantenimiento sin lagunas de la bibliografía nacional retrospectivas.
La bibliografía en España alcanza un particular relieve gracias a los premios bibliográficos de la Biblioteca Nacional. Especial mención merece el Ensayo de una biblioteca española de libros raros y curiosos (1863-1868) de Zarco del Valle y Sancho Rayón, a partir de las notas de Bartolomé José Gallardo. Se desarrollan los catálogos de libreros entre los cuales destaca el Diccionario General de la bibliografía española, de Dionisio Hidalgo (1862-1881) y el Catálogo de la Biblioteca de Salvá (1872) de Pedro Salvá y Mallén.
En el periodo técnico, el trabajo artesanal es reemplazado por el trabajo en equipo y la adopción de nuevas técnicas normalizadas. El bibliógrafo solitario y erudito de antaño es sustituido por centenares de especialistas que trabajan las diferentes materias mediante la utilización de técnicas precisas. Cuando no se limita a temas muy especializados y concretos, la bibliografía especializada consiste en "estados de la cuestión" o "revisiones de la literatura", que presentan una selección de los documentos más relevantes en un determinado campo con el fin de que puedan servir de base a la investigación. La proliferación de publicaciones periódicas de carácter científico obligan a la creación de nuevos sistemas para poder dar cauce a la bibliografía periódica especializada: así surgen los Centros de Documentación, que elaboran boletines de documentación, servicios de información y se agrupan en organismos internacionales formando redes y sistemas.
A principio del siglo XIX todavía parecía posible la confección de un gran inventario general de todos los libros impresos desde la aparición de la imprenta. En 1895 se funda en Bruselas el Instituto Internacional de Bibliografía, destinado a ser la sede central de la redacción de un repertorio en fichas de todos los libros conocidos, sobre cualquier materia y en cualquier lengua. La tarea debía basarse en la existencia de una organización que sirviera para normalizar los procedimientos, entonces muy diferentes en cada país. Después de haber llegado a reunir más de diez millones de fichas, la empresa fue abandonada. Tras el fracaso de este intento se olvidó el proyecto de una bibliografía general universal, retomado mucho más tarde mediante el intento de fusión de los catálogos de las bibliotecas más importantes del mundo o la creación de un catálogo colectivo realizado por épocas y continentes, que ya nunca volvería a tomar forma. Sin embargo, los resultados de esta experiencia fueron de gran importancia para el mundo de las bibliotecas, pues sirvió para establecer, de forma sistemática, lo que fueron los cimientos de la normalización documental.
Las bibliografías nacionales pasan de las manos de los libreros a las de las Bibliotecas Nacionales de cada país, cabeceras de sistemas bibliotecarios y fundamento de los posibles proyectos internacionales basados en el uso de los sistemas de normalización. Actualmente se distinguen dos clases de bibliografías nacionales: las que tienen su origen en los organismos oficiales –que toman por base el depósito legal o similar- y las que son fruto de la iniciativa privada, elaboradas por firmas editoras bien organizadas y dotadas de grandes recursos financieros, que trabajan con las asociaciones de editores y libreros y con las bibliotecas nacionales de cada país. En unos países funcionan las primeras (España, Italia); en otros, donde el depósito legal no es obligatorio, las segundas (USA, con Bowker: American publishing record y Wilson: Cumulative book index; Dinamarca, Holanda) y, en algunos, se doblan (U.K. con Whitaker: The bookseller y la British National Bibliography; Francia con Hachette, y La Bibliographie de la France)
Todos los impresos, salvo algunas excepciones, se hallan recogidos por las bibliografías nacionales, en principio, en curso y luego, retrospectivas. Al bibliógrafo artesano de tiempos anteriores le han sucedido las asociaciones profesionales de editores y libreros, que organizan la cooperación entre los productores de libros. En los países donde el Estado exige el depósito de los documentos impresos, existen servicios encargados de la elaboración de las bibliografías nacionales, las cuales ganan así en calidad y precisión. El registro regular de los nuevos documentos se hace en todo el mundo siguiendo un mecanismo rigurosamente reglamentado, que permite a las bibliografías en curso su elaboración sistemática y progresiva.
En España comienza a publicarse la Bibliografía española a partir de 1958 por el Instituto Bibliográfico Hispánico y más tarde se complementa con El Libro Español publicado por el INLE. Anteriormente se habían publicado el Manual del librero español e hispanoamericano de Antonio Palau i Dulcet (1923-1927), considerada como la más completa de las bibliografías nacionales retrospectivas españolas; el Manual gráfico-descriptivo del bibliófilo hispanoamericano, de Francisco Vindel (1930-1934), o el Manuel de l'hispanisant, de Foulché-Delbosc y Barrau-Dihigo (1920-1925).
Situación actual: las instituciones internacionales y las nuevas tecnologías
La necesidad cada vez mayor de seleccionar sólo los documentos relevantes de la enorme masa documental que se genera actualmente ha puesto la tarea de promocionar y animar el trabajo bibliográfico en manos de los organismos de ámbito internacional. La UNESCO es el mayor motor de la cooperación en la bibliografía universal moderna: su objetivo es promover la idea de universalidad mediante el libre cambio de información y experiencias. La International Standar Organization, por su parte, se ocupa de normalizar los procedimientos y las técnicas para hacer posible el intercambio y la cooperación internacional. Aunque la ISO se ocupa de la normalización en cualquier campo -desde embalajes hasta fabricación de locomotoras-, considera la normalización bibliográfica como un objetivo prioritario, ya que es la base de la investigación y técnica privilegiada de trabajo. Otros organismos que trabajan en este campo son la IFLA y el FID, que desempeñan funciones consultivas y de asesoría en los programas de la UNESCO.
La Conferencia Internacional sobre Bibliografías Nacionales, celebrada en París en1977, definió los siguientes objetivos prioritarios: a) asegurar el acceso material a la documentación, problema complejo dificultado por las diversas legislaciones y las disposiciones económicas y aduaneras sobre ello; b) favorecer la formación bibliotecológica compatible en todas las partes del mundo y que supone reconocimiento mundial de la profesión, utilización de tecnología avanzada, indispensable para la cooperación y definición internacional de objetivos y métodos; y c) facilitar el libre flujo de la información.
Con el fin de alcanzar estos objetivos, la UNESCO puso en marcha el programa UNISIST y el programa NATIS, entre otros. El programa UNISIST (1971) se basaba en el establecimiento de una serie de mecanismos que hagan posible un sistema de intercambio internacional de la información científica, técnica y socio-económica. El programa NATIS (1974) se ocupaba del establecimiento de las infraestructuras nacionales de documentación y bibliotecología para desembocar en un sistema de control e intercambio mundial de información bibliográfica. El acceso a este sistema se realiza en dos planos, Control Bibliográfico Universal (C.B.U.). y la Disponibilidad Universal de las Publicaciones (D.U.P.) dos programas patrocinados por la IFLA.
Finalmente, la aparición y generalización del uso de las nuevas tecnologías ha venido a dar un giro inesperado en el concepto de bibliografía. Los nuevos soportes ofrecen muchas posibilidades para el almacenamiento, tratamiento, recuperación y selección de la información, aunque también plantean nuevos problemas para su recensión, descripción e inventariado. Pero, sobre todo, la aparición de las publicaciones electrónicas y las llamadas autopistas de la información hacen concebir la esperanza de poder alcanzar algún día todo lo que se esté publicando en el mundo, pero al mismo tiempo hacen imposible poder organizarlo de manera sistemática. La velocidad de creación documental (320 millones de documentos en Internet en el mes de abril de 1998, volumen que se duplica cada cuatro meses), la inestabilidad de estos documentos y la movilidad que caracteriza a la red son un reto como nunca ha tenido la bibliografía. Se puede decir que todo está al alcance de la mano, pero que el mismo exceso nos priva de tomarlo.
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Rosario López de Prado
Museo Arqueológico Nacional (BIBLIOTECA)
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