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Ocho y media de la mañana del 20 de noviembre de 1845. A la 
vuelta de un recodo donde se abrazan el Paraná Guazú y el Paraná de las Palmas, 
frente a la actual ciudad de San Pedro, y que llaman de Obligado, aparecen 11 
buques de guerra ingleses y franceses. Son navíos modernos, tres de ellos 
vapores acorazados, recientemente incorporados a la Marina de Guerra de estas 
dos grandes naciones. Su artillería es poderosa: cañones rayados Peysar (los 
primeros que se conocen) y los primeros cañón-obús de marca Paixhans que 
disparan proyectiles de 40 kilogramos. Son en total 96 bocas de fuego. 
   
Pero en esta angostura de Obligado, el General Juan Manuel de Rosas, jefe de la 
Confederación Argentina, ha cruzado el río con cadenas y construido cuatro 
baterías que manda su cuñado el General Lucio Mansilla. Unos dos mil criollos 
han montado sobre las barrancas pequeños cañones traídos de pueblos cercanos y 
provincias interiores, que en verdad son reliquias, algunos de la Guerra de la 
Independencia. Todos están juramentados a morir antes de que los gringos sigan 
río arriba. 
   
Eso había decidido la Confederación, porque entonces gobernaba el Pueblo por su 
Caudillo –un Gran Caudillo-. Los gobiernos populares son nacionalistas; los 
gobiernos de clase son cipayos. Esta es una ley de la Historia, que jamás podrán 
torcer. 
   
Aparecidos los buques, el General Mansilla arenga a las tropas: 
  
  
    
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          “¡Miradlos! 
      ¡Allí los tenéis! Considerad el insulto que hacen a nuestra Patria al 
      navegar, sin más título que la fuerza, las aguas de un río que corre por 
      el territorio de nuestro país. ¡Pero no lo conseguirán impunemente! 
      ¡Tremole en el Paraná el pabellón azul y blanco y debemos morir todos 
      antes que verlo bajar de donde flamea!”  | 
     
   
  
 
   
Rompe el silencio la marcial banda del Regimiento de Infantería Patricios con el 
Himno Nacional que todos cantan con fervor desde sus puestos de combate, 
finalizando con un ¡Viva la Patria! Se inicia el combate más heroico de 
toda nuestra historia. En poco más de una hora y media, los gringos recibieron 
alrededor de 5.000 cañonazos. Cuando se agotó la munición se siguió a bayoneta y 
cuchillo. En la Vuelta del Quebracho, en Santa Fe, a 12 Km de San Lorenzo, los 
esperaría el Coronel Santa Coloma con un fuego de artillería tan nutrido que los 
gringos tuvieron que desembarcar en las islas adyacentes. De allí responderían 
con los famosos cohetes a la Congreve. El paseo militar se les había 
transformado en una tragedia.   
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