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Según la versión dada por un cronista 
de la calle habría ocurrido, en este día, un incidente nada menor, en la vía 
pública. Resultó que un joven vestido con el atuendo que usan los judíos 
ortodoxos, y que los identifica claramente, subió a un colectivo de línea. En el 
interior del mismo habrían estado unos cuatro muchachones que, sin que mediare 
otra cosa que la presencia del hebreo, comenzaron a gritarle insultos y lanzarle 
amenazas. Temiendo una agresión física el joven judío huyó despavorido pero, 
enredado con su sombrero, los rulos, la filacteria y el Talmud que llevaba bajo 
la axila izquierda, perdió en la carrera sus anteojos. Acto seguido uno de estos 
machachones se habría puesto de pie y fue a pisar los anteojos destruyéndolos 
completamente. 
   
De acuerdo con investigaciones realizadas posteriormente por el mismo cronista, 
resultó que este integrante del Pueblo Elegido por el Señor de Israel, 
aunque nacido en el Barrio del Once, era nada menos que hijo de un rabino del 
Pueblo de Dios. Por tal motivo se efectuó la denuncia correspondiente en la 
comisaría de la jurisdicción del hecho, aunque los muchachones se habían 
esfumado y el chofer del colectivo, seguramente un cobarde, dijo no haber visto 
ni escuchado nada. 
   
Pasada esta nota, la imagen regresó a los estudios centrales del canal para 
seguir con la emisión del noticiario. Entonces apareció una secreción nasal, que 
dicen se llama Santo Biasatti, quien, al cabo de unos segundos de hermético 
silencio y mirando fijamente la cámara en posición estatuaria, se despachó con 
toda su indignación. Había quedado perplejo Biasatti, tal cual me pasó a mí por 
semejante afrenta a un Predestinado. 
   
Comenzó Biasatti diciendo que aquello “era pura discriminación”; que “era obra 
exclusiva de los restos de nazis y fascistas que aún quedaban en la sociedad 
argentina”; que “alguien de una vez por todas debería extirpar a los fascistas 
para que el pueblo argentino pueda vivir en paz; que “a esta nación la fundaron 
judíos, gallegos, italianos, islámicos y  de otras comunidades”; que “nadie 
puede negar los invalorables aportes que ha hecho la comunidad judía a la 
sociedad”; que “nuestra constitución aseguraba la convivencia de todos” y así 
siguió discurseando sobre el tema alrededor de diez minutos. No era para menos. 
Y bien dicho todo. 
   
Lo que más me llamó la atención de esta arenga fue que “a esta Patria la 
fundaran los judíos”, porque yo tenía entendido, de puro bruto no más, que la 
habían fundado los españoles por la Cruz y para la Cruz, y más concretamente 
castellanos, vascos y andaluces que gallegos, aparecidos un poco después. Y 
cuando no había más tiros, invasiones, pestes, asesinatos, bloqueos, malones ni 
guerras civiles, aparecieron los judíos para vivir tranquilos en una tierra 
donde se podían hacer buenos negocios. 
   
También distrajo mi atención el asunto de “los nazis y fascistas” que yo, de 
puro despistado, los suponía extintos de 1945 en adelante. Y según parece que no 
es así. 
   
Pero donde yo creo que acertó Biasatti fue el asunto de “la discriminación”. Y 
creo que él tiene mucha experiencia en esto, por lo que a sus dichos los he 
tomado a pie juntillas. 
   
Hace unos años apareció en la pantalla chica una viejecita como de 92 años, 
arrugada como el bandoneón de Troilo. ¿Cuál era la noticia? La nonagenaria se 
estaba por casar con tipo que dijo tenía 35 años. Notas posteriores la mostraban 
a ella haciéndose arrumacos con su novio y tomados de la mano como unos 
tortolitos veinteañeros. Como ella casi no podía hablar, lo hacía el novio, 
arquetipo del patán con dos o tres cursos de perfeccionamiento hechos en la 
Cámara de Diputados, y un aspecto como el de los matarifes de Sevilla que 
describe don Miguel de  Cervantes en su Diálogo de perros. 
 
   
Como en una secuencia que no tenía fin, a la semana siguiente, vine a enterarme 
que el fósil viviente era ¡la madre de Santo Biasatti! Entonces un desaprensivo 
le dio imagen y audio a la señora quien explicó entre lágrimas, que todo aquello 
era un desquite por “la discriminación que le había hecho su hijo”; que “ella 
había sido víctima de malos tratos”; que “la había relegado al olvido”; que le 
“había negado su cariño de hijo abandonándola por un nuevo novio que tenía” y 
que etc. 
   
Pocos días después apareció el pretendiente, el que, muy suelto de cuerpo, 
explicó que había sido “la señora la inventora de aquel romance”; que por ello 
“le había dado dinero”; pero que “era verdad que se quería casar con él”, etc. 
Despiadado el periodista le preguntó al final: “¿Entonces usted no estaba 
enamorado de la señora?”, por lo que el sujeto largo una hiriente carcajada 
tratando a su ex novia de “vieja de tal por cual”. Y no se habló más del asunto 
hasta el día de la fecha. 
   
Al poco tiempo Santo Biasatti hizo unos avances para un programa que estaba por 
ser emitido bajo su conducción. En una de las sagas aparecía Biasatti enfundado 
en un magnífico sobretodo oscuro, de riguroso traje y corbata, y arrollado al 
cuello una bufanda roja. Caminaba el periodista por una vereda y tropieza con un 
linyera que, acurrucado como un peludo, se defendía del cierzo con unos 
cartones. Por debajo de ellos asomaban sus pies macilentos y desnudos. Mirándolo 
por sobre el hombro Biasatti le preguntaba: “Hace frío, ¿no?” Cuando el 
menesteroso le dijo que sí, Biasatti siguió caminando. Había constatado que, 
efectivamente, hacía frío. Es que para decir verdad: no hay que confiarse de lo 
que dice el Servicio Meteorológico. Hay que salir y preguntar. Es lo mejor. 
   
Por esto dije que Santo Biasatti está doctorado en discriminación, porque rindió 
su tesis con su propia madre. No es cualquier cosa. Sabe lo que hace y sabe lo 
que dice. Mejor que los nazis y que los fascistas que, como fantasmas, deambulan 
por las callecitas de Buenos Aires y se ve le han quitado el sueño, y el de su 
novio, según su madre, también. 
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