Manuel Justo de Rubalcava
(1769-1805)
Silva cubana
Más suave que la pera en Cuba es la gratísima guayaba al gusto lisonjera, y la que en dulce todo el mundo alaba, cuya planta exquisita divierte al hambre y aun la sed limita.
El marañón fragante más grato que la guinda si madura, el color rozagante ¡oh!, Adonis en lo pálido figura; árbol, ¡oh maravilla!, que echa el fruto después de la semilla.
La guanábana enorme que agobia el tronco con el dulce peso, cuya fruta disforme a los rústicos sirve de embeleso, un corazón figura y al hombre da vigor con su frescura.
Misterioso el caimito, con los rayos de Cyntio reluciente, en todo su círcuito morado y verde, el fruto hace patente, cuyo tronco lozano ofrece en cada hoja un busto a Jano.
La papaya sabrosa al melón en su forma parecida, pero más generosa para volver la vacilante vida al ético achacoso, árbol al apetito provechoso.
El célebre aguacate que aborrece al principio el europeo, y aunque jamás lo cale con el verdor seduce su deseo, y halla un fruto exquisito si lo mezcla con sal el apetito.
La jagua sustanciosa con el queso cuajado de la leche, es aún más deliciosa que la amarga aceituna en escabeche; no se prefiere el óleo que difunde, porque acá la manteca lo confunde.
El mamey, celebrado por ser ambo en la especie, uno amarillo y el otro colorado, en el sabor mejor es que el membrillo, y en los rigores de la estiva seca la blanda fruta del mamón manteca.
El mamoncillo tierno a las mujeres y a los niños grato; y, pasado el invierno, topo de los frutales el boniato, y el sabroso ciruelo que sin hoja amarillo o morado, el feto arroja.
Amable más que el guindo y que el árbol precioso de la uva es acá el tamarindo; licores admirables saca Cuba de su fruto precioso, que fermenta, almácigo mejor que Horacio mienta.
El Argos de las frutas es el anón, que a Juno he consagrado; fruto tan delicado que reina en todas las especies brutas, de ojos lleno su cuerpo granuloso, el néctar comparable en lo sabroso.
La piña, que produce no Atis en fruta que prodiga el pino, que la apetencia induce, sino la piña con sabor divino, planta que con dulcísimo decoro aforra el gusto con escamas de oro.
El níspero apiñado por la copia del fruto y de la hoja, en más supremo grado que las que el marzo con crueldad despoja, árbol que, madurando, pende y cría dulcísimos racimos de ambrosía.
El coco cuyo tronco ruidoso con su verde cabellera, aunque encorvado y bronco, hace al hombre la vida placentera y es su fruto exquisito mejor plato a la sed y al apetito.
El plátano frondoso... Pero, ¡oh Musa!, ¿qué fruto ha dado al orbe como aquel prodigioso que todo el gremio vegetal absorbe! Al maná milagroso parecido verde o seco del hombre apetecido?
No te canses, ¡oh numen!, en alumbrar especies pomonanas, pues no tienen resumen las del cuerpo floral de las Indianas, pues a favor producen de Cibeles pan, las raíces y las cañas, mieles.
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