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Creo
que son varias ideas, y no pretendo hacer un desarrollo de cada una, quizás
pueda tratarse de casi una enumeración de las ideas que yo me traje
y algún comentario de lo que cada una implica para mí, en
función de lo que tenía cuando empecé a escuchar.
Tal
vez la idea más abarcativa es la de un proceso de mediación
acomodado para quien trabajamos, y no al revés. Es obvio que así
debe ser, pero en la práctica a veces no lo es tanto, más
cuando nos sentimos inseguros, y reglas que vivimos como imprescindibles
son una baranda de donde agarrarse, para no caerse. Y esto me remite a
algún malestar que he sentido en mi práctica, cuando, por
ejemplo, un discurso de apertura prolijamente expuesto no es escuchado,
porque me doy cuenta que no es escuchado, o no tiene un lugar donde asentar
en quienes me escuchan, y esto me ha permitido algunas modificaciones,
alguna remisión en mi discurso sobre las diferencias entre un juez
y un mediador y entre el proceso judicial y la mediación, porque
parto de la hipótesis que en el sistema en el que trabajo, quienes
llegan a mediación llegaron buscando a un juez que impusiera una
justicia para alguien sentía postergada en su historia. O tal vez
a un protagonismo de quien viene buscando una solución, que es promulgado,
pero dentro de un sistema que se caracterizó durante años
por imposiciones que pretendían ser soluciones que no tenían
en cuenta la realidad de quien la recibía, y tal vez las palabras
que hablan de protagonismo se esfuman en el edificio de los Juzgados de
Familia y el imaginario social que lo significa. Entonces he aprendido
a volver muchas veces, más de las que yo suponía que eran
necesarias, sobre la importancia de que cada uno tome decisiones, sobre
la posibilidad de no continuar con nuestra conversación si esto
es lo que creen que es mejor, o insistir en que no me siento convencida
del convencimiento de ellos.
Morrone
mostró una mirada sobre el dilema ético frente al señor
o la señora que oculta información sobre su situación
financiera, que indicaba que este dilema, tan difícil de manejar,
nos lo creamos nosotros mismos, con nuestras reglas. Y polémicamente,
planteó que si la ley lo prescribe, y esto nos crea un problema,
cambiemos la ley. Esto me remite a esta idea de ética constructivista
que dice que cada ser humano debe asumir la responsabilidad de las realidades
que construye, y un bonito ejemplo de recursividad, en la que mediación,
partes y mediación quedan atrapados por las reglas que deberían
liberarlos. También me recuerda una anécdota que me comentó
un mediador en Mendoza: en una discusión sobre las posibilidades
de la neutralidad, un mediador logró tranquilizarse recordando a
sus colegas que la ley dice que el mediador debe ser neutral. Esto no es
una actitud coherente con la epistemología propia de la mediación,
es un movimiento por el cual depositamos en la ley la responsabilidad de
nuestras decisiones. Y se me ocurren en principio dos actitudes frente
a la mirada de Morrone: o decimos que él se equivoca o su cultura
es muy diferente al nuestra entonces su experiencia no nos sirve, o lo
incluimos, lo pensamos, lo mezclamos con lo nuestro, y tal vez podamos
construir algo mejor o al menos más cómodo.
El
mediador como un gran colaborador en la construcción de una solución.
Es una de las mejores definiciones de no neutralidad que he escuchado.
Y si pensamos desde dónde nos es posible, creo que podemos colaborar
desde lo que somos como mediadores y como personas, cómo separar
un perfil del otro, tal vez como no es posible separar en ese hombre a
mi ex – marido y al padre de mis hijos (soy mujer, inevitablemente).
Hay
fórmulas que se han propuesto como modos de lograr la neutralidad,
la más ingenua es la de la objetividad que se lleva muy mal con
los conceptos constructivistas y la tan mentada en nuestro ámbito
teoría del observador. Otras más elaboradas, como la curiosidad
de Cecchin o la deneutralidad de Sara Cobb. A mí modo de entender
las cosas, considero que al menos las dos últimas son herramientas
muy útiles, pero sus planteos pueden confundir y ayudar a sostener
la convicción de que es posible ser neutral. Una postura más
radical al respecto es la que indica que no es posible, y tenemos que encontrar
el modo operativo de no ser neutrales. Haciendo un pasaje del concepto
de influencia que Watzlawick expone en Cambio para la terapia familiar,
estoy pensando que no nos es posible no involucrarnos e influir desde quienes
somos, qué pensamos, cómo actuamos, a las familias con las
que trabajamos, y que nuestra responsabilidad profesional es la de involucrarnos
de un modo operativo, que ayude a los otros a encontrar una salida al callejón
en el que se encuentran.
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