Declaración
conjunta de Izquierda Revolucionaria y JRE
El pasado 22 de mayo una
mayoría de irlandenses de uno y otro lado de la frontera refrendaron
el Acuerdo de Paz de Stormont. En la República de Irlanda el respaldo
al acuerdo rozó el 95% del voto. En el Norte, el sí superó
ligeramente el 70% del voto total, mientras que el no se acercó
peligrosamente al 30%. Como en el Sur, el apoyo en las zonas católicas
fue muy amplio. Según todas las estimaciones superó holgadamente
el 90%. La incógnita está en el voto de las zonas protestantes
donde se declaró una inmediata guerra de cifras entre los partidarios
del sí y los del no. Todo parece indicar que la comunidad protestante
se ha dividido por la mitad.
Tras el asesinato de los
tres niños de Portdown por paramilitares protestantes y el atentado
de Omagh, la pregunta que está en el aire es si este acuerdo va
a traer la paz de verdad. Y para ello nos tendremos que preguntar por el
origen del conflicto anglo-irlandés y la naturaleza del acuerdo
mismo.
La Isla de Irlanda fue la primera
colonia británica. Durante siglos, el Reino Unido aplicó
una política salvaje de apartheid contra la población irlandesa
que sufrió hambrunas masivas y un genocidio premeditado.
COLONIZACIÓN
Cientos de miles de irlandeses, aproximadamente
la mitad de la población, huyeron hacia Estados Unidos donde se
establecieron. Al mismo tiempo, la Corona británica alentó
la colonización del Norte de la isla por campesinos pobres escoceses,
a los que se les entregaron las tierras expropiadas a los nativos irlandenses.
De esta manera, Inglaterra creó una fuerte base de apoyo entre los
inmigrantes que estaban ligados a la Corona británica y separados
de la población irlandesa por la cultura, la lengua, la religión
y por intereses económicos.
La respuesta de los irlandenses fue
una mezcla de sublevaciones, terrorismo, campañas de desobediencia
civil, huelgas generales y guerra de guerrillas contra los británicos.
Como anécdota, es interesante recordar que el verbo “boicotear”
es de origen irlandés y viene de un tal capitán Boycott,
cruel terrateniente inglés al que los jornaleros irlandenses
castigaron negándose a cualquier tipo de trato: ni se le dirigía
la palabra, ni se vendía o compraba sus productos.
PARTICIÓN
En la Semana Santa de 1916, en plena
guerra mundial, se produjo una insurrección popular que fue aplastada
por el ejército británico. A pesar del fracaso de la insurrección,
el Reino Unido se vió obligado a retirarse en 1921 tras un acuerdo
de paz que dividía la isla de Irlanda y que desencadenó una
guerra civil en el Sur, donde hubo más muertes y atrocidades entre
irlandenses que en todas las anteriores luchas contra los ingleses en ese
siglo.
Los 26 condados del Sur, de mayoría
aplastantemente católica, crearon el Estado Libre de Irlanda, pero
Gran Bretaña retuvo bajo su control los seis condados industrializados
del Norte, cuatro de mayoría protestante y dos con mayoría
católica. Los sectores opuestos a la partición crearon entonces
el Ejército Repúblicano Irlandés (IRA), organización
armada clandestina que pretendía la reunificación de la isla
mediante métodos de sabotaje y terrorismo.
Con la división de la isla,
el colonialismo británico creó artificialmente el problema
del Ulster y lo utilizó conscientemente para dividir a la población
en líneas nacionales y así poder asegurar mejor su dominio
sobre Irlanda.
DISCRIMINACIÓN
La minoría católica del
Ulster fue discriminada, negándosele los derechos civiles básicos,
más o menos como a los negros en USA. Los católicos fueron
excluidos de la administración pública y accedían
a los peores trabajos. El desempleo, la miseria y la falta de viviendas
les afectaba considerablemente. Además, soportaban la represión
indiscriminada de la odiada policía protestante del Ulster, el Royal
Ulster Constabulary (RUC) y de los grupos paramilitares protestantes, tolerados
por la Corona.
A finales de los ’60, la población
católica se levantó pacíficamente en un movimiento
masivo de protesta exigiendo el reconocimiento de sus derechos. Al principio,
este movimiento contó incluso con el apoyo de los sindicatos –que
nunca se han dividido en líneas nacionales- y la simpatía
de amplios sectores protestantes. Para romper el movimiento, los grupos
sectarios protestantes, con la complicidad de la policía y el Gobierno,
atacaron las manifestaciones y organizaron incursiones militares contra
los barrios católicos desarmados e indefensos.
EL IRA PROVISIONAL
Durante años el IRA mantuvo
la guerra contra los británicos. La última campaña
se desarrolló en los ’50 y consistió en una serie de ataques
contra los cuarteles de la policía situados en la frontera. Esta
campaña, al igual que las demás fracasó, debido a
la casi total falta de interés de la población católica
del Norte. El IRA no tenía una base social en el Norte.
En los ’60, la mayoría del IRA
se había posicionado por el abandono de la vía terrorista
y de hecho se había despojado de la mayoría de las armas:
una parte importante de este sector crearía, más tarde, el
Workers Party. De esta manera, cuando se produjeron los ataques masivos
contra los barrios católicos, la organización oficial del
IRA fue cogida por sorpresa y fue incapaz de dar una respuesta.
A raíz de esta situación,
el sector minoritario que seguía defendiendo la vía armada
creó en 1968 el llamado IRA Provisional, con el apoyo de importantes
hombres de negocios irlandenses y norteaméricanos que financiaron
la compra de armas. El vacío existente en la confusa situación
del Norte, creado por la falta de alternativas políticas, fue rápidamente
llenado por los “Provisionales” que ofrecieron a los jóvenes católicos
justo lo que necesitaban: armas para defender sus barrios y sus familias
atacadas.
En cuestión de meses, organizaciones
de masas como el movimiento pro-derechos civiles o las Juventudes Socialistas
dejaron de existir y miles de jóvenes entraron en el IRA Provisional.
Tal fue la cantidad de nuevos reclutas que el IRA Provisional “cerró
las puertas”. Por primera vez, desde la partición, el movimiento
repúblicano irlandés contó con una base de masas en
el Norte.
Ante la situación de inestabilidad
política, el Gobierno laborista británico respondió
con el envío del ejército en agosto de 1969. En un principio,
la mayoría de los católicos respaldaron la medida que interpretaban
como un intento de defenderles de los ataques sectarios. Pero, la realidad
era otra: el ejército fue desplegado para defender las inversiones
británicas y evitar una generalización del conflicto.
DOMINGO SANGRIENTO
En 1972, un regimiento de paracaidistas
reprimió una manifestación pacífica por los derechos
civiles matando a 14 católicos, la mitad de los cuales eran menores
de 20 años. Este hecho conocido como el «domingo sangriento»
y que dio lugar a una conocida canción de U2, intensificó
la lucha armada del IRA Provisional y de los grupos paramilitares protestantes,
llegándose hoy a superar los 3.000 muertos, más miles de
heridos y mutilados.
De los 3.200 muertos oficiales del
conflicto, más de 400 lo fueron por disparos del ejército
británico. Sin embargo, sólo dos soldados están en
prisión de la que saldrán próximamente. Esto evidencia
la desigual justicia que impera en el Ulster.
El ejército británico,
supuesto “salvador” y “defensor” de los católicos, empezó
una campaña contra la población católica, con la disculpa
de “luchar contra el terrorismo”: a cualquier hora del día o la
noche, los soldados británicos hacían redadas, sacando a
familias enteras a la calle y destruyendo sus casas y posesiones. Hubo
detenciones indiscriminadas y numerosos casos de torturas y malos tratos.
Muchos inocentes pasaron largos años
en las cárceles de su Graciosa Majestad por el simple hecho de haber
nacido en una zona católica. Un ejemplo de esto se encuentra en
la famosa película “En el Nombre del Padre” donde se cuenta
el caso de los cuatro de Gildford.
Tras el domingo sangriento, los paramilitares
protestantes y los repúblicanos provisionales cerraron sus respectivos
barrios, obligando a las familias de la otra comunidad a cambiar de domicilio.
Se creó un infierno de violencia, bombas, incendios, secuestros,
asesinatos y contra-asesinatos.
EL ACUERDO
Tanto los Provisionales como el UVF
o la UDA protestantes asesinaron indiscriminadamente a gente inocente en
la calle, en el autobús, en los pubs o en sus propias casas. La
gente no se sentía segura en ningún sitio. Este infierno
ha continuado hasta la declaración de alto el fuego. Una de las
últimas víctimas fue una adolescente católica de 17
años. Su crimen: enamorarse de su novio, un jóven protestante.
¿Qué es lo que ha ocurrido
para que los principales partidos políticos de las dos comunidades
se hayan puesto de acuerdo en Stormont?.
En primer lugar, la naturaleza pragmática
del acuerdo. La prensa seria británica ha sido clara. El Financial
Times, por ejemplo, dice que «el acuerdo moderniza la partición»
(16/4/98). Y así es, en la realidad. El establecimiento de una
asamblea legislativa norirlandesa y de un gobierno autónomo con
unos poderes inferiores a los de las nacionalidades históricas en
el Estado español deja al Ulster bajo soberanía británica.
La República de Irlanda, en
cambio, ha reformado su Constitución para derogar las cláusulas
que reivindican su soberanía sobre la zona ocupada por Gran Bretaña
lo que, «deja a Irlanda del Norte firmemente dentro del Reino
Unido y, por primera vez, con la aceptación y la participación
de los nacionalistas» (The Guardian, 19/4/98).
El ‘acuerdo histórico’, en consecuencia,
legitima como nunca antes la dominación británica sobre el
Norte de Irlanda. El dirigente ‘unionista’, David Trimble, lo confirmó
al señalar que «el acuerdo refuerza la unión entre
Irlanda del Norte y Gran Bretaña”. El ‘gobierno compartido’ y el
‘consejo inter-irlandés’ son el ropaje de gala que viste la entrega
constitucional de la causa nacional irlandesa.
Los aspectos más espinosos del
acuerdo como son la reforma de la policía, la retirada del ejército
y el desarme de los grupos armados se han dejado aparcados para un futuro
próximo, ya que, el desacuerdo entre los dos bandos es casi total.
INTERESES IMPERIALISTAS
Fue el presidente Clinton el que demolió
las ‘esperanzas’ del IRA de alcanzar mayores concesiones de Londres cuando,
en las últimas horas de las negociaciones y para ‘salvar’ un ‘proceso
de paz’ que se hundía por las amenazas de abandono de los unionistas,
intervino personalmente para darles a éstos un conjunto de ‘garantías’
que pueden resumirse de la siguiente manera: «ningún elemento
del acuerdo puede ser visto como susceptible de evolucionar hacia la unidad
irlandesa» (The Guardian).
«La dramática intervención
personal de Clinton permitió asegurar la firma del acuerdo histórico»,
informa el Financial Times (11/4/98). El presidente norteamericano
pasó en vela la noche de la última jornada de negociaciones,
pegado al teléfono y apurando a los negociadores, en particular
a Gerry Adams y a David Trimble. Cuando todo parecía fracasar, las
‘garantías personales’ que Adams y Trimble recibieron de Clinton
salvaron el acuerdo.
La vigilia de Clinton fue el último
paso de una concentrada intervención política. Su ‘enviado
especial’, el senador George Mitchell, dirigió las negociaciones,
que realmente comenzaron cuando el IRA declaró un ‘cese el fuego’
unilateral bajo la presión norteamericana. Desde entonces, todos
los políticos de Irlanda del Norte, de la República de Irlanda
y de Gran Bretaña fueron citados a la Casa Blanca para escuchar,
de boca de Clinton, el ‘especial interés’ de Estados Unidos en la
‘pacificación’ de Irlanda.
El gobierno norteamericano dictó
los términos de las negociaciones. Le impuso a los británicos
y a los ‘unionistas’ la participación del Sinn Fein (aunque el IRA
no entregara las armas); impidió que los británicos convocaran
a elecciones generales en el Ulster antes de la firma del acuerdo (para
presentarlas como un hecho consumado a los nacionalistas); impuso a los
‘unionistas’ la formación del ‘Consejo inter-irlandés’, al
que éstos se oponían cerradamente porque lo consideran un
‘embrión’ de un Estado unificado.
¿Qué hay detrás
de este especial interés de Estados Unidos en el Acuerdo de Paz?
Aparte de los más de 30 millones de irlandenses norteaméricanos,
una de las principales razones es la creciente inversión norteaméricana
en Irlanda.
Gran parte del milagro económico
irlandés -Irlanda es el país europeo con mayor crecimiento
económico en la presente década- se ha debido al interés
de las empresas americanas por asegurarse en Irlanda una cabeza de puente
comercial cara a la futura fortaleza europea, de claro predominio franco-alemán.
«Hoy existe una evidente red de lobbistas norteamericano-irlandeses
que intentan apoyar un desenvolvimiento pacífico en Irlanda del
Norte y las relaciones entre las dos regiones». (The Economist, 21/3/98).
En segundo lugar, a los británicos
ya les estaba resultando insostenible esta situación de inestabilidad
política y social que se alarga ya por tres décadas.
Londres invierte anualmente un billón
de pesetas en el Ulster, una cuarta parte sólo en mantener el despliegue
del ejército y la policía. Además, el 40% de la población
nor-irlandesa depende de la ayuda estatal, frente a una media del 25% en
el conjunto del Reino Unido. Se calcula que existe un paro estructural
de larga duración del orden del 7% de la población activa
sólo debido a los problemas creados por el conflicto armado.
Por otro lado, el Reino Unido no necesita
mantener el control militar directo, ya que, en la práctica, la
economía nor-irlandesa es un mero satélite de la economía
británica. Paradójicamente, a los dirigentes británicos
les gustaría poder retirarse de Irlanda del Norte. El problema,
hasta ahora, ha sido el enclave unionista pro-británico creado en
el Norte que ha dificultado la total retirada británica y una eventual
reunificación de la isla.
Cuando se produjo la división
de la isla, el Sur era un país agrícola, atrasado culturalmente,
con un sobrepeso del catolicismo en la vida cotidiana. El Norte, sin embargo,
se beneficiaba del Estado del bienestar británico y disponía
de una legislación más abierta, donde el divorcio y el aborto
no estaban perseguidos por ley. Todo esto ha influido notablemente en el
hecho de que la comunidad pro-británica no quiera ni oír
hablar de reunificación de las dos Irlandas pues en ese escenario
pasarían de su actual posición mayoritaria en el Norte a
ser una minoría en el marco de una Irlanda unida.
Hoy, sin embargo, la renta per capita
de la República de Irlanda está tres puntos por encima de
la media europea, mientras que la británica está dos puntos
por debajo y el Ulster es una región económicamente deprimida
y asolada por el conflicto sectario.
La nueva situación política
en el Reino Unido también ha resultado decisiva. Tras la masiva
victoria electoral de Tony Blair y su «Nuevo Laborismo», los
representantes unionistas en el Parlamento británico no fueron necesarios
para mantener ninguna mayoría gubernamental, lo que acabó
con años en que una minoría de diputados protestantes norirlandenses
chantajeaban al Gobierno de Londres a cambio de apoyo parlamentario.
¿RENDICIÓN DEL IRA?
En el lado irlandés, Gerry Adams
y el Sinn Fein, brazo político del IRA, han reconocido que tras
30 años de terrorismo el objetivo de una Irlanda unida estaba tan
lejos como cuando empezó el conflicto. El IRA ha reconocido la imposibilidad
de una derrota militar del ejército británico. En este sentido,
se puede hablar de una cierta capitulación del IRA que, al menos,
logra sacar a los presos repúblicanos de la cárcel a cambio
del alto el fuego.
La posición del IRA y del Sinn
Fein parece, a simple vista, contradictoria. Por un lado, no renuncia a
la causa de la independencia y de la unidad nacional de Irlanda pero, por
otro lado, apoya el acuerdo que legitima la partición. ¿Porqué?
Todo indica que el Sinn Fein espera que el capital norteamericano, a corto
o medio plazo, sustituya al británico en las inversiones en Irlanda
y el Ulster, y que, por sus ‘intereses’ en ambos lados de la isla, promueva
la unidad.
Esta perspectiva se hará efectiva
o no según cómo se desarrolle el proceso de la ‘unidad europea’
y según afecte ese proceso a los intereses económicos norteaméricanos
en el viejo continente. Pero, incluso en el caso de que EEUU efectivamente
propiciase la unidad, Irlanda sólo habría cambiado la subordinación
colonial a Gran Bretaña por una subordinación semicolonial
a los Estados Unidos.
Por último, un último
factor y no menos importante: la sociedad civil. Frente a una generación
que ha crecido separada por el odio de la guerra, viviendo en barrios distintos,
comprando en tiendas diferentes y estudiando en escuelas divididas, surge
una nueva ciudadanía, fundamentalmente joven, hastiada de violencia
sectaria y de desempleo masivo que busca en la convivencia pacífica
un futuro diferente al fanatismo de sus mayores. Una ciudadanía,
que junto al movimiento obrero, se ha mantenido unida en los momentos decisivos
y que espera ansiosa nuevas oportunidades para el desarrollo económico
en paz.
¿Por qué se espera que
el acuerdo tenga éxito? Una de las razones es que, según
sostiene el director del diario irlandés Irish News, «ha
habido un gran cambio en el pensamiento nacionalista» (Financial
Times, 9/4/98); «la idea romántica de que Gran Bretaña
debe ser obligada a irse de Irlanda del Norte ha sido largamente superada»
(The Economist, 21/3/98).
Esto vale tanto para el nacionalista
‘moderado’ SDLP, como para el ‘establishment’ de la República Irlandesa
que, como se hacía notar hace ya dos años, «superó
el trauma de la partición y salió del ghetto de la anglofobia»
(Financial Times, 26/6/96).
Según los propios británicos,
con su inclusión en la Unión Europea, la burguesía
irlandesa «ganó autoconfianza» y pasó a considerarse
como la clase dirigente de «un país europeo más,
en pie de igualdad con el resto». En otras palabras, para los
grandes empresarios irlandenses —y para su representante político
en el norte, el SDLP— la unidad de Irlanda es una idea pasada de
moda.
El acuerdo satisface los intereses
de los ‘negocios’ de las empresas irlandensas y del capital norteamericano;
de los ingleses, porque refuerza y legitima la partición; y de los
políticos del SDLP y del UUP de Irlanda del Norte «que
podrán gobernar en lugar de los funcionarios designados por Gran
Bretaña» (Financial Times, 9/4/98). Precisamente, porque
satisface esos intereses, el acuerdo deja en pie la cuestión nacional
irlandesa.
Este es un acuerdo que sirve a los
intereses económicos de los poderosos, pero que no garantiza una
resolución efectiva de los problemas creados por la «cuestión
nacional» en Irlanda. Y esto es así porque la lucha nacional
está estrechamente ligada a la lucha social; los problemas sociales
y económicos causados por la partición de Irlanda no quedan
resueltos con este acuerdo, ni con ningún acuerdo que simplemente
se limite a legitimizar fronteras y a asegurar las posisiones políticas
e intereses económicos capitalistas.
El fin de esa división artificial,
la unión efectiva del norte y el sur –es decir, la unificación
de los pueblos del norte y del sur mediante una Asamblea Constituyente
conjunta– exigiría la oposición frontal al ocupante inglés
pero también a la propia burguesía irlandesa.
En este sistema en el que el beneficio
económico es la única prioridad posible, nunca permitiría
que se llevaran a cabo medidas sociales que, aunque resultasen vitales
para la mayoría de la población de la isla, pudieran afectar
a sus intereses. Por ello, la clase social llamada a llevar esta lucha
a la victoria, no es otra que la clase trabajadora que, a pesar del conflicto
sectario, se ha mantenido unida en sus organizaciones de clase.
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