COMPLOT CONTRA LA IGLESIA

Maurice Pinay

Cuarta Parte
LA QUINTA COLUMNA JUDÍA EN EL CLERO

Capítulo Trigésimo Sexto

EL CONCILIO III DE LETRÁN EXCOMULGA Y DESTITUYE A OBISPOS Y CLÉRIGOS QUE AYUDEN O NO SE OPONGAN FUERTEMENTE A LOS HEREJES

   El Papa había puesto el dedo en la llaga. Se necesitaba un organismo especial que combatiera las actividades traidoras de los clérigos, que manteniéndose en apariencia ortodoxos, sin embargo ayudaban en diversas formas a los movimientos subversivos del judaísmo, que en esos tiempos tomaban la forma de herejías. Para ello echó mano de un cuerpo idealista de luchadores que fueron dedicados exclusivamente a combatir contra las revoluciones, escogiendo primero a los frailes dominicos, a los que se añadieron después los franciscanos.

   Los prelados absorbidos en los trabajos de sus diócesis, no tenían el tiempo necesario para esta clase de actividades e igual cosa se podía decir de los demás miembros del clero seglar. En cambio, las Ordenes de santo Domingo y San Francisco, organizadas a base de hombres idealistas, con voto de pobreza y un gran celo en la defensa de la Iglesia y de la Cristiandad, digno de imitación en el clero, entonces por lo general apático y acomodaticio como el de nuestros tiempos, eran las indicadas para llevar a cabo la gigantesca lucha que iniciaba la santa iglesia contra los judíos y sus herejías.

   Esos monjes, que habían renunciado al mundo y a las riquezas, eran además, incontrolables por el soborno, que ha sido el arma decisiva de los hebreos para frustrar la defensa que en su contra han organizado a través de los siglos los demás pueblos. Los judíos llegaron a comprar a precio de oro disposiciones favorables a ellos, de reyes, de nobles y altos miembros del clero secular, pero el Papa comprendió que fracasarían en sus intentos de hacerlo tratando con frailes que además del voto de pobreza vivían en sus comunidades con ausencia de lujo y sujetos a muy severas disciplinas de austeridad y sacrificio. No pudo ser pues más inteligente y adecuada la resolución de la Santa Sede. Por añadidura, San Francisco de Asís y Santo Domingo de Guzmán habían fundado sus beneméritas Ordenes precisamente para salvar a la Santa Iglesia de la catástrofe que la amenazaba, por lo que las habían dotado de una organización adecuada, tendente a cumplir esas finalidades.

   Es verdad que ya la Inquisición Episcopal había funcionado antes e incluso fue un comienzo de la Inquisición Pontificia, pero Henry Charles Lea tiene razón en sostener que la definitiva Inquisición Pontifical nació con esas dos beneméritas bulas, que encargaban a los frailes mendicantes la tarea de hacerse cargo de la misma.

   Otro problema que urgía solucionar era el que se relacionaba con los monjes que tenían ocupado todo el día en oraciones y actividades impuestas por su Regla, las cuales les absorbían todo el tiempo en esos piadosos menesteres sin que pudieran disponer del suficiente para realizar una acción eficaz de lucha contra las fuerzas del Anticristo. Los Papas comprendieron este grave problema y permitieron a los frailes inquisidores que se especializaran en esta clase de actividad, dedicando todo el tiempo necesario para hacer la guerra a muerte que emprendieron contra los judíos y sus satélites de otras herejías, aunque con ello quedara enormemente reducido el que dedicaban a la oración y demás menesteres impuestos por la Regla. Esta acertada medida puso al servicio directo de la defensa de la Iglesia a legiones de frailes, cuya actividad fue decisiva en el triunfo de la misma sobre las fuerzas de Satanás.

   Además, a los frailes inquisidores les daba el Papa plenos poderes para que pudieran vencer las resistencias, que siempre fueron enormes, ya que la quinta columna judía introducida en el clero no se iba a dejar anular sin una resistencia enconada. Les daba también la posibilidad de recibir ayuda del brazo seglar, es decir, de las autoridades civiles, para que lo que no pudieran lograr por el convencimiento, lo obtuvieran con el uso de la fuerza. San Francisco de Asís y Santo Domingo, con la fundación de sus Órdenes mendicantes, realizada, como es sabido, venciendo la oposición de ciertos obispos, contribuyeron eficazmente a completar esa red formidable de defensa que salvó a la Santa Iglesia y a los pueblos de Europa de caer en las garras del judaísmo en los tres siglos en que los Papas apoyaron, por lo general, este estado de cosas.

   Sin embargo, es justo hacer notar que mientras algunos obispos de sospechosa conducta se opusieron tenazmente tanto a la fundación de las Órdenes de San Francisco y de Santo Domingo, como después al establecimiento de la Santa Inquisición, la inmensa mayoría de los prelados, impregnados de virtud y santo celo por la defensa del orden cristiano, apoyaron y aplaudieron el nacimiento de dichas instituciones. Es natural que la quinta columna judía introducida en el clero haya tratado de impedir a la Santa Iglesia la creación de tales defensas destinadas a destruir la quinta columna y a impedir que siguiera causando tantos perjuicios. Sin embargo, todas las mentiras, tretas y calumnias de los quintacolumnistas, todas sus gestiones e intrigas organizadas ante los Papas y concilios, tanto para impedir la constitución de tales defensas como para desprestigiar y anular a los defensores leales de Europa y de la Cristiandad, fracasaron rotundamente ante la actitud firme y bien orientada de Papas del calibre de Inocencio III, de Gregorio IX o de Juan XXII; por lo cual fue posible que esta lucha feroz terminara una vez más con la victoria de la Santa Iglesia y la derrota de la Sinagoga de Satanás.

   Para que podamos darnos cuenta de la inmensa trascendencia de este triunfo, baste comparar el oscuro siglo XII y los primeros años del XIII, que transcurrieron en medio de la anarquía, de sangrientas luchas intestinas, de la tremenda cruzada contra los albigenses, de complots siniestros y crímenes constantes de los criptojudíos y de sus instrumentos los herejes, con el siglo XIII, que después de las resonante victoria del catolicismo pasó a la historia con el justo nombre de "Siglo de Oro de la Iglesia". Esto fue posible debido a las medidas de defensa eficaz que adoptaron los pueblos europeos acaudillados por la Santa Sede en la lucha contra la Sinagoga de Satanás. De no haberse adoptado tales medidas, el siglo XIII hubiera adquirido los caracteres siniestros que tiene el sombrío siglo XX, en el que las garras del judaísmo y de sus actuales herejías, la masonería y el comunismo principalmente, están a punto de estrangular a la humanidad.

   Era también muy peligrosa para la Santa Iglesia y para Europa la acción de los seglares que, fingiéndose católicos de impecable ortodoxia y en algunos casos hasta enemigos de la herejía, estaban sin embargo en secreto contubernio con ella, ayudando a los sectarios y a sus empresas revolucionarias dentro de las filas mismas de la ortodoxia, con lo que causaban serios perjuicios a ésta.

   Eran sin duda tales fautores de herejes los precursores de esos dirigentes seglares al parecer muy católicos, que hoy en día fingen gran lealtad y adhesión a la Santa Iglesia y utilizan partidos políticos demócrata-cristianos o de tipo católico y derechista, a los que bautizan con muy diversos nombres, para hacer el juego a la masonería y al comunismo, facilitando el triunfo de las empresas que éstos patrocinaban. Los hay que incluso invaden y se apoderan de la benemérita Acción Católica para realizar tan perversas actividades. En aquel entonces este tipo de traidores que cometían el delito de "ayudar a los herejes", aunque ellos aparentemente se fingieran católicos, fueron también combatidos por la Santa Iglesia con toda energía como "fautores de la herejía", al igual que los clérigos que incurrían en el mismo proceder.

   El célebre y gran Concilio Ecuménico III de Letrán, iniciado en el año de 1179 en la basílica que lleva ese nombre, además de aprobar en su Canon XXVI una serie de medidas tendientes a evitar la estrecha convivencia entre cristianos y judíos, afirmando categóricamente que conviene apartar a los cristianos de los judíos, a quienes se admite que vivan entre los pueblos cristianos "sólo por humanidad", procedió a condenar no sólo a los herejes, sino a quienes siendo ortodoxos, al menos en apariencia, los ayudaran o encubrieran.

   En su Canon XXVII, refiriéndose a los herejes, dice:

   "...que ya no ejercen su maldad ocultamente como otros, sino que manifiestan su error públicamente y atraen a su acuerdo a los simples y a los débiles. A ellos y a los defensores de ellos y a los encubridores, decretamos que están bajo excomunión, y prohibimos que no los tenga nadie en sus casas o en su tierra, o pretenda ejercer negocio con ellos, bajo pena de excomunión. Mas quienes hubieren caído en este pecado, ni bajo el pretexto de nuestros privilegios, ni por los indultos, ni por cualquier otra causa, pueda ser hecha ofrenda por ellos, ni puedan recibir sepultura entre cristianos" (313).

   Se ve pues, que no sólo los herejes eran sancionados con la pena de excomunión, sino todos los que los ayudaran o los encubrieran, incluyendo seglares y clérigos, ya que este canon establece las sanciones contra teles delincuentes, sin hacer distingos sobre su estado y condición.

   Los dirigentes que luchan en sus países por impedir que la masonería o el comunismo los sojuzgue, se ven constantemente atacados traidoramente por la espalda, cuando los supuestos dirigentes católicos, clérigos o seglares, diciendo servir a la Iglesia, en realidad están ayudando hipócrita pero eficazmente al triunfo de las revoluciones masónicas o comunistas o actúan a favor de las dictaduras que en muchos lugares dichas sectas heréticas han logrado establecer sobre los pueblos cristianos. Si los dirigentes anticomunistas, antimasones o antijudíos no atacan al enemigo de dentro con la misma energía y eficacia que al enemigo de fuera, acabarán por sucumbir víctimas de los zarpazos traidores de los quintacolumnistas.

   Por eso, además de desenmascarar públicamente por medio de las prensa o de folletos a esos falsos cristianos que ayudan al enemigo, los dirigentes anticomunistas, antimasones o antijudíos deben crear un organismo especial que acumule las pruebas que demuestran esa complicidad con la masonería o con el comunismo ateo, según el caso, para que ante los tribunales eclesiásticos inicien contra ellos un proceso canónico acusándolos de herejes o si su ortodoxia fingida no lo permite, cuando menos de fautores de herejía, es decir, de cómplices del comunismo o de la masonería. Dando a estos procesos la publicidad adecuada en al prensa y enviando a Roma una comisión que se encargue de demostrar la verdad, se podrá paralizar la acción destructora que en las filas católicas realizan estos quintacolumnistas y se evitará con ello que los buenos sean destruidos a dos fuegos: el de la izquierda judaica y el de la derecha criptojudaica, cómplice en secreto de dicha izquierda. Todos los partidos políticos defensores de sus respectivas naciones deben poner especial empeño en esto si no quieren sucumbir aplastados por la tradicional técnica de la tenaza que utiliza el criptojudaísmo desde hace mucho tiempo, permitiéndole la dominación de un pueblo tras otro y la destrucción de los patriotas y de los auténticos defensores de la Cristiandad. Deben tener peritos en Derecho Canónico, pues existen innumerables cánones de distintos concilios y bulas de Papas, en los que pueden basar acusaciones de este tipo contra los sucesores de Judas. Y si no quieren recurrir al proceso eclesiástico, cuando menos hay que desenmascararlos públicamente en forma continua por todos los medios, hasta lograr que el pueblo se cuide de ellos.

   Al final de dicho Canon XXVII aparece una sanción adicional terrible contra los clérigos, ya no sólo contra aquellos que ayuden a los herejes, sino que simplemente no "se opongan a los tales fuertemente", consistiendo dicho castigo en al destitución fulminante de sus puestos, inclusive de las sedes episcopales, en caso de que se trate de obispos. El sagrado canon, refiriéndose a los herejes en él mencionados, ordena:

   "Pero los obispos o presbíteros que no se opongan a los tales fuertemente, sean castigados con privación de su oficio, hasta que obtengan misericordia de la Sede Apostólica" (314)

   Esta es la resolución tomada por uno de los concilios ecuménicos más famosos y autorizados de la Santa Iglesia, el Concilio III de Letrán. Por lo tanto, si en él se castiga con la destitución de sus puestos a los obispos y clérigos que nos e opongan fuertemente a los herejes, ¿qué no merecerán esos cardenales, obispos y clérigos que además de no oponerse a las herejías masónicas o comunistas las ayudan en diversas formas, siendo los principales responsables de los triunfos de la masonería y del comunismo judaicos en las últimas décadas y constituyéndose en la principal arma secreta y fulminante que tienen esas sectas para lograr sus victorias? Para salvarse, la Cristiandad en nuestros tiempos necesita poner en práctica estas defensas que la libraron en otras épocas, pues de no hacerlo así vamos a una segunda catástrofe.

   También es preciso recalcar el papel que las Órdenes Monásticas podrían volver a desempeñar ahora en la salvación de la Santa Iglesia y de la humanidad. Esas legiones de hombres que lo han sacrificado todo por servir a Dios, pueden ahora como en la Edad Media, ser una vez más factor decisivo en la victoria de las fuerzas del bien. Pero la dificultad es nuevamente la misma: las Reglas rigurosas y la oración absorben la mayor parte del tiempo, o mejor dicho, la casi totalidad del tiempo, no dejándoles la posibilidad de intervenir en la lucha contra la Sinagoga de Satanás y sus nuevas herejías: la masónica y la comunista. Nosotros apreciamos en todo lo que valen las Reglas y oraciones de las Órdenes Religiosas, pero no sólo la Santa Iglesia, sino el mundo entero están hundiéndose y creemos que ahora como en el tiempo de los concilios de Letrán, llegó el momento de tomar una resolución heroica. Es urgente que ahora como entonces se modifiquen las Reglas de las Órdenes en forma de permitir a los frailes dedicar parte de su tiempo y si fuere posible la mayor parte del mismo, a la lucha activa contra el comunismo, la masonería y la Sinagoga de Satanás, como lo hicieron los monjes inquisidores franciscanos y dominicos en la Edad Media, y como lo realizaron después los jesuitas.

   Es inconcebible que mientras el mundo se hunde, mientras la Santa Iglesia se ve amenazada de muerte y las propias Órdenes monásticas afrontan el peligro de exterminio, esas numerosas legiones de hombres superiores, que están dispuestos a darlo todo por Dios, estén paralizadas, sin tomar parte activa en una lucha cuyo resultado será vital para ellas mismas. Su intervención directa en esta nueva cruzada podrá ser decisiva, sobre todo si se toma en cuenta que cada Orden religiosa es en sí misma una organización de carácter internacional y que los enemigos de Cristo, de su Iglesia y de la humanidad están organizados internacionalmente, y sólo con asociaciones del mismo tipo se les puede combatir eficazmente. Que Dios Nuestro Creador inspire a los Padres Generales y demás jerarcas de esas Órdenes, para que tengan el valor y tomen la resolución suprema de colocarse a la altura de las circunstancias, adaptando sus Reglas a las actuales e imperiosas necesidades. Claro es que tendrán que tropezar con la insidiosa y enérgica oposición de la quinta columna judía introducida en el clero, sobre todo de los criptojudíos infiltrados en el seno de dichas Órdenes, cuyas actividades características se palpan en mucho mayor grado en las que más teme la sinagoga, como la Compañía de Jesús, y en ínfimo grado en otras; pero ahora como en los siglos XII y XIII los buenos deben hacer un esfuerzo supremo para vencer todos los obstáculos, siendo indudable que los religiosos que con valor y resolución se lancen a tan noble tarea, aunque se verán combatidos como lo fueron el propio Santo Domingo de Guzmán y San Francisco de Asís, contarán con la ayuda de Dios para triunfar.   

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NOTAS  

  • [313] Concilio Ecuménico III de Letrán, Canon XXVII en Compilación de Acta Conciliorum, et Epistolae Decretales, ac Constitutiones Summorum Pontificum, Studio de Joannis Harduini, S.J., vol. VI, parte II.  

  • [314] Concilio Ecuménico III de Letrán, Canon XXVII en Compilación de Acta Conciliorum, et Epistolae Decretales, ac Constitutiones Summorum Pontificum, Studio de Joannis Harduini, S.J., vol. VI, parte II.