COMPLOT CONTRA LA IGLESIA

Maurice Pinay

Cuarta Parte
LA QUINTA COLUMNA JUDÍA EN EL CLERO

Capítulo Octavo

SAN CIRILO DE ALEJANDRÍA VENCE A NESTORIO
Y EXPULSA A LOS JUDÍOS

   A la muerte de Teodosio I heredaron el trono del Imperio ya dividido, sus hijos Honorio en Occidente y Arcadio en Oriente. Su política fue débil frente al enemigo judío, debido a que desatendieron por completo las normas de lucha enérgica preconizadas por San Juan Crisóstomo y San Ambrosio. Es más, en Oriente, Arcadio se rodeó de consejeros venales que vendieron su protección a los hebreos Rufino y Eutropio, quienes según Graetz:

   "...eran extremadamente favorables a los judíos. Rufino amaba el dinero y los judíos habían descubierto ya el mágico poder del oro para suavizar los corazones endurecidos. Debido a eso, varias leyes favorables a ellos fueron promulgadas".

   Entre estas leyes está la que revalidó y confirmó la promulgada por Constancio, de la cual dice Graetz:

   "...los patriarcas y también todos los oficiales religiosos de la Sinagoga fueron exentos de la fuerte carga de la magistratura, al igual que el clero cristiano"(44).

   Lo que el famoso historiador israelita Graetz recalca aquí, es verdaderamente de capital importancia, porque demuestra que los judíos habían ya descubierto el poder del oro para sobornar a los dirigentes cristianos y gentiles, aunque en realidad ya lo habían descubierto mucho antes, como lo demuestran el hebreo Simón el Mago que quiso sobornar al mismo San Pedro, y los dirigentes judíos que lograron comprar a uno de los doce apóstoles para que entregara a Jesús. En el curso de la historia, los hebreos han utilizado sistemáticamente el poder del oro para comprar a dirigentes políticos y religiosos, con el fin de obtener una política favorable al judaísmo. Con tal procedimiento, los sucesores de Judas Iscariote han causado graves estragos a la Santa iglesia y a la humanidad; y esos dirigentes que se venden por dinero o por obtener o conservar posiciones son, en gran parte, los responsables del desastre que tenemos en puerta.

   La protección en Oriente y la tolerancia en Occidente, permitieron a los judíos adquirir bastante fuerza, sumamente peligrosa si se toma en cuenta que eran enemigos tradicionales de la Iglesia y del Imperio. Incluso en los tiempos modernos existen testimonios hebreos de ese odio que sienten los judíos por la antigua Roma.

   En el Imperio de Oriente, Teodosio II, sucesor de Arcadio, se dio cuenta a tiempo del peligro y tomó una serie de medidas para conjurarlo, combatiendo la amenaza judía en distintas formas. Sin embargo, los historiadores judíos califican siempre esas medidas de defensa de los Estados cristianos, de persecuciones provocadas por el fanatismo y antijudaísmo del clero católico.

   El judío Graetz, hablando de estos acontecimientos, señala que:

   "Para el judaísmo, la Edad Media empieza en realidad con Teodosio II (408-450), un Emperador bien dotado pero dirigido por los monjes, cuya debilidad dio impunidad al celo fanático de algunos obispos y ofreció construir nuevas sinagogas, ejercer el oficio de jueces entre los litigantes judíos y cristianos y poseer esclavos cristianos; y también contenían otras prohibiciones de menor interés. Fue bajo este Emperador que el Patriarcado finalmente cayó..." (45).

   El Patriarcado fue una institución que constituyó durante mucho tiempo la jefatura del judaísmo en todo el Imperio Romano y en otras muchas partes; tenía su sede en Jerusalén.

   Lo que no indica Graetz es la razón que tuvo el clero católico para reaccionar en forma tan violenta contra los judíos; aquí como en todos los casos, los historiadores judíos dan cuenta de las medidas que toma la Santa Iglesia o los monarcas cristianos en contra de ellos, pero nunca mencionan los motivos que los hebreos dieron para provocar esas reacciones.

   En la lucha de la Iglesia contra el judaísmo en el siglo V, es preciso mencionar la decisiva intervención de San Cirilo de Alejandría, que estaba siendo el alma de la defensa en contra de una nueva herejía, dirigida por Nestorio, y que estuvo a punto de desgarrar a la Iglesia como lo había hecho la herejía arriana.

   San Cirilo, Patriarca de Alejandría en esos momentos, desempeñó en la lucha contra el nestorianismo el mismo papel que años antes representara el gran padre de la Iglesia San Atanasio en la lucha contra el arrianismo; y como este último, también San Cirilo tomó parte muy activa en la defensa contra el judaísmo, condenando a los hebreos en diversas ocasiones y combatiendo todas sus perversas maquinaciones.

   La herejía de Nestorio dividió también al episcopado, pues varios obispos hicieron causa común con el Patriarca hereje de Constantinopla, pero San Cirilo, después de prolongada lucha, logró obtener la condenación de Nestorio por Su Santidad el Papa; y posteriormente, reunido el Concilio Ecuménico III de Efeso, los obispos herejes fueron totalmente derrotados, triunfando la catolicidad. Por supuesto que el alma de dicho concilio fue San Cirilo de Alejandría quien, todavía después del mismo, tuvo que seguir luchando contra los restos de la herejía hasta lograr su aniquilamiento.

   Para conocer con claridad la actitud de San Cirilo hacia los judíos, nos referimos a las palabras del historiador israelita Graetz, que representa fielmente el sentir de los judíos hacia los Padres y santos de la Iglesia:

   "Durante el reinado de Teodosio en Oriente y de Honorio en Occidente, Cirilo, Obispo de Alejandría, notable por su afición a la riña, por su violencia y su impetuosidad, había tolerado que se maltratara a los judíos y los echó de la ciudad. Reunió una turba de cristianos y, con su excesivo fanatismo, los incitó contra los judíos; entró por la fuerza en la sinagogas, de las cuales tomó posesión para entregarlas a los cristianos, y expulsó a los habitantes judíos, semidesnudos, de la ciudad que ellos habían llegado a ver como su hogar. Sin reparar en medios, Cirilo entregó sus propiedades al pillaje de la turba siempre sedienta de saqueo". (46)

   A su vez, la citada "Enciclopedia Judaica castellana" en el vocablo respectivo dice:

   "Cirilo (San), de Alejandría, patriarca (376-444). Fue prácticamente dueño y señor de Alejandría, donde atemorizó a la población no cristiana. En 415 ordenó la expulsión de los judíos, pese a las protestas de Orestes, prefecto imperial" (47).

   Todas las Historias de la Iglesia coinciden en afirmar que aunque San Cirilo era un hombre de lucha, era de carácter moderado y conciliador; un hombre virtuosísimo en toda la extensión de la palabra, pro lo cual mereció ser canonizado.

   Lo que los historiadores hebreos –tan venerados en los medios judíos, como Graetz- o las enciclopedias oficiales del judaísmo dicen de todos aquellos que se atreven a luchar en contra de la acción destructora de los israelitas, da una idea de los extremos a que llegan para desprestigiar y enlodar la memoria de los más insignes santos de la Iglesia. Eso de que San Cirilo expulsó de Alejandría semidesnudos a los judíos y de que entregó sus bienes al pillaje de las turbas, es inverosímil para todos los que conocen bien la historia de San Cirilo. Lo que ocurrió, en realidad, fue que desde hacía mucho tiempo Alejandría se había convertido en el principal centro de conspiración judaica contra la Santa Iglesia y contra el Imperio. Esta ciudad había sido el principal centro del gnosticismo judaico y de ella irradiaban toda clase de ideas disolventes en contra del orden establecido, por lo que no es de extrañar que San Cirilo, consciente de lo que significaba la amenaza judía, haya resuelto extirpar con energía ese tumor canceroso, expulsando a los judíos de la ciudad, como después lo tendrían que hacer en diversos países otros prelados defensores de la Cristiandad.

   Conociendo los antecedentes y la irreprochable conducta de este santo de la Iglesia, es más creíble que haya tomado las precauciones debidas para que esa expulsión se realizara en términos humanos, desaprobando cualquier exceso o abuso cometido por las masas indignadas de la población, lógicamente exacerbadas ante la perfidia judía.

   Continúa el historiador judío Graetz narrando los cruentos episodios de esa terrible lucha librada por San Cirilo y los cristianos contra los judíos. Entre otras cosas, asegura Graetz:

   "El prefecto Orestes, que tomó mucho a pecho el bárbaro trato dado a los judíos, carecía sin embargo de fuerza para protegerlos; todo lo que fue capaz de hacer fue lanzar una acusación en contra del obispo (San Cirilo), pero éste ganó la causa en la Corte de Constantinopla. Lo que ocurrió en Alejandría, después de la expulsión de los judíos, demuestra lo grande que era el fanatismo de este obispo. No lejos de la ciudad había una montaña llamada Nitra, donde habitaba una Orden de monjes cuya ansia de ganar la corona del martirio los había convertido casi en animales feroces. Azuzados por Cirilo, estos monjes se echaron encima de Orestes y lo apedrearon hasta dejarlo casi muerto, como un castigo por no haber aprobado la expulsión de los judíos. Fue este mismo grupo fanático el que descuartizó el cuerpo de la célebre filósofa Hipatia, que había asombrado al mundo por su profunda ciencia, su elocuencia y su pureza" (48).

   El clero católico de esa época, consciente de lo que significaba el terrible problema judío, conocedor a fondo de las conspiraciones hebreas contra la Iglesia y el Imperio y como buen pastor de sus ovejas, se lanzó sin titubeos a defenderlas de las asechanzas del lobo; pero los judíos en sus Historias exageran siempre lo ocurrido, interpolando pasajes espeluznantes, tendientes a desprestigiar al catolicismo y a los santos que defendieron a la Iglesia. Además, como hemos visto, todas estas narraciones expuestas en términos exagerados e impresionantes, sirven a los hebreos para educar a sus juventudes, inculcándoles desde temprana edad un odio satánico contra la Iglesia y su clero, así como una sed implacable de venganza, que en la primera oportunidad que se presenta se manifiesta en quemas de conventos, destrucción de iglesias, matanzas crueles de sacerdotes y toda clase de desmanes en contra de los cristianos.

   Es indudable que si San Cirilo hubiera vivido en nuestros tiempos, no sólo hubiera sido condenado por antisemita, sino hasta hubiera sido declarado criminal de guerra y condenado a muerte por el Tribunal de Nuremberg u otra cosa por el estilo.

   Los judíos se creen con derecho de conspirar contra los pueblos, de ensangrentarlos con guerras civiles, de cometer crímenes y toda clase de maldades sin recibir el merecido castigo, pero cuando alguien con la energía de San Cirilo reprime y castiga justamente sus desmanes y delitos, lo llenan de improperios y tratan de desprestigiarlo en vida, sin perdonarlo tampoco después de muerto, tal como ocurre con este insigne santo de la Iglesia Católica.

   Es interesante conocer la descripción de Graetz sobre cómo festejaban los israelitas, en tiempos de San Cirilo de Alejandría, la festividad del Purim de la Reina Esther:

   "Este día los judíos en medio de su alegría, acostumbraban ahorcar sobre un tablado la figura de Amán, su archienemigo, y el patíbulo, que quemaban a continuación, tomaba accidental o intencionadamente la forma de una cruz. Naturalmente los cristianos se quejaron de que su religión era profanada; y el Emperador Teodosio II ordenó al gobernador de la provincia poner un hasta aquí a tan mal comportamiento, bajo la amenaza de severos castigos, sin haber logrado sin embargo, evitar tales actos. En una ocasión, esta alegría de carnaval, según se dice, tuvo horribles consecuencias. Los judíos de Imnestar, una pequeña población de Siria situada entre Antioquía y Calcis, habiendo levantado uno de estos patíbulos para Amán, fueron acusados por los cristianos de haber colgado a un niño cristiano, crucificándolo en él y habiéndolo azotado hasta matarlo. Por ello el Emperador ordenó, en el año 415, que los culpables fueran castigados" (49).

   ¡A esto llama alegría y diversión carnavalesca el tan célebre y autorizado historiador israelita Graetz, tan respetado en los medios judíos!

   Es fácil suponer la indignación provocada entre los cristianos por semejante conducta judía y hasta el amotinamiento de las masas del pueblo, similar al que se provocaría actualmente en la Unión Soviética y demás países satélites con los sacrificios, blasfemias y asesinatos políticos que comenten los judíos comunistas, si no fuera porque éstos tienen ya, en los lugares, esclavizados a los cristianos e incapacitados para defenderse.

   Las sinagogas, a diferencia de los templos de otras religiones, no se han reducido a rendir culto a Dios, sino que son lugares de reunión para discutir y aprobar resoluciones políticas y son los principales centros de conspiración de los judíos.. Desde las sinagogas traman toda clase de medidas tendientes a conquistar a los pueblos que benévolamente les dieron hospitalidad. Ahí planean también las actividades de extorsión económica encaminadas a despojar a los cristianos y gentiles de sus riquezas, que los hebreos creen que les pertenecen por derecho divino. Con cuánta razón afirmó el gran Padre de la Iglesia, San Juan Crisóstomo, que las sinagogas eran "escenarios infames y cuevas de ladrones e incluso cosas peores". Es, pues, comprensible que el clero católico de esa época –consciente del peligro que representaban para la Cristiandad y para el Imperio- tratara de clausurar esos centros de conspiración y de maldad.

   Entre las acciones del clero dirigidas a tal objeto, además de las ya referidas, es interesante citar lo ocurrido en la isla de Menorca, entonces posesión romana, donde nos dice Graetz que:

   "Severo, el obispo de ese lugar, quemó sus sinagogas y arrasó a los judíos con ataques en las calles, hasta que obligó a muchos de ellos a abrazar el cristianismo" (50).

   Esta última medida constituyó un gravísimo error, porque como ya antes señaló el famosos historiador israelita Cecil Roth, estas conversiones fueron fingidas y los judíos, en secreto permanecieron adictos a su vieja religión, viniendo a aumentar el número de judíos subterráneos que, practicando en público la religión cristiana, contituían en el seno de la Santa Iglesia la quinta columna hebrea, autora de la mayor parte de las herejías a las cuales prestaba todo su apoyo e impulso.

   Otro notable adversario de los judíos, en esta etapa, fue el célebre asceta San Simón Estilita, bien conocido por la rigurosísima penitencia que observó toda su vida, sentado sobre una columna durante varios años, mortificándose y haciendo penitencia para convertir al cristianismo a varias tribus nómadas procedentes de Arabia; y por su santidad llegó a ser muy venerado del emperador Teodosio II, ante el cual Simón siempre intercedía por todos los perseguidos. En las controversias de la Iglesia Católica con los herejes, llegó a ejercer su influencia en favor de la ortodoxia.

   ¡Qué tan grandes serían las maldades de los judíos y las conjuras de sus sinagogas que este hombre todo caridad y tolerancia, conciliador en extremo, amparo de los perseguidos, santo canonizado por la Iglesia, famoso por su penitencia y dechado de virtudes, tratándose del judaísmo hizo una excepción en su vida apacible, para intervenir enérgicamente en la decisiva lucha que libraba contra la Sinagoga de Satanás!.

   En relación con este santo, señala Graetz, que cuando los cristianos de Antioquía quitaron por fuerza a los judíos sus sinagogas en venganza de la muerte infligida por los judíos al niño cristiano de Imnestar, durante la fiesta del Purim, el prefecto de Siria notificó al emperador de este despojo de sinagogas en forma tan impresionante, que logró que Teodosio II, a pesar de su "fanatismo frailuno", ordenara a los habitantes de Antioquía la devolución de las mismas, cosa que indignó mucho a San Simón Estilita.

   Así se expresa sobre el particular, el famoso historiador hebreo Graetz:

   "Pero esta decisión fue denunciada por Simón Estilita, quien llevaba una vida de riguroso ascetismo en una especie de establo no lejos de Antioquía. Desde lo alto de su columna, él había renunciado al mundo y sus costumbres, pero su odio a los judíos fue, sin embargo, suficiente para obligarlo a inmiscuirse en asuntos terrenos. Apenas tuvo conocimiento de la orden de Teodosio relativa a la devolución de las sinagogas robadas, le dirigió al Emperador una carta insultante, informándole que él reconocía solamente a Dios y a nadie más como amo y Emperador, y pidiéndole que revocara el edicto. Teodosio no pudo resistir semejante intimidación, revocando su orden en el año 423 e incluso quitando de su cargo al prefecto sirio que había levantado su voz en favor de los judíos" (51).

   Lo expuesto en los anteriores capítulos, nos muestra la clase de clero y de santos de la Iglesia que hicieron posible el triunfo del cristianismo frente a los enemigos mortales de la Iglesia y de la humanidad. El presente Concilio Ecuménico Vaticano II brindará una gran oportunidad para lograr que nuestro clero actual se vaya poniendo a la altura del que en aquellos tiempos pudo salvar a la Santa Iglesia, en medio de tantas catástrofes, y la hizo prevalecer frente a tantos enemigos. Esto es urgentísimo en vista de que el peligro comunista que amenaza con arrasarlo todo, sólo podrá ser conjurado si esa moral combativa y ese espíritu de sacrificio que caracterizaron a las jerarquías católicas durante los primeros siglos del cristianismo, vuelve al clero de la Santa Iglesia y a los dirigentes seglares. Si no se logra una reacción enérgica en este sentido, es posible que Dios nos castigue con el triunfo mundial del comunismo y la consiguiente catástrofe para la Cristiandad.

SAN AGUSTÍN, SAN JERÓNIMO Y OTROS PADRES DE LA IGLESIA CONDENAN A LOS JUDÍOS

   San Jerónimo, gran Padre de la Iglesia, en sus deseos de estudiar la Biblia en sus mismas fuentes, se empeñó en conocer a fondo el hebreo, por lo cual entró en contacto con judíos tan destacados como Bar Chanina; pero a pesar de la amistad personal que tuvo el santo con distinguidos hebreos, su actitud hacia el judaísmo era de franco repudio.

   Lo mismo puede decirse del ilustrísimo Padre de la Iglesia, San Agustín, Obispo de Hipona.

   Se utilizarán como información, los textos de autores hebreos, de indiscutible autoridad en los medios judíos, para evitar que puedan tacharse de antisemitas estas fuentes. Con respecto a San Jerónimo y a san Agustín, dice expresamente el historiador israelita Graetz, refiriéndose en primer término a San Jerónimo:

   "Habiéndole reprochado sus enemigos de estar contaminado de herejía en relación con sus estudios judaicos, (Jerónimo) los convenció de su ortodoxia haciendo valer su odio a los judíos. `Si fuere requisito despreciar a los individuos y a la nación, yo aborrezco a los judíos con un odio difícil de expresar´ . Pero Jerónimo no era el único que opinaba de esta manera, ya que sus opiniones eran compartidas por un contemporáneo más joven, Agustín, el Padre de la Iglesia. Esta profesión de fe, concerniente al odio hacia los judíos, no era una opinión privada de un escritor aislado, sino el oráculo para toda la Cristiandad, que presurosa aceptó los escritos de los Padres de la Iglesia, que fueron reverenciados como santos. En tiempos posteriores, esta profesión de fe, armó a los reyes, al populacho, a los cruzados y a los pastores (de almas), contra los judíos, que inventaron los instrumentos para su tortura, y construyeron las hogueras fúnebres para quemarlos" (52).

   Así resume Graetz la política seguida por la Santa Iglesia y por la Cristiandad en contra del judaísmo durante más de mil años, pero lo que naturalmente oculta es cuáles fueron las causas que obligaron a la Iglesia, a los Papas y a los concilios a tener que aprobar ese tipo de defensa.

   Los que vieron o sufrieron en carne propia las matanzas de cristianos y los que fueron testigos de profanaciones de iglesias, realizadas tanto por paganos como por herejes a instigaciones de los hebreos; los que de igual modo presenciaron matanzas y persecuciones, personalmente cometidas por los judíos y los que en la actualidad sabemos de los crímenes cometidos por los israelitas en la Rusia soviética y países comunistas, sí podemos entender que tanto la Santa iglesia como el resto de las instituciones amenazadas, tengan el derecho de defenderse de un enemigo tan extraordinariamente avieso y criminal. También entendemos que la humanidad y la religión, al verse ante tal peligro, echen mano de medidas tan extraordinarias como la maldad del enemigo las haga necesarias.

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NOTAS

  • [44] Graetz, obra citada, tomo II, pp. 615, 616.
  • [45] Graetz, obra citada, tomo II, p. 617.
  • [46] Graetz, obra citada, tomo II, pp. 618, 619.
  • [47] Enciclopedia Judaica Castellana, tomo II, p. 30, col. 1.
  • [48] Graetz, obra citada, tomo II, Cap. XXII, p. 619.
  • [49] Graetz, obra citada, tomo II, Cap. XXII, pp. 620, 621.
  • [50] Graetz, obra citada, tomo II, pp. 619, 620.
  • [51] Graetz, obra citada, tomo II, pp. 621, 622.  
  • [52] Graetz, obra citada, tomo II, pp. 625, 626.