La ciencia avanza con los siglos y también la historia, o el saber del pasado, que avanza precisamente hacia la profundidad de la humanización de los seres humanos, para dotar a todos y a cada uno de la capacidad íntima de comprender el sentido de la vida en convivencia. Ya no es época de mitos ni de héroes epónimos, ni cruzadas, pero es cada vez más urgente mostrar el sentido profundo y la alegría de estar vivos y juntos, superando mil encrucijadas.
Qué mejor lugar que esta Boca del Riachuelo, junto a los viejos barcos que una vez trajeron nuestros antepasados, o que siempre estuvieron llevando y trayendo desde antes de Mayo y desde el corazón de los ríos, maderas, yerbas, cueros, harina, tabaco, telas crudas, velas, licores, y sal de todas las procedencias, y en esta Boca del Riachuelo, en la Vuelta de Rocha, o de los Tachos, pronto se afincaron los sardos y genoveses mezclados a los últimos españoles, los canarios y los vascos españoles y franceses, y después de mediados de siglo, los siguieron cuantos se disparaban de una Europa remisa a incorporarlos a las transformaciones de la era industrial.
Exodo o diáspora, esperanza o necesidad, vocación de aventura o alternativa rigurosa, fueron fluyendo culturas y desventuras, alojamientos transitorios o espacios precarios, con tal de tener un techo, construirse otra vida y otra sociedad de la que todos somos hijos y responsables, en mayor o menor medida. Evocar esos rasgos de un pasado quizás propio o quizás presentido, hace más grande el deseo de apreciar ese tránsito, esa cotidianeidad olvidada, ese esfuerzo sostenido que tiene tanto que ver con la vida de cada uno y con la historia que es de todos.
A la vista y lectura de estas imágenes, dotadas de aura poética, se ponen luces a la oscuridad del olvido, o al desentendimiento, y crece la ternura en los corazones. La buena memoria incluye todas las alternativas, también las desventuras que limpiadas del olvido, mejoran la imagen y destacan sus rasgos mejores, al par que desenpolvan el olvido que a veces la premura y el ajetreo de los tiempos enturbia y embrutece.
Hebe Clementi
(historiadora)