CRISIS DE HOMBRES
Contaba yo, cómo, durante un viaje que realicé a los Llanos de Apure, hace
de esto sus buenos años, en momentos de cruzar un banco de sabana en
territorio del Estado Guárico, pero ya muy cerca de la costa apureña, mi
compañero y yo fuimos sorprendidos por un extraño y alarmante espectáculo;
se trataba de un hombre tendido boca abajo en el suelo. Estaba el hombre
acabado en plena sabana, bajo un sol abrasador; brillaba al golpe de ese
sol, su chaqueta rutilante; porque vestía un saco de ésos de alpaca negra
que usaron tanto nuestros abuelos y que ya no se lleva en estos maizales,
por más que en la brumosa Inglaterra esas prendas son orgullo de primeros
ministros.
Se trataba, pues, de un hombre muy poco llanero, ya que vestía de alpaca y
a su lado reposaba un sombrero, también muy Winston Churchill, de esos que
parecen un injerto de bombín y sombrero de copa, o como se dice en criollo,
de camarita y pumpá, por lo que nuestra gente los ha bautizado con el
nombre compuesto de camari-pumpá.
Todos los síntomas indicaban que se trataba de un extranjero muerto en
plena sabana. Pero como estaba fuera del camino, internado en los
terronales ardientes y malos de caminar, juzgamos que se trataba de un
asesinato. Pero no nos era posible a mi compañero y a mí detenernos
demasiado en la formulación de hipótesis detectivescas. Lo urgente era
socorrer al pobre moribundo o recoger al difunto solitario. Y allá nos
encaminamos sin más distracciones doctrinarias.
Quise ser más acucioso y diligente que mi compañero -llanero lento en los
problemas y malicioso en materia de enjuiciamiento criminal-. Por eso,
llegué antes que él al sitio que ocupaba el occiso. En seguida procedí a
voltearlo boca arriba. Más me hubiera valido volver del revés un caimán del
Arauca. El caluroso interfecto se levantó de un salto y se me fue
rápidamente al cuello de la blusa. De no haber retrocedido rápidamente,
creo que me habría ahorcado.
-¡Entremetido! ¡Maldita sea!
Realmente consternado, inquirí las razones de su lamentación.
-Jóven -dijo ya apaciguado- si yo hubiera tenido en mis manos una escopeta,
usted sería el cadáver. Afortunadamente no soy rencoroso. Pero ahora,
tendré que esperar quién sabe cuánto tiempo para rehacer mi labor.
Porque el episodio viene a cuento con esto de la crisis de hombres. Cuando
el general López Contreras habló de crisis de hombres, no se imaginó
seguramente todo el sentido y todas las consecuencias que se iban a derivar
de su frase. Porque ella se puede dividir en dos fases, según el comentario
que despiertan. El primero, el más natural y venezolano, le dice:
-General, tome a los hombres como son. Venezuela, con menos población y con
menos educación que ahora, libertó patrias. En Venezuela sobran hombres,
pero no como usted los quisiera, tan a la medida de sus deseos o de su
criterio. El segundo comentario, más calculado es el que dice:
El segundo comentario es, casi seguramente, de un funcionario.
Pero falta un tercer comentario. El del episodio de monsieur Grisol:
Porque no se necesita la chaqueta de alpaca del naturalista ni la linterna
del filósofo, para encontrar un diputado.
8-5-44
Blanco, Andrés Eloy. Obras Completas. Tomo II - Vol. IV - Periodismo.
Ediciones del Congreso de la República. Caracas, Venezuela, 1973.
Hace pocos días, en un acto público referí un caso rigurosamente histórico
que me ocurrió en el curso de uno de mis viajes a los Llanos. Una
circunstancia completamente ajena a la que me incitó a referirla, me inicia
ahora a darle de nuevo aplicación. De esta manera ese episodio viene a
propósito para esta y para aquella circunstancia. Y para muchas otras,
porque de él se pueden sacar muchas moralejas.
-Pero señor mío -le dije todavía con cierto concepto de ultratumba- hemos
creído honradamente que usted era un cadáver. Una elemental cortesía nos
obligaba a ofrecerle nuestros servicios...
-¡Desgraciado! -me replicó, pero ya menos indignado y cobrando más bien un
tono de profunda desolación- ha asesinado usted un año de trabajo
incesante!
-Explíquese usted, señor, hágame el bien de explicarse.
-Desde hace un año, jovencito, ando recorriendo este campo; todas las
circunstancias me indicaban que por aquí debía encontrar un ejemplar
maravilloso, único en el panorama de la entomología. Se trata de un
congorocho cuya especie fue anunciada por un viajero colonial, pero que
nunca se ha encontrado. Este descubrimiento sería sensacional. Pues bien,
precisamente hoy, yo he encontrado ese tesoro de la historia natural. Se
trata jovencito del... (Y me dijo algo en latín que me recordó los viajes
de Juan Pérez Zúñiga y Joaquín Xaudaró en busca del "Trifinus
Melancólicus").
-De modo que se trata de un congorocho...
-Congorocho es la fea palabra que dan los ignorantes a toda una especie
orgánica de maravillosa hermosura, de misteriosa vida de costumbres más
honestas que ustedes.
Ese sabio, modesto y grande que recorría las tierras de Venezuela para
estudiar con profundo amor su naturaleza, era Monsier Grisol, a quien
conoce la mitad de Venezuela. Si monsieur Grisol lee esta crónica, me
perdonará el que haya agregado imaginativamente a la realidad de su
esfuerzo investigador, un poco de leyenda; me perdonará la fantasía que he
puesto, a manera de bocel, para que resalte su valiente devoción por
nuestra tierra. Y que lo hago todo en gracia a la profunda admiración que
le profeso y en gracia también a la intención venezolana que me guía.
-Bien dicho, general; hay muy pocos hombres en Venezuela; de manera que es
preciso arar campos distintos con los mismos bueyes. ¿Cómo se haría para
prescindir de los empleos públicos en el Congreso?. Son tan pocos, general,
que es penosamente necesario emplearnos en ambas partes.
-En Venezuela hay mucho aprovechable. Usemos a sus hombres, aprovechemos
sus esfuerzos mancomunados, concertemos la labor del hombre medio, mientras
aparece en alguna cueva de los llanos, de la costa o de la sierra, el
ejemplar maravilloso, el resumen de las perfecciones, el congorocho mágico.
Anuncio de la Muerte de Tai-Pé