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Desde pequeña conviví con el arte. Mi padre, un romántico por naturaleza, obsequiaba a mi madre con acrósticos, poemas y bellos dibujos, además de objetos hechos por él mismo con varias técnicas que demostraban su sensibilidad artística.
Aún cuando niña, además de los juegos habituales, me gustaba bailar, cantar, dibujar, inventar historias y fantasear viajes y aventuras en las cuales siempre era la heroína.
A los 8 años, después de haber visto una película de vaqueros con romance y aventura, fascinada por la historia, y con lápiz y papel en manos, medio que escondida en un rinconcito de la sala de estar, reescribí lo que había visto y me había gustado, dando inicio a una serie interminable de escritos, de los cuales guardo hasta hoy poemas, pensamientos, pequeños cuentos y crónicas.
Mi corazón oscilaba entre esas dos formas de arte: las palabras y los colores.
Decidir no era fácil, pues una completaba a la otra. Por eso, no decidí...
Desde entonces, mi dedicación a ambas ha brindado muchas alegrías a mi corazón, poéticamente coloreado por acuarelas, crónicas y poemas.
Traducción de Raquel Orlovitz Levitas