Documento
de discusión publicado en el Boletín de Estudios Marxistas
nº 3
"Los acontecimientos en Europa,
al igual que en cualquier otra parte del mundo, no se dan en el vacío.
Tenemos que partir de la economía mundial y de la política
mundial. Estamos ahora muy lejos de la euforia incontenida de la burguesía
internacional en 1989-90. La realidad hoy es que el boom de los años
80 se ha acabado.
Las principales economías
capitalistas comenzaron a entrar en recesión una tras otra desde
1990. Está lejos de ser claro que una dudosa recuperación
de la economía de USA será suficiente para sacar a las otras
economías capitalistas de la recesión. Lo que parece excluido
es, no solamente un nuevo boom de las proporciones anteriores a 1973, sino
incluso una repetición de la recuperación de los años
80. El período venidero será de estancamiento, marcado por
turnos de recesión alternándose con recuperaciones débiles
y vacilantes.
En esta situación,
las tendencias hacia una competencia inter-imperialista, ya alentadas por
la desintegración del bloque soviético, se ven acentuadas.
Mientras, el mundo semi-colonial se hunde en una miseria si cabe mayor.
En este contexto, el colapso de los regímenes estalinistas es un
factor que acentúa la crisis en el mundo capitalista, una especie
de agujero negro que amenaza con chupar la economía mundial. Lo
que los capitalistas podían ganar de una eficaz reintroducción
del capitalismo en los antiguos estados obreros (dado el tipo de
restauración que es posible) no es suficiente, ni mucho menos, para
crear las condiciones para un nuevo período de expansión
capitalista comparable al de 1948-73. Sin embargo, lo que tienen que perder
de su continua inestabilidad es considerable.
El proclamado "nuevo orden
mundial" no es una situación de dominio imperialista estable. El
colapso del bloque soviético no conduce, en absoluto, automáticamente
a esa situación. ¿Qué es lo que está en juego?.
Es el intento por parte del imperialismo de establecer un nuevo equilibrio
de relaciones internacionales. Un equilibrio estable, tal y como el que
existió desde finales de los años 40 hasta principios de
los años 70, y que comenzó a romperse desde finales de los
'60. Tenemos que comprender los componentes de este equilibrio y la manera
en que se rompió.
En primer lugar, hubo un
equilibrio entre las potencias imperialistas construido sobre la hegemonía
-económica, política y militar- del imperialismo USA. Esta
hegemonía se vió gradualmente socavada por la subida del
imperialismo europeo y japonés, que llevó a la crisis del
dólar de 1971 y al fin del sistema de Bretton Woods. El imperialismo
americano perdió su hegemonía económica a la vez que
continuaba siendo la potencia dominante desde el punto de vista político
y militar. El comienzo de la crisis económica en 1973 comenzó
a alentar la competencia inter-imperialista. Pero los efectos estaban amortiguados
por la confrontación con el bloque soviético y postergados
en el tiempo por el boom económico de los '80.
El segundo equilibrio era
el establecido por la división del mundo en el Tratado de Yalta,
por el que el imperialismo le dejaba mano libre al estalinismo en su parte
del mundo, y el estalinismo bloqueaba las revoluciones en el mundo capitalista.
Este equilibrio (como los otros) era siempre contradictorio y movible,
dado que implicaba a sistemas sociales antagónicos. Pero duró
hasta los años 80 y fue un factor crucial de estabilidad capitalista,
sobre todo en Europa.
El tercer equilibrio concernía
a la relación entre el imperialismo y el mundo semi-colonial, con
el desarrollo de nuevas formas de dominio neo-colonial, que tenía
su punta de lanza en el imperialismo americano, tras la desintegración
de los imperios coloniales. Una nueva inversión capitalista y un
mercado mundial en expansión llevaron a la industrialización
de una serie de países semi-coloniales mientras que, a la vez, distorsionaban
sus economías mediante la subordinación al
mercado mundial. Con el comienzo de la crisis en los
años 70, la inversión en la mayoría de estos países
colapsó progresivamente, dando lugar a una
caída drástica y a menudo catastrófica en los niveles
de vida.
A la vez, las burguesías
imperialistas han desarrollado nuevas formas de pillaje para saquear
la riqueza de los países semi-coloniales (la crisis
de la deuda, el colapso en los precios de las materias primas, la privatización
y la liberalización que eliminaba las últimas defensas contra
el saqueo imperialista).
El cuarto equilibrio tenía
que ver con las relaciones entre las burguesías imperialistas y
sus propias clases obreras, el famoso "consenso de
la postguerra", que dio lugar en algunos países
al welfare state, al que nos referiremos más adelante.
Todos estos elementos de
equilibrio comenzaron a romperse con el comienzo de la crisis a
principios de los 70. Cada uno de ellos se ha convertido
en su contrario, en factores desestabilizadores del
orden mundial capitalista. La competencia inter-imperialista se está
agudizando y escapando cada vez más a todo control;
los países semi-coloniales se están hundiendo
cada vez más en la pobreza y la inestabilidad; el estalinismo ya
no puede jugar el mismo papel que en el período
de la postguerra o incluso en los años 70, y el colapso de los
estados obreros introduce elementos importantes de inestabilidad
económica y política.
Desde los años 70,
el capitalismo, ha sido cada vez menos capaz de comprar la paz social a
la clase obrera en las metrópolis imperialistas y
ahora debe, por el contrario, intentar destruir las
conquistas del pasado.
El intento de crear un "nuevo
orden mundial" representa, ante todo:
a) la lucha por mantener
una apariencia de orden en las relaciones inter-imperialistas o, más
exactamente, un marco para establecer un nuevo equilibrio, en una situación
donde ninguna potencia puede jugar el papel hegemónico
desempeñado por el imperialismo USA después de
la Segunda Guerra Mundial;
b) en segundo lugar, el intento
por reintegrar a los antiguos estados obreros en el mundo capitalista;
c) en tercer lugar, el intento
por mantener el control en sectores claves del Tercer Mundo y contener
la situación explosiva traída por los efectos de la crisis;
d) en cuarto lugar, el intento
de instaurar una nueva forma de dominio sobre la clase obrera en
los centros imperialistas, lo que significa ahora un ataque frontal a las
conquistas de la postguerra.
La ofensiva imperialista
actual es un intento de mantener el orden y digerir todos los problemas
antes expuestos. A la vez que el imperialismo tiene considerable margen
de maniobra en el frente militar-diplomático,
la crisis del capitalismo permanece sin resolverse. La
tarea de la restauración del capitalismo en el Este, controlando
al III Mundo y disciplinando a la clase obrera en
los centros imperialistas es hercúlea, y las divisiones inter-imperialistas
son cada vez más agudas.
El imperialismo es agresivo
y a veces capaz de ofensivas brutales, pero no está teniendo
éxito en establecer nuevas formas de dominación.
En la práctica, intenta dirigir lo esencial. La consecuencia
natural es que crecientes partes del mundo están sufriendo una regresión
dramática, y crecientes sectores de la población
de los países capitalistas avanzados se están
quedando al margen de la sociedad.
Por supuesto, no hay situaciones
imposibles para el capitalismo mientras que la clase obrera no
haga la revolución socialista. Si los imperialistas logran infligir
derrotas decisivas sobre la clase obrera y las masas
oprimidas en los centros imperialistas, en los antiguos estados
obreros y en los países semi-coloniales claves, entonces
podría haber una nueva estabilidad del poder
burgués. Pero esto implicaría un capitalismo incluso más
bárbaro, con la instauración de regímenes
bonapartistas o incluso fascistas, dictaduras policíaco-militares
que desembocarían en la guerra. Aún
nos queda mucho para eso. Pero a largo plazo, la alternativa
es realmente socialismo o el aplastamiento de la clase obrera.
La relación de fuerzas en Europa
¿Cómo valoramos
la relación de fuerzas entre las clases en Europa? Quizás
merezca la pena intentar definir lo que queremos dar
a entender con este concepto. Ciertos elementos de
la relación de fuerzas entre las clases son muy estables: el tamaño
y peso relativo de las clases. Otros son más
variables, como el nivel de organización y conciencia y el grado
de combatividad. Podemos decir que en los países
claves de Europa, incluida Europa del Este, el peso
social del proletariado es enorme. No obstante, querer subrayar simplemente
esto puede ser una coartada para negarse a plantear
los problemas de conciencia, la estrategia política
y la dirección revolucionaria.
En la Europa Occidental capitalista,
el proletariado posee, con frecuencia, fuertes organizaciones
sindicales (aunque se han visto debilitadas en la mayoría de los
países durante los últimos 15 años)
y han mantenido, en gran medida, las conquistas sociales del consenso
de la posguerra. Sin embargo, este mismo proletariado está desorganizado
por la reestructuración capitalista, debilitado
por el desempleo, el trabajo temporal y precario, marcado
por un cierto número de derrotas y está a punto de afrontar
(como ya ha pasado en algunos países) un ataque
violento sobre sus niveles de vida (en un sentido amplio).
En esta situación,
lo que es decisivo es ante todo la naturaleza de la dirección de
la clase (que es en todas partes reformista) y , en
segundo lugar, la disposición de los trabajadores a la
lucha que, a pesar de su mala dirección, puede contrarrestar los
ataques y crear las condiciones para construir una
dirección alternativa.
Dada la naturaleza de los
ataques que se efectuarán sobre la clase obrera en el próximo
período, podemos predecir grandes luchas, que traerán
al campo de la acción a capas más jóvenes
y nuevas. Estas luchas van a sacudir profundamente el movimiento obrero.
Veremos probablemente un nuevo crecimiento de los sindicatos,
con toda certeza, crisis, escisiones y reagrupamientos
en el movimiento obrero. Se darán enormes oportunidades para
construir organizaciones revolucionarias.
Las burguesías europeas
se enfrentan con la necesidad de atacar a una clase obrera, que
sigue siendo capaz de reaccionar, en una situación
de crisis de sus formas tradicionales de gobierno,
lo que a menudo significa gobiernos débiles. A la vez, en una serie
de países, las crisis llevan a la acción
a capas no proletarias (campesinos, pescadores, sub-empleados) que
representan en algunos países a sectores bastantes
importantes. Una política correcta del movimiento
obrero podría forjar una alianza con estos sectores bajo la dirección
de la clase obrera.
Al intentar apreciar la situación
en Europa no deberíamos simplemente analizar la profundidad
de la crisis capitalista, sino también la profundidad de la crisis
de las direcciones tradicionales de la clase obrera y la debilidad de las
fuerzas revolucionarias. Tenemos que hacer un análisis equilibrado.
La naturaleza de la época
No es superfluo reafirmar
hoy que estamos viviendo en la época del imperialismo. Es decir,
la época en la que el capitalismo ha cumplido su papel
histórico de desarrollar las fuerzas productivas,
la economía mundial, un mercado mundial, creando a la clase obrera.
Donde en su período de declive, el capitalismo
se repliega sobre sí mismo y se convierte en una fuerza que
es destructiva y regresiva para la sociedad humana y para el medio ambiente.
La época del imperialismo
se caracteriza por las crisis endémicas para las que no existen
soluciones económicas endógenas. La nueva tecnología
no lleva de manera automática a un incremento
en la producción de riqueza y no existen nuevos continentes a los
que conquistar. Como consecuencia, el siglo XX se
ha caracterizado por la competencia y la guerra inter-imperialista.
Las guerras entre los países coloniales y semicoloniales y entre
las potencias imperialistas, las guerras inter-imperialistas
para volver a dividir el mundo, las guerras entre
los países semi-coloniales.
En este período de
crisis semi-estructural del imperialismo estamos también en una
época de revolución socialista. El capitalismo
ya no puede hacer avanzar a la sociedad. O la clase trabajadora
derrota al capitalismo mediante la revolución socialista, o la humanidad
reincide cada vez más en el barbarismo.
Todavía vivimos en
una época de guerras y revoluciones. No hay necesidad de demostrar
que la crisis mundial produce guerras. Pero también,
durante todo este siglo, la crisis económica
y la guerra han llevado a la revolución -victoriosa como en Rusia
en el 17, derrotada y traicionada como en los años
20 y 30, bloqueada y deformada como después de la
II Guerra Mundial. Hoy sólo la revolución socialista puede
ofrecerle a la humanidad una perspectiva.
La época imperialista,
la época de las guerras y las revoluciones no comenzó en
1917, ni siquiera en 1914. Comenzó hablando
de modo aproximado en 1900, con la integración forzosa
de China en el mercado mundial capitalista. Y la época de las revoluciones
comenzó en Rusia en 1905, seguida por las primeras
revoluciones en los países semi-coloniales (Persia,
México, China) y el incremento de la lucha de clases en Europa en
vísperas de la I Guerra Mundial.
El año 1914 marca
el estallido de la primera guerra mundial imperialista. El año 1917
marca la primera revolución socialista victoriosa.
La naturaleza de la época vuelve a cuestionarse por
algunos seudo-marxistas. Sin embargo, la caída de los regímenes
estalinistas no marcó el final de la época
de la revolución socialista, sino sólo el final de un paréntesis
histórico. Aún estamos en la época
imperialista, y aún permanece la línea de demarcación
entre los reformistas y los revolucionarios en el movimiento obrero. |