Nació en El Escorial en 1784, tercer hijo de Carlos IV y de María Luisa de Parma. Cuidó de su educación el intrigante canónigo Escoiquiz, quien alentó la desconfianza y el resentimiento que en el joven príncipe producían el despego de sus padres y la privanza escandalosa de Godoy. En 1802 contrajo matrimonio con María Antonia de Nápoles, que lloró de desesperación al verle por primera vez; su suegra describía a Fernando como "de horrible aspecto", aludiendo a su gordura (llegó a pesar más de 100 kgs.), su voz aflautada y su carácter apático. Con el tiempo su esposa le tomó afecto y le movió a afirmar su personalidad, pero la princesa falleció en 1806 y Escoiquiz recuperó toda su influencia sobre Fernando, alentándole en sus conspiraciones (se puso secretamente en contacto con Napoleón y le pidió una princesa de su familia por esposa), hasta que la trama fue descubierta y dio lugar al proceso de El Escorial (octubre 1807-enero 1808). Sólo dos meses más tarde el motín de Aranjuez alcanzaba pleno éxito: Godoy fue destituido, Carlos IV abdicó en su hijo y Fernando VII comenzó a reinar (19 marzo 1808), en medio del entusiasmo popular, ya que se le consideraba como una víctima del odiado Godoy, de quien se temía incluso que pretendiera suplantarle en el trono. Pero los franceses habían penetrado ya en España (no para ayudar a Fernando, como pensaban muchos, sino para realizar sus propios designios) y el joven rey emprendió viaje para entrevistarse con Napoleón (10 de abril). El 20 de Abril atravesó la frontera francesa y en los primeros días de mayo tuvieron lugar las tempestuosas entrevistas de Bayona, que culminaron en la devolución de la corona a su padre, que la cedió por su parte a Napoleón, quien la destinaba a su hermano José. Fernando, su hermano Carlos y su tío Antonio marcharon entonces al dorado cautiverio del castillo de Valençay, donde pasaron cerca de seis años, prodigando muestras de adhesión a Bonaparte y dedicados a ocupaciones tales como el bordado. Mientras tanto el pueblo español, que no aceptaba otro soberano que "el idolatrado Fernando", reñía la larga y sangrienta guerra de la Independencia. En diciembre de 1813 Napoleón firmó una paz por separado con Fernando (tratado de Valençay) y le dejó en libertad; éste penetró en España por tierras gerundenses (marzo 1814) y se dirigió a Valencia, donde, con el apoyo del general Elío y de un grupo de políticos reaccionarios, emitió el decreto de 4 de mayo de 1814, que implicaba un verdadero golpe de estado, ya que derogaba la constitución de 1812 y anulaba toda la obra legislativa efectuada en el transcurso de los años de guerra, reinstaurando el puro y simple absolutismo. Comenzó entonces la persecución de los liberales, mientras los gobiernos se debatían en la impotencia, tanto por la ineptitud de los ministros (muchos de ellos eran miembros de la camarilla, sin más cualificación que la confianza personal del monarca), como por la ruina total de la hacienda, que hacía imposible la soñada reconquista de las colonias americanas emancipadas y el retorno de España al rango de potencia europea. Se intentó frenar esta desastrosa situación confiando el poder al equipo moderado encabezado por León y Pizarro y por Garay, uno de cuyos propósitos esenciales era el restablecimiento de la hacienda, pero la experiencia duró menos de dos años (1816-1818) y se frustró por la hostilidad de los privilegiados. Fernando casó en 1816, en segundas nupcias, con María Isabel de Braganza, de quien tuvo una hija, muerta a los cinco meses; también la reina falleció poco después (diciembre 1818), y en octubre de 1819 el rey contrajo un tercer matrimonio con María Josefa Amalia de Sajonia, mujer poco agraciada, muy devota y aficionada a la poesía. Desde 1814 se habían sucedido una serie de infructuosas tentativas de pronunciamiento constitucional (Espoz y Mina, Porlier, Richard, Lacy, Vidal, etc.) que acabaron anegadas en sangre. Tampoco parecía que fuese a tener éxito el iniciado en enero de 1820 por Riego en Cabezas de San Juan, al frente de tropas preparadas para su traslado a América; pero esta vez el pronunciamiento desencadenó un proceso revolucionario en diversas ciudades españolas, y Fernando se vio obligado a jurar la constitución de 1812 (marzo de 1820) y a anunciar su propósito de marchar francamente "por la senda constitucional". La buena voluntad que pudiera haber en esta promesa se frustró muy pronto ante la intransigencia de los exaltados y la incapacidad del rey para adaptarse a las funciones de monarca constitucional (crisis de la coletilla, etc.). Tras el fracasado levantamiento de la guardia real en julio de 1822, se produjo una radicalización en el gobierno, y Fernando dirigió angustiosas demandas de ayuda a los soberanos de la Santa Alianza, quienes en el congreso de Verona (octubre-noviembre 1822) decidieron confiar a Francia la misión de aplastar el régimen liberal español. El ejército llamado de los Cien mil hijos de san Luis invadió la península (abril 1823), dirigido por el duque de Angulema y apoyado por los guerrilleros realistas (ejército de la fe). Ante el avance francés, los diputados se trasladaron con el monarca a Sevilla y le obligaron más tarde a acompañarles a Cádiz (para lo que fue preciso declararle incapacitado temporalmente), pero terminaron accediendo a dejarle marchar en libertad (a lo que no fueron extraños los cuantiosos sobornos repartidos entre cientos de diputados por los franceses) y huyeron de la prevista represión. En efecto, apenas retornado a su poder absoluto (1 octubre 1823), el rey ignoró todas las promesas de perdón que había hecho e inició una nueva y feroz represión. Comenzaba así la llamada "década ominosa", que suele caracterizarse como una política de absolutismo extremo y por la preponderancia personal de Calomarde. Ambos extremos deben ser matizados. Calomarde era simplemente un servidor de confianza, y el grupo político más influyente parece haber sido el que existía en torno al ministro de hacienda López Ballesteros. Tampoco se puso el rey en manos de unos sectores reaccionarios que, a pretexto del más exaltado monarquismo, pretendían dominarle: no aceptó restablecer la Inquisición, sino que prefirió organizar un cuerpo de policía estatal, ni quiso dejar a los voluntarios realistas como única fuerza armada, sino que rehízo el ejército regular, que había quedado desarticulado por la emigración o separación de los oficiales liberales. Los sectores reaccionarios extremos (los apostólicos) apoyaron desde entonces la candidatura al trono del infante Carlos y promovieron diversas intentonas de signo más o menos abiertamente carlista (pronunciamiento de Bessières, manifiesto realista de 1826, guerra de los agraviados de 1827, etc.), sin romper públicamente con el rey, ya que la falta de sucesión de éste aseguraba la herencia al infante Carlos. Fernando VII vivió estos diez años con el doble temor a sus enemigos absolutistas y liberales, controlando los intentos de los primeros con una mezcla de astucia y fuerza, y reprimiendo sangrientamente los pronunciamientos liberales (generalmente se trataba de desembarcos, organizados desde Gibraltar; desde 1830, con el triunfo de la revolución en Francia, se organizaron también a través de los Pirineos, pero fueron igualmente infructuosos). Muerta su tercera esposa en 1829, el rey contrajo matrimonio con su sobrina María Cristina de Borbón dentro del mismo año. Se produjo entonces la promulgación de la Pragmática sanción de 1789 (marzo 1830), que restablecía el uso tradicional español de que pudieran heredar el trono las hembras, y seis meses más tarde nacía una infanta, la futura Isabel II. Las esperanzas de los apostólicos resultaban así seriamente amenazadas, pero todavía en septiembre de 1832, mientras el rey parecía agonizar, intentaron un golpe de fuerza palaciego que asegurase la sucesión al infante Carlos: los llamados sucesos de La Granja. Fracasado el intento, no quedaba otro camino que el de la rebelión abierta: el infante Carlos marchó a Portugal y la insurrección carlista comenzó inmediatamente (sin aguardar a la muerte del rey, como pretende una tradición muy extendida). María Cristina, convertida en reina gobernadora durante la enfermedad de su esposo, inició una etapa de conciliación (reapertura de las universidades, amnistía) con el gobierno moderado de Zea Bermúdez, en una línea de actuación política que fue confirmada por Fernando en el último año de su vida. Se iniciaba así la transición y el acercamiento entre la monarquía y el liberalismo moderado, unidos frente al enemigo común del carlismo. Fernando VII murió en Madrid en 1833.