Rafael María de Mendive
(1821-1886)
A un arroyo
¡Cuán lento
vas, arroyo cristalino,
con expresión sencilla,
rizando en tu camino
la verde alfombra de flotante lino,
que blando crece en tu espumosa orilla!
¡Cuán bellas
corren, removiendo arenas,
ceñidas amapolas
y blancas azucenas,
en breves giros las modestas olas
que nacen en tus márgenes serenas!
Cantando amor las aves melodiosas
se miran dulcemente,
cual visiones hermosas,
en el espejo claro y transparente
de tus humildes aguas silenciosas.
La verde selva y la feraz
llanura
te ofrecen regaladas
su plácida verdura;
y en grato son las brisas perfumadas
tranquilas besan tu corriente pura.
Suaves te dan los bosques
sus aromas;
los valles sus primores;
las selvas, sus palomas;
su sombra grata, las enhiestas lomas
y el cielo mismo su dosel de amores.
Y en las de mayo hermosas
alboradas,
flotando en tus espumas,
te arrullan sosegadas
del blanco cisne las brillantes plumas,
¡las hojas por los céfiros llevadas!
Hijo, tal vez, de agreste
peña dura,
tu manantial de plata
por la inmensa llanura.
como una cinta blanca se dilata
ceñida de riquísima verdura.
Y ajeno de ansiedad y de
pesares
por selvas y palmares,
sin suspirar congojas,
tranquilo vas al seno de los mares
cubierto siempre de fragantes hojas.
Niño también
me deslicé inocente,
con paso indiferente,
sin soñar en amores,
tras el vivo matiz de hermosas flores
y el límpido cristal de mansa fuente.
Y libre como garza voladora,
con infantil decoro
y gracia encantadora,
besando fuí tus arenillas de oro
al tibio rayo de la blanca aurora.
Entonces, ¡ay!, ¡con
cuán brillante arreo
agitaba mis alas
en loco devaneo,
cercado siempre de celestes galas
por los eternos campos del deseo!
Mas de entonces, ahora...
¡cuántos daños
han causado a mi vida
los tristes desengaños!
¡Una tras otra la ilusión perdida
bajo el peso terrible de los años!
Yo soy aquel infante candoroso
de la guedejas blondas,
y mirar cariñoso,
que tantas veces se agitó en tus ondas
como entre flores el sunsun hermoso.
Yo soy el mismo; pero el
alma mía;
tristemente ha perdido
su inefable alegría,
y en vano busca en tu corriente fría
la imagen bella de su abril florido.
Sigamos, ¡ay!, sigamos
la jornada,
llorando yo mis penas
con alma resignada,
y tú besando el manto de azucenas
que se mece en tu margen sosegada.
Tal vez mañana, triste
y abatido
por los placeres vanos,
aquí vendré perdido,
de horrible tedio el corazón herido,
mustia la frente y los cabellos canos.
Y sentado en tu margen fresca
y grata,
con íntima alegría,
veré cual se retrata
sobre tus ondas de color de plata
la imagen, ¡ay!, de mi vejez sombría.
Prosigue, pues, arroyo,
tu carrera,
mientras voy aspirando
de hermosa primavera
el celestial aroma en tu ribera,
tus ondas con mis lágrimas mezclando;
que iguales en la vida y
en la suerte,
uno será el destino,
inexorable y fuerte,
que a los dos nos sorprenda en el camino,
¡y nos lleve al abismo de la muerte!
Ilustración: Mural del pintor cubano Ramos en el vestíbulo del Edificio Bacardí en La Habana.
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