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GRUTA Laura le dice que lo ama, pero cada día son más las peleas,
las dudas, el miedo. Hace un año que viven "juntos" entre
calles y residencias. Asdrúbal habla todo el tiempo de sí
mismo. Ella permanece casi siempre callada, y esa actitud lo irrita, porque
presiente que ese silencio es un telón que oculta a seres que sin
conocerlos los detesta. Cada día el fermento se envenena más.
Todo es frágil. Está cansado de caminar agachado.
PARIA Asdrúbal era consciente de la situación en la que estaba; cómo no iba a estarlo, si justamente era él quien la padecía. ¿Pero no se estaba tomando demasiado en serio? No era bastante factible que mientras él se estaba masturbando en la oscuridad de su cuarto, ella estaría tirando con Efrén o con Carlos o incluso con algún otro que él desconocía, porque en rigor ¿qué conocía de ella? Llamó a casa de S. para averiguar si sabía algo. Dizque no había llamado, que ella tampoco sabía nada. Volvió a acostarse. Intentó leer, intentó ver televisión, intentó dormirse, intentó cagar (tampoco). Un impulso infrateórico lo llevó a la calle. Buscó distraerse dando una vuelta por la Javeriana, luego por la Luis Ángel Arango. Fue hasta OMA de la 19 con Cuarta. Volvió a llover. Entró a cine de seis en la Cinemateca Distrital. Se sentía sin rumbo, no sabía a qué asirse, a quién apelar. Asdrúbal pensaba en la técnica del distanciamiento. La idea era desneurotizarse. Había diferido todo, a razón de no se sabe qué. Inevitable-no-pensar-dadas-estas-circuncunstancias-en-Sam-Brown, la rubia integrante de los coros de Pink Floyd en el concierto Pulse. Por lo demás, las pulsiones oníricas deambulaban entre el golpear incesante de los martillos formidables, que con sus ruidos creaban masas estocásticas de vacuidad 1, justo ahora, cual Heráclito enterrado en un barril de mierda. ERES UN JUGUETE Y NO PUEDES VOLAR 2 Salgo de la habitación creyéndome un personaje literario: flatulencias de La acción comunicativa en gavilla con los eructos de Altazor. Subo por la ruta por donde sueles bajar. Pienso en ti, aunque salte de una cita a otra: el amor está por inventarse, a pesar de que nunca seremos la pareja perfecta, la tarjeta postal. Las palabras no conmueven son lava volcánica debajo del mar. Espero la noche y su oleaje de olvido. Peregrinar hacia la página sin discurso, con las manos que pican la cebolla de la rutina, con los ojos ardiendo de eclipse neón. Los gritos son la narrativa de una epistemología ulcerada. Por lo demás, podría enviarle las palomas mensajeras de la telepatía, o coger un bus para ir hasta donde ella y decirle absolutamente nada de lo que siento. Ella podría llamarse Ulrica, pero no se llama así. La eyaculación de ideas es igual de exangüe a la erección
de mi logos. Pasemos ahora a ella, que pesa 49 kilos, y es de signo
escorpión. Ella me entrega un libro de Jacob Taubes. Tomamos una
aromática. La acompaño al paradero. Llego a clase y alguien
está hablando de la Retombée. Pienso en su rabia,
en su silencio, en sus manos. Asfixiado del encerramiento, salgo dándomelas de Richard Ashcroft. Camino por Teusaquillo, La Soledad, El Park Way, La Caracas. Después de tres horas, lo único que tengo claro es que estoy lejos de ella. Apagar la televisión e iniciar a navegar entre un caudal seminal de ausencias. Caída libre. De niño me pensaba como esos hombres solitarios que pueblan algunas páginas de Días de mi infancia, en la que Gorki nos cuenta de aquellos personajes que vivían en la estrechez de sus habitaciones; seres parecidos a los de la película de Ingmar Bergman, In the Presence of a Clown o incluso a los de Tucher el justo de Kesten. Ese tipo de seres eran los que me atraían, y que con el transcurrir de los años llegaría a convertirme. La cama: una embarcación atra(n)cada en un puerto sin agua. El tiempo: una cascada inmóvil. VERDAD Y MÉTODO
No era ninguna exageración, pero el punto era que deseaba mandar a esa puta a una celda en donde cuarenta negros gonorriénticos se la metieran. Después de lo cual, mandábamos a preparar de ese ají bien bravo como lo hacen en Ipiales, para embadurnárselo por entre ese hueco. A esas alturas de la bajeza, no necesitaba ni a Freud, ni a Lacan, ni mucho menos al señor Bergson, necesitaba algo más humilde, más real y concreto, algo así como mi amor por ti no se murió, no, no, no, no, tú lo mataste, que es diferente. Es que para pensar en esas zorras, uno no necesita aferrarse a ninguna teoría, ni a ninguna disciplina, ni dedicarse a fotocopiar textos de Lucia Guerra, Hélène Cixous, o Yagatri Chakravorty Spivak. Una perra de esas lo único que quiere es plata y verga. No busco sublimar nada; lo que intento es ser descarnado ante las pulsiones que se desencadenan, cuando una golfa de estas se mete con la soledad de uno, y de buenas a primeras te calientan y después salen huyendo. Aquí no puede haber personaje posible. El único personaje que podría hacer su epifanía en la hoja es este vacío en el cual náufrago. Miles de años de cultura reducidos a un culo, a un hueco, a un vacío, a un agujero negro. Treinta y seis mil millones de espermatozoides suicidándose hacía un nombre que se va por el inodoro, y yo en esa agua, y yo bebiendo la sed de mi lengua reducida a maldiciones deambulando por la sabana en blanco. Le estoy haciendo el sexo oral, se la estoy clavando por el tímpano a golpe de tambor. ******** 1. Palacios, Alfredo L. La fatiga y sus
proyecciones sociales. Buenos Aires, Editorial Claridad, 1944. P.39. |