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"... el fin justifica la dignidad precaria."
N. Piñon
Mentía. Y eran una cantidad de días hechos de paja e inobservancias, hechos de la tristeza única del hueso. Así era la vida en realidad y no aquel aglomerado de frases bonitas que ella derramaba en el teléfono con las amigas. Y no una aventura centellante como el esmalte con el que pintaba las uñas largas descansadísimas, aburridas.
Mentía con seguridad cuando aquel hombre se aproximaba noche tras noche aquel olor desconocido año tras año falsificando gemidos, arrugando sábanas con una avidez de brazos y piernas que en verdad dolían de tanto estar estáticos, ausentes de reales abrazos, largos silencios doloridos.
Mentía cuando aquella sonrisa dulcísima, ácida por dentro: cansansio de eternos discursos llenos de adjetivos. Subordinación de frases. Era para ser simple, mirada sin peso, pero decidió el destino que para ella los días serían interminables, el tiempo invisible enemigo, historia de una banalidad deshecha, cúmulo de descartables. Así el resumen de la vida, atrapada en fotos de hijos en la playa, tortas de cumpleaños, y el césped que precisa ser nuevamente cortado y el césped que muere con una helada más fuerte y el césped que brota. Y las hiervas dañinas robando la belleza del verde, saboteando, suprimiendo lentamente, agotando la fuerza, el sentido de una integridad blanda y equilibrada. Los días.
Era así la solidez de los definitivos, la emergencia de las arrugas alrededor de la boca, el gusto de las frases tragadas, la palidez de las miradas vertiendo oraciones obvias y sutiles como el polvo que se acumula sobre los muebles antiguos, infringiendo la perfecta blandura del terciopelo importado, la sobriedad de una vajilla de plata parte de una herencia. Por eso mentía. En las fotos, en la hora del brindis, en los abrazos, en la más sonora risa, mentía.
Por eso decía Sí, como si tanto hiciese, o sin hecho siempre cualquier otra cosa, siendo apenas sonido para indicar que ahí alguien aún respira, que alguien no siente añoranza, que alguien, apesar de todo, sobrevive y con seguridad ya no se arrepiente de haber un día escogido aquella puerta macisa. Sólo por la riqueza de la cerradura dorada.