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EL FALLO DE LA HAYA:
¿A FAVOR DE LA ARGENTINA?

   Los Colorados del Monte, enero de 2007.

   A don CARLOS FERNÁNDEZ.

   Mi buen amigo de los de antes:

   Si yo fuera un burgués, burgués, empezaría ésta con un: De mi mayor consideración; para faltársela dos o tres renglones más abajo, y luego despedirme atentamente habiendo sido un desatento. El asunto es tratarse bien, como dicen ahora, mientras lo destratan. Hay que hacerlo por más que entre los corresponsales ande danzando mandinga gritándose unos sapucay. Pero como el Criador nos hizo a nosotros de otro modo, me quedo con aquel viejo estilo y no con el nuevo.

   Como siempre, ayer me tomó con la guardia baja cuando me preguntó por teléfono por esto que ha dictaminado el Tribunal Internacional de la Haya. Y usted, ¿qué quiere que le diga? Mire: cuando a mí me dicen internacional, ya me pongo en guardia y quiero manotear el verijero, no vaya a ser cosa que el gringo me madrugue. Pero hay otras gentes que gustan de estas tratativas internacionales y aún, a contrapelo de la historia, siguen insistiendo con ellas. Por lo que le pregunto a usted: ¿en que fallo internacional nos fue bien como nación? Siempre, hasta jugando al Don Pirulero, hemos perdido. No creo que ahora el asunto sea distinto. Vamos a volver a morder el colchón.

   Y hablando de morder, déjeme que le cuente lo que le pasó a dos hermanos que vivían, años ha, en este pueblo. Les decían los Velásquez, que es el apellido de la madre, porque el padre, fue un tal Ditler, que fuera chofer del único colectivo apodado La Chanchita; cuando nació el segundo de estos varoncitos, este Ditler, una tarde le dijo a la madre que iba a comprar yerba a la esquina y no volvió más. De esto hace como treinta años, por lo que se me hace que no va a volver más, o bien que todavía no encontró el paquete de su gusto. Dicen que anda por Santa Fe al norte, por los pagos de don Esteban Rauch, buen amigo marca Flor de cepas sanjavierinas. No sé. No lo voy a andar cuenteando.

   Estos dos hermanos eran muy parecidos. Mire vea: como si fuesen mellizos o gemelos. Con la salvedad que uno, el mayor, era blanco, que tiró para el lado del padre, y el otro pardo subido, asemejándose a doña Asunta, que es la madre que todavía vive en el barrio de la Feria y hace las mejores tortas fritas de Cono Sur. Por esta razón al primero le decían Chancho Blanco y al otro, por simetría, Chancho Negro.

   Si usted los hubiera visto de cuerpo entero habría dicho que eran gordos, pero otro tal vez que robustos. No había rincón del pueblo por donde no anduviesen, incluida la comisaría, a la que visitaban contra su voluntad. Pero como el Comisario los dejaba salir los viernes, sábados y domingos por las noches, hasta la madrugada cuando terminaba el baile en la ranchada de don Vicente, la prisión se les hacía livianita como un suspiro: había que aguantar mirando el techo de lunes a jueves solamente, hasta que se cumpliesen los 30 ó 60 días que les había dado el Juez por ebriedad y otros desórdenes.

   Un día, sin saberse cómo, se presentaron a una licitación o concurso de precios en un pueblo vecino que está como a 90 Km al norte de éste. Si mal no recuerdo había que fabricar y entregar mil y pico de panes dulces con destino a una cooperadora escolar, hogar de ancianos, hospital y otros lugares parecidos. Y no va que le digo don Carlos que los hermanos Velásquez ganaron la licitación. Los mandaron a llamar para que firmaran todo el papeleo y brincando como unos virachos en el monte se volvieron para aquí.

   Póngale que de esto habría pasado una semana, cuando los Velásquez embarcaron la mercadería en una chata Ford con acopladito y la entregaron en un local de los Bomberos Voluntarios. Mientras los de la comisión contaban y revisaban los productos, estos hermanos los dejaron y se fueron a la Municipalidad a pagar una patente.

   Cuando regresaron para cobrar se encontraron con un cuadro patético: alrededor de una mesa, formando semicírculo, se encontraban todos los de la comisión, incluidos el comisario, el escribano, un abogado y el Juez con una cara de perro atragantado con tripas. Y en el medio de la mesa, amarilleando, había un pan dulce partido al medio.

   La Directora de la escuela tomo la palabra y muy enojada les preguntó a los dos: ¿Qué significa esto?, mientras señalaba al pan dulce con su dedo índice pintado de color moretón que le hacía juego con el que tenía en los labios formando un corazoncito. Más decidido, el Chancho Blanco tomó la palabra preguntando con los ojos afuera como si le hubiesen pisado el juanete: ¿Qué? ¿Qué es? Entonces la mujer fuera de sí les gritó: ¡No ve señor lo que todos vemos! ¡Una cucaracha! Si en el primer pan que cortamos –continuó indignada la mujer- encontramos esto, ¡cuántas más habrá en este mismo pan y en todos aquellos otros!

   Haber, ¿dónde está la cucaracha?, les dijo Velásquez tranquilamente haciéndose el que revisaba como un doctor, ¿Usted dice que es esto que está aquí? Los circundantes le respondieron a coro: ¡Sí! Y el Chancho Blanco comenzó a reírse y les reveló: ¡Pero no señores! ¡No! Se han confundido. Esta es una frutita que yo he colocado. Y dicho esto despegó de la masa del pan dulce una cucaracha de esas zainas con lomo negro, como de tres dedos de largo y, en presencia de todos, se la comió, mientras su hermano, que estaba detrás con los brazos cruzados, movía la cabeza como afirmando que  tenía razón.

   Los de la comisión directiva se quedaron con los panes. Costó trabajo cobrarles. Los hermanos se fueron de aquí hace rato. Ni siquiera sé decirle si están vivos o son difuntos.

   Esto del fallo por las pasteras sobre el Uruguay es como el pan dulce de los Velásquez. Y haber si usted me entiende la alegoría don Carlos. El pan dulce es el fallo; la cucaracha que viene en el pan es lo que dice el fallo: que los cortes de ruta pueden seguir porque en ningún momento afectaron la continuidad de las obras ni hubo perjuicio económico; los hermanos Velásquez son los del Tribunal de la Haya que lo fabricaron; y los que se comerán este pan dulce, fuera de estación con cucarachas, será la gilada de Gualeguaychú.

Y como le decía por teléfono, de acuerdo a informantes más o menos serios que tengo, en ningún momento se detuvo la construcción de las obras, ni ha variado su ritmo.

   ¿Y por qué es este un pan dulce? Porque será como en Malvinas. ¿Se acuerda usted lo del Atlantic Conveyor? Era el pan dulce. Hasta los bates compusieron odas y zamacuecas los guitarreros. Treinta días después vino el pan amargo: la derrota. Pero que usted me diga que la Haya va a fallar en contra de Finlandia que en este momento ejerce la Presidencia temporaria de la Unión Europea: no, no le creo.

   Habrá visto usted que por aquí andan memoriosos que dicen que Perón, en las 20 Verdades del Justicialismo, dijo que “para un peronista no había nada mejor que otro peronista”. ¡Cómo será el resentimiento que todavía se acuerdan de lo que pasó hace 56 años!  Bueno yo le digo que “para un europeo no hay nada mejor que otro europeo” y vea que nadie se escandaliza. Así como “para un europeo no hay nada mejor que yanquilandia y viceversa.”  Porque yanquilandia es europea. Siempre fue europea. Y ninguno pone el grito en el cielo. Porque es gente decente. Ellos sí pueden decir estas cosas y los de abajo obedecen.

   Le dejo un abrazo y saludo a nuestro estilo.

   Y ahora, más que nunca: ¡NI YANQUIS, NI MARXISTAS!

                                                                                                     JUAN.

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