El suicidio de una nación
Sin gobierno y sin leyes, en Albania todos
se han vuelto locos,
con el presidente Berisha a la cabeza.
Hay quién vaticina hambrunas africanas.
Albania ha sido entregada a las mafias como ocurrió con Sicilia tras la Segunda
Guerra Mundial.
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Algunos dicen que el presidente Sali Berisha se ha vuelto
loco.
Otros insisten en que siempre lo ha estado. Hace tres días le comentó con enojo a un
diplomático extranjero que era imprescindible tomar medidas urgentes.
"¿Sabe lo que pretenden las turbas?", preguntó con genuina ansiedad Berisha.
"¡Saquear la fábrica de Coca-Cola!".
Era cierto. A esa hora, embargados de una desesperación que se remonta a los tiempos en
que el hombre vagaba en manadas y permanentemente hambriento, decenas de miles de vecinos
de los suburbios de la capital estaban asaltando panaderías, arrasando un depósito de
harina, arrancando hasta los tornillos de dos arsenales militares y buscando cualquier
cosa de valor que llevarse a casa. En la miserable Albania, el país más pobre y
con mayor índice de
natalidad de Europa, hasta las chapas de los refrescos son apreciadas.
El diplomático se quedó atónito y no tanto por las insólitas preocupaciones del
atribulado presidente, sino por la enorme soledad en que se encontró.
Durante décadas, mientras albergó en su interior al paranoico dictador Enver Hoxha, el
modesto complejo de oficinas que hace las funciones de Casa Blanca albanesa fue uno de los
edificios más protegidos de Europa. El viernes volvieron a desplegarse tropas con
uniforme de combate en los accesos, pero el jueves, cuando llegó el diplomático al
despacho presidencial, no había ni porteros,
ni centinelas, ni secretarias.
Al Director General de prisiones, un hombre con gafas,
aspecto de matemático y mirada fija, también le había pasado lo inimaginable: se había
quedado sin presos.
"Se han escapado todos: los asesinos, los ladrones y hasta los comunistas", nos
explicó con voz pastosa, mientras bebía un café tras otro en el concurrido bar del
Hotel Europa.
Entre los fugados hay por lo menos 2.000 delincuentes comunes que están ya haciendo de
las suyas, pero también personajes notables del régimen anterior.
Desde 1994 y con una condena de 9 años por abuso de poder, estaba encerrado en
una celda Ramiz Alia, el último presidente comunista. Por los mismos cargos, pero
condenada a 11 años, tenían enclaustrada a Nexhimje, la anciana viuda de Hoxha.
El socialista Fatos Nano, líder del principal partido opositor y cuyo nombre es uno de
los que se barajan como futuro presidente, también estaba entre rejas acusado de haberse
quedado con la ayuda humanitaria enviada por Italia.
No es el Director de prisiones el único que se ha quedado
sin instrumentos de trabajo o sin clientes. El Ministro de Defensa no tiene
apenas a quién impartir órdenes, porque el Ejército se ha disuelto como un
terrón de azúcar y su antaño cuantioso armamento está ahora despanzurrado,
repartido por las casas o en las manos de los mafiosos.
Se calcula que la multitud ha robado estos días más de 200.000 fusiles,
toneladas de munición, 19 aviones Mig y medio centenar de carros blindados T-55.
Tampoco el Departamento de Aduanas tiene mucho que hacer. Han cerrado a cal y canto el
aeropuerto de la capital y en la frontera de Grecia son gansters encapuchados los
que se encargan de sellar pasaportes y cobrar, pistola en mano, el derecho de paso
y las tasas de importación.
Sin comisarías
Hablar de sistema judicial en Albania siempre
ha sido un eufemismo, pero estos días ya no hay ni jueces, ni secretarios, ni tribunales,
ni nada. Tampoco quedan comisarías de policía, excepto alguna que otra en el centro de
Tirana. Y en extensas regiones del país son bandas de irritados ciudadanos que
perdieron todos sus ahorros en la estafa de los Bancos Pirámide las que imponen
la Ley y dictan las normas.
En los años 90, tras el derrumbe del bloque
soviético y el fin de la Guerra Fría, han proliferado los Estados en los que se
desintegra la Ley y el orden, las autoridades pierden el control de amplias zonas y nadie
gobierna. Ese fenómeno es incontrovertible, pero es forzoso recalcar que, hasta la crisis
albanesa de las pirámides, sólo ocurría en el Tercer Mundo y en lugares
exóticos como Liberia, Somalia, Afganistán o Zaire.
Desde hace dos semanas y en el corazón de nuestro continente, tenemos el caso de un país
del tamaño de Galicia y con 3,4 Millones de habitantes, donde, de seguir las cosas como
van, se sufrirán muy pronto hambrunas africanas combinadas con olas delictivas de
proporciones colombianas.
El presidente Berisha y todos los partidos políticos albaneses han pedido la
intervención militar de la OTAN. En la solicitud enviada el pasado jueves a la
Unión Europea se dice textualmente que "el despliegue urgente de tropas extranjeras
es imprescindible para restaurar el orden constitucional y preservar la integridad
territorial de Albania". La demanda, que no ha tenido respuesta alguna,
fue realizada pocas horas después que tomara posesión el nuevo gobierno
de coalición nacional, liderado por el socialista Bashkim Fino, y cuando la anarquía se
había extendido ya al Norte y comenzaba a adueñarse de la capital.
Los albaneses más sensatos opinan que la
única solución a su drama sería declarar al país como protectorado de la ONU y
desplegar en su accidentado territorio administradores civiles y policías de la Unión
Europea. Algo similar a lo que se aplicó en Alemania después de la II Guerra Mundial.
Dado que ningún Gobierno europeo, ni siquiera el italiano, está dispuesto a enfangarse
en el pudridero albanés, está claro que la fórmula salvadora, si existe, habrá que
elaborarla con
elementos internos.
Al respecto han emergido dos corrientes de pensamiento. Una, encabezada por el
Departamento de Estado norteamericano, recalca que el presidente Berisha es parte del
problema y que por lo tanto debe marcharse. Esta línea cuenta con el entusiasta apoyo de
los cientos de miles de familias arruinadas con las pirámides y con el de muchos
de los que andan por las calles disparando al aire como posesos.
La otra tesis, compartida por los principales miembros de la U. E., es que resulta
esencial mantener al Presidente en su cargo, porque no hay alternativa y su marcha
ahondaría dramáticamente el vacío de poder. Los partidarios de esta opción
puntualizan que ha quedado tan debilitado que será mucho más maleable en el futuro y
permitirá por fin la democratización real de Albania, la racionalización de su
economía y la adopción de medidas para evitar que el país siga siendo el
paraíso de las mafias dedicadas a exportar emigrantes ilegales y droga a Europa.
Por lo que respecta a Berisha, lleva bastantes días maniobrando para seguir en el poder y
los que le conocen insisten en que hará todo lo posible para mantenerse como presidente.
Es un personaje muy curioso. Tiene 52 años y
nació en una remota aldea de la norteña provincia de Tropoje, cerca de la frontera
yugoslava.
Así como en el insurgente Sur predomina la etnia Tosk, en el norte son
mayoritarios los Gheg, como los principales elementos de la SHIK, el
Servicio Nacional de Seguridad. Los shiks, con sus bigotes, sus cazadoras de
cuero, sus porras y sus pistolas continúan siendo una fuerza torva
y temible.
Berisha procede de una pobre familia de campesinos musulmanes y fue de los pocos albaneses
que se beneficiaron del despótico y aislado régimen del comunista Enver Hoxha.
Tras desplazarse a Tirana y licenciarse allí como médico, tuvo el enorme
privilegio de ser autorizado a salir al extranjero. Primero estuvo en París y
después en Copenhague, donde se convirtió en un reputado
cardiólogo. Tan distinguido que Hoxha lo adoptó como médico de cabecera hasta su muerte
en 1985.
Fue también el delegado de Albania ante el Consejo Mundial de la Salud.
Siendo estudiante se había afiliado al Partido de los Trabajadores Albaneses, una
sucursal del Partido Comunista, pero nunca se implicó profundamente en política.
Cuando el alucinado Hoxha falleció y fue reemplazado por el descolorido Ramiz Alia, el
perspicaz Berisha decidió que había llegado el momento de tomar posiciones: se
alienó con la oposición estudiantil.
Alto, fuerte como un oso y con una cabellera de actor de vodevil antiguo, destacó
enseguida como orador en los mítines que tenían por escenario la Universidad de Tirana.
Cuando los derechistas del Partido Democrático obtuvieron el 62 % de los votos en las
elecciones de marzo de 1992 y fue elegido presidente por el Parlamento, habló en
su primer discurso de reconciliación, pero unos meses más tarde se las arregló para
meter en la cárcel a Alia, a la mujer de Hoxha, a Nano y a un par de docenas más.
No fue esta su única promesa incumplida. Es un hombre autoritario, brutal, capaz de
aplastar a cualquiera que desienta de él.
A pesar de todo eso y de la convicción de que Albania se estaba convirtiendo en
la base europea del crimen organizado, ha contado hasta ahora con el generoso apoyo
financiero y moral de Occidente.
Vacío de poder
Aquí en Tirana, algunas de sus
víctimas comparan lo ocurrido en los últimos cinco años en Albania a lo que
sucedió en Sicilia tras la II Guerra Mundial, cuando los norteamericanos estimularon la
resurrección de la mafia para llenar el vacío de poder dejado por el colapso del
fascismo. Cuando 20 años más tarde Sicilia se transformó en el epicentro del
tráfico mundial de heroína y Nueva York descubrió lo que era un yonki,
Estados Unidos lamentó su
imperdonable ingenuidad.
Sin llegar a ese extremo, la realidad es que con Sali Berisha se incurrió en un error
parecido.
Aparecía como aceptable, porque sus oponentes eran comunistas rabiosos y, durante años,
Occidente ha estado pasando por alto sus tropelías.
No sólo su feliz convivencia con la mafia local, sino incluso que mirase para otro lado y
hasta se beneficiase sin rubor de los manejos de los Bancos Pirámide. Y eso se
lo echan en cara los que ahora piden su cabeza.
Tenía que haber impedido que aventureros sin escrúpulos sacasen sus ahorros a cientos de
miles de pobres ofreciéndoles intereses del 100 % mensual.
No lo hizo, y la estafa a dejado a la mitad de la población en la ruina, ha barrido hasta
el último atisbo de estructura estatal en Albania y puede acabar con el propio
Berisha.
Publicado en el suplemento
"Crónica" del diario El Mundo de 16 de
Marzo de 1997
por Alfonso Rojo, enviado especial a tirana.
Historia de Albania
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