La
        suma sideral que el Estado debe al exterior – ni el mismo ministro de
        economía la sabe con certeza – parece ser el problema acuciante de
        este gobierno agónico. No por su monto exacto, que confiesa tenerle sin
        cuidado, ni el origen misterioso de sus distintos rubros – sobre los
        cuales pasa como por sobre ascuas – sino por la manera de pagar que a
        su juicio, debe hacerse dólar sobre dólar como corresponde a
        caballeros que deben dejar a salvo su crédito, ya que no su honor. 
        
        
        
        
        
        ¿Cómo
        pagarse una deuda cuando no hay con qué? Pues, contrayendo una deuda
        mayor que alcance a cubrir el monto más sus intereses y las comisiones
        de práctica. No faltarán prestamistas para hacerse cargo de la operación
        visto su sano propósito. Así se podrá seguir tirando hasta el 30 de
        enero de 1984 y el que venga atrás que arree. ¿No es así ministro
        Wehbe
        como entiende usted que se salvará el crédito argentino? 
        
        
        
        
        
        No
        sé si lo dijo usted, pero la voz ha venido del Ministerio de Economía,
        de que los argentinos debemos ajustamos a la regla de oro del crédito
        que obliga a pagar en su tiempo y por su monto exacto, aunque sea
        contrayendo deudas mayores, porque el buen crédito de que gozamos se
        debe a que en toda nuestra historia, hemos cumplido fielmente con
        nuestras obligaciones.  
        
        
        
        
        No
        tanto ministro Wehbe. Hemos cumplido cuando nos era posible cumplir, y
        cuando no era posible, sin daño para el país, hemos hecho lo que patriótica
        y humanamente podíamos sin que se resintiera nuestro crédito. 
        
        
        
        
        
        Porque
        el crédito público no siempre se maneja por las reglas liberales de la
        economía individualista, como usted parece creerlo, sino por las
        conveniencias de las naciones.  
        
        
        
        
        Y
        para demostrárselo voy a darle un ejemplo sacado de nuestra historia. 
        
        
        
        
        
        En
        agosto de 1890, renuncia el presidente Juárez Célman, y ocupa el cargo
        el vicepresidente Carlos Pellegrini. Era aquélla una situación
        tremenda. El peso había perdido en dos años tres veces su valor y por
        lo tanto los salarios estaban lejos de su poder adquisitivo; habían
        estallado huelgas por todas partes, la Unión Cívica se había
        levantado en armas y se combatió cuatro días en las calles céntricas
        de Buenos Aires.  
        
        
        
        
        No
        había un peso en Tesorería, y se venían encima los vencimientos de
        los empréstitos y garantías de los ferrocarriles (entonces
        extranjeros). Pellegrini se entiende con los acreedores ingleses para
        que le faciliten el dinero a fin de atender la deuda exterior el tiempo
        que quedaría en la presidencia (1890-1892), En nombre del consorcio de
        prestamistas ingleses, Rothschild le abrió un crédito para cumplir con
        ellos durante esos años. Claro que en 1892 habría que pagar más que
        en 1980, porque se agregarían los intereses y la comisión. 
        
        
        
        
        
        Deudas
        para pagar deudas.  
        
        
        
        
        En
        1892 sube a la presidencia Luis Sáenz Peña, que tiene a Juan José
        Romero como ministro de hacienda. El estado de las finanzas es
        deplorable (han cerrado varios bancos, entre ellos el Nacional), pero
        Romero se niega a una prórroga del crédito que le hace Rothschild. No
        quiere "deudas para pagar deudas”, sino afrontar la situación
        con los recursos de que dispone. Hace saber que ellos no pasan de dos
        millones de libras anuales. Las ofrece a Rothschild como pago
        cancelatorio de los intereses de la deuda exterior. Era rebajar los
        intereses del 8 y 9% a menos del 4 %, y la garantía ferroviaria de doce
        millones anuales a medio millón. Si los banqueros no aceptaban esas
        quitas y esperas, declararía la moratoria nomás. 
        
        
        
        
        
        Hubo
        forcejeos. Hasta se amenazó con una intervención armada. Pellegrini,
        senador, tomó la defensa de los banqueros ingleses. Habló de la
        "quiebra que comprometía el crédito", pidiendo el pago íntegro
        de “la deuda de honor lograda en momentos difíciles para el país".
        Nada perturbó a Sáenz Peña y a Romero. Predominó el buen sentido de
        Rothschild. Entre perder un poco o perder todo, eligió el mal menor a
        pesar de Pellegrini, Y el 3 de julio de 1893 firmó el compromiso de
        quitas y esperas.  
        
        
        
        
        Que
        no duró los ochos años fijados. La mejora de la situación económica
        a partir de 1892, por varios años de buenas cosechas y una balanza
        comercial favorable, hizo que el mismo gobierno lo dejase sin efecto. No
        se resintió para nada el crédito argentino.
        
        
        
        
                                                
        JOSÉ MARIA ROSA 
        
        
        
        Editorial
        de la revista 
        LÍNEA
        nº 26 de la 2º quincena de marzo de 1983.
        
        
        
        Organizada
        y compendiada por Ed. Del Ilustre Restaurador.
        
         
        
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