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                    Ya no se asombran
                si al verlos alguien les grita "¡sababa!", que en
                hebreo significa algo así como "todo bien". Los
                israelíes que pasean por aquí se sienten cada vez menos lejos
                de su casa: enormes carteles en los negocios están escritos en
                su idioma y no pocos comerciantes aprendieron algunas palabras
                en hebreo.
                 
                   "Esto no nos
                pasó en ningún otro lado", asegura en inglés Yehuda
                Lahav, un simpatiquísimo israelí de 22 años. Y lo dice con
                fundamento: ya lleva recorrida buena parte de América latina.
                Muchos jóvenes de Israel viajan por el mundo después de
                terminar el servicio militar obligatorio en su país, que dura
                tres años para los hombres y uno menos para las mujeres.
                    El boca en boca
                hizo de Bariloche un destino infaltable en el mapa de estas
                vacaciones, que nunca duran menos de seis meses. 
                   Contemplando la
                espectacular vista desde la cima del cerro Campanario, Yehuda se
                encontró con tres compatriotas: Sharon Levanon, Iftalh Galov y
                Roge Luzia. Todos tienen 22 años y coinciden en un punto: la
                Argentina es el país que más les gustó del extenso
                itinerario.
                    Aseguran que
                llevarán en su memoria visual el recuerdo de los increíbles
                paisajes de la Patagonia y que tampoco se olvidarán fácilmente
                de los sabores de esta tierra. "¿Qué comemos? Carne,
                carne, carne, chocolate, helado, chocolate, helado, carne,
                carne. ¡Acá encontramos la mejor comida del mundo!",
                afirma Yehuda.
                    ¿Señas
                particulares? "Enormes mochilas en las espaldas, sandalias
                en los pies y un helado en la mano", cuenta Francisco, que
                trabaja en Cyber Firenze y ya aprendió algunas palabras en
                hebreo.
                    Ni Yehuda ni
                Sharon ni Iftalh ni Roge hablaban una palabra de castellano
                cuando llegaron aquí, pero ya cosecharon un minidiccionario que
                les permite integrarse mejor. Si hasta se animan a improvisar
                algunas respuestas. "Escribí que somos los locos de
                Israel", bromea Sharon, y todos se ríen. "¡Chau,
                amigos!", improvisan los cuatro.
                    Yehuda cuenta que
                están familiarizados con los argentinos porque muchos
                compatriotas emigraron a Israel. "Allá escuchás mucho
                castellano", dice.
                    Según el
                secretario local de Turismo, Hugo Cejas, la delantera en materia
                de visitantes extranjeros en lo que va de febrero la llevan los
                chilenos. Protagonizan el 20 por ciento de la ocupación
                hotelera e inmobiliaria, que ronda el 70 por ciento. El promedio
                de estada es de cuatro días. Y estos números son fácilmente
                comprobables: las calles de la ciudad están plagadas de vehículos
                con patentes chilenas.
                    De acuerdo con
                Cejas, el 71 por ciento de los turistas que se acercaron a la
                Secretaría de Turismo en enero último eran argentinos,
                mientras que el 20 por ciento eran chilenos y el número
                restante venía de América latina y de Europa.
                    Los Morales
                caminaban por la céntrica calle Mitre cargados de bolsas.
                "Ya habíamos venido otros años, pero esta vez realmente
                conviene", señala José en nombre de los cinco. Son de
                Osorno y disfrutan a pleno la estada en la ciudad de los lagos.
                 Entre inglés y lunfardo
                    Osvaldo Moreno,
                Darío Cassano y Hugo Menduni asisten cada día a una fructífera
                clase de inglés. No necesitan estudiar ni tomar apuntes. Y cada
                vez estrenan un profesor distinto. Es que los chicos son de
                Gerli y el albergue donde se alojan está atestado de
                norteamericanos, alemanes y holandeses.
                    El intercambio es
                recíproco. Evan y Leslie, de Chicago, refrescan su inglés.
                Osvaldo, Darío y Hugo les enseñan algunas palabras en lunfardo
                y se encargan de guiarlos por la noche barilochense.
                    Como ellos,
                muchos jóvenes aprovechan las vacaciones aquí para encontrar
                amigos de todo el mundo. Y en casi todos los casos, el
                intercambio de e-mails y la promesa de un futuro encuentro son
                el epílogo de estas amistades que se tejen en varios idiomas.
                 
                  .
                 
                Por Cynthia Palacios 
                Enviada especial
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