EL PERIODISTA

Yosmar Lorena Pineda Monroy

CRISIS DE HOMBRES

Hace pocos días, en un acto público referí un caso rigurosamente histórico que me ocurrió en el curso de uno de mis viajes a los Llanos. Una circunstancia completamente ajena a la que me incitó a referirla, me inicia ahora a darle de nuevo aplicación. De esta manera ese episodio viene a propósito para esta y para aquella circunstancia. Y para muchas otras, porque de él se pueden sacar muchas moralejas.

Contaba yo, cómo, durante un viaje que realicé a los Llanos de Apure, hace de esto sus buenos años, en momentos de cruzar un banco de sabana en territorio del Estado Guárico, pero ya muy cerca de la costa apureña, mi compañero y yo fuimos sorprendidos por un extraño y alarmante espectáculo; se trataba de un hombre tendido boca abajo en el suelo. Estaba el hombre acabado en plena sabana, bajo un sol abrasador; brillaba al golpe de ese sol, su chaqueta rutilante; porque vestía un saco de ésos de alpaca negra que usaron tanto nuestros abuelos y que ya no se lleva en estos maizales, por más que en la brumosa Inglaterra esas prendas son orgullo de primeros ministros.

Se trataba, pues, de un hombre muy poco llanero, ya que vestía de alpaca y a su lado reposaba un sombrero, también muy Winston Churchill, de esos que parecen un injerto de bombín y sombrero de copa, o como se dice en criollo, de camarita y pumpá, por lo que nuestra gente los ha bautizado con el nombre compuesto de camari-pumpá.

Todos los síntomas indicaban que se trataba de un extranjero muerto en plena sabana. Pero como estaba fuera del camino, internado en los terronales ardientes y malos de caminar, juzgamos que se trataba de un asesinato. Pero no nos era posible a mi compañero y a mí detenernos demasiado en la formulación de hipótesis detectivescas. Lo urgente era socorrer al pobre moribundo o recoger al difunto solitario. Y allá nos encaminamos sin más distracciones doctrinarias.

Quise ser más acucioso y diligente que mi compañero -llanero lento en los problemas y malicioso en materia de enjuiciamiento criminal-. Por eso, llegué antes que él al sitio que ocupaba el occiso. En seguida procedí a voltearlo boca arriba. Más me hubiera valido volver del revés un caimán del Arauca. El caluroso interfecto se levantó de un salto y se me fue rápidamente al cuello de la blusa. De no haber retrocedido rápidamente, creo que me habría ahorcado.

-¡Entremetido! ¡Maldita sea!
-Pero señor mío -le dije todavía con cierto concepto de ultratumba- hemos creído honradamente que usted era un cadáver. Una elemental cortesía nos obligaba a ofrecerle nuestros servicios...
-¡Desgraciado! -me replicó, pero ya menos indignado y cobrando más bien un tono de profunda desolación- ha asesinado usted un año de trabajo incesante!

Realmente consternado, inquirí las razones de su lamentación.

-Jóven -dijo ya apaciguado- si yo hubiera tenido en mis manos una escopeta, usted sería el cadáver. Afortunadamente no soy rencoroso. Pero ahora, tendré que esperar quién sabe cuánto tiempo para rehacer mi labor.
-Explíquese usted, señor, hágame el bien de explicarse.
-Desde hace un año, jovencito, ando recorriendo este campo; todas las circunstancias me indicaban que por aquí debía encontrar un ejemplar maravilloso, único en el panorama de la entomología. Se trata de un congorocho cuya especie fue anunciada por un viajero colonial, pero que nunca se ha encontrado. Este descubrimiento sería sensacional. Pues bien, precisamente hoy, yo he encontrado ese tesoro de la historia natural. Se trata jovencito del... (Y me dijo algo en latín que me recordó los viajes de Juan Pérez Zúñiga y Joaquín Xaudaró en busca del "Trifinus Melancólicus").
-De modo que se trata de un congorocho...
-Congorocho es la fea palabra que dan los ignorantes a toda una especie orgánica de maravillosa hermosura, de misteriosa vida de costumbres más honestas que ustedes.
Ese sabio, modesto y grande que recorría las tierras de Venezuela para estudiar con profundo amor su naturaleza, era Monsier Grisol, a quien conoce la mitad de Venezuela. Si monsieur Grisol lee esta crónica, me perdonará el que haya agregado imaginativamente a la realidad de su esfuerzo investigador, un poco de leyenda; me perdonará la fantasía que he puesto, a manera de bocel, para que resalte su valiente devoción por nuestra tierra. Y que lo hago todo en gracia a la profunda admiración que le profeso y en gracia también a la intención venezolana que me guía.

Porque el episodio viene a cuento con esto de la crisis de hombres. Cuando el general López Contreras habló de crisis de hombres, no se imaginó seguramente todo el sentido y todas las consecuencias que se iban a derivar de su frase. Porque ella se puede dividir en dos fases, según el comentario que despiertan. El primero, el más natural y venezolano, le dice:

-General, tome a los hombres como son. Venezuela, con menos población y con menos educación que ahora, libertó patrias. En Venezuela sobran hombres, pero no como usted los quisiera, tan a la medida de sus deseos o de su criterio. El segundo comentario, más calculado es el que dice:
-Bien dicho, general; hay muy pocos hombres en Venezuela; de manera que es preciso arar campos distintos con los mismos bueyes. ¿Cómo se haría para prescindir de los empleos públicos en el Congreso?. Son tan pocos, general, que es penosamente necesario emplearnos en ambas partes.

El segundo comentario es, casi seguramente, de un funcionario.

Pero falta un tercer comentario. El del episodio de monsieur Grisol:
-En Venezuela hay mucho aprovechable. Usemos a sus hombres, aprovechemos sus esfuerzos mancomunados, concertemos la labor del hombre medio, mientras aparece en alguna cueva de los llanos, de la costa o de la sierra, el ejemplar maravilloso, el resumen de las perfecciones, el congorocho mágico.

Porque no se necesita la chaqueta de alpaca del naturalista ni la linterna del filósofo, para encontrar un diputado.

8-5-44

Blanco, Andrés Eloy. Obras Completas. Tomo II - Vol. IV - Periodismo. Ediciones del Congreso de la República. Caracas, Venezuela, 1973.


Anuncio de la Muerte de Tai-Pé


 

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