COMPLOT CONTRA LA IGLESIA

Maurice Pinay

Cuarta Parte
LA QUINTA COLUMNA JUDÍA EN EL CLERO

Capítulo Cuadragésimo Primero

LOS ERRORES NAZIS E IMPERIALISTAS

   La caída de Rusia en manos del comunismo, los asesinatos de millones de cristianos por los judíos soviéticos y los golpes de Estado marxistas en Hungría y Baviera, a fines de la primera guerra mundial, crearon en Europa un estado de justa alarma, ante la amenaza inminente de verse sometida y esclavizada por la avalancha roja que parecía incontenible, sobre todo como resultado de las complicidades del gobierno cripto-judaico de Londres y del triunfo en Estados Unidos de las tendencias aislacionistas.

   La participación visible y predominante de los judíos, no sólo en la revolución comunista de Rusia, sino también en las de Hungría y Alemania, hizo que los patriotas de muchos Estados europeos abrieran los ojos, dándose cuenta plena de que la conspiración roja era un simple instrumento del imperialismo judaico. Escritores monárquicos rusos ya habían dado al mundo la voz de alerta, haciéndolo también después patriotas franceses, rumanos, españoles, norteamericanos, alemanes y otros más de distintas partes del mundo y de diferentes razas y religiones, que coincidían en señalar el mismo peligro.

   Cuando parecía que Europa iba a ser conquistada por el imperialismo judaico y su revolución comunista, empezaron a surgir en el viejo continente distintas organizaciones patrio- tas, intentando salvar a sus naciones del inminente peligro,  cosa que hubieran quizá logrado, si la principal de ellas, el Partido Nacional Socialista Alemán, no se hubiera extraviado por senderos equivocados, que iban con el tiempo a ser causa decisiva de que este resurgimiento europeo se viera lamentablemente frustrado.

   Todos los ueblos tienen derecho a ejercer su legítima defensa en contra de las agresiones del imperialismo hebreo. Si los nazis se hubieran limitado a intentar la salvación de su pueblo y de Europa frente a la mortal amenaza, nada podría reprochárseles y quizá hubieran tenido éxito en tan loable empresa. Desgraciadamente incrustaron en el movimiento Nacional Socialista tendencias agresivas contra otros pueblos y otras razas, con carácter francamente imperialista.

   El propio racismo hebreo no sería peligroso si se limitara a tomar medidas internas para el mejoramiento de su raza o conjunto racial, incluso la prohibición de matrimonios mixtos en el seno del pueblo judío nada nos interesaría. Lo que torna peligroso e inaceptable el racismo israelita es su carácter agresivo e imperialista, que se cultiva con miras a conquistar y esclavizar a otros pueblos y que se ejerce en perjuicio de los legítimos derechos de otras razas.

   Lo mismo puede decirse del racismo nazi. Nadie puede desconocer las grandes cualidades de la raza nórdica, ni el derecho que pudo tener el pueblo alemán a mejorar las excelencias de su raza, o mejor dicho, del conjunto racial que lo integra. Nadie puede tampoco negarle el derecho de defenderse del imperialismo hebreo, menos aún la Santa Iglesia, que durante diecinueve siglos ha venido luchando en forma tenaz y heroica en contra de las acechanzas de la Sinagoga de Satanás. Lo que sí es inadmisible, es que un nacionalismo o una llamada higiene racial, se encaucen por sendas imperialistas, lesionando y hasta atropellando los derechos legítimos de otros pueblos. La injusta invasión de Polonia, el monstruoso pacto con Rusia para repartirse el territorio polaco, la conquista armada de Bohemia y Moravia, las agresiones contra los pueblos neutrales, la sobreestimación de la superioridad alemana y la subestimación de las cualidades de otros pueblos, tan fomentadas por los nazis y que tanto perjudicaron sus relaciones, hasta con sus mismos aliados, no fueron más que una consecuencia lógica del racismo de tipo imperialista que logró avasallar el movimiento Nacional Socialista y que tanto se asemeja en ciertos aspectos con el racismo imperialista de los hebreos.

   Otra grave consecuencia de lo anterior, fue lo ocurrido en Ukrania, que recibió como salvadores a los alemanes y que hubiera sido para ellos uno de los más leales y valiosos aliados en contra del Kremlin, pero que pronto se tornó en enemiga, debido a la política de conquista y avasallamiento realizada en ese país por los nazis, pues en vez de llegar como libertadores, llegaron como crueles conquistadores.

   En el racismo nazi hay que hacer una debida distinción entre el aspecto meramente defensivo y el agresivo e imperialista, Con respecto al primero, consistente en la eliminación de los judíos de los puestos de gobiernos y en general de las valiosas posiciones que tenía dentro de la sociedad alemana, los nazis no hicieron más que lo que la Santa Iglesia Católica había ordenado en distintas ocasiones en los últimos catorce siglos, como medida para defender a la Cristiandad de la acción conquistadora y subversiva de la infiltración hebrea.

   Los escritos de los Padres de la Iglesia, diversas Bulas Papales y Cánones Conciliares nos brindan pruebas evidentes de la lucha realizada por la Santa Iglesia para eliminar de los puestos públicos y de toda posición dirigente en los Estados cristianos a los judíos, que siempre se han aprovechado de ellos para destruir al Cristianismo y subyugar a los pueblos cristianos. Ya estudiamos que la Iglesia empleó todos los me- dios posibles, incluso separar a los hebreos de la vida social y familiar de los cristianos, por lo que este aspecto del racismo nazi nos es imposible criticarlo, ya que al hacerlo, censu- raríamos a la Santa Iglesia, postura que como católicos no podemos adoptar. En cambio, el aspecto agresivo e imperialista del racismo nazi sí es del todo censurable y condenable, pues si la llamada raza nórdica con su gran genio científico, artístico, político, etc debe conservar, cultivar y utilizar sus cualidades excelsas para bien y servicio de toda la Humanidad, jamás podrá dirigirlas a subyugar y esclavizar a los hombres de otras razas como lo pretendieron los nazis.

   Con semejante manera de pensar, era imposible concebir que la alianza concertada entre la Alemania Nazi y el Imperio Japonés fuera sincera y eficaz, ya que también los nacionalistas nipones basaron su movimiento patriótico en un imperialismo extremista y peligroso como el nazi, pretendiendo ni más ni menos, que la raza amarilla dominara al mundo, dirigida firmemente por los japoneses. En aras de tan infausto ideal iniciaron esa brutal guerra de agresión contra China y cometieron atropellos en contra de otros pueblos. ¿Cómo era posible que en tales condiciones pudieran colaborar eficazmente ambos imperialismos? A esa falta de colaboración adecuada por parte de ambos aliados, se debe en gran proporción su derrota en la pasada guerra mundial. y si bien es cierto que el judío Roosevelt, como lo han demostrado ilustres patriotas norteamericanos, hizo todo lo que pudo para alentar la agresión japonesa contra Pearl Harbor, también lo es que si el régimen nipón vigente no hubiera estado imbuído de ambiciones imperialistas desorbitadas, quizá no hubiera caído en la hábil trampa que le tendió el Judaísmo Internacional.

   Como ya lo hemos dicho en otro lugar, todos los grandes pueblos del mundo, por desgracia, han tendido hacia el imperialismo y hacia el sojuzgamiento de otros pueblos en beneficio propio. Lo hicieron los asirios, los caldeos, los persas, los griegos, los cartagineses, los romanos, los árabes, los mongoles, los españoles, los portugueses, .los turcos, los holandeses, los franceses, los ingleses, los rusos y los norteamericanos.

   En este asunto del imperialismo, podríamos repetir la divina frase de Cristo Nuestro Señor: «Quien se sienta inocente, que tire la primer piedra».

   Todos los hombres, sin distinción de razas y de religiones, debemos comprender que además de ser injusta toda nueva empresa imperialista, es suicida, porque ante la amenaza mortal planteada sobre todas las religiones y pueblos del mundo por el imperialismo judaico y su revolución comunista, no queda más recursos, según nos dicta el más elemental instinto de conservación, que unimos en un solo frente, cuando menos en el terreno político, ya que solamente la unidad de los pueblos y la alianza de todas las religiones podrá formar una coalición lo suficientemente fuerte para salvamos y salvar a la Humanidad de la esclavitud judío comunista que a todos sin distinción nos amenaza.

   Esta gran alianza sólo podrá formarse, si existe un espíritu de verdadera fraternidad entre los pueblos y un pleno respeto a los derechos naturales de cada uno de ellos.

   Sería fatal y desastroso si los movimientos libertadores contra el imperialismo judaico y su revolución comunista que están surgiendo en diversas naciones del mundo, fueran a to mar el carácter de nacionalismos imperialistas, porque esto haría imposible la unidad de los pueblos, tan necesaria en es tos momentos para poder vencer al imperialismo hebreo, llevándonos al fracaso una vez más, cuando quizá sea ésta la última oportunidad que tenemos de salvamos, ya que los ju díos y sus satélites masones y comunistas, utilizarían hábil mente toda tendencia imperialista de un movimiento liberta dor antijudío, para lanzar en su contra a los pueblos por él amenazados, como ocurrió precisamente en la pasada guerra mundial.

   Estamos en un momento decisivo para la historia y tene mos pocos años para podemos librar de caer en la esclavitud judaico-comunista. Los movimientos libertadores que en va rios países luchan contra el imperialismo hebreo, deben pres cindir de toda ambición imperialista, deben comprender que en estos días esa posición es suicida; y deben luchar con fervor, no sólo para liberar a sus pueblos de la garra judaica, sino para unirse en sincera hermandad con otros movimientos libertadores semejantes, con el fin de lograr la liberación de toda la humanidad, incluyendo, como es natural, a los infeli ces pueblos subyugados ya por el totalitarismo rojo. Frente a un mundo unido lo más estrechamente posible, sucumbirán los judíos imperialistas; pero podrán triunfar de seguro fren te a la Humanidad dividida en lo político por rivalidades nacionales, raciales o religiosas.

   Las rivalidades nacionales y raciales deben ser soluciona das mediante negociaciones pacíficas y en forma justa. A su vez, las diferencias de criterio en el orden religioso, deben ser dirigidas dentro de los límites de una leal y pacífica discusión teológica, que a la larga dará la razón a quien la tiene, pero debe evitarse que estos antagonismos degeneren en guerras de religión o conflictos violentos, siempre anuladores de una po sible unidad política de todos los pueblos, tan necesaria para extirpar, en primer lugar, la amenaza del imperialismo israe lita y para consolidar después la paz mundial, indispensable al progreso y conservación del género humano.

   Ya con anterioridad nos referimos a otro error trágico de los nazis, que al emprender la lucha contra el imperialismo hebreo, no hacían la debida distinción entre el antiguo pueblo escogido que nos dio a Cristo Nuestro Señor, a María Santí sima, a los Profetas y a los Apóstoles; y la Grey de los hijos del Diablo, como llamó Jesús a los sectarios de la Sinagoga de Satanás, a aquéllos que lo desconocieron y crucificaron y que han perseguido a su Santa Iglesia encarnizadamanete a través de los siglos. Con esta equivocada tesis, los teóricos del nazis mo asumieron una postura anticristiana, que iba a hacer im posible la unificación de Europa, tradicional y profundamente cristiana, en torno de la lucha que los nacional socialistas em prendían contra el imperialismo hebreo, tornando así impo sible su victoria.

   Quienes todavía abriguen la cándida idea de poder des truir al Cristianismo fácilmente, si no quieren reconocer la ayuda divina, deben tomar en cuenta por lo menos los hechos, pues si el poderoso Imperio Romano no lo consiguió en tres largos siglos de inmisericordes persecuciones, si los judíos cri- minales de la Unión Soviética no lo han podido alcanzar en cuarenta y cinco años de terror sangriento, menos lo podrá lograr cualquier imperialismo moderno, que además tenga que enfrentarse al mismo tiempo al poder oculto y gigantesco del Judaísmo Internacional.

   Estamos al borde mismo del abismo; y los incrédulos, e incluso los hombres de tendencias anticristianas, si no están ciegos ante la inminencia del peligro, deben comprender que todos necesitamos hacer a un lado nuestras fobias y nuestros resentimientos, ya sean de orden nacional o religioso, para unimos y organizar una defensa colectiva contra el enemigo mortal que a todos nos amenaza, pues de seguir pensando en odios nacionales, en venganza de agravios pasados, en rivali- dades religiosas, acabaremos por sucumbir todos ante el em- puje cada vez mayor del imperialismo israelita y de su revolución comunista. Es pues preciso que todos, incluso los que perdieron toda fe religiosa, hagamos un esfuerzo con el fin de lograr esa unidad política tan necesaria para poder sal varnos.

   En el presente capítulo nos abstenemos de comentar las matanzas de judíos realizadas por los nazis, ya que de este asunto nos ocupamos en los capítulos tercero y cuarto de la parte de este libro titulada la «Sinagoga de Satanás».

   Debemos proscribir para siempre la guerra de unos Estados contra otros, tanto por ser catastrófica para todos, como por ser el camino ,más seguro que dará el triunfo final del im perialismo totalitario del Judaísmo. Nuestras luchas deben ser en unos casos, de defensa contra el imperialismo hebreo, y en otros de liberación de nuestros propios pueblos y de to dos los demás que se encuentren sojuzgados por la garra he- brea, para que una vez suprimido el peor de los imperialismos que en el mundo ha existido, predicando hipócritamente la paz, pero fomentando constantemente las guerras, puedan todos los países de la tierra estructurar una organización mundial, que respetando los legítimos derechos de todos, con solide la paz universal, fomente la verdad, el progreso de la Humanidad; y eleve lo más posible el nivel de vida de todos los hombres, sobre todo el de las clases más débiles económi camente, al mismo tiempo que pugne por un mayor acerca miento de los hombres a Dios, Principio y Fin supremo de todo el universo.

   El fracaso de la Sociedad de las Naciones y de la Organi zación de las Naciones Unidas, se ha debido, como lo estudia remos en el segundo tomo de esta obra, a que ambas institu ciones, aunque proclamaron los fines más nobles y humani tarios, fueron controladas por el poder oculto del Judaísmo y de la masonería y utilizadas para favorecer el triunfo de los planes imperialistas de la Sinagoga.

   Hacemos un llamado angustioso a los patriotas de los Es tados Unidos e Inglaterra, para que en caso de libertar a sus naciones del yugo judaico, no vayan a seguir la senda suicida del imperialismo. Igual llamado hacemos al heroico Presiden te Nasser de Egipto, y a los patriotas que en otras naciones del mundo luchan con el mismo fin.

   Es evidente que la lucha por la unidad árabe es una causa justa, pero si llega a obtenerse, no debe pasar del nacionalis mo al imperialismo, porque entonces daría a la judería mun dial la magnífica oportunidad de aplastar al nacionalismo ára be, como lo hizo con el imperialismo nazi, al dar a la Sinago ga, sin quererlo, la oportunidad de aniquilar a la Alemania na cionalista, que los mismos nacional socialistas habían logra do liberar de las garras del imperialismo hebreo, elevando el nivel de vida de las clases trabajadoras en forma sorprenden te. De esa manera, el resurgimiento de Alemania, logrado en unos cuantos años, se vio malogrado por las ambiciones imperialistas de los mismos artífices de ese resurgimiento.  Y es que los grandes pueblos y los grandes caudillos, cuando tienen éxitos repetidos en sus empresas trascendentales, se convier ten en fácil presa del egocentrismo, que los impulsa a reali zar a veces las más suicidas empresas imperialistas. Baste re cordar también el caso de Napoleón, que quitó a las fuerzas oscuras del Judaísmo el dominio de la revolución francesa,
para transformarla en una empresa realmente nacional, ha ciendo el milagro de convertir a una Francia que recibió en ruinas y en la anarquía, en la más importante potencia militar de la tierra. Si Napoleón no se hubiera dejado llevar por im pulsos imperialistas desorbitados, su obra hubiera durado mucho más tiempo.

   Los triunfos hacen sentir, tanto a los caudillos como a los pueblos, una sensación de superioridad que conduce a unos y otros a una especie de delirio de grandeza, impulsándolos a concebir a veces empresas imperialistas que a la postre los llevan a la ruina, máxime en tiempos en que el imperialismo judaico aprovecha todas estas circunstancias para lanzar a los demás pueblos a la lucha y a la guerra, contra aquellas poten cias y jefes que estorban o ponen en peligro los planes de dominio de la Sinagoga de Satanás.  

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