La reacción de algunos funcionarios del PRD y articulistas miembros o simpatizantes de ese mismo partido condenando a los herejes que proponemos una plataforma y un gobierno de transición, es similar al pensamiento único de las derechas y al viejo apotegma stalinista de David Alfaro Siqueiros que proclamaba, sin rubor, no hay más ruta que la nuestra.

Excomulgados por estos modernos no tenemos derecho a pensar con nuestra propia cabeza ni siquiera a equivocarnos. De un plumazo nos expulsan de la de la izquierda de la Revolución Mexicana. Como no tenemos títulos burocráticos no ostentamos patentes de corso tales como Secretario General del Sindicato tal o de la ONG zutana, ni figuramos en las nóminas de ninguna jerarquía partidaria, no tenemos derecho a opinar y participar en la actual contienda electoral.

Salvo la respetuosa opinión de Martí Batres que esgrime argumentos y se pregunta si existen bases programáticas para un gobierno de transición y a quien respondo que sí, y éstas se hallan contenidas en las elaboradas en agosto del 99 por los ocho partidos que intentaron la gran alianza opositora; exceptuando sus críticas, en muchos sentidos justas, a las posiciones de Fox, las izquierdas vinculadas a las viejas tesis estatistas del cardenismo el lombardismo y el echeverrismo sólo lanzan admoniciones y condenas. ¿No convendría mas analizar por qué estamos viendo el derrumbe electoral del PRD? ¿Dónde falló la estrategia para pasar de un 26 por ciento nacional en el 97 a sólo un 9.3 en mayo del 2000, según la encuesta de Reuters?

Las izquierdas optaron desde 1988 por impulsar el cambio mediante la lucha electoral. Prácticamente todas apoyaron la candidatura de Cuauhtémoc Cárdenas y pusieron en serios aprietos al PRI. Erróneamente disolvieron los antiguos partidos socialistas y se abocaron a construir el PRD. Desde entonces algunos señalamos su inconveniencia y decidimos no ingresar al PRD. Unilateralizar la lucha al plano electoral fue muy costoso para las izquierdas. Se perdieron vínculos con el movimiento social. Las significativas presencias en varios sindicatos nacionales, como el minero metalúrgico, los de la industria automotriz, el SNTE y otras en sindicatos de empresa, desaparecieron o perdieron el rumbo y paulatinamente se transformaron en pequeños grupos contestatarios. El proceso de elaboración de un pensamiento, de una cultura autónomos se estancó. El surgimiento de un novedoso y poderoso movimiento urbano, a raíz del sismo del 85, se pervirtió dando origen a un peligroso y ominoso sistema clientelar. El derrumbe en las universidades fue estrepitoso. Por ejemplo, en la UNAM las izquierdas encabezaban un movimiento estudiantil portador de un proyecto de reforma profunda de su estructura y de transformación del contenido de la enseñanza, la investigación y la difusión. Tenían una propuesta sindical avanzada que ofrecía un proyecto diametralmente opuesto al sindicalismo oficial controlado por el Estado. Su fuerza en el ámbito intelectual y científico, parcialmente llamado académico, era creciente. Como simple dato por considerar, en 1980 el PCM tenía en la UNAM alrededor de mil 200 militantes, más de cien células y junto con otras fuerzas, como el Consejo Sindical y el PRT, eran la fuerza política, cultural e ideológica dirigente del movimiento estudiantil y de los sindicatos. Cuando se creó el PSUM la membresía de éste se redujo a 500 y no había más de tres docenas de organismos de base. Con el PMS la reducción fue mayor. Al surgir el PRD toda esta fuerza organizada desapareció y los miembros de este partido se dispersaron en la afiliación individual o en el mejor de los casos se integraron a organismos territoriales de participación exclusivamente electoral. El asunto no es meramente organizativo. Veamos. Cuando se realizó el Congreso de la UNAM, a mediados del 90, una proporción enorme de delegados al mismo eran miembros o simpatizantes del PRD, tanto estudiantes, profesores, investigadores, autoridades y trabajadores, sin embargo no fueron capaces de diseñar una estrategia común. El resultado fue perder una oportunidad, quizá única e irrepetible, por lo que hoy se vive en la UNAM, de emprender la reforma necesaria para resolver la crisis universitaria.

Mientras se producía una abjuración de los ideales socialistas en la mayoría de los militantes y sobre todo en las cúpulas de los antiguos partidos y grupos provenientes de las izquierdas no priístas, en el PRD fueron predominando los estilos, las prácticas y sobre todo la ideología de la Revolución Mexicana de los priístas, la cuestión ha llegado a límites impresionantes. Baste decir que de los cinco gobernadores, cuatro provienen del PRI, exceptuando a la actual jefa de Gobierno sustituta del DF. La razón principal para justificar la existencia del PRD está en su objetivo original de transformar el régimen político autoritario y suplirlo por uno de carácter democrático. Esta tarea se resume en la consumación de la transición democrática por la vía electoral.

El refugio en las viejas tesis lombardistas y cardenistas, resumidas en unos cuantos paradigmas del nacionalismo revolucionario: educación pública, laica y gratuita; defensa del petróleo como monopolio estatal, retorno a la propiedad ejidal en los términos del 27 constitucional antes de las reformas salinistas; economía mixta bajo la égida estatal, una inconsistente lucha contra la globalización; la sistemática batalla contra el Fobaproa; una matizada defensa de la energía eléctrica nacionalizada; el combate a la corrupción; la denuncia contra el atropello de los derechos humanos, especialmente en las matanzas de Acteal, Aguas Blancas y los centenares de perredistas asesinados y un repentino renacimiento de las ideas jacobinas (ausentes cuando se aprobaron las reformas al artículo 130 constitucional) son insuficientes para conseguir el apoyo de millones de electores necesario para estar al frente de las oposiciones capaces de vencer al PRI.

Es perfectamente válido optar por una defensa testimonia] de esos paradigmas. No es necesariamente cierto que éstos sean los perfiles de una izquierda moderna. Junto con el retroceso hacia el pensamiento único de la revolución mexicana, el PRD no pudo mostrarse como un opción de gobierno capaz de despertar la energía social y civil para realizar los cambios mínimos en su gestión en el DF. Si bien es cierto que enfrentó y enfrenta una ofensiva sistemática, como se demuestra en las campañas contra Samuel del Villar, no pudo convertir el gobierno del DF en el ejemplo a seguir y extender sus logros en el imaginario social del resto del país. La ambivalencia de las ofertas del PRD, lo fueron aprisionando. No se puede insistir, durante muchos meses, en la defensa de la Gran Alianza entre el PAN y el PRD, jugar con las figuras del agua y el aceite, para culminar con un ataque de nervios contra la antipatria cuando se descubre que quien encabeza las preferencias opositoras es justamente el antiguo recipiente de todas las virtudes como aliado para emprender el cambio.

Las izquierdas no están desgarradas sino extraviadas. Aparentar que nada ocurrió tras la caída del Muro de Berlín, fingir demencia frente a la dictadura de Castro en Cuba, reinstalar los tribunales revolucionarios para perseguir y condenar a los disidentes, ofrecer como opción principista los perfiles de una izquierda anacrónica y oficialista como el lombardismo puede ser útil para preservar los intereses de un aparato y para defender la pureza del castillo asediado, pero sirve muy poco para poner los cimientos, sólo y simplemente los cimientos de un cambio. Algunos simples ciudadanos, sin títulos y sin aparatos, hemos considerado no cruzarnos de brazos y tratar de contrarrestar el rumbo derechista del cambio sin convalidar al PRI, corriendo los riesgos de equivocarnos, aunque el 2 de diciembre estemos quizá en la oposición al primer gobierno producto de la derrota del PRI. Es sólo el comienzo, la lucha continúa.