PERSEO Y ANDRÓMEDA


Un rey cruel



El oráculo había predicho al rey Acrisio, de Argos, que sería muerto por un nieto suyo; por eso, cuando a su hija Dánae le nació un hijo, que recibió por nombre Perseo, asustado, hizo encerrar a la madre y al niño en una caja de madera, y arrojó ésta al mar desde lo alto de una roca.
Pero Zeus velaba sobre las dos víctimas inocentes. Aplacó las olas y permitió que la frágil caja arribase a una isleta de las Cícladas. El extraño cofrecito fue recogido por algunos pescadores, que lo llevaron al rey Polidecto. Imaginad el asombro del soberano cuando, al abrir la caja, encontró dentro de ella aquella espléndida joven y aquel maravilloso niño. Acogió a los dos náufragos en su corte, e impresionado por la belleza de la madre, deseó casarse con ella y educar al hijo.

Pasaron los años y Perseo creció cada vez más bello y más fuerte. Dánae estaba orgullosa de él. En cambio, Polidecto odiaba al joven, a quien consideraba como un obstáculo para sus nupcias con la madre. Por ello, decidido a deshacerse de él, lo mandó llamar y le dijo:

-Perseo, te he criado y he hecho mucho por ti; a cambio de los servicios que te he prestado, quiero que me traigas la cabeza de Medusa.

Ante aquellas palabras, Perseo se amedrantó, porque para él significaba una condena a muerte. En efecto, Medusa, una de las gorgonas, era un monstruo espantoso de brazos de bronce, alas de oro, cabeza horrible, coronada de serpientes en lugar de cabellos, y ojos que petrificaban a los que miraban. Sin embargo, el joven no osó negarse a acometer aquella desesperada empresa. Se despidió de su madre, que lloraba desconsoladamente, y se dirigió a la costa para embarcar.

Mariluz


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