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    Señores: 
 
   Aspiro a ser diputado, porque aspiro a robar  en  grande y a
"acomodarme"
mejor. Mi finalidad no es salvar  al país de la ruina en la que lo han
hundido las  anteriores administraciones de compinches, sinvergüenzas; no
señores, no es ese mi elemental  propósito, sino que, íntima y
ardorosamente, deseo contribuir al saqueo con que se vacían las arcas del
 Estado, aspiración noble que ustedes tienen que comprender es
la más intensa y efectiva que guarda  el  corazón de todo hombre que
se presenta a candidato a  diputado. 
 
   Robar no es fácil, señores. Para robar se  necesitan determinadas
condiciones que creo no  tienen mis rivales. Ante todo, se necesita ser un
cínico  perfecto, y yo lo soy, no lo duden señores. 
 
   En  segundo  término, se necesita ser un traidor, y yo también lo
 soy, señores.
Saber venderse oportunamente, no  desvergonzadamente, sino
"evolutivamente".
Me  permito el  lujo de inventar el término que será un sustitutivo
 de traición, sobre todo necesario en estos tiempos en que  vender el
país al mejor postor es un trabajo arduo e  ímprobo, porque tengo
entendido, caballeros, que nuestra  posición, es decir, la posición del
país no encuentra  postor ni por un plato de lentejas, créanlo...
prefiero ser honrado. 
 
   Abarquen la magnitud de mi  sacrificio y se darán cuenta de que soy un
perfecto candidato a diputado. 
 
   Cierto es que quiero robar, pero ¿quién no  quiere  robar? Díganme
ustedes
quién es el desfachatado que  en  estos momentos de confusión no
quiere robar. 
 
   Si ese  hombre honrado existe, yo me dejo crucificar. 
 
   Mis camaradas también quieren robar, es cierto, pero no  saben robar.
Venderán al país por una bicoca, y eso  es  injusto. Yo venderé a
mi patria, pero bien vendida. 
 
   Ustedes saben que las arcas del Estado están  enjutas, es decir, que
no tienen un mal cobre para satisfacer la deuda externa; pues bien, yo
remataré al país en  cien  mensualidades, de Ushuaia hasta el Chaco
boliviano, y no  sólo traficaré al Estado, sino que me acomodaré con
comerciantes, con falsificadores de alimentos, con concesionarios;
adquiriré armas inofensivas para el  Estado, lo cual es un medio más
eficaz de evitar la guerra que teniendo armas de ofensiva efectiva, le  regatearé
el  pienso al caballo del comisario y el  bodrio al habitante de la cárcel,
y carteles, impuestos a  las moscas y a los perros, ladrillos y
adoquines... 
 
   ¡Lo que  no robaré yo, señores! ¿Qué es lo que no robaré?,  díganme
ustedes.
Y si ustedes son capaces de enumerarme  una sola materia en la cual yo no
sea capaz de  robar,  renuncio ipso facto a  mi candidatura... 
 
   Piénsenlo aunque sea un minuto, señores  ciudadanos. Piénsenlo. Yo he
robado.
Soy un ladrón, y si ustedes no creen en mi  palabra, vayan al Departamento
de Policía y consulten mi prontuario. 
 
   Verán que performance tengo. He sido  detenido en averiguación de
antecedentes como treinta veces; por portación de armas -que no tenía- otras
 tantas, luego me regeneré y desempeñé la tarea de grupí,  rematador
falluto, corredor, pequero, extorsionista,  encubridor, agente de
investigaciones, ayudante de pequero porque me exoneraron de investigaciones;
fui  luego agente judicial, presidente de comité parroquial,
convencional, he vendido quinielas, he sido, a  veces,  padre de pobre
y madre de huérfanas, tuve comercio y quebré, fui acusado de incendio
intencional de otro bolichito que tuve... 
 
   Señores, si no me creen, vayan al  Departamento... verán ustedes que yo
soy el único entre todos esos  hipócritas que quieren salvar al país,
absolutamente el  único que puede rematar la última pulgada de tierra
argentina... Incluso, me propongo vender el Congreso  e  instalar un
conventillo o casa de departamentos en  el  Palacio de Justicia,
porque si yo ando en libertad es que no hay justicia, señores..." 
 
   Con este discurso, lo matan o lo eligen  presidente  de la República. 
  
    
      Roberto Arlt 
Aguafuertes porteñas (1933) | 
     
   
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