Irlanda: ¿es posible la paz? (agosto '98)
Declaración conjunta de Izquierda Revolucionaria y JRE 
 
El pasado 22 de mayo una mayoría de irlandenses de uno y otro lado de la frontera refrendaron el Acuerdo de Paz de Stormont. En la República de Irlanda el respaldo al acuerdo rozó el 95% del voto. En el Norte, el sí superó ligeramente el 70% del voto total, mientras que el no se acercó peligrosamente al 30%. Como en el Sur, el apoyo en las zonas católicas fue muy amplio. Según todas las estimaciones superó holgadamente el 90%. La incógnita está en el voto de las zonas protestantes donde se declaró una inmediata guerra de cifras entre los partidarios del sí y los del no. Todo parece indicar que la comunidad protestante se ha dividido por la mitad.  

Tras el asesinato de los tres niños de Portdown por paramilitares protestantes y el atentado de Omagh, la pregunta que está en el aire es si este acuerdo va a traer la paz de verdad. Y para ello nos tendremos que preguntar por el origen del conflicto anglo-irlandés y la naturaleza del acuerdo mismo.  
  
La Isla de Irlanda fue la primera colonia británica. Durante siglos, el Reino Unido aplicó una política salvaje de apartheid contra la población irlandesa que sufrió hambrunas masivas y un genocidio premeditado. 

COLONIZACIÓN 

Cientos de miles de irlandeses, aproximadamente la mitad de la población, huyeron hacia Estados Unidos donde se establecieron. Al mismo tiempo, la Corona británica alentó la colonización del Norte de la isla por campesinos pobres escoceses, a los que se les entregaron las tierras expropiadas a los nativos irlandenses. De esta manera, Inglaterra creó una fuerte base de apoyo entre los inmigrantes que estaban ligados a la Corona británica y separados de la población irlandesa por la cultura, la lengua, la  religión y por intereses económicos. 

La respuesta de los irlandenses fue una mezcla de sublevaciones, terrorismo, campañas de desobediencia civil, huelgas generales y guerra de guerrillas contra los británicos. Como anécdota, es interesante recordar que el verbo “boicotear” es de origen irlandés y viene de un tal capitán Boycott, cruel terrateniente inglés al que los jornaleros  irlandenses castigaron negándose a cualquier tipo de trato: ni se le dirigía la palabra, ni se vendía o compraba sus productos. 

PARTICIÓN 

En la Semana Santa de 1916, en plena guerra mundial, se produjo una insurrección popular que fue aplastada por el ejército británico. A pesar del fracaso de la insurrección, el Reino Unido se vió obligado a retirarse en 1921 tras un acuerdo de paz que dividía la isla de Irlanda y que desencadenó una guerra civil en el Sur, donde hubo más muertes y atrocidades entre irlandenses que en todas las anteriores luchas contra los ingleses en ese siglo. 

Los 26 condados del Sur, de mayoría aplastantemente católica, crearon el Estado Libre de Irlanda, pero Gran Bretaña retuvo bajo su control los seis condados industrializados del Norte, cuatro de mayoría protestante y dos con mayoría católica. Los sectores opuestos a la partición crearon entonces el Ejército Repúblicano Irlandés (IRA), organización armada clandestina que pretendía la reunificación de la isla mediante métodos de sabotaje y terrorismo. 

Con la división de la isla, el colonialismo británico creó artificialmente el problema del Ulster y lo utilizó conscientemente para dividir a la población en líneas nacionales y así poder asegurar mejor su dominio sobre Irlanda. 

DISCRIMINACIÓN 

La minoría católica del Ulster fue discriminada, negándosele los derechos civiles básicos, más o menos como a los negros en USA. Los católicos fueron excluidos de la administración pública y accedían a los peores trabajos. El desempleo, la miseria y la falta de viviendas les afectaba considerablemente. Además, soportaban la represión indiscriminada de la odiada policía protestante del Ulster, el Royal Ulster Constabulary (RUC) y de los grupos paramilitares protestantes, tolerados por la Corona. 

A finales de los ’60, la población católica se levantó pacíficamente en un movimiento masivo de protesta exigiendo el reconocimiento de sus derechos. Al principio, este movimiento contó incluso con el apoyo de los sindicatos –que nunca se han dividido en líneas nacionales- y la simpatía de amplios sectores protestantes. Para romper el movimiento, los grupos sectarios protestantes, con la complicidad de la policía y el Gobierno, atacaron las manifestaciones y organizaron incursiones militares contra los barrios católicos desarmados e indefensos. 

EL IRA PROVISIONAL 

Durante años el IRA mantuvo la guerra contra los británicos. La última campaña se desarrolló en los ’50 y consistió en una serie de ataques contra los cuarteles de la policía situados en la frontera. Esta campaña, al igual que las demás fracasó, debido a la casi total falta de interés de la población católica del Norte. El IRA no tenía una base social en el Norte. 

En los ’60, la mayoría del IRA se había posicionado por el abandono de la vía terrorista y de hecho se había despojado de la mayoría de las armas: una parte importante de este sector crearía, más tarde, el Workers Party. De esta manera, cuando se produjeron los ataques masivos contra los barrios católicos, la organización oficial del IRA fue cogida por sorpresa y fue incapaz de dar una respuesta. 

A raíz de esta situación, el sector minoritario que seguía defendiendo la vía armada creó en 1968 el llamado IRA Provisional, con el apoyo de importantes hombres de negocios irlandenses y norteaméricanos que financiaron la compra de armas. El vacío existente en la confusa situación del Norte, creado por la falta de alternativas políticas, fue rápidamente llenado por los “Provisionales” que ofrecieron a los jóvenes católicos justo lo que necesitaban: armas para defender sus barrios y sus familias atacadas. 

En cuestión de meses, organizaciones de masas como el movimiento pro-derechos civiles o las Juventudes Socialistas dejaron de existir y miles de jóvenes entraron en el IRA Provisional. Tal fue la cantidad de nuevos reclutas que el IRA Provisional “cerró las puertas”. Por primera vez, desde la partición, el movimiento repúblicano irlandés contó con una base de masas en el Norte. 

Ante la situación de inestabilidad política, el Gobierno laborista británico respondió con el envío del ejército en agosto de 1969. En un principio, la mayoría de los católicos respaldaron la medida que interpretaban como un intento de defenderles de los ataques sectarios. Pero, la realidad era otra: el ejército  fue desplegado para defender las inversiones británicas y evitar una generalización del conflicto. 

DOMINGO SANGRIENTO 

En 1972, un regimiento de paracaidistas reprimió una manifestación pacífica por los derechos civiles matando a 14 católicos, la mitad de los cuales eran menores de 20 años. Este hecho conocido como el «domingo sangriento» y que dio lugar a una conocida canción de U2, intensificó la lucha armada del IRA Provisional y de los grupos paramilitares protestantes, llegándose hoy a superar los 3.000 muertos, más miles de heridos y mutilados. 

De los 3.200 muertos oficiales del conflicto, más de 400 lo fueron por disparos del ejército británico. Sin embargo, sólo dos soldados están en prisión de la que saldrán próximamente. Esto evidencia la desigual justicia que impera en el Ulster. 

El ejército británico, supuesto “salvador” y “defensor” de los católicos, empezó una campaña contra la población católica, con la disculpa de “luchar contra el terrorismo”: a cualquier hora del día o la noche, los soldados británicos hacían redadas, sacando a familias enteras a la calle y destruyendo sus casas y posesiones. Hubo detenciones indiscriminadas y numerosos casos de torturas y malos tratos. 

Muchos inocentes pasaron largos años en las cárceles de su Graciosa Majestad por el simple hecho de haber nacido en una zona católica. Un ejemplo de esto se encuentra en la famosa película “En el Nombre del Padre” donde se cuenta el caso de los cuatro de Gildford. 
Tras el domingo sangriento, los paramilitares protestantes y los repúblicanos provisionales cerraron sus respectivos barrios, obligando a las familias de la otra comunidad a cambiar de domicilio. Se creó un infierno de violencia, bombas, incendios, secuestros, asesinatos y contra-asesinatos. 

EL ACUERDO 

Tanto los Provisionales como el UVF o la UDA protestantes asesinaron indiscriminadamente a gente inocente en la calle, en el autobús, en los pubs o en sus propias casas. La gente no se sentía segura en ningún sitio. Este infierno ha continuado hasta la declaración de alto el fuego. Una de las últimas víctimas fue una adolescente católica de 17 años. Su crimen: enamorarse de su novio, un jóven protestante. 

¿Qué es lo que ha ocurrido para que los principales partidos políticos de las dos comunidades se hayan puesto de acuerdo en Stormont?. 

En primer lugar, la naturaleza pragmática del acuerdo. La prensa seria británica ha sido clara. El Financial Times, por ejemplo, dice que «el acuerdo moderniza la partición» (16/4/98). Y así es, en la realidad. El establecimiento de una asamblea legislativa norirlandesa y de un gobierno autónomo con unos poderes inferiores a los de las nacionalidades históricas en el Estado español deja al Ulster bajo soberanía británica. 

La República de Irlanda, en cambio, ha reformado su Constitución para derogar las cláusulas que reivindican su soberanía sobre la zona ocupada por Gran Bretaña lo que, «deja a Irlanda del Norte firmemente dentro del Reino Unido y, por primera vez, con la aceptación y la participación de los nacionalistas» (The Guardian, 19/4/98). 

El ‘acuerdo histórico’, en consecuencia, legitima como nunca antes la dominación británica sobre el Norte de Irlanda. El dirigente ‘unionista’, David Trimble, lo confirmó al señalar que «el acuerdo refuerza la unión entre Irlanda del Norte y Gran Bretaña”. El ‘gobierno compartido’ y el ‘consejo inter-irlandés’ son el ropaje de gala que viste la entrega constitucional de la causa nacional irlandesa. 

Los aspectos más espinosos del acuerdo como son la reforma de la policía, la retirada del ejército y el desarme de los grupos armados se han dejado aparcados para un futuro próximo, ya que, el desacuerdo entre los dos bandos es casi total. 

INTERESES IMPERIALISTAS 

Fue el presidente Clinton el que demolió las ‘esperanzas’ del IRA de alcanzar mayores concesiones de Londres cuando, en las últimas horas de las negociaciones y para ‘salvar’ un ‘proceso de paz’ que se hundía por las amenazas de abandono de los unionistas, intervino personalmente para darles a éstos un conjunto de ‘garantías’ que pueden resumirse de la siguiente manera: «ningún elemento del acuerdo puede ser visto como susceptible de evolucionar hacia la unidad irlandesa» (The Guardian). 

«La dramática intervención personal de Clinton permitió asegurar la firma del acuerdo histórico», informa el Financial Times (11/4/98). El presidente norteamericano pasó en vela la noche de la última jornada de negociaciones, pegado al teléfono y apurando a los negociadores, en particular a Gerry Adams y a David Trimble. Cuando todo parecía fracasar, las ‘garantías personales’ que Adams y Trimble recibieron de Clinton salvaron el acuerdo. 

La vigilia de Clinton fue el último paso de una concentrada intervención política. Su ‘enviado especial’, el senador George Mitchell, dirigió las negociaciones, que realmente comenzaron cuando el IRA declaró un ‘cese el fuego’ unilateral bajo la presión norteamericana. Desde entonces, todos los políticos de Irlanda del Norte, de la República de Irlanda y de Gran Bretaña fueron citados a la Casa Blanca para escuchar, de boca de Clinton, el ‘especial interés’ de Estados Unidos en la ‘pacificación’ de Irlanda. 

El gobierno norteamericano dictó los términos de las negociaciones. Le impuso a los británicos y a los ‘unionistas’ la participación del Sinn Fein (aunque el IRA no entregara las armas); impidió que los británicos convocaran a elecciones generales en el Ulster antes de la firma del acuerdo (para presentarlas como un hecho consumado a los nacionalistas); impuso a los ‘unionistas’ la formación del ‘Consejo inter-irlandés’, al que éstos se oponían cerradamente porque lo consideran un ‘embrión’ de un Estado unificado. 

¿Qué hay detrás de este especial interés de Estados Unidos en el Acuerdo de Paz? Aparte de los más de 30 millones de irlandenses norteaméricanos, una de las principales razones es la creciente inversión norteaméricana en Irlanda. 

Gran parte del milagro económico irlandés -Irlanda es el país europeo con mayor crecimiento económico en la presente década- se ha debido al interés de las empresas americanas por asegurarse en Irlanda una cabeza de puente comercial cara a la futura fortaleza europea, de claro predominio franco-alemán. «Hoy existe una evidente red de lobbistas norteamericano-irlandeses que intentan apoyar un desenvolvimiento pacífico en Irlanda del Norte y las relaciones entre las dos regiones». (The Economist, 21/3/98). 

En segundo lugar, a los británicos ya les estaba resultando insostenible esta situación de inestabilidad política y social que se alarga ya por tres décadas. 

Londres invierte anualmente un billón de pesetas en el Ulster, una cuarta parte sólo en mantener el despliegue del ejército y la policía. Además, el 40% de la población nor-irlandesa depende de la ayuda estatal, frente a una media del 25% en el conjunto del Reino Unido. Se calcula que existe un paro estructural de larga duración del orden del 7% de la población activa sólo debido a los problemas creados por el conflicto armado. 

Por otro lado, el Reino Unido no necesita mantener el control militar directo, ya que, en la práctica, la economía nor-irlandesa es un mero satélite de la economía británica. Paradójicamente, a los dirigentes británicos les gustaría poder retirarse de Irlanda del Norte. El problema, hasta ahora, ha sido el enclave unionista pro-británico creado en el Norte que ha dificultado la total retirada británica y una eventual reunificación de la isla. 

Cuando se produjo la división de la isla, el Sur era un país agrícola, atrasado culturalmente, con un sobrepeso del catolicismo en la vida cotidiana. El Norte, sin embargo, se beneficiaba del Estado del bienestar británico y disponía de una legislación más abierta, donde el divorcio y el aborto no estaban perseguidos por ley. Todo esto ha influido notablemente en el hecho de que la comunidad pro-británica no quiera ni oír hablar de reunificación de las dos Irlandas pues en ese escenario pasarían de su actual posición mayoritaria en el Norte a ser una minoría en el marco de una Irlanda unida. 

Hoy, sin embargo, la renta per capita de la República de Irlanda está tres puntos por encima de la media europea, mientras que la británica está dos puntos por debajo y el Ulster es una región económicamente deprimida y asolada por el conflicto sectario. 

La nueva situación política en el Reino Unido también ha resultado decisiva. Tras la masiva victoria electoral de Tony Blair y su «Nuevo Laborismo», los representantes unionistas en el Parlamento británico no fueron necesarios para mantener ninguna mayoría gubernamental, lo que acabó con años en que una minoría de diputados protestantes norirlandenses chantajeaban al Gobierno de Londres a cambio de apoyo parlamentario. 

¿RENDICIÓN DEL IRA? 

En el lado irlandés, Gerry Adams y el Sinn Fein, brazo político del IRA, han reconocido que tras 30 años de terrorismo el objetivo de una Irlanda unida estaba tan lejos como cuando empezó el conflicto. El IRA ha reconocido la imposibilidad de una derrota militar del ejército británico. En este sentido, se puede hablar de una cierta capitulación del IRA que, al menos, logra sacar a los presos repúblicanos de la cárcel a cambio del alto el fuego. 

La posición del IRA y del Sinn Fein parece, a simple vista, contradictoria. Por un lado, no renuncia a la causa de la independencia y de la unidad nacional de Irlanda pero, por otro lado, apoya el acuerdo que legitima la partición. ¿Porqué? Todo indica que el Sinn Fein espera que el capital norteamericano, a corto o medio plazo, sustituya al británico en las inversiones en Irlanda y el Ulster, y que, por sus ‘intereses’ en ambos lados de la isla, promueva la unidad. 

Esta perspectiva se hará efectiva o no según cómo se desarrolle el proceso de la ‘unidad europea’ y según afecte ese proceso a los intereses económicos norteaméricanos en el viejo continente. Pero, incluso en el caso de que EEUU efectivamente propiciase la unidad, Irlanda sólo habría cambiado la subordinación colonial a Gran Bretaña por una subordinación semicolonial a los Estados Unidos. 

Por último, un último factor y no menos importante: la sociedad civil. Frente a una generación que ha crecido separada por el odio de la guerra, viviendo en barrios distintos, comprando en tiendas diferentes y estudiando en escuelas divididas, surge una nueva ciudadanía, fundamentalmente joven, hastiada de violencia sectaria y de desempleo masivo que busca en la convivencia pacífica un futuro diferente al fanatismo de sus mayores. Una ciudadanía, que junto al movimiento obrero, se ha mantenido unida en los momentos decisivos y que espera ansiosa nuevas oportunidades para el desarrollo económico en paz. 

¿Por qué se espera que el acuerdo tenga éxito? Una de las razones es que, según sostiene el director del diario irlandés Irish News, «ha habido un gran cambio en el pensamiento nacionalista» (Financial Times, 9/4/98); «la idea romántica de que Gran Bretaña debe ser obligada a irse de Irlanda del Norte ha sido largamente superada» (The Economist, 21/3/98). 

Esto vale tanto para el nacionalista ‘moderado’ SDLP, como para el ‘establishment’ de la República Irlandesa que, como se hacía notar hace ya dos años, «superó el trauma de la partición y salió del ghetto de la anglofobia» (Financial Times, 26/6/96). 

Según los propios británicos, con su inclusión en la Unión Europea, la burguesía irlandesa «ganó autoconfianza» y pasó a considerarse como la clase dirigente de «un país europeo más, en pie de igualdad con el resto». En otras palabras, para los grandes empresarios irlandenses —y para su representante político en el norte, el SDLP— la unidad de Irlanda es una idea pasada de  moda. 

El acuerdo satisface los intereses de los ‘negocios’ de las empresas irlandensas y del capital norteamericano; de los ingleses, porque refuerza y legitima la partición; y de los políticos del SDLP y del UUP de Irlanda del Norte «que podrán gobernar en lugar de los funcionarios designados por Gran Bretaña» (Financial Times, 9/4/98). Precisamente, porque satisface esos intereses, el acuerdo deja en pie la cuestión nacional irlandesa. 

Este es un acuerdo que sirve a los intereses económicos de los poderosos, pero que no garantiza una resolución efectiva de los problemas creados por la «cuestión nacional» en Irlanda. Y esto es así porque la lucha nacional está estrechamente ligada a la lucha social; los problemas sociales y económicos causados por la partición de Irlanda no quedan resueltos con este acuerdo, ni con ningún acuerdo que simplemente se limite a legitimizar fronteras y a asegurar las posisiones políticas e intereses económicos capitalistas. 

El fin de esa división artificial, la unión efectiva del norte y el sur –es decir, la unificación de los pueblos del norte y del sur mediante una Asamblea Constituyente conjunta– exigiría la oposición frontal al ocupante inglés pero también a la propia burguesía irlandesa. 

En este sistema en el que el beneficio económico es la única prioridad posible, nunca permitiría que se llevaran a cabo medidas sociales que, aunque resultasen vitales para la mayoría de la población de la isla, pudieran afectar a sus intereses. Por ello, la clase social llamada a llevar esta lucha a la victoria, no es otra que la clase trabajadora que, a pesar del conflicto sectario, se ha mantenido unida en sus organizaciones de clase. 
 

 
 
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