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Un show de gritos y susurros

El clima fue el esperado: el generoso aullido femenino casi tapando las canciones. Un recital donde las imágenes de los cinco reyes del pop adolescente compitieron buena parte del tiempo con la música.

SANDRA DE LA FUENTE

Los juegos de luces que parten desde el escenario se confunden con los flashes de miles de máquinas fotográficas que tratan de congelar el momento. Las imágenes son puro efecto: la simulación de una gran tormenta, bengalas enormes y, finalmente, la guerra entre mundos que deja boquiabiertas a chicas ya preparadas para el brutal alarido que acompañará la aparición de los Backstreet Boys: allí están Kevin Richardson, Howie Dorough, Nick Carter, Brian Littrell y A.J. Mc Lean.

La descarga no se hace esperar, el grito es ensordecedor; casi podría decirse que ese primer alarido se prolongó durante la hora y media de show. Efectivamente, tema tras tema, resulta completamente imposible comprobar si la calidad del sonido es mala o simplemente está opacada por la vehemencia con que el público, mayoritariamente adolescente y femenino, aclama a sus ídolos.

La pantalla central, un círculo gigante antes ocupado por imágenes planetarias, muestra con excelente definición planos generales de los muchachos enfundados en trajes negros y guiños de informalidad: un pañuelo con dibujos plateados en la cabeza, una vincha a lo Jimmy Hendrix, o la exhibición de biceps y triceps bien formados desde un saco sin mangas.

Los Backstreet Boys adoptan algunos gestos transgresores que los acercan a la rebeldía adolescente de su público, pero no olvidan dejar en claro lo que todo padre necesita saber: cualquiera de estos chicos podr&iactue;a finalmente ser un buen novio para su hija.

Los bailarines dan fuerza y homogeneidad a las coreografías; las bailarinas, en particular, son el condimento que exalta el pueril erotismo del show. La música se apoya en un gran andamiaje percusivo que busca eficiencia en la repetición rítmica y destaca la danza. El bajo y la guitarra no traicionan ese objetivo. El soporte musical del grupo no tiene lugar en la escena: ubicado casi por debajo de la estructura de hierro por la que transitan los muchachos, los dos percusionistas, el bajo y la guitarra, no reciben iluminación y pasan completamente desapercibidos.

Un cierto cambio de sonoridad se produce en algunas baladas: la introducción de la guitarra, una sucesión de armonías complacientes y melodías a lo Disney; los Backstreet Boys se visten de blanco y las pantallas los mostrarán en primerísimos planos cantando la estrofa correspondiente. Habrá más gritos de sus admiradoras.

Los Backstreet Boys necesitan del alarido de sus admiradoras. Es improbable que alguna vez se sientan compelidos a reactualizar el camino que en otros tiempos tomaron, por ejemplo, los Beatles: abandonar las presentaciones en vivo y recluirse en un estudio de grabación para lograr que su m&uacte;sica sea finalmente la que ocupe el primer plano.

Fuente: http://www.clarin.com
Día: 30/04/01