La Gran Logia de Chile abre hoy extraordinariamente este Templo para recordar ciento ochenta años de esplendente vida del Instituto Nacional, cimiento de educación y cultura, dirigido hacia la comprensión de una sociedad que se desarrolla y progresa, que aprende a ser civilizada y a ser verdaderamente humana.
Templo abierto y público esta vez para recibir y congratular a estudiante y maestro, a cada uno y a tantos quienes, protagonistas de sus quehaceres múltiples, informados o formados por el espíritu centenario, han levantado su estructura intelectual que el tiempo de los hombres no ha sido capaz de desmentir ni derribar. Para acoger a ciudadanos ilustres que se educaron en esa vieja casa aniversaria que supo mantener el saber y la libertad mediante el ejercicio de la inteligencia, como pequeña y gran república que orienta la luz del conocimiento y el camino de la verdad. A los hombres ilustres también que contribuyeron y contribuyen a edificar la patria y a enaltecer los muros de la civilidad. A todos ellos y muchos otros, ausentes y presentes, que se hicieron a sí mismos, crearon su ambiente e hicieron su institución para perpetuar los valores existentes, descubrir valores nuevos y revitalizar la esencia del intelecto y del espíritu.
Aquí, en este Templo, aula secreta de la Francmasonería y usina oculta del pensamiento, abierta para la dignidad del homenaje que se merece el Instituto Nacional de Chile.
Quiero que sepan, distinguidas damas y distindos caballeros, que la Francmasonería es una institución universal, esencialmente ética y filosófica, cuya estructura fundamental la constituye un sistema educativo, tradicional y simbólico. Fundada en el sentimiento de la fraternidad, es el centro de unión para los hombres de espíritu libre de todas las razas, nacionalidades y credos. No es una secta ni es un partido. Exalta la virtud de la tolerancia y rechaza toda afirmación dogmática y todo fanatismo. Aleja de sus templos las discusiones de política partidista y de todo sectarismo religioso. Sustenta los postulados de libertad, igualdad y fraternidad y, en consecuencia, propugna la justicia social y combate los privilegios y la intolerancia. Como institución docente, tiene por objeto el perfeccionamiento del Hombre y de la Humanidad. Promueve la búsqueda incesante de la verdad, el conocimiento de sí mismo y del Hombre para alcanzar la fraternidad universal del género humano. A través de sus miembros, proyecta sobre la sociedad la acción bienhechora de los valores e ideales que sustenta.
Grandes hombres de la Francmasonería chilena contribuyeron con sus ideas y sus obras a la historia de la República y su presencia espiritual y su hacer renovador, jamás han estado ausentes del diario afán de trabajar por el engrandecimiento de la patria y la vivencia de los valores que la han llevado a los más altos niveles. Estos hombres, con tenacidad inclaudicable han defendido la libertad, el derecho a disentir, la vigencia de la norma jurídica, la libertad de enseñanza, el derecho a la salud. Se han comprometido en la lucha por la emancipación de la mujer, la defensa de los derechos de la niñez, la erradicación de la miseria y el pleno respeto de la persona humana.
Instituto Nacional y Francmasonería nacen, pues, con discursos afines, en las raíces mismas del Chile republicano y es justo, por respeto a la historia, que aquí también se encienda la voz para aclamar la estatura de su vida.
"El primer cuidado de los legisladores ha de ser la educación de la juventud, sin la cual no florecen los Estados. La educación debe acomodarse a la naturaleza del gobierno y al espíritu y necesidades de la república".
ARISTOTELES.
"El gran fin del Instituto es dar a la patria cuidadanos que la defiendan, la dirijan, la hagan florecer y le den honor".
CAMILO HENRIQUEZ
Camilo Henríquez, hombre de esta Francmasonería universal, al significar la finalidad primordial del Instituto Nacional definía también la función esencial de la educación.
El mundo actual es cada vez más cercano y más propio gracias a la comunicación inmediata, al conocimiento accesible con rapidez, a la imagen que conecta instantánea su horror o su esperanza. La patria, sin dejar de ser esa peaña intangible de cada uno y todos, agranda sus límites de espíritu a lo ancho de la Humanidad. Somos cuidadanos de ella y es función de la educación formar hombres capaces de "defender" esa Humanidad de las amenazas de múltiples exterminios que el propio ser humano ha ido creando; conscientes de su misión de "dirigir" el munod a fines nobles; de hacer "florecer" el espíritu del hombre en sus mejores manifestaciones, y de "darle honor", es decir, la grandeza, la generosidad, que nacen del amor universal y se cultivan en la paz.
Con otro acento y palabra, la educación dice hoy el mismo anhelo, porque la esencia del Hombre, se napa profunda, primigenia, no tergiversada, sigue en busca de los bienes verdaderos y de los más altos valores.
La educación es una de las grandes tareas nacionales que un país debe asumir en forma deliberada y consciente. Y en el mundo de todas las naciones civilizadas, la importancia de la educación es una de las misiones que el Estado debe cumplir como una de sus responsabilidades ineludibles.
Asistimos hoy a una pertinaz renovación en el campo educativo. Es el frente de combate de los pueblos en la lucha por su progreso y su bienestar. Las trasformaciones sociales y el avance de la ciencia y la tecnología de nuestro tiempo impulsan un aire nuevo a los problemas de la educación y plantean problemas, desconocidos en el pasado. Un mundo que nace lanza su reto en este campo como en otros al mundo de ayer, y de la respuesta a ese desafío depende el destino de los pueblos en la nueva era histórica en cuyos umbrales nos ha tocado vivir.
La educación, la educación del hombre es, pues, un despertar humano. Y eso es y ha sido el Instituto Nacional: un símbolo de integridad humana, un depositario de civilización, una comunidad intelectual. Una comunidad que tiene el propósito de pensar como un todo para que todos piensen mejor de lo que lo harían individualmente. Por eso es y ha sido el centro del pensamiento capaz de comprometer su propia vitalidad y revivir su espíritu con el influjo de responsables estudiantes y de esclarecidos maestros.
Si la vida humana es constitutivamente historia y tiempo, éstos a su vez se convierten en la substancia nutricia de la libertad y de la esperanza personales. Por ello, recordar, como esta tarde, es proyectar. Ningún proyecto de futuro creador es posible sin remecer la trayectoria y esperanzas humanas anteriores. Por eso hoy todo pensamiento creador se nutre de la historia, recreándola, reformulándola y aceptándola y aceptándola con sabiduría.
Instituto Nacional de humanidad, de intrahistoria y de experiencia, erigido para dar razón de su identidad y destino ante sí mismo y sus ciudadanos. Instituto Nacional que dice de la esplendidez de la cultura, de la amistad, de la inteligencia y la esperanza. Y todo, desde una vitalidad asombrosa y refulgente, desde un optimismo nunca doblegado, naciendo y renaciendo como un río que nunca deja de pasar y que avanza empujando las memorias de su vida y los nuevos rostros del futuro.
Que defienda su Humanidad, que dirija el mundo a fines nobles, que haga florecer el espíritu del Hombre y que dé honor, grandeza y generosidad a los ciudadanos de la patria.
Templo abierto y público de la Francmasonería de Chile para recibir y congratular esta tarde el intelecto y el espíritu del Instituto Nacional en esta esplendente y hermosa vida de sus ciento ochenta años.