En el país de * , el Líder sintió un día próxima la muerte. Al no haber decidido aún a quién traspasaría todos sus poderes, convocó a los cuatro ministros del reino para que le ayudasen a decidir quién sería su sucesor.
Reunidos todos en la sala del trono, habló primero el Ministro de Seguridad Nacional:
-Mi señor, pienso que debemos seguir la tradición de los paises adyacentes. Su primogénito es un caballero leal y parece tener madera de buen gobernante. Además, mediante este sistema habríamos resuelto para siempre el problema, pues su hijo pasaría a su vez sus poderes a su propio hijo, conservándose así la sagrada estirpe de nuestro fundador.
Finalizada su exposición, avanzó el Ministro de Asuntos Religiosos:
-Mi buen señor, todos sabemos que el más noble de cuantos caballeros hay en el reino es Teobaldo. Dios lo ha elegido como su luz y su espada en el mundo. Es bueno con los justos e implacable con los malvados. El puesto debe ser para él, está escrito.
Una vez hubo terminado, el Ministro de Justicia se dirigió a todos del siguiente modo:
-Desde antiguo, unos creen ver virtudes en aquellos en los que otros sólo observan defectos. Sería cuestión, entonces, de lograr el máximo acuerdo posible respecto a quién ha de ser vuestro sucesor. Para ello, propongo que cada uno de nosotros, así como el resto de ministros del reino, deposite en un ánfora un papel con el nombre de aquél por quien desearía ser gobernado. El nombre que más veces aparezca será el de aquél que nos gobierne.
Desde un rincón, el Ministro de la Guerra escuchaba cabizbajo, sin decir nada. Intrigado por este silencio, el Líder le pidió que se acercase y compartiese con ellos sus pensamientos. Todos esperaban su opinión, pues lo consideraban el más sabio de entre ellos. El ministro habló, pausadamente:
-Me temo que nunca nos pondremos de acuerdo, y ello nos conducirá a una guerra fratricida. Se impone, pues, una solución de consenso. Mi propuesta es la siguiente: Debeis nombrar rey a vuestro primogénito, caudillo y jefe religioso a Teobaldo, y jefe del gobierno a aquél cuyo nombre se decida en la urna. El poder será de todos y de ninguno. La autoridad, siendo una sola, tendrá tres cabezas.
El Líder meditó largamente estas palabras. Después pidió al Ministro de la Guerra que se acercase. Incorporándose con dificultad, lo abrazó, diciéndole:
-Sólo tú comprendes cuanto quiero a mi pueblo, y cuanto deseo que haya paz y prosperidad. Tu solución es la más razonable. Te estoy inmensamente agradecido, y quiero corresponder concediéndote aquello que desees.
-Mi señor, mi único deseo es bien pobre, y sin embargo es lo que más anhelo en este mundo ¿Me concederías el título de director del diario del reino?
El Líder estalló en carcajadas. No paró de reir durante varios días. Ni siquiera cuando hizo que cortasen la cabeza a su Ministro de la Guerra, bajo la acusación de traición.